El acuerdo con Corea del Norte para finalizar su programa de armas nucleares parece como caído del cielo y se ha disipado igual de rápido. El siempre caprichoso régimen norcoreano estuvo de acuerdo en renunciar a sus armas y a su programa nucleares, retornar prontamente al Tratado de No Proliferación (NPT es su sigla en inglés), y someterse a las inspecciones de la Agencia Internacional de la Energía Atómica. A cambio, obtienen un reactor nuclear de agua común (menos útil para la producción de armas nucleares) y una promesa de no-agresión de parte de los Estados Unidos. No obstante, antes de que se secara la tinta del acuerdo, un funcionario anónimo de la Cancillería norcoreana afirmó que Corea del Norte no abandonará su programa de armas nucleares hasta que reciba los reactores nucleares de parte de los Estados Unidos.
Tal revés indica que los EE.UU. no deberían esperar un acuerdo con Corea del Norte para ponerle fin a su programa nuclear, a pesar de la reciente conversión de la administración Bush hacia una postura menos confrontativa con Corea del Norte. Tres años atrás, la administración descubrió que Corea del Norte estaba llevando a cabo un programa ilícito de enriquecimiento de uranio que violaba un acuerdo suscripto con la administración Clinton a fin de detener todos sus esfuerzos de armas nucleares. Desdichadamente, la administración Clinton había empleado a la amenaza de una guerra para forzar a que los norcoreanos aceptaran el acuerdo en primer lugar. Hasta hace poco, la administración Bush continuó con la política estadounidense de línea dura hacia Corea del Norte mediante el empleo de una retórica beligerante, incluido el amontonamiento de Corea del Norte en el “Eje del Mal” con Irán y el Irak de Saddam Hussein.
El belicoso comportamiento estadounidense hacia Corea del Norte y otros estados “pícaros” durante las recientes administraciones han reforzado la paranoia intrínseca de Corea del Norte. La administración Clinton bombardeó Serbia durante los conflictos sobre Bosnia y Kosovo y lanzó ataques aéreos contra Irak para librarse de las supuestas armas de destrucción masiva de Saddam. La administración Bush invadió Irak para hacer lo mismo. Corea del Norte pudo ver que las no-nucleares Serbia e Irak no fueron respetadas por los Estados Unidos y rápidamente redobló sus esfuerzos para desarrollar la única capacidad militar que podría mantener a raya a la superpotencia—un arsenal nuclear verosímil.
Irán ha leído las hojas de te y las ha interpretado de igual manera y así es que ha actuado en consecuencia. Aparentemente, los mullahs también se encontraban emprendiendo un programa nuclear secreto el que ha quedado expuesto. Bajo observación, han congelado las actividades de enriquecimiento de uranio pero están amenazando con renovarlas si la cuestión es sometida al Consejo de Seguridad de la ONU para la posible imposición de sanciones económicas.
Tanto Corea del Norte como Irán están negociando con los Estados Unidos y otras naciones en Asia del este para recibir asistencia y comprar tiempo a efectos de que sus programas de armas nucleares continúen sin ser obstaculizados, ya sea por más sanciones económicas o por ataques de los EE.UU.. Es muy probable, que estos países no tengan intención alguna de abandonar su búsqueda de la última salvaguardia contra un ataque. Al menos en teoría, es difícil negarles esa medida de seguridad, dado que las potencias nucleares declaradas han prometido abandonar sus armas nucleares bajo el NPT pero no tienen ninguna intención de hacerlo.
Sin embargo, en ningún caso los Estados Unidos tienen una opción que elimine todas las instalaciones nucleares. Cualquier ataque carente de una invasión total de cualquiera de los países, no eliminará a todas, ni probablemente siquiera a la mayoría, de sus capacidades o infraestructuras nucleares, las cuales han sido ocultadas, profundamente enterradas, o ubicadas en áreas fuertemente pobladas para protegerlas contra ataques aéreos.
Por lo tanto, los Estados Unidos deben hacer frente a la infortunada realidad de que los regimenes peculiares o extremistas tendrán—o ya las tienen—armas nucleares. Pero los Estados Unidos permitieron que la radical China maoísta obtuviese armas nucleares en los años 60 y luego emplearon de manera exitosa a la disuasión como una estrategia. A diferencia de los terroristas, las potencias nucleares radicales tienen un domicilio que puede ser puesto en peligro usando el arsenal nuclear estadounidense, el cual es dominante en el mundo, disuadiendo de ese modo cualquier ataque nuclear contra los Estados Unidos.
