Demorada durante dos semanas tras ser informada por vez primera y sepultada entre las páginas interiores de los periódicos estadounidenses, se encuentra la devastadora historia acerca de que figuras centrales dentro del gobierno británico consideraban que el motivo para la invasión de Irak era “endeble” y que la administración Bush estaba manipulando a la información de inteligencia a fin de obtener una justificación para una política exterior estadounidense agresiva. En contraste, una visita meramente simbólica y exhortativa a Irak por parte de la Secretaria de Estado Condoleezza Rice, es una noticia de primera plana en los mismos diarios. La cobertura de los medios de comunicación de estas dos historias-de manera inversamente proporcional a su importancia-es un síntoma de la declinación de la república y de la ascensión de la presidencia imperial.
El 1º de mayo de 2005, The Sunday Times de Londres publicó un sumario minuciosamente elaborado por un funcionario británico, en el que se daba cuenta de lo discutido durante una reunión sobre Irak, celebrada el 23 julio de 2002, y de la cual participaron el Primer Ministro y algunos de sus consejeros más cercanos. En el sumario, el funcionario encapsulaba un informe al Primer Ministro producido por Richard Dearlove, por entonces jefe de la agencia británica de espionaje en el exterior MI-6, quien apenas había regresado de conversaciones en Washington. De acuerdo con el sumario, Dearlove había informado que: “La acción militar era vista ahora como inevitable. Bush deseaba remover a Saddam a través de la acción militar, justificada por la conjunción del terrorismo y de las WMD (sigla con la que se conoce en inglés a las armas de destrucción masiva.) Pero la inteligencia y los hechos estaban siendo establecidos en derredor de la política.” Además, la subsiguiente insurgencia guerrillera en Irak convierte en un presagio a la observación de Dearlove de que, “Había poca discusión en Washington acerca de las postrimerías de la acción militar.”
El sumario de la reunión del Primer Ministro llega también a una chocante conclusión: “Parecía claro que Bush estaba determinado a emprender la acción militar, incluso si la oportunidad aún no estaba decidida. Pero la causa era endeble. Saddam no se encontraba amenazando a sus vecinos, y su capacidad de WMD era menor a la de Libia, Corea del Norte, o Irán.”
La toma de conocimiento por parte del gobierno británico–la única nación que envió una fuerza considerable para ayudar a los Estados Unidos a invadir Irak-respecto de que la causa en favor de la invasión era trillada y de que la administración Bush estaba reforzándola cínicamente al inflar la información de inteligencia, debería estar sacudiendo a los medios de comunicación y al público estadounidenses. Sin embargo, incluso después de que el sumario fuese publicado en los medios británicos el 1º de mayo, el New York Times, la nave insignia del periodismo estadounidense, concluyó el 8 de mayo que “los críticos que acusaban a la administración Bush de utilizar la influencia política de manera indebida a efectos de darle forma a las apreciaciones de la inteligencia han, en su gran mayoría, fallado en hacer prosperar a la acusación.»
El memorando británico es solamente una de la muchas piezas de evidencia que apuntan a una inflación deliberada de la amenaza por parte de la administración Bush con el objeto de justificar la Guerra de Irak. En lo más intimo, el público estadounidense sabe que el Presidente Bush y sus favoritos fueron tramposos respecto de la necesidad de la invasión, pero parecieran no responsabilizarlo por ello. En verdad, lo reeligieron en noviembre de 2004, aún sospechando que él puede haber metido a los Estados Unidos en el atolladero iraquí, en el que ya en aquel momento la situación se estaba convirtiendo.
Siendo en menor medida una formadora de la opinión pública en una economía de mercado con muchas fuentes noticiosas, la cobertura de los medios refleja fundamentalmente lo que la gente desea ver, escuchar y leer. La gente escoge a los medios sobre la base de sus ideas preconcebidas. Y desean ver, escuchar y leer acerca de lo que hacen y dicen el presidente imperial y sus celebres asesores, tales como Rice y el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld. La presidencia de los Estados Unidos se ha vuelto tan poderosa en comparación con lo que los fundadores de la nación habían pensado, que el público ha comenzado a esperar que el titular del poder ejecutivo y su entorno nos mientan en nuestro propio beneficio—incluso sobre cuestiones tan vitales para la república como lo son la guerra y la paz. De hecho, el pueblo, a través de sus representantes en el Congreso, ya no expresa más su verdadera opinión a través de la declaración de guerra, ya sea que la nación se involucre en la violencia o permanezca en paz. En los recientes conflictos, y en contravención a la intención constitucional de los fundadores, el presidente ha usurpado tales decisiones y el dócil Congreso por lo general las rubrica, si es que se lo llega a consultar.
Los ciudadanos de la antigua Roma se adormecieron a medida que las libertinas e innecesarias guerras de la conquista convertían a su república en un imperio despótico. Desgraciadamente, parecería que la república estadounidense está encaminada a emprender un derrotero similar.
