Washington, DC—Ninguna de las predicciones de hace diez años con relación al traspaso de Hong Kong de manos británicas a manos chinas resultaron acertadas. China no ha destruido el sistema que ha hecho de Hong Kong la décima economía del mundo, como vaticinaban los pesimistas, pero Hong Kong no ha sido capaz de contagiar sus libertades civiles a la China continental, como esperaban los optimistas.
El hecho de que China no haya arruinado Hong Kong no significa que no se haya entrometido. Lo ha hecho en la política, la judicatura y la economía. La interferencia política más obvia fue el reemplazo de la legislatura democráticamente elegida en tiempos de Chris Patten, el último gobernador británico, por un organismo mixto en el que los demócratas están en minoría a pesar de contar, como sucedió en los últimos comicios, con el 60 por ciento de los sufragios.
La intervención de Beijing en el poder judicial de Hong Kong se vio, por ejemplo, con la revocación del fallo a favor del sufragio universal por parte de la Corte Final de Apelaciones, el más alto –y muy respetado— tribunal de la llamada “región administrativa especial”. La intervención de las autoridades comunistas en cuestiones económicas impidió a PCCW, la mayor empresa de telecomunicaciones de Hong Kong, vender a extranjeros sus principales activos.
Pero la gran noticia de los últimos diez años es que estas embestidas por parte del gobierno chino no denotan tanto la naturaleza autoritaria del Partido Comunista como la capacidad de resistencia de Hong Kong gracias a lo decididos que están sus ciudadanos a preservar su modelo. Cada vez que los ciudadanos de los Nuevos Territorios han percibido una intromisión grave de parte de China continental, han reaccionado enérgicamente. Hace pocos años, salieron a las calles para protestar contra una ley que hubiese cercenado sus libertades civiles, obligando a Beijing a dar marcha atrás. Al mismo tiempo, los ciudadanos de Hong Kong han evitado acciones violentas que hubiesen dado a Beijing un pretexto perfecto para aplicar tácticas como las de “Tiananmen” y aplastar el experimento conocido como “un país, dos sistemas”.
Es tal la fortaleza de las instituciones que protegen los derechos de propiedad y las libertades civiles en Hong Kong, que solamente una intervención armada a gran escala podría destruirlas a estas alturas—algo que Beijing desea evitar debido al alto costo que tendría. Ese es un mérito que hay que atribuir también al pueblo de Hong Kong, que ha sabido combinar el coraje cívico con la prudencia política.
Las institutiones de Hong Kong no sólo han sobrevivido a las intromisiones de Beijing: también ha vencido grandes desafíos como la crisis financiera de fines de la década del 90 y, más recientemente, la epidemia de SARS, que hubieran herido de gravedad a una sociedad menos abierta.
Aún cuando constituyen una de las más libres del mundo, los habitantes de Hong Kong son perfectamente conscientes de sus limitaciones políticas. No eligen a sus gobernantes, ni su gobierno, personificado por el “ejecutivo principal”, rinde cuentas a los contribuyentes. Otros problemas derivados de este hecho limitan algunas de sus libertades civiles: una investigación reciente de la revista The Economist indica que la autocensura es común en los medios informativos.
China ha roto las promesas democráticas realizadas desde la “Declaración conjunta” con la que Londres y Beijing iniciaron en 1984 el largo traspaso. Incluso la Ley Básica, es decir la Constitución de los Nuevos Territorios, promete libertad política.
China sabe que la democratización de Hong Kong agitaría las cosas en otras regiones, empezando por la provincia vecina, y sumamente importante, de Guandong. Pero, por el momento, el gobierno comunista se conforma sólo con contener, en lugar de aplastar, las aspiraciones de los ciudadanos de Hong Kong. En esta como en otras áreas, el mérito recae sobre la madurez cívica de los habitantes de aquel territorio.
Si las cosas siguen así durante otros diez años, será difícil que las aspiraciones de Hong Kong sigan sin materializarse. Sus ciudadanos han sido capaces de preservar su sistema contra todas las expectativas. Muchos de los jerarcas chinos están envejeciendo y es probable que la determinación de las nuevas generaciones de líderes comunistas a la hora de impedir la apertura política de Hong Kong sea menor que el ansia de los ciudadanos de Hong Kong de ser plenamente ser libres.