La verdadera amenaza es la de que alguno de estos nuevos estados atómicos le vendan la tecnología nuclear o el conocimiento a terroristas anti estadounidenses, quienes son incluso más radicales, carecen de un domicilio, y por ende no pueden ser tan fácilmente disuadidos. Mejores relaciones estadounidenses con estas naciones proporcionarían menores incentivos políticos para que les vendan la tecnología a tales terroristas y facilitaría la adquisición por parte de los EE.UU. de la misma antes de que estas ventas acontezcan.
Unas mejores relaciones con Irán y con Corea del Norte serían posibles. A pesar de que pueden amenazar al imperio estadounidense, ninguno de ellos representa en verdad una amenaza directa para los Estados Unidos. Si los Estados Unidos no hubieran invadido Irak, el vecino de Irán, y no estuviesen defendiendo a Corea del Sur, una nación que es lo suficientemente rica como para proporcionarse su propia seguridad, habría pocos motivos para iniciar un conflicto con una nación distante. El petróleo de Irán es importante, pero Irán logra grandes ganancias con las exportaciones del mismo y tiene así todos los incentivos para vendérselo a mercado mundial, aún sin la intervención de los EE.UU..
Las administraciones de los Estados Unidos, el establishment de la política exterior estadounidense, los halcones conservadores y las palomas del control de armas todos retuercen sus manos sobre los nuevos países que procuran desarrollar armas nucleares, pero ninguno de ellos se percata de que las intervenciones militares del país en ultramar están generando poderosos incentivos para que los países adquieran tales armas a fin de ganar algún respeto de parte de la superpotencia. Lamentablemente, en el largo plazo, tanto Irán como Corea del Norte serán probablemente potencias nucleares, pero no es demasiado tarde para reducir la probabilidad de que otras naciones sigan ese derrotero. Si los Estados Unidos se entrometen menos en los asuntos de otras naciones, esos países tendrán menos incentivos para desarrollar armas nucleares. De esta forma, la política estadounidense de no proliferación debería comenzar por casa.
Traducido por Gabriel Gasave
Los Estados Unidos deben resignarse a que los Estados pícaros posean armas nucleares
El acuerdo con Corea del Norte para finalizar su programa de armas nucleares parece como caído del cielo y se ha disipado igual de rápido. El siempre caprichoso régimen norcoreano estuvo de acuerdo en renunciar a sus armas y a su programa nucleares, retornar prontamente al Tratado de No Proliferación (NPT es su sigla en inglés), y someterse a las inspecciones de la Agencia Internacional de la Energía Atómica. A cambio, obtienen un reactor nuclear de agua común (menos útil para la producción de armas nucleares) y una promesa de no-agresión de parte de los Estados Unidos. No obstante, antes de que se secara la tinta del acuerdo, un funcionario anónimo de la Cancillería norcoreana afirmó que Corea del Norte no abandonará su programa de armas nucleares hasta que reciba los reactores nucleares de parte de los Estados Unidos.
Tal revés indica que los EE.UU. no deberían esperar un acuerdo con Corea del Norte para ponerle fin a su programa nuclear, a pesar de la reciente conversión de la administración Bush hacia una postura menos confrontativa con Corea del Norte. Tres años atrás, la administración descubrió que Corea del Norte estaba llevando a cabo un programa ilícito de enriquecimiento de uranio que violaba un acuerdo suscripto con la administración Clinton a fin de detener todos sus esfuerzos de armas nucleares. Desdichadamente, la administración Clinton había empleado a la amenaza de una guerra para forzar a que los norcoreanos aceptaran el acuerdo en primer lugar. Hasta hace poco, la administración Bush continuó con la política estadounidense de línea dura hacia Corea del Norte mediante el empleo de una retórica beligerante, incluido el amontonamiento de Corea del Norte en el “Eje del Mal” con Irán y el Irak de Saddam Hussein.
El belicoso comportamiento estadounidense hacia Corea del Norte y otros estados “pícaros” durante las recientes administraciones han reforzado la paranoia intrínseca de Corea del Norte. La administración Clinton bombardeó Serbia durante los conflictos sobre Bosnia y Kosovo y lanzó ataques aéreos contra Irak para librarse de las supuestas armas de destrucción masiva de Saddam. La administración Bush invadió Irak para hacer lo mismo. Corea del Norte pudo ver que las no-nucleares Serbia e Irak no fueron respetadas por los Estados Unidos y rápidamente redobló sus esfuerzos para desarrollar la única capacidad militar que podría mantener a raya a la superpotencia—un arsenal nuclear verosímil.
