La creciente presencia china en América Latina está causando conmoción en todo el hemisferio. Funcionarios chinos de alto rango visitan el área con frecuencia. En los últimos cinco años, el comercio entre China y América Latina se ha incrementado un 900 por ciento. En 2004, casi la mitad de las inversiones directas de China en el exterior, unos $20 mil millones, fueron hacia América Latina. En lugares como Machu Picchu, ya hay guías turísticos que hablan chino. El ex embajador estadounidense en Bolivia Manuel Rocha vaticinó recientemente: “Sus hijos tendrían que empezar a aprender mandarín … si quiere verlos haciendo negocios en las Américas.”
La respuesta del hemisferio ha sido ambigua. Algunos países sienten la presencia de China como una amenaza, otros la ven como una panacea y un tercer grupo de países considera que Beijing es su aliado ideológico. Los tres grupos están equivocados.
Los Estados Unidos, México, y las repúblicas centroamericanas se encuentran entre los países que se sienten amenazados. El entusiasmo inicial de Brasil se ha enfriado también. A juzgar por las recientes audiencias en el Senado sobre la participación china en el hemisferio occidental, los EE.UU. piensan que Beijing está desafiando su posición geopolítica en esta área. México y América Central temen que China los desplazará de los mercados de confecciones. Brasil cree que China compite deslealmente con sus exportaciones de motores de automóviles.
Argentina, Perú y hasta cierto punto Chile se encuentran entre los países que consideran que la presencia de China en la región será su panacea. La ven como una insaciable compradora de materias primas y por ende como una garantía de su desarrollo económico. A los brasileños–que venden soja a los chinos—les agrada ese aspecto también.
Luego, están los ideólogos. Cuba ve a China, que ha invertido $500 millones en una planta de níquel en la isla, como el amigo que ayudará al Partido Comunista a perpetuar su monopolio del poder después de Castro. Hugo Chávez calcula también que China invertirá sumas astronómicas en Venezuela por razones políticas.
¿Se justifica el temor estadounidense de que China pretende ser una potencia hegemónica en América Latina? No, China está esencialmente aprovechando oportunidades económicas bajo una estrategia que procura mantener el actual ritmo de crecimiento de ese país. Dicha estrategia explica también por qué China gastó $10 mil millones en la búsqueda de petróleo en el Africa el año pasado. Es cierto que Beijing tiene en mente algunos objetivos políticos—como atraer a los doce países latinoamericanos que apoyan a Taiwán hacia su política de “una sola China”-, pero la presencia china en la región tiene motivaciones económicas.
¿Representa China un peligro para las economías centroamericanas y andinas? Pese a que los productos textiles chinos están compitiendo con los latinoamericanos, la mayoría de las economías latinoamericanas se protegen contra ese tipo de importaciones (las barreras comerciales mexicanas le han costado a China cerca de $20 mil millones en los últimos quince años). Todo esto impone costos sobre los ciudadanos de las naciones “protegidas” y apuntala los privilegios en esas sociedades. La competencia china puede eventualmente ayudar a los latinoamericanos a librarse de sus productores parasitarios y sus aliados políticos.
La sed de materias primas y “commodities’ latinoamericanas por parte de los chinos ¿es acaso una garantía de prosperidad, como creen países como la Argentina y el Perú? No. América Latina ha vendido materias primas y “commodities” a países como Gran Bretaña y los Estados Unidos durante los dos últimos siglos. El resultado es siempre el mismo: en épocas de precios altos, las cifras del crecimiento lucen bien y todos piensan que la prosperidad llegará pronto, sin percatarse de que la prosperidad exige de un sistema conducente a la creación de riqueza sistemática; en épocas de precios bajos, todos culpan a los “injustos términos del intercambio” por el atraso de la región.
Cuando Hu Jintao visitó América Latina a finales de 2004, ofreció vagamente invertir unos $100 mil millones en la infraestructura de la región. Los latinoamericanos celebraron el hecho de que la pretensión china de desplazar a los EE.UU. del área produciría carreteras, puertos y torres de perforación petroleras. En verdad, China estaba tratando de que países como Argentina y Brasil la catalogaran oficialmente como “economía de mercado” a fin de protegerse mejor contra eventuales medidas “anti-dumping” en la Organización Mundial del Comercio. Por más que a Beijing le interese mejorar la horrenda infraestructura de la región para asegurarse un suministro constante de materias primas, sólo invertirá en serio en países donde pueda obtener muchas ganancias. Siendo América Latina aún un lugar donde los inversores prevén menores beneficios y una mayor inseguridad que en otros sitios, los $100 mil millones no han comenzado siquiera a materializarse.
Finalmente, ¿es la burocracia china una aliada ideológica de Fidel Castro y Hugo Chávez, como creen ambos? Para China, Castro es un bochorno temporal, mientras que Chávez es el presidente de un país que resulta ser el quinto productor de petróleo del mundo. Dado que los inversores estadounidenses no pueden, por el momento, invertir en la isla, los chinos llenan el espacio. Hu Jintao hubiese hecho negocios con cualquiera que hubiera reemplazado a Chávez en Venezuela, si el intento de golpe de estado del 2002 hubiera prosperado. En quien más confía China, vaya ironía, es en Chile, el país capitalista número uno de América Latina. Por eso Beijing y Santiago vienen negociando un tratado de libre comercio.
Lo último que precisa el hemisferio occidental es adoptar el modelo chino de dictadura política y de relativa libertad económica o establecer con Beijing alguna forma de alianza ideológica. Pero encaminarnos decididamente hacia el libre flujo de ideas, bienes, servicios, capitales y personas a través del Pacífico es algo que beneficiará a todos-los Estados Unidos, América Latina y la propia China-inmensamente.
