Exceptuando un inesperado regreso de Fidel Castro, la cuestión fundamental en Cuba es ahora sí Raúl Castro está en condiciones de perpetuar al régimen comunista, o sí los políticos (en el Consejo de Estado), los ideólogos (en el Partido Comunista) y los soldados (en las fuerzas armadas) – y las facciones dentro de cada grupo – iniciarán una lucha de poder.
el comunicado mediante el cual le traspasó el poder a su hermano, Fidel Castro puso tres instituciones bajo el control de Raúl mientras les delegaba otras responsabilidades a diversos amigotes. Esas tres instituciones – el Partido Comunista, el Consejo de Estado y las fuerzas armadas – son las que, en el vacío que probablemente sobrevendrá al ocaso del mesiánico liderazgo de cinco décadas de Castro, podrían librar un conflicto abierto.
Ha habido signos recientes de lucha de poder aun antes del traspaso del poder. El más elocuente es una ley sancionada por la Asamblea Nacional el 9 de junio y en gran medida pasada por alto por los analistas extranjeros. Ella concede a los subordinados autorización para impugnar las decisiones de sus dirigentes si contravienen la ley comunista. Pocas semanas después, Raúl Castro ofreció un discurso en el cual sostuvo que, en caso de que su hermano fuese incapaz de continuar, la conducción recaerá en el «Partido Comunista»—un modo de reafirmar la subordinación de los generales a los ideólogos. Si se considera que Raúl fue el ministro de las Fuerzas Armadas, resulta particularmente interesante que sintiera la necesidad de recordarles en público a sus generales que ellos están bajo el mando comunista.
Muchos expertos esperan que Raúl Castro siga el modelo chino. Señalan que ha viajado a Beijing en numerosas oportunidades y que ya en 1997 expresaba su admiración por la combinación de un implacable control político y una economía de mercado. Consideran también que las señales que envió en 2001, sugiriendo alguna forma de «normalización» de las relaciones con los Estados Unidos, delatan a un pragmático escondido. Carlos Alberto Montaner, dirigente de la Unión Liberal Cubana, un grupo político del exilio, cree que «Raúl no tiene otra opción que empezar a avanzar hacia una transición». William Ratliff, un investigador de la Hoover Institution de Stanford que ha seguido de cerca los sucesos de Cuba y de China y realizado extensas entrevistas con importantes dirigentes en ambos países, me dijo que «la estrategia de supervivencia entrará en acción», es decir que Raúl y sus compinches, conscientes de que los cubanos no serán fáciles de controlar con Fidel fuera de combate, jugarán la carta china e intentarán generar una cierta prosperidad a fin de sobrevivir. «No apostaría mi jubilación a lo que Raúl haga, pero tal vez apostaría la mitad de ella».
Esta perspectiva tiene mucho peso y varios elementos parecerían apuntar en esa dirección. Sin embargo, tiendo a pensar que el escenario más probable es una lucha de poder en la cual Raúl Castro tratará de evitar el cambio. El resultado de esa contienda es incierto, pero ella hará que incluso una apertura parcial del sistema entrañe riesgos para Raúl y los otros. La lucha enfrentará probablemente a los tradicionalistas con una facción lo suficientemente astuta como para darse cuenta que sólo una transición hacia la democracia y una economía de mercado tiene sentido para ellos y los demás.
Fidel Castro coqueteó con el modelo chino entre 1992 y 1997, cuando, ansioso por sobrevivir al colapso del imperio soviético que lo había subsidiado por la friolera de $6 mil millones anuales durante tres décadas, permitió las remesas de dinero de los cubanos exiliados, el turismo, los emprendimientos conjuntos entre las empresas estatales y los inversores extranjeros, y los restaurantes caseros conocidos como “paladares”.
Fue la tercera fase de la historia económica de la revolución. Primero tuvo lugar la “debacle” de comienzos de los años 60, cuando el modelo de industrialización del Che Guevara basado en la planificación centralizada destruyó la economía. Luego vino la era colonial: Castro enviaba azúcar a los soviéticos, a cambio de petróleo, algunas plantas industriales y equipamiento militar. El colapso de la Unión Soviética puso fin a eso. La tercera fase – un tenue versión del modelo chino – gradualmente concluyó a finales de los 90. La cuarta y actual fase de dependencia total con respecto a Hugo Chávez, quien envía a Cuba 100.000 barriles diarios de crudo refinado, alimentos, y algunos materiales para la construcción a cambio de algunos miles de médicos y asesoría para la construcción de un estado policial, era la apuesta de Castro para los años venideros.
