La empresa estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA) está desarrollando una iniciativa que ha provocado no poca discusión en Centroamérica. La idea es aparentemente sencilla y bienintencionada, pues se trata de facilitar que las naciones del istmo -que no poseen grandes recursos económicos- puedan comprar el crudo en condiciones ventajosas. PDVSA ofrece que, del petróleo que vende, el 60% se pague a 90 días, pero el 40% restante se pueda financiar con una tasa de interés muy baja –del 1% anual- y a un plazo de veinte años. Pero la propuesta no es tan simple como parece: la petrolera venezolana no venderá sus productos a cualquiera, como sucede en un mercado abierto, sino exclusivamente a los municipios. Estos, además, tendrán que formar empresas mixtas con PDVSA, que se encargarán de la distribución y otras fases de la comercialización de los hidrocarburos, quedando asociadas así de un modo permanente.
La estatal venezolana ya ha firmado cientos de acuerdos con municipios de El Salvador y Nicaragua, y ahora quiere expandir sus operaciones también hacia Honduras y Guatemala. En los dos primeros países mencionados, sin embargo, se ha presentado una circunstancia que hace sospechar a muchos de que no se está frente a un simple negocio, conveniente tal vez para ambas partes, sino de una desembozada maniobra política. PDVSA ha establecido sus contratos con las municipalidades que actualmente son controladas por la oposición de izquierda, el FSLN en Nicaragua y el FMLN en El Salvador, discriminando políticamente a la población del país y creando además un lazo de dependencia con el suministro que pueda proporcionar a las comunas con las que ha firmado el convenio. Esta especie de cuña política que se introduce podrá resultarle de gran utilidad para que, cuando llegue el momento, los seguidores de Chávez puedan encontrar aliados útiles y ya comprometidos con sus políticas.
Muchos se han entusiasmado en Centroamérica con la posibilidad de obtener ventajas de corto plazo, en momentos en que los combustibles han alcanzado precios realmente muy elevados. Pero otros observadores más cautelosos señalan, especialmente en Guatemala, que la propuesta es sólo una forma de ir creando una base de apoyo para favorecer a ciertos grupos y crear las condiciones políticas que permitan a Chávez ir ampliando su círculo de aliados. Este recelo, que a algunos puede parecer exagerado, resulta sin embargo plenamente justificado si se lo sitúa en el contexto general de la política exterior del gobierno chavista.
Porque la Venezuela de Hugo Chávez, de un tiempo a esta parte, está sembrando inquietud y malestar en toda el área latinoamericana. Después de lograr la consolidación casi completa de su poder al interior del país, el caudillo populista se ha embarcado ahora en una aventura de expansionismo continental de la que forman parte su abierta intervención en los asuntos bolivianos, sus intentos de influir en las elecciones de Perú y de México, el retiro de su país del Pacto Andino y las acerbas críticas que ha hecho a las dos naciones que han firmado recientemente tratados de libre comercio con los Estados Unidos, Perú y Colombia.
El eje que en principio formaban solamente Chávez y Fidel Castro se ha ampliado este año con la incorporación del boliviano Evo Morales. Actualmente hay centenares de asesores venezolanos y cubanos en Bolivia que se encargan de orientar al nuevo gobernante y que han concentrado su acción en la asamblea constituyente que se ha convocado para fecha próxima. Los asesores están manipulando el padrón electoral del mismo modo que ya lo hicieran en Venezuela para asegurar allí el perpetuo dominio de su caudillo. La constituyente, previsiblemente, contará entonces con una mayoría de quienes respaldan al nuevo gobernante y cambiará las reglas del juego democrático para permitir la reelección de Morales y consolidar el poder completo del estado sobre la economía del país.
Mientras tanto, en días pasados, Chávez ha lanzado un ataque frontal contra Alan García, el candidato del APRA que marcha primero en las encuestas para la segunda vuelta de las elecciones presidenciales peruanas, tratando de apoyar a Ollanta Humala, un militar que –como él mismo- cuenta en su haber con una aventura golpista fracasada. Humala y su exaltada familia se han caracterizado por un nacionalismo primario y agresivo, en la misma línea que el de Chávez y Evo Morales. Más solapadamente los chavistas están tratando de impulsar la candidatura de López Obrador en México y de Daniel Ortega en Nicaragua, mientras estimulan manifestaciones y la organización de grupos radicales en diversos lugares de América.
El cuadro general, por todo esto, se ha vuelto complicado y bastante preocupante. Gobiernos como los de Brasil y de Chile no ven con buenos ojos un expansionismo que, basado en el poder económico que otorga el petróleo, pareciera no retroceder ante ninguna crítica y no detenerse ante ninguna barrera. Chávez ha emprendido un intervencionismo peligroso pero, tal vez por eso mismo, es probable que pronto encuentre que se ha formado una alianza tácita contra él en una región que no tiene la menor intención de reconocerlo como líder continental.
