Caracas – Reina ahora en Venezuela un clima de incertidumbre sobre el futuro, de no poca ansiedad, de tensión y preocupación. Después de las elecciones del 3 de diciembre pasado, en las que Chávez logró otro mandato para gobernar seis años más, el camino ha quedado despejado para que el presidente ponga en práctica su proyecto de llevar al país a ese “socialismo del siglo XXI” que muy pocos entienden y que muchos ven ahora cada vez más parecido al socialismo del siglo XX.
Los anuncios que Chávez ha hecho en los primeros días del año no dejan mucho lugar para las dudas: no se va a renovar la concesión del espacio electromagnético necesaria para que una de las dos televisoras privadas de línea opositora continúe en el aire, se van a nacionalizar las principales empresas eléctricas y de telecomunicaciones y el sector estatal, en conjunto, va a crecer hasta dejar a la empresa privada venezolana reducida a una posición marginal. La constitución se va a reformar pronto, con el apoyo irrestricto del parlamento, para incluir entre otras cosas la ilimitada reelección presidencial y para cambiar la organización político territorial del país, de modo que las alcaldías y los estados pierdan por completo su independencia frente al poder central. También está por aprobarse una ley de educación que suscita bastantes temores, por el duro control estatal que impondría a las escuelas privadas.
Muchos se preguntan en Caracas si Chávez logrará consumar todos estos planes, que le darían un poder verdaderamente dictatorial y absoluto, encaminando al país por un rumbo socialista que en poco se parece al de los suecos y noruegos y en mucho al que tuvieron los soviéticos bajo el comunismo, o el que tienen ahora los cubanos bajo el poder de los hermanos Castro. La respuesta más obvia es que sí, que Chávez tiene los recursos políticos y el control sobre el estado suficiente como para imponer todos los cambios que quiera, pues tiene además un apoyo popular que –si bien no es tan alto como el que quieren mostrar las cifras del Consejo Nacional Electoral- al menos es suficiente como para seguir adelante con sus planes.
Pero el futuro, sin embargo, no está completamente claro. El apoyo que recibe Chávez depende en gran medida de las impresionantes dádivas que él otorga, a través de las llamadas “misiones”, a millones de venezolanos que reciben directamente dinero del estado. No es mucho lo que se da a cada uno, por supuesto, pero a algunos les alcanza sin embargo como para vivir sin trabajar. El gobierno gasta a manos llenas para asegurar su respaldo político y ha creado lo que hasta ahora puede llamarse un “socialismo petrolero”, un extraño sistema en el que la renta que produce el crudo se convierte en su principal sostén para el dominio político sobre el país.
Pero los precios del petróleo, después de la escalada del año pasado, están bajando ahora, mientras los gastos del estado continúan su ascenso constante, porque Chávez necesita mantener su apoyo interno y también su respaldo en el exterior. Esto ha hecho que aumente el déficit fiscal y que Venezuela se esté acercando, a paso más rápido que el previsto, a una de esas crisis que tan bien conocemos en el país, y que tan duramente nos han golpeado en 1983, 1989 y 1994. Porque, para que el gasto público se mantenga en los niveles actuales, el gobierno necesitaría de un barril de petróleo a más de 60 dólares, no a 40 ó 50, como es muy probable que éste se transe en los próximos meses.
¿Qué hará Chávez cuando ya no pueda seguir alimentando a esos millones de seres dependientes que viven del dinero petrolero? ¿Cómo responderá la gente cuando vea que lo que recibe disminuye en su valor debido a la inflación y la depreciación de la moneda? Es en ese punto de la situación, que llegará más tarde o más temprano, que tendrá que definirse realmente el curso de la Revolución Bolivariana que hoy soporta Venezuela. Si Chávez ha logrado para ese momento consolidar su poder dictatorial, es muy posible que pueda establecer en el país un régimen similar al que soporta Cuba, un socialismo totalitario clásico; si no lo ha hecho aún, o si la opinión pública se le vuelve decididamente en contra, es posible que pueda abrirse una etapa de conflictos de magnitud imprevisible.
Es posible que, con su astucia característica, Chávez retroceda en ese momento hacia formas más convencionales de populismo, dejando para más adelante la tarea de concluir su proyecto de autoritarismo socialista; es posible también que, confiando en la victoria, se lance a una última ofensiva, que podrá llevar a Venezuela directamente al camino de la violencia. Venezuela podrá parecerse a la Cuba de Castro, al Irak de Hussein o a la Argentina de Perón, según como se resuelva esta compleja situación. Lo cierto es que, como comprenderá el lector, son muchos los motivos que hay ahora para la incertidumbre y para la generalizada ansiedad en que vivimos.>
El incierto futuro de Venezuela
Caracas – Reina ahora en Venezuela un clima de incertidumbre sobre el futuro, de no poca ansiedad, de tensión y preocupación. Después de las elecciones del 3 de diciembre pasado, en las que Chávez logró otro mandato para gobernar seis años más, el camino ha quedado despejado para que el presidente ponga en práctica su proyecto de llevar al país a ese “socialismo del siglo XXI” que muy pocos entienden y que muchos ven ahora cada vez más parecido al socialismo del siglo XX.