Irán ha leído las hojas de te y las ha interpretado de igual manera y así es que ha actuado en consecuencia. Aparentemente, los mullahs también se encontraban emprendiendo un programa nuclear secreto el que ha quedado expuesto. Bajo observación, han congelado las actividades de enriquecimiento de uranio pero están amenazando con renovarlas si la cuestión es sometida al Consejo de Seguridad de la ONU para la posible imposición de sanciones económicas.
Tanto Corea del Norte como Irán están negociando con los Estados Unidos y otras naciones en Asia del este para recibir asistencia y comprar tiempo a efectos de que sus programas de armas nucleares continúen sin ser obstaculizados, ya sea por más sanciones económicas o por ataques de los EE.UU.. Es muy probable, que estos países no tengan intención alguna de abandonar su búsqueda de la última salvaguardia contra un ataque. Al menos en teoría, es difícil negarles esa medida de seguridad, dado que las potencias nucleares declaradas han prometido abandonar sus armas nucleares bajo el NPT pero no tienen ninguna intención de hacerlo.
Sin embargo, en ningún caso los Estados Unidos tienen una opción que elimine todas las instalaciones nucleares. Cualquier ataque carente de una invasión total de cualquiera de los países, no eliminará a todas, ni probablemente siquiera a la mayoría, de sus capacidades o infraestructuras nucleares, las cuales han sido ocultadas, profundamente enterradas, o ubicadas en áreas fuertemente pobladas para protegerlas contra ataques aéreos.
Por lo tanto, los Estados Unidos deben hacer frente a la infortunada realidad de que los regimenes peculiares o extremistas tendrán—o ya las tienen—armas nucleares. Pero los Estados Unidos permitieron que la radical China maoísta obtuviese armas nucleares en los años 60 y luego emplearon de manera exitosa a la disuasión como una estrategia. A diferencia de los terroristas, las potencias nucleares radicales tienen un domicilio que puede ser puesto en peligro usando el arsenal nuclear estadounidense, el cual es dominante en el mundo, disuadiendo de ese modo cualquier ataque nuclear contra los Estados Unidos.
La verdadera amenaza es la de que alguno de estos nuevos estados atómicos le vendan la tecnología nuclear o el conocimiento a terroristas anti estadounidenses, quienes son incluso más radicales, carecen de un domicilio, y por ende no pueden ser tan fácilmente disuadidos. Mejores relaciones estadounidenses con estas naciones proporcionarían menores incentivos políticos para que les vendan la tecnología a tales terroristas y facilitaría la adquisición por parte de los EE.UU. de la misma antes de que estas ventas acontezcan.
Unas mejores relaciones con Irán y con Corea del Norte serían posibles. A pesar de que pueden amenazar al imperio estadounidense, ninguno de ellos representa en verdad una amenaza directa para los Estados Unidos. Si los Estados Unidos no hubieran invadido Irak, el vecino de Irán, y no estuviesen defendiendo a Corea del Sur, una nación que es lo suficientemente rica como para proporcionarse su propia seguridad, habría pocos motivos para iniciar un conflicto con una nación distante. El petróleo de Irán es importante, pero Irán logra grandes ganancias con las exportaciones del mismo y tiene así todos los incentivos para vendérselo a mercado mundial, aún sin la intervención de los EE.UU..
Las administraciones de los Estados Unidos, el establishment de la política exterior estadounidense, los halcones conservadores y las palomas del control de armas todos retuercen sus manos sobre los nuevos países que procuran desarrollar armas nucleares, pero ninguno de ellos se percata de que las intervenciones militares del país en ultramar están generando poderosos incentivos para que los países adquieran tales armas a fin de ganar algún respeto de parte de la superpotencia. Lamentablemente, en el largo plazo, tanto Irán como Corea del Norte serán probablemente potencias nucleares, pero no es demasiado tarde para reducir la probabilidad de que otras naciones sigan ese derrotero. Si los Estados Unidos se entrometen menos en los asuntos de otras naciones, esos países tendrán menos incentivos para desarrollar armas nucleares. De esta forma, la política estadounidense de no proliferación debería comenzar por casa.
Traducido por Gabriel Gasave
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