La razón por la cual Castro detuvo las reformas en los 90 fue perfectamente razonable: se percató de que pronto surgirían centros de poder más allá de su control, subvirtiendo la premisa del gobierno unipersonal. En el sistema cubano, sólo un hombre podría revertir el rumbo ahora mismo y desempeñar, una vez más, el rol de trasvesti ideológico sin perder la lealtad de todo el régimen: el propio Fidel Castro. Raúl ha expresado esporádicamente su admiración por China y sugerido la posibilidad de llegar a algún arreglo con Washington, pero es también uno de los dirigentes revolucionarios más despiadados. Su nombre se asocia a muchas de las ejecuciones que han tenido lugar en Cuba; ha jugado un rol primordial en las purgas que periódicamente han sacudido a las fuerzas armadas, incluida la que envió a los generales Arnaldo Ochoa y Antonio de la Guardia al paredón en 1989. Sabe que cualquier intento por revertir el curso y cuestionar el legado de Fidel Castro lo volvería vulnerable a facciones que podrían enfrentársele invocando los auténticos principios de la revolución (quizás utilizando la ley sancionada en junio de este año).
El otro escenario posible — la perpetuación de la revolución sin Fidel Castro — es también improbable. Se trata de un régimen que ha enviado a miles de personas a la muerte ya sea ejecutándolas, haciendo que escapen en balsas que desaparecieron en las aguas infestadas de tiburones del estrecho de la Florida, o enviándolos a librar guerras en el África. Ha provocado que una quinta parte de la población se marche al exilio y convertido a la que en 1959 era una de las tres economías más exitosas de América Latina en un país limosnero. Solamente la férrea lealtad a Fidel Castro de parte de la estructura comunista y la aplastante maquinaria de represión personalmente subordinada a él ha sido capaz de preservar la unidad del gobierno ante tal atroz sufrimiento por parte del pueblo. Raúl, un septuagenario enfermo con fama de gran bebedor, no posee nada que se parezca a la legitimidad de su hermano. Sus subordinados cercanos en el ejército, los generales Julio Casas y Abelardo Colomé, y su yerno, el teniente Luis Alberto Rodríguez, no bastan para garantizarle un trayecto sin problemas durante los próximos años.
Por consiguiente, una lucha de poder es lo más probable, quizás relativamente pronto. No hay forma de saber si será un enfrentamiento pacífico o si una facción harta de esta colosal farsa revolucionaria prevalecerá e iniciará un periodo de transición. Pero al menos sabemos, a juzgar por la experiencia de las dos últimas décadas alrededor del mundo, que una de las últimas cinco tiranías comunistas que quedan en el planeta está agonizando. іViva Cuba libre!
¿Cuba Libre?
Exceptuando un inesperado regreso de Fidel Castro, la cuestión fundamental en Cuba es ahora sí Raúl Castro está en condiciones de perpetuar al régimen comunista, o sí los políticos (en el Consejo de Estado), los ideólogos (en el Partido Comunista) y los soldados (en las fuerzas armadas) – y las facciones dentro de cada grupo – iniciarán una lucha de poder.
el comunicado mediante el cual le traspasó el poder a su hermano, Fidel Castro puso tres instituciones bajo el control de Raúl mientras les delegaba otras responsabilidades a diversos amigotes. Esas tres instituciones – el Partido Comunista, el Consejo de Estado y las fuerzas armadas – son las que, en el vacío que probablemente sobrevendrá al ocaso del mesiánico liderazgo de cinco décadas de Castro, podrían librar un conflicto abierto.
Ha habido signos recientes de lucha de poder aun antes del traspaso del poder. El más elocuente es una ley sancionada por la Asamblea Nacional el 9 de junio y en gran medida pasada por alto por los analistas extranjeros. Ella concede a los subordinados autorización para impugnar las decisiones de sus dirigentes si contravienen la ley comunista. Pocas semanas después, Raúl Castro ofreció un discurso en el cual sostuvo que, en caso de que su hermano fuese incapaz de continuar, la conducción recaerá en el «Partido Comunista»—un modo de reafirmar la subordinación de los generales a los ideólogos. Si se considera que Raúl fue el ministro de las Fuerzas Armadas, resulta particularmente interesante que sintiera la necesidad de recordarles en público a sus generales que ellos están bajo el mando comunista.
Muchos expertos esperan que Raúl Castro siga el modelo chino. Señalan que ha viajado a Beijing en numerosas oportunidades y que ya en 1997 expresaba su admiración por la combinación de un implacable control político y una economía de mercado. Consideran también que las señales que envió en 2001, sugiriendo alguna forma de «normalización» de las relaciones con los Estados Unidos, delatan a un pragmático escondido. Carlos Alberto Montaner, dirigente de la Unión Liberal Cubana, un grupo político del exilio, cree que «Raúl no tiene otra opción que empezar a avanzar hacia una transición». William Ratliff, un investigador de la Hoover Institution de Stanford que ha seguido de cerca los sucesos de Cuba y de China y realizado extensas entrevistas con importantes dirigentes en ambos países, me dijo que «la estrategia de supervivencia entrará en acción», es decir que Raúl y sus compinches, conscientes de que los cubanos no serán fáciles de controlar con Fidel fuera de combate, jugarán la carta china e intentarán generar una cierta prosperidad a fin de sobrevivir. «No apostaría mi jubilación a lo que Raúl haga, pero tal vez apostaría la mitad de ella».