¿Qué busca China en el hemisferio occidental?
La creciente presencia china en América Latina está causando conmoción en todo el hemisferio. Funcionarios chinos de alto rango visitan el área con frecuencia. En los últimos cinco años, el comercio entre China y América Latina se ha incrementado un 900 por ciento. En 2004, casi la mitad de las inversiones directas de China en el exterior, unos $20 mil millones, fueron hacia América Latina. En lugares como Machu Picchu, ya hay guías turísticos que hablan chino. El ex embajador estadounidense en Bolivia Manuel Rocha vaticinó recientemente: “Sus hijos tendrían que empezar a aprender mandarín … si quiere verlos haciendo negocios en las Américas.”
La respuesta del hemisferio ha sido ambigua. Algunos países sienten la presencia de China como una amenaza, otros la ven como una panacea y un tercer grupo de países considera que Beijing es su aliado ideológico. Los tres grupos están equivocados.
Los Estados Unidos, México, y las repúblicas centroamericanas se encuentran entre los países que se sienten amenazados. El entusiasmo inicial de Brasil se ha enfriado también. A juzgar por las recientes audiencias en el Senado sobre la participación china en el hemisferio occidental, los EE.UU. piensan que Beijing está desafiando su posición geopolítica en esta área. México y América Central temen que China los desplazará de los mercados de confecciones. Brasil cree que China compite deslealmente con sus exportaciones de motores de automóviles.
Argentina, Perú y hasta cierto punto Chile se encuentran entre los países que consideran que la presencia de China en la región será su panacea. La ven como una insaciable compradora de materias primas y por ende como una garantía de su desarrollo económico. A los brasileños–que venden soja a los chinos—les agrada ese aspecto también.
Luego, están los ideólogos. Cuba ve a China, que ha invertido $500 millones en una planta de níquel en la isla, como el amigo que ayudará al Partido Comunista a perpetuar su monopolio del poder después de Castro. Hugo Chávez calcula también que China invertirá sumas astronómicas en Venezuela por razones políticas.
¿Se justifica el temor estadounidense de que China pretende ser una potencia hegemónica en América Latina? No, China está esencialmente aprovechando oportunidades económicas bajo una estrategia que procura mantener el actual ritmo de crecimiento de ese país. Dicha estrategia explica también por qué China gastó $10 mil millones en la búsqueda de petróleo en el Africa el año pasado. Es cierto que Beijing tiene en mente algunos objetivos políticos—como atraer a los doce países latinoamericanos que apoyan a Taiwán hacia su política de “una sola China”-, pero la presencia china en la región tiene motivaciones económicas.
¿Representa China un peligro para las economías centroamericanas y andinas? Pese a que los productos textiles chinos están compitiendo con los latinoamericanos, la mayoría de las economías latinoamericanas se protegen contra ese tipo de importaciones (las barreras comerciales mexicanas le han costado a China cerca de $20 mil millones en los últimos quince años). Todo esto impone costos sobre los ciudadanos de las naciones “protegidas” y apuntala los privilegios en esas sociedades. La competencia china puede eventualmente ayudar a los latinoamericanos a librarse de sus productores parasitarios y sus aliados políticos.
La sed de materias primas y “commodities’ latinoamericanas por parte de los chinos ¿es acaso una garantía de prosperidad, como creen países como la Argentina y el Perú? No. América Latina ha vendido materias primas y “commodities” a países como Gran Bretaña y los Estados Unidos durante los dos últimos siglos. El resultado es siempre el mismo: en épocas de precios altos, las cifras del crecimiento lucen bien y todos piensan que la prosperidad llegará pronto, sin percatarse de que la prosperidad exige de un sistema conducente a la creación de riqueza sistemática; en épocas de precios bajos, todos culpan a los “injustos términos del intercambio” por el atraso de la región.
Cuando Hu Jintao visitó América Latina a finales de 2004, ofreció vagamente invertir unos $100 mil millones en la infraestructura de la región. Los latinoamericanos celebraron el hecho de que la pretensión china de desplazar a los EE.UU. del área produciría carreteras, puertos y torres de perforación petroleras. En verdad, China estaba tratando de que países como Argentina y Brasil la catalogaran oficialmente como “economía de mercado” a fin de protegerse mejor contra eventuales medidas “anti-dumping” en la Organización Mundial del Comercio. Por más que a Beijing le interese mejorar la horrenda infraestructura de la región para asegurarse un suministro constante de materias primas, sólo invertirá en serio en países donde pueda obtener muchas ganancias. Siendo América Latina aún un lugar donde los inversores prevén menores beneficios y una mayor inseguridad que en otros sitios, los $100 mil millones no han comenzado siquiera a materializarse.
Finalmente, ¿es la burocracia china una aliada ideológica de Fidel Castro y Hugo Chávez, como creen ambos? Para China, Castro es un bochorno temporal, mientras que Chávez es el presidente de un país que resulta ser el quinto productor de petróleo del mundo. Dado que los inversores estadounidenses no pueden, por el momento, invertir en la isla, los chinos llenan el espacio. Hu Jintao hubiese hecho negocios con cualquiera que hubiera reemplazado a Chávez en Venezuela, si el intento de golpe de estado del 2002 hubiera prosperado. En quien más confía China, vaya ironía, es en Chile, el país capitalista número uno de América Latina. Por eso Beijing y Santiago vienen negociando un tratado de libre comercio.
Lo último que precisa el hemisferio occidental es adoptar el modelo chino de dictadura política y de relativa libertad económica o establecer con Beijing alguna forma de alianza ideológica. Pero encaminarnos decididamente hacia el libre flujo de ideas, bienes, servicios, capitales y personas a través del Pacífico es algo que beneficiará a todos-los Estados Unidos, América Latina y la propia China-inmensamente.
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