Los anuncios que Chávez ha hecho en los primeros días del año no dejan mucho lugar para las dudas: no se va a renovar la concesión del espacio electromagnético necesaria para que una de las dos televisoras privadas de línea opositora continúe en el aire, se van a nacionalizar las principales empresas eléctricas y de telecomunicaciones y el sector estatal, en conjunto, va a crecer hasta dejar a la empresa privada venezolana reducida a una posición marginal. La constitución se va a reformar pronto, con el apoyo irrestricto del parlamento, para incluir entre otras cosas la ilimitada reelección presidencial y para cambiar la organización político territorial del país, de modo que las alcaldías y los estados pierdan por completo su independencia frente al poder central. También está por aprobarse una ley de educación que suscita bastantes temores, por el duro control estatal que impondría a las escuelas privadas.
Muchos se preguntan en Caracas si Chávez logrará consumar todos estos planes, que le darían un poder verdaderamente dictatorial y absoluto, encaminando al país por un rumbo socialista que en poco se parece al de los suecos y noruegos y en mucho al que tuvieron los soviéticos bajo el comunismo, o el que tienen ahora los cubanos bajo el poder de los hermanos Castro. La respuesta más obvia es que sí, que Chávez tiene los recursos políticos y el control sobre el estado suficiente como para imponer todos los cambios que quiera, pues tiene además un apoyo popular que –si bien no es tan alto como el que quieren mostrar las cifras del Consejo Nacional Electoral- al menos es suficiente como para seguir adelante con sus planes.
Pero el futuro, sin embargo, no está completamente claro. El apoyo que recibe Chávez depende en gran medida de las impresionantes dádivas que él otorga, a través de las llamadas “misiones”, a millones de venezolanos que reciben directamente dinero del estado. No es mucho lo que se da a cada uno, por supuesto, pero a algunos les alcanza sin embargo como para vivir sin trabajar. El gobierno gasta a manos llenas para asegurar su respaldo político y ha creado lo que hasta ahora puede llamarse un “socialismo petrolero”, un extraño sistema en el que la renta que produce el crudo se convierte en su principal sostén para el dominio político sobre el país.
Pero los precios del petróleo, después de la escalada del año pasado, están bajando ahora, mientras los gastos del estado continúan su ascenso constante, porque Chávez necesita mantener su apoyo interno y también su respaldo en el exterior. Esto ha hecho que aumente el déficit fiscal y que Venezuela se esté acercando, a paso más rápido que el previsto, a una de esas crisis que tan bien conocemos en el país, y que tan duramente nos han golpeado en 1983, 1989 y 1994. Porque, para que el gasto público se mantenga en los niveles actuales, el gobierno necesitaría de un barril de petróleo a más de 60 dólares, no a 40 ó 50, como es muy probable que éste se transe en los próximos meses.
¿Qué hará Chávez cuando ya no pueda seguir alimentando a esos millones de seres dependientes que viven del dinero petrolero? ¿Cómo responderá la gente cuando vea que lo que recibe disminuye en su valor debido a la inflación y la depreciación de la moneda? Es en ese punto de la situación, que llegará más tarde o más temprano, que tendrá que definirse realmente el curso de la Revolución Bolivariana que hoy soporta Venezuela. Si Chávez ha logrado para ese momento consolidar su poder dictatorial, es muy posible que pueda establecer en el país un régimen similar al que soporta Cuba, un socialismo totalitario clásico; si no lo ha hecho aún, o si la opinión pública se le vuelve decididamente en contra, es posible que pueda abrirse una etapa de conflictos de magnitud imprevisible.
Es posible que, con su astucia característica, Chávez retroceda en ese momento hacia formas más convencionales de populismo, dejando para más adelante la tarea de concluir su proyecto de autoritarismo socialista; es posible también que, confiando en la victoria, se lance a una última ofensiva, que podrá llevar a Venezuela directamente al camino de la violencia. Venezuela podrá parecerse a la Cuba de Castro, al Irak de Hussein o a la Argentina de Perón, según como se resuelva esta compleja situación. Lo cierto es que, como comprenderá el lector, son muchos los motivos que hay ahora para la incertidumbre y para la generalizada ansiedad en que vivimos.>
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