El Expansionismo venezolano
La empresa estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA) está desarrollando una iniciativa que ha provocado no poca discusión en Centroamérica. La idea es aparentemente sencilla y bienintencionada, pues se trata de facilitar que las naciones del istmo -que no poseen grandes recursos económicos- puedan comprar el crudo en condiciones ventajosas. PDVSA ofrece que, del petróleo que vende, el 60% se pague a 90 días, pero el 40% restante se pueda financiar con una tasa de interés muy baja –del 1% anual- y a un plazo de veinte años. Pero la propuesta no es tan simple como parece: la petrolera venezolana no venderá sus productos a cualquiera, como sucede en un mercado abierto, sino exclusivamente a los municipios. Estos, además, tendrán que formar empresas mixtas con PDVSA, que se encargarán de la distribución y otras fases de la comercialización de los hidrocarburos, quedando asociadas así de un modo permanente.
La estatal venezolana ya ha firmado cientos de acuerdos con municipios de El Salvador y Nicaragua, y ahora quiere expandir sus operaciones también hacia Honduras y Guatemala. En los dos primeros países mencionados, sin embargo, se ha presentado una circunstancia que hace sospechar a muchos de que no se está frente a un simple negocio, conveniente tal vez para ambas partes, sino de una desembozada maniobra política. PDVSA ha establecido sus contratos con las municipalidades que actualmente son controladas por la oposición de izquierda, el FSLN en Nicaragua y el FMLN en El Salvador, discriminando políticamente a la población del país y creando además un lazo de dependencia con el suministro que pueda proporcionar a las comunas con las que ha firmado el convenio. Esta especie de cuña política que se introduce podrá resultarle de gran utilidad para que, cuando llegue el momento, los seguidores de Chávez puedan encontrar aliados útiles y ya comprometidos con sus políticas.
Muchos se han entusiasmado en Centroamérica con la posibilidad de obtener ventajas de corto plazo, en momentos en que los combustibles han alcanzado precios realmente muy elevados. Pero otros observadores más cautelosos señalan, especialmente en Guatemala, que la propuesta es sólo una forma de ir creando una base de apoyo para favorecer a ciertos grupos y crear las condiciones políticas que permitan a Chávez ir ampliando su círculo de aliados. Este recelo, que a algunos puede parecer exagerado, resulta sin embargo plenamente justificado si se lo sitúa en el contexto general de la política exterior del gobierno chavista.
Porque la Venezuela de Hugo Chávez, de un tiempo a esta parte, está sembrando inquietud y malestar en toda el área latinoamericana. Después de lograr la consolidación casi completa de su poder al interior del país, el caudillo populista se ha embarcado ahora en una aventura de expansionismo continental de la que forman parte su abierta intervención en los asuntos bolivianos, sus intentos de influir en las elecciones de Perú y de México, el retiro de su país del Pacto Andino y las acerbas críticas que ha hecho a las dos naciones que han firmado recientemente tratados de libre comercio con los Estados Unidos, Perú y Colombia.
El eje que en principio formaban solamente Chávez y Fidel Castro se ha ampliado este año con la incorporación del boliviano Evo Morales. Actualmente hay centenares de asesores venezolanos y cubanos en Bolivia que se encargan de orientar al nuevo gobernante y que han concentrado su acción en la asamblea constituyente que se ha convocado para fecha próxima. Los asesores están manipulando el padrón electoral del mismo modo que ya lo hicieran en Venezuela para asegurar allí el perpetuo dominio de su caudillo. La constituyente, previsiblemente, contará entonces con una mayoría de quienes respaldan al nuevo gobernante y cambiará las reglas del juego democrático para permitir la reelección de Morales y consolidar el poder completo del estado sobre la economía del país.
Mientras tanto, en días pasados, Chávez ha lanzado un ataque frontal contra Alan García, el candidato del APRA que marcha primero en las encuestas para la segunda vuelta de las elecciones presidenciales peruanas, tratando de apoyar a Ollanta Humala, un militar que –como él mismo- cuenta en su haber con una aventura golpista fracasada. Humala y su exaltada familia se han caracterizado por un nacionalismo primario y agresivo, en la misma línea que el de Chávez y Evo Morales. Más solapadamente los chavistas están tratando de impulsar la candidatura de López Obrador en México y de Daniel Ortega en Nicaragua, mientras estimulan manifestaciones y la organización de grupos radicales en diversos lugares de América.
El cuadro general, por todo esto, se ha vuelto complicado y bastante preocupante. Gobiernos como los de Brasil y de Chile no ven con buenos ojos un expansionismo que, basado en el poder económico que otorga el petróleo, pareciera no retroceder ante ninguna crítica y no detenerse ante ninguna barrera. Chávez ha emprendido un intervencionismo peligroso pero, tal vez por eso mismo, es probable que pronto encuentre que se ha formado una alianza tácita contra él en una región que no tiene la menor intención de reconocerlo como líder continental.
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