(c) 2007, The Washington Post Writers Group
La sabiduría de Hong Kong
Washington, DC—Ninguna de las predicciones de hace diez años con relación al traspaso de Hong Kong de manos británicas a manos chinas resultaron acertadas. China no ha destruido el sistema que ha hecho de Hong Kong la décima economía del mundo, como vaticinaban los pesimistas, pero Hong Kong no ha sido capaz de contagiar sus libertades civiles a la China continental, como esperaban los optimistas.
El hecho de que China no haya arruinado Hong Kong no significa que no se haya entrometido. Lo ha hecho en la política, la judicatura y la economía. La interferencia política más obvia fue el reemplazo de la legislatura democráticamente elegida en tiempos de Chris Patten, el último gobernador británico, por un organismo mixto en el que los demócratas están en minoría a pesar de contar, como sucedió en los últimos comicios, con el 60 por ciento de los sufragios.
La intervención de Beijing en el poder judicial de Hong Kong se vio, por ejemplo, con la revocación del fallo a favor del sufragio universal por parte de la Corte Final de Apelaciones, el más alto –y muy respetado— tribunal de la llamada “región administrativa especial”. La intervención de las autoridades comunistas en cuestiones económicas impidió a PCCW, la mayor empresa de telecomunicaciones de Hong Kong, vender a extranjeros sus principales activos.
Pero la gran noticia de los últimos diez años es que estas embestidas por parte del gobierno chino no denotan tanto la naturaleza autoritaria del Partido Comunista como la capacidad de resistencia de Hong Kong gracias a lo decididos que están sus ciudadanos a preservar su modelo. Cada vez que los ciudadanos de los Nuevos Territorios han percibido una intromisión grave de parte de China continental, han reaccionado enérgicamente. Hace pocos años, salieron a las calles para protestar contra una ley que hubiese cercenado sus libertades civiles, obligando a Beijing a dar marcha atrás. Al mismo tiempo, los ciudadanos de Hong Kong han evitado acciones violentas que hubiesen dado a Beijing un pretexto perfecto para aplicar tácticas como las de “Tiananmen” y aplastar el experimento conocido como “un país, dos sistemas”.
Es tal la fortaleza de las instituciones que protegen los derechos de propiedad y las libertades civiles en Hong Kong, que solamente una intervención armada a gran escala podría destruirlas a estas alturas—algo que Beijing desea evitar debido al alto costo que tendría. Ese es un mérito que hay que atribuir también al pueblo de Hong Kong, que ha sabido combinar el coraje cívico con la prudencia política.
Las institutiones de Hong Kong no sólo han sobrevivido a las intromisiones de Beijing: también ha vencido grandes desafíos como la crisis financiera de fines de la década del 90 y, más recientemente, la epidemia de SARS, que hubieran herido de gravedad a una sociedad menos abierta.
Aún cuando constituyen una de las más libres del mundo, los habitantes de Hong Kong son perfectamente conscientes de sus limitaciones políticas. No eligen a sus gobernantes, ni su gobierno, personificado por el “ejecutivo principal”, rinde cuentas a los contribuyentes. Otros problemas derivados de este hecho limitan algunas de sus libertades civiles: una investigación reciente de la revista The Economist indica que la autocensura es común en los medios informativos.
China ha roto las promesas democráticas realizadas desde la “Declaración conjunta” con la que Londres y Beijing iniciaron en 1984 el largo traspaso. Incluso la Ley Básica, es decir la Constitución de los Nuevos Territorios, promete libertad política.
China sabe que la democratización de Hong Kong agitaría las cosas en otras regiones, empezando por la provincia vecina, y sumamente importante, de Guandong. Pero, por el momento, el gobierno comunista se conforma sólo con contener, en lugar de aplastar, las aspiraciones de los ciudadanos de Hong Kong. En esta como en otras áreas, el mérito recae sobre la madurez cívica de los habitantes de aquel territorio.
Si las cosas siguen así durante otros diez años, será difícil que las aspiraciones de Hong Kong sigan sin materializarse. Sus ciudadanos han sido capaces de preservar su sistema contra todas las expectativas. Muchos de los jerarcas chinos están envejeciendo y es probable que la determinación de las nuevas generaciones de líderes comunistas a la hora de impedir la apertura política de Hong Kong sea menor que el ansia de los ciudadanos de Hong Kong de ser plenamente ser libres.
(c) 2007, The Washington Post Writers Group
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