Washington, DC—A veces, los medios impresos entran en pánico acerca de los medios impresos. La semana pasada, la revista The Economist vociferaba desde su portada “¿Quién mató al periódico?” mientras que The New York Times publicó un exhaustivo trabajo sobre la venta de Knight Ridder, la segunda cadena más grande de periódicos de los Estados Unidos, que trataba al caso como un precursor de la tendencia en la industria de los diarios.
Recuerdo encontrarme sentado alrededor de una mesa en mi despacho como director de editoriales para uno de los periódicos de la empresa Knight Rider a comienzos de los años 90, escuchando a Tony Ridder, el presidente del grupo, explicar que la tecnología estaba convirtiendo en obsoletos a los diarios tal como los conocíamos. Precisábamos adaptarnos a la revolución que se avecina: la de los flujos de información digital, interactiva y personalizada. Doce años más tarde, es víctima de aquello que de modo tan elocuente predijo. Obligado por Private Capital Management, un accionista importante, tuvo que consentir la venta del imperio tras probar todas las opciones: la reducción de costos, la recompra de acciones y el deshacerse de algunos periódicos. Y desapareció Knight Ridder, con sus 32 periódicos y una circulación combinada de 3,7 millones, a manos de McClatchy Co..
Con excepciones tales como China e India, la lenta declinación de la industria de los periódicos es una tendencia mundial. El gran error que han cometido los diarios de los Estados Unidos, Europa, y América Latina en respuesta al nuevo contexto es el de tratarlo como un desafío financiero y tecnológico en vez de un fenómeno cultural.
La respuesta de los diarios durante la década pasada—y Knight Ridder es un buen ejemplo pero no el único—ha consistido principalmente en dos cosas: la reestructuración de sus finanzas y el suministro de versiones online de sus productos impresos. Todo lo demás—incluida la creación de nuevos negocios en torno a sus marcas prestigiosas o el ingreso en la TV por cable—fue pensado para salvar al modo tradicional de ofrecer las noticias. El resultado es este aullido novelesco.
El cambio cultural que está teniendo lugar respecto de la información equivale a una descentralización del poder. Steve Greenhut del Orange County Register lo expresó primorosamente cuando escribió que “esto es el equivalente a la Reforma Protestante para los medios, donde cada hombre puede convertirse en su propio papa, o en este caso en su propio editor”. La tecnología ha ayudado a acelerar este cambio, al igual que la tecnología ayudó a acelerar el tránsito desde la sociedad agrícola a la industrial o desde la sociedad industrial a la de los servicios. Pero la tecnología es apenas un medio. El meollo de la cuestión tiene que ver con la percepción popular de que el poder se encuentra actualmente en sus manos en virtud de que pueden competir con los gigantes tradicionales.
La industria de los periódicos ha venido en gran medida tratando a la nueva tecnología como un fin en sí mismo, creyendo que la combinación de una marca bien conocida y una llamativa página en Internet funcionaría. Bien, esos websites han atraído a lectores online pero no han ayudado a detener las perspectivas de mediano plazo de sus organizaciones hermanas. Los ingresos publicitarios de Internet representan en promedio no más del 10 por ciento del total de los ingresos por publicidad debido a que los lectores online de los periódicos todavía tienen una importancia pequeña para los anunciantes. Los diarios necesitan expandir su círculo de lectores en Internet de un modo muy sustancial y, particularmente, persuadir a sus lectores online de que permanezcan conectados a sus versiones digitales por mucho más tiempo. La forma de hacerlo es la de adoptar el cambio cultural.
La gente desea más control sobre lo que leen, miran, y escuchan. Algunas organizaciones han comprendido esto. Por ejemplo, OhmyNews de Corea del Sur ofrece un periódico online escrito por lo que ellos denominan “el ciudadano reportero”, queriendo significar que cualquiera puede enviar relatos noticiosos que luego serán examinados por un plantel de unos 50 directores. No todas las historias son publicadas, pero el periódico cuenta actualmente con más de 40.000 reporteros. Ese se apenas un ejemplo.
Vin Crosbie, un consultor de noticias online, afirma que la “personalización en masa de las ediciones de cada día” es el único camino para salvar a los periódicos. Con esto se refiere no tan solo a la personalización del despacho de las noticias a través de Internet y dispositivos portátiles sino también el empleo de imprentas digitales para imprimir miles de ediciones al gusto del cliente.
Los individuos han descubierto que pueden hacer por sí mismos la clase de selección que el periódico tradicional ha hecho por ellos desde comienzos del siglo 17. Los lectores y espectadores se percatan de que pueden participar en el proceso de selección mediante la creación de su propia amalgama de información. Por el momento eso solo implica saltar de un medio online a otro según los diversos rubros que el lector esté buscando.
En los viejos tiempos, solían llamarlo elección y libertad. Hoy día lo llamamos homicidio. Nadie mató al periódico. Ocurre tan solo que la información, que acostumbraba a fluir de arriba hacia abajo, está ahora comenzando a fluir de abajo hacia arriba.