Traducido por Gabriel Gasave
La cobertura de los medios sobre la manipulación de la información de inteligencia, refleja la aceptación pública de una presidencia imperial
Demorada durante dos semanas tras ser informada por vez primera y sepultada entre las páginas interiores de los periódicos estadounidenses, se encuentra la devastadora historia acerca de que figuras centrales dentro del gobierno británico consideraban que el motivo para la invasión de Irak era “endeble” y que la administración Bush estaba manipulando a la información de inteligencia a fin de obtener una justificación para una política exterior estadounidense agresiva. En contraste, una visita meramente simbólica y exhortativa a Irak por parte de la Secretaria de Estado Condoleezza Rice, es una noticia de primera plana en los mismos diarios. La cobertura de los medios de comunicación de estas dos historias-de manera inversamente proporcional a su importancia-es un síntoma de la declinación de la república y de la ascensión de la presidencia imperial.
El 1º de mayo de 2005, The Sunday Times de Londres publicó un sumario minuciosamente elaborado por un funcionario británico, en el que se daba cuenta de lo discutido durante una reunión sobre Irak, celebrada el 23 julio de 2002, y de la cual participaron el Primer Ministro y algunos de sus consejeros más cercanos. En el sumario, el funcionario encapsulaba un informe al Primer Ministro producido por Richard Dearlove, por entonces jefe de la agencia británica de espionaje en el exterior MI-6, quien apenas había regresado de conversaciones en Washington. De acuerdo con el sumario, Dearlove había informado que: “La acción militar era vista ahora como inevitable. Bush deseaba remover a Saddam a través de la acción militar, justificada por la conjunción del terrorismo y de las WMD (sigla con la que se conoce en inglés a las armas de destrucción masiva.) Pero la inteligencia y los hechos estaban siendo establecidos en derredor de la política.” Además, la subsiguiente insurgencia guerrillera en Irak convierte en un presagio a la observación de Dearlove de que, “Había poca discusión en Washington acerca de las postrimerías de la acción militar.”
El sumario de la reunión del Primer Ministro llega también a una chocante conclusión: “Parecía claro que Bush estaba determinado a emprender la acción militar, incluso si la oportunidad aún no estaba decidida. Pero la causa era endeble. Saddam no se encontraba amenazando a sus vecinos, y su capacidad de WMD era menor a la de Libia, Corea del Norte, o Irán.”
La toma de conocimiento por parte del gobierno británico–la única nación que envió una fuerza considerable para ayudar a los Estados Unidos a invadir Irak-respecto de que la causa en favor de la invasión era trillada y de que la administración Bush estaba reforzándola cínicamente al inflar la información de inteligencia, debería estar sacudiendo a los medios de comunicación y al público estadounidenses. Sin embargo, incluso después de que el sumario fuese publicado en los medios británicos el 1º de mayo, el New York Times, la nave insignia del periodismo estadounidense, concluyó el 8 de mayo que “los críticos que acusaban a la administración Bush de utilizar la influencia política de manera indebida a efectos de darle forma a las apreciaciones de la inteligencia han, en su gran mayoría, fallado en hacer prosperar a la acusación.»
El memorando británico es solamente una de la muchas piezas de evidencia que apuntan a una inflación deliberada de la amenaza por parte de la administración Bush con el objeto de justificar la Guerra de Irak. En lo más intimo, el público estadounidense sabe que el Presidente Bush y sus favoritos fueron tramposos respecto de la necesidad de la invasión, pero parecieran no responsabilizarlo por ello. En verdad, lo reeligieron en noviembre de 2004, aún sospechando que él puede haber metido a los Estados Unidos en el atolladero iraquí, en el que ya en aquel momento la situación se estaba convirtiendo.
Siendo en menor medida una formadora de la opinión pública en una economía de mercado con muchas fuentes noticiosas, la cobertura de los medios refleja fundamentalmente lo que la gente desea ver, escuchar y leer. La gente escoge a los medios sobre la base de sus ideas preconcebidas. Y desean ver, escuchar y leer acerca de lo que hacen y dicen el presidente imperial y sus celebres asesores, tales como Rice y el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld. La presidencia de los Estados Unidos se ha vuelto tan poderosa en comparación con lo que los fundadores de la nación habían pensado, que el público ha comenzado a esperar que el titular del poder ejecutivo y su entorno nos mientan en nuestro propio beneficio—incluso sobre cuestiones tan vitales para la república como lo son la guerra y la paz. De hecho, el pueblo, a través de sus representantes en el Congreso, ya no expresa más su verdadera opinión a través de la declaración de guerra, ya sea que la nación se involucre en la violencia o permanezca en paz. En los recientes conflictos, y en contravención a la intención constitucional de los fundadores, el presidente ha usurpado tales decisiones y el dócil Congreso por lo general las rubrica, si es que se lo llega a consultar.
Los ciudadanos de la antigua Roma se adormecieron a medida que las libertinas e innecesarias guerras de la conquista convertían a su república en un imperio despótico. Desgraciadamente, parecería que la república estadounidense está encaminada a emprender un derrotero similar.
Traducido por Gabriel Gasave
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