Esta perspectiva tiene mucho peso y varios elementos parecerían apuntar en esa dirección. Sin embargo, tiendo a pensar que el escenario más probable es una lucha de poder en la cual Raúl Castro tratará de evitar el cambio. El resultado de esa contienda es incierto, pero ella hará que incluso una apertura parcial del sistema entrañe riesgos para Raúl y los otros. La lucha enfrentará probablemente a los tradicionalistas con una facción lo suficientemente astuta como para darse cuenta que sólo una transición hacia la democracia y una economía de mercado tiene sentido para ellos y los demás.
Fidel Castro coqueteó con el modelo chino entre 1992 y 1997, cuando, ansioso por sobrevivir al colapso del imperio soviético que lo había subsidiado por la friolera de $6 mil millones anuales durante tres décadas, permitió las remesas de dinero de los cubanos exiliados, el turismo, los emprendimientos conjuntos entre las empresas estatales y los inversores extranjeros, y los restaurantes caseros conocidos como “paladares”.
Fue la tercera fase de la historia económica de la revolución. Primero tuvo lugar la “debacle” de comienzos de los años 60, cuando el modelo de industrialización del Che Guevara basado en la planificación centralizada destruyó la economía. Luego vino la era colonial: Castro enviaba azúcar a los soviéticos, a cambio de petróleo, algunas plantas industriales y equipamiento militar. El colapso de la Unión Soviética puso fin a eso. La tercera fase – un tenue versión del modelo chino – gradualmente concluyó a finales de los 90. La cuarta y actual fase de dependencia total con respecto a Hugo Chávez, quien envía a Cuba 100.000 barriles diarios de crudo refinado, alimentos, y algunos materiales para la construcción a cambio de algunos miles de médicos y asesoría para la construcción de un estado policial, era la apuesta de Castro para los años venideros.
La razón por la cual Castro detuvo las reformas en los 90 fue perfectamente razonable: se percató de que pronto surgirían centros de poder más allá de su control, subvirtiendo la premisa del gobierno unipersonal. En el sistema cubano, sólo un hombre podría revertir el rumbo ahora mismo y desempeñar, una vez más, el rol de trasvesti ideológico sin perder la lealtad de todo el régimen: el propio Fidel Castro. Raúl ha expresado esporádicamente su admiración por China y sugerido la posibilidad de llegar a algún arreglo con Washington, pero es también uno de los dirigentes revolucionarios más despiadados. Su nombre se asocia a muchas de las ejecuciones que han tenido lugar en Cuba; ha jugado un rol primordial en las purgas que periódicamente han sacudido a las fuerzas armadas, incluida la que envió a los generales Arnaldo Ochoa y Antonio de la Guardia al paredón en 1989. Sabe que cualquier intento por revertir el curso y cuestionar el legado de Fidel Castro lo volvería vulnerable a facciones que podrían enfrentársele invocando los auténticos principios de la revolución (quizás utilizando la ley sancionada en junio de este año).
El otro escenario posible — la perpetuación de la revolución sin Fidel Castro — es también improbable. Se trata de un régimen que ha enviado a miles de personas a la muerte ya sea ejecutándolas, haciendo que escapen en balsas que desaparecieron en las aguas infestadas de tiburones del estrecho de la Florida, o enviándolos a librar guerras en el África. Ha provocado que una quinta parte de la población se marche al exilio y convertido a la que en 1959 era una de las tres economías más exitosas de América Latina en un país limosnero. Solamente la férrea lealtad a Fidel Castro de parte de la estructura comunista y la aplastante maquinaria de represión personalmente subordinada a él ha sido capaz de preservar la unidad del gobierno ante tal atroz sufrimiento por parte del pueblo. Raúl, un septuagenario enfermo con fama de gran bebedor, no posee nada que se parezca a la legitimidad de su hermano. Sus subordinados cercanos en el ejército, los generales Julio Casas y Abelardo Colomé, y su yerno, el teniente Luis Alberto Rodríguez, no bastan para garantizarle un trayecto sin problemas durante los próximos años.
Por consiguiente, una lucha de poder es lo más probable, quizás relativamente pronto. No hay forma de saber si será un enfrentamiento pacífico o si una facción harta de esta colosal farsa revolucionaria prevalecerá e iniciará un periodo de transición. Pero al menos sabemos, a juzgar por la experiencia de las dos últimas décadas alrededor del mundo, que una de las últimas cinco tiranías comunistas que quedan en el planeta está agonizando. іViva Cuba libre!
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