Nadie mató al periódico
Washington, DC—A veces, los medios impresos entran en pánico acerca de los medios impresos. La semana pasada, la revista The Economist vociferaba desde su portada “¿Quién mató al periódico?” mientras que The New York Times publicó un exhaustivo trabajo sobre la venta de Knight Ridder, la segunda cadena más grande de periódicos de los Estados Unidos, que trataba al caso como un precursor de la tendencia en la industria de los diarios.
Recuerdo encontrarme sentado alrededor de una mesa en mi despacho como director de editoriales para uno de los periódicos de la empresa Knight Rider a comienzos de los años 90, escuchando a Tony Ridder, el presidente del grupo, explicar que la tecnología estaba convirtiendo en obsoletos a los diarios tal como los conocíamos. Precisábamos adaptarnos a la revolución que se avecina: la de los flujos de información digital, interactiva y personalizada. Doce años más tarde, es víctima de aquello que de modo tan elocuente predijo. Obligado por Private Capital Management, un accionista importante, tuvo que consentir la venta del imperio tras probar todas las opciones: la reducción de costos, la recompra de acciones y el deshacerse de algunos periódicos. Y desapareció Knight Ridder, con sus 32 periódicos y una circulación combinada de 3,7 millones, a manos de McClatchy Co..
Con excepciones tales como China e India, la lenta declinación de la industria de los periódicos es una tendencia mundial. El gran error que han cometido los diarios de los Estados Unidos, Europa, y América Latina en respuesta al nuevo contexto es el de tratarlo como un desafío financiero y tecnológico en vez de un fenómeno cultural.
La respuesta de los diarios durante la década pasada—y Knight Ridder es un buen ejemplo pero no el único—ha consistido principalmente en dos cosas: la reestructuración de sus finanzas y el suministro de versiones online de sus productos impresos. Todo lo demás—incluida la creación de nuevos negocios en torno a sus marcas prestigiosas o el ingreso en la TV por cable—fue pensado para salvar al modo tradicional de ofrecer las noticias. El resultado es este aullido novelesco.
El cambio cultural que está teniendo lugar respecto de la información equivale a una descentralización del poder. Steve Greenhut del Orange County Register lo expresó primorosamente cuando escribió que “esto es el equivalente a la Reforma Protestante para los medios, donde cada hombre puede convertirse en su propio papa, o en este caso en su propio editor”. La tecnología ha ayudado a acelerar este cambio, al igual que la tecnología ayudó a acelerar el tránsito desde la sociedad agrícola a la industrial o desde la sociedad industrial a la de los servicios. Pero la tecnología es apenas un medio. El meollo de la cuestión tiene que ver con la percepción popular de que el poder se encuentra actualmente en sus manos en virtud de que pueden competir con los gigantes tradicionales.
La industria de los periódicos ha venido en gran medida tratando a la nueva tecnología como un fin en sí mismo, creyendo que la combinación de una marca bien conocida y una llamativa página en Internet funcionaría. Bien, esos websites han atraído a lectores online pero no han ayudado a detener las perspectivas de mediano plazo de sus organizaciones hermanas. Los ingresos publicitarios de Internet representan en promedio no más del 10 por ciento del total de los ingresos por publicidad debido a que los lectores online de los periódicos todavía tienen una importancia pequeña para los anunciantes. Los diarios necesitan expandir su círculo de lectores en Internet de un modo muy sustancial y, particularmente, persuadir a sus lectores online de que permanezcan conectados a sus versiones digitales por mucho más tiempo. La forma de hacerlo es la de adoptar el cambio cultural.
La gente desea más control sobre lo que leen, miran, y escuchan. Algunas organizaciones han comprendido esto. Por ejemplo, OhmyNews de Corea del Sur ofrece un periódico online escrito por lo que ellos denominan “el ciudadano reportero”, queriendo significar que cualquiera puede enviar relatos noticiosos que luego serán examinados por un plantel de unos 50 directores. No todas las historias son publicadas, pero el periódico cuenta actualmente con más de 40.000 reporteros. Ese se apenas un ejemplo.
Vin Crosbie, un consultor de noticias online, afirma que la “personalización en masa de las ediciones de cada día” es el único camino para salvar a los periódicos. Con esto se refiere no tan solo a la personalización del despacho de las noticias a través de Internet y dispositivos portátiles sino también el empleo de imprentas digitales para imprimir miles de ediciones al gusto del cliente.
Los individuos han descubierto que pueden hacer por sí mismos la clase de selección que el periódico tradicional ha hecho por ellos desde comienzos del siglo 17. Los lectores y espectadores se percatan de que pueden participar en el proceso de selección mediante la creación de su propia amalgama de información. Por el momento eso solo implica saltar de un medio online a otro según los diversos rubros que el lector esté buscando.
En los viejos tiempos, solían llamarlo elección y libertad. Hoy día lo llamamos homicidio. Nadie mató al periódico. Ocurre tan solo que la información, que acostumbraba a fluir de arriba hacia abajo, está ahora comenzando a fluir de abajo hacia arriba.
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