Mentiras académicas sobre los economistas que defienden el libre mercado

25 de September, 2023

La profesión de historiador académico tiene un problema con la integridad intelectual. Durante la última década, ha surgido toda una industria artesanal en los departamentos de las universidades de élite que apunta de manera explícita a despedazar a los economistas partidarios del libre mercado (a menudo mal llamados “neoliberales”) acusándoles de racismo, fascismo y sostener creencias similarmente desacreditadas.

Aunque estas son acusaciones graves, los historiadores que las formulan casi nunca tienen pruebas para respaldarlas. En su lugar, tergiversan los registros históricos, inventan falsedades de la nada e incluso reorganizan las citas de aquellos a quienes eligen de blanco para que parezcan racistas. Una de las peores trasgresoras en este sentido es Nancy MacLean, historiadora de la Duke University, cuyo libro de 2017 Democracy in Chains intentó retratar al economista pionero de la teoría de la elección pública (Public Choice como se la conoce en inglés) James M. Buchanan como colaborador y cómplice de los esfuerzos de “Resistencia Masiva” del senador Harry Flood Byrd contra el fallo judicial recaído en el caso Brown c. Consejo de Educación.

La tesis de MacLean se derrumbó bajo el escrutinio académico. Para construir su caso, mezcló el contenido de los registros históricos, malinterpretó y combinó notas a pie de página en la bibliografía secundaria, y simplemente pergeñó escabrosas historias en las que Buchanan se convertía en un admirador secreto de John C. Calhoun y de la poesía agraria, a pesar de no suministrar prueba alguna de ambas imputaciones. Cuando no estaba inventándolas de la nada, MacLean también alteraba las citas para cambiar su significado, normalmente de modo tal que sus autores quedasen retratados como monstruos. En un clima académico más honesto, este es el tipo de conducta que le valdría a un profesor una severa reprimenda del decano y quizá la retractación de algunos artículos.

Han transcurrido seis años desde este episodio, pero MacLean continúa haciendo de las suyas. Su nuevo blanco es el economista sudafricano William Harold Hutt, quien escribió una feroz crítica del apartheid racial en 1964. El interés de MacLean por Hutt se origina en las controversias suscitadas por Democracy in Chains, ya que Buchanan contrató a Hutt en la University of Virginia como profesor visitante en 1965. La presencia de un destacado opositor al apartheid en el departamento de Buchanan no congeniaba bien con los intentos de MacLean de presentar a Buchanan como un agente de la archi segregacionista maquinaria de Byrd.

Para sortear este obstáculo, MacLean ha procurado ahora mancillar a Hutt. Ha publicado un nuevo artículo en el journal History of Economics Review, en coautoría con el profesor de Duke William S. Darity y el estudiante de posgrado M”Balou Camara. Su “tesis”, si es que se la puede llamar así, es acusar al propio Hutt de ser un “supremacista blanco”.

El nuevo artículo es mayormente una versión reciclada y ligeramente actualizada de un trabajo de investigación plagado de errores que presentaba afirmaciones similares. El año pasado Art Carden y yo analizamos en detalle ese documento, encontrando múltiples instancias en los que MacLean y sus coautores tergiversaron sus fuentes de información para hacer que sus endebles acusaciones luzcan convincentes. Pero el último artículo de MacLean añade una nueva línea de ataque contra Hutt, conteniendo uno de los ejemplos más atroces de edición de citas que jamás he encontrado en un trabajo académico.

Para apoyar su argumento de que Hutt era un “supremacista blanco”, MacLean y otros toman un pasaje de su libro de 1963 contra el apartheid, The Economics of the Colour Bar. Reproduzco aquí íntegramente su tratamiento de ese pasaje:

[Hutt] fue más allá, advirtiendo que “las razas que se quejan acerca de las ”injusticias” u ”opresiones” a las que son sometidas a menudo pueden ser observadas infringiendo injusticias no disímiles a otras razas” (Hutt 1964, 39). La elección del verbo (quejar) junto con el entrecomillado de injusticias y opresiones ilustran cómo Hutt pretendía socavar la legitimidad de los críticos negros sudafricanos del apartheid, que estaban ganando apoyo internacional mientras él escribía. Su objetivo puede fácilmente ser inferido: negar a las víctimas del apartheid la superioridad moral reivindicada por el movimiento antiapartheid.

De hecho, este extracto citado es una de las principales “pruebas” que MacLean y sus coautores despliegan para apoyar sus afirmaciones. Tal como ellos lo describen, “estos pasajes atestiguan que Hutt veía claramente el mundo a través de la lente de la superioridad racial blanca”. Al denigrar supuestamente a las víctimas del apartheid en su causa, Hutt “demostró su creencia de que la fuente fundamental de la disparidad racial en Sudáfrica y en otros lugares era el comportamiento disfuncional de los negros”.

Es una acusación grave contra otro académico. También es una falsedad.

Compare las descripciones de MacLean y otros con el pasaje completo de la página 39 de Economics of the Colour Bar. La parte extraída de la cita está en negrita:

Las razas que se quejan acerca de las ”injusticias” u ”opresiones” a las que son sometidas a menudo pueden ser observadas infringiendo injusticias no disímiles a otras razas. Encontramos un caso muy claro de esto en cualquier estudio de los reclamos de los afrikáners contra el “imperialismo británico” y su lucha contra la amenaza de la “anglicanización”. En sus políticas hacia los no blancos, están infligiendo injusticias que son notablemente similares a aquellas de las que ellos mismos se han quejado”.

Si te estás preguntando cómo estas transgresiones al texto pasaron la básica revisión por pares de los editores del journal, no estás solo. Contrariamente a lo que afirman MacLean y sus coautores, Hutt no estaba intentando “socavar la legitimidad de los críticos negros sudafricanos del apartheid”. Estaba escribiendo sobre la hipocresía racista de la comunidad blanca afrikáner de Sudáfrica. Los afrikáners de ascendencia holandesa se quejaban a menudo de las injusticias históricas cometidas contra su comunidad a manos de las autoridades coloniales británicas, pero, como señalaba Hutt, se volteaban y perpetraban injusticias contra los negros africanos en forma de apartheid.

MacLean y otros tomaron el ataque de Hutt contra los racistas blancos y, mediante un extracto selectivo de la cita original, lo alteraron para convertirlo en un ataque contra las víctimas del apartheid.

Si este ejercicio de edición de citas fuera un incidente aislado, podría ser posible atribuirlo a un descuido o a la incompetencia. Pero la referencia explícita de Hutt a la hipocresía afrikáner aparece en la frase siguiente, tornando improbable a un descuido negligente. Y lo que es más importante, MacLean y sus colegas tienen un largo historial de comportamiento similar, tergiversando las fuentes y haciendo mal uso de la evidencia histórica.

Para académicos como MacLean y Darity, que escriben desde posiciones de poder y ocupan cátedras subvencionadas en una institución de élite, la investigación histórica ya no es un ejercicio de búsqueda de la verdad y comprensión del pasado. Es una herramienta para su propio activismo político de extrema izquierda. Tomando prestada una frase del eticista Nigel Biggar, tratan la historia como “un arsenal del cual saquear armas políticamente convenientes”. En el proceso de ese saqueo, cruzan la línea de la tergiversación intencionada de su fuente de información, todo al servicio de una causa política moderna. Es un patrón de deshonestidad académica que la academia ha tolerado (e incluso enaltecido) durante demasiado tiempo.

Traducido por Gabriel Gasave

  • es Investigador Asociado del Independent Institute y titular de la Cátedra David J. Theroux de Economía Política.

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