Washington, DC—Cristina Fernández asumió recientemente el mando político en la Argentina. Como era, hasta hace poco, la Primera Dama de ese país, no es enteramente ajena a las responsabilidades que ahora recaen sobre ella. La diferencia, sin embargo, no está en el hecho de que su “estatus” anterior en la Casa Rosada fuera ceremonial y dependiente de su marido, Néstor Kirchner, sino en el hecho de que ella tendrá ahora que revertir la mayor parte de sus políticas populistas si quiere tener éxito.
Es, por supuesto, improbable que lo haga. Un escándalo reciente recordó a los argentinos que la pareja Kirchner es también una férrea sociedad política. El fiscal estadounidense Thomas Mulvihill, pieza clave en el caso judicial relacionado con tres espías venezolanos, reveló en Miami que el maletín que contenía $800,000 y fue confiscado en el aeropuerto de Buenos Aires hace pocas semanas era dinero enviado por el gobierno de Hugo Chávez para la campaña de Cristina. Durante su gestión, Néstor Kirchner fue un aliado cercano de Hugo Chávez y vendió al gobierno de Caracas miles de millones de dólares en bonos soberanos. Cristina ha rechazado la acusación de Thomas Mulvihill y reiterado su apoyo a Chávez.
Los Kirchner se han beneficiado de una bonanza económica que es, en gran parte, artificial. Primero vino la devaluación traumática de 2002, que abarató el turismo y las exportaciones. Luego llegaron los altos precios de los granos y los combustibles argentinos, a los que el Estado aplicó impuestos para aumentar el gasto público. Y finalmente el gobierno anunció a los acreedores privados que no les pagaría más del 25 por ciento del dinero que les debía.
La combinación de estos factores permitió generar un crecimiento de 8 por ciento en promedio en los últimos cuatro años. Muchos argentinos han confundido este rebote con la prosperidad.
Lo cierto es que hay poca inversión privada en ese país y la inflación está subiendo. A pesar de que Kirchner procuró ocultar las cifras de la inflación incluyendo en el cálculo productos cuyos precios están oficialmente controlados, nadie cree, en la Argentina, que la inflación esté por debajo del 20 por ciento. Como si ello no bastara, el país ha ido de crisis energética en crisis energética: los abundantes recursos con que cuentan los argentinos no han podido satisfacer la creciente demanda porque el gobierno de Néstor Kirchner mantuvo las tarifas congeladas a un tercio del valor de mercado, desalentando con ello la inversión. La inversión extranjera directa ha caído cerca de un 30 por ciento en los últimos tres años.
Siguiendo la vieja fórmula populista, la pareja presidencial aumentó el gasto público 200 por ciento y los salarios un 40 por ciento en los últimos cuatro años, manteniendo bajas las tasas de interés, controlando precios y creando empresas estatales. Todo esto ha colocado más dinero en el bolsillo de los argentinos, pero tarde o temprano pagarán un precio. Aquellos que votaron contra Cristina en los principales centros urbanos (la capital de la nación, Córdoba, Santa Fe y otras) probablemente lo presienten.
En línea con la vieja tradición peronista, los Kirchner han concentrado un poder malsano en sus manos (parte de la razón por la cual Cristina ganó los comicios con holgura). Modificaron la estructura del Consejo de la Magistratura, tomando con ello el control del poder judicial. También le pusieron el diente a la maquinaria política de la provincia de Buenos Aires, que representa casi el 40 por ciento del voto nacional. Cristina pretende ahora establecer un sistema corporativista mediante el cual el gobierno negociará las leyes económicas y sociales con grupos que supuestamente representan a la sociedad civil pero que en realidad son parte del engranaje peronista.
De un tiempo a esta parte, las mujeres están teniendo un tremendo impacto en la política latinoamericana. El ascenso de Cristina a la Presidencia le sigue los pasos al de Michelle Bachelet en Chile. Esta tendencia ha sido interpretada correctamente como una señal de que una parte importante del continente ha aceptado la necesidad de que la política trascienda las consideraciones de género. Sin embargo, a diferencia de Chile, un país más institucionalizado que limita el poder de sus gobernantes, la Argentina de Cristina depende fuertemente de sus Presidentes. Eso significa que Cristina tendrá más poder que Bachelet y por tanto una mayor tendencia a erosionar la democracia e incurrir en populismo económico.
Irónicamente, la única forma de que Cristina esté a la altura de las expectativas que ha generado es ejecutando un acto de crueldad matrimonial, es decir deshaciéndose del legado de su marido y cambiando de rumbo drásticamente.
(c) 2007, The Washington Post Writers Group
El espejismo argentino
Washington, DC—Cristina Fernández asumió recientemente el mando político en la Argentina. Como era, hasta hace poco, la Primera Dama de ese país, no es enteramente ajena a las responsabilidades que ahora recaen sobre ella. La diferencia, sin embargo, no está en el hecho de que su “estatus” anterior en la Casa Rosada fuera ceremonial y dependiente de su marido, Néstor Kirchner, sino en el hecho de que ella tendrá ahora que revertir la mayor parte de sus políticas populistas si quiere tener éxito.
Es, por supuesto, improbable que lo haga. Un escándalo reciente recordó a los argentinos que la pareja Kirchner es también una férrea sociedad política. El fiscal estadounidense Thomas Mulvihill, pieza clave en el caso judicial relacionado con tres espías venezolanos, reveló en Miami que el maletín que contenía $800,000 y fue confiscado en el aeropuerto de Buenos Aires hace pocas semanas era dinero enviado por el gobierno de Hugo Chávez para la campaña de Cristina. Durante su gestión, Néstor Kirchner fue un aliado cercano de Hugo Chávez y vendió al gobierno de Caracas miles de millones de dólares en bonos soberanos. Cristina ha rechazado la acusación de Thomas Mulvihill y reiterado su apoyo a Chávez.
Los Kirchner se han beneficiado de una bonanza económica que es, en gran parte, artificial. Primero vino la devaluación traumática de 2002, que abarató el turismo y las exportaciones. Luego llegaron los altos precios de los granos y los combustibles argentinos, a los que el Estado aplicó impuestos para aumentar el gasto público. Y finalmente el gobierno anunció a los acreedores privados que no les pagaría más del 25 por ciento del dinero que les debía.
La combinación de estos factores permitió generar un crecimiento de 8 por ciento en promedio en los últimos cuatro años. Muchos argentinos han confundido este rebote con la prosperidad.
Lo cierto es que hay poca inversión privada en ese país y la inflación está subiendo. A pesar de que Kirchner procuró ocultar las cifras de la inflación incluyendo en el cálculo productos cuyos precios están oficialmente controlados, nadie cree, en la Argentina, que la inflación esté por debajo del 20 por ciento. Como si ello no bastara, el país ha ido de crisis energética en crisis energética: los abundantes recursos con que cuentan los argentinos no han podido satisfacer la creciente demanda porque el gobierno de Néstor Kirchner mantuvo las tarifas congeladas a un tercio del valor de mercado, desalentando con ello la inversión. La inversión extranjera directa ha caído cerca de un 30 por ciento en los últimos tres años.
Siguiendo la vieja fórmula populista, la pareja presidencial aumentó el gasto público 200 por ciento y los salarios un 40 por ciento en los últimos cuatro años, manteniendo bajas las tasas de interés, controlando precios y creando empresas estatales. Todo esto ha colocado más dinero en el bolsillo de los argentinos, pero tarde o temprano pagarán un precio. Aquellos que votaron contra Cristina en los principales centros urbanos (la capital de la nación, Córdoba, Santa Fe y otras) probablemente lo presienten.
En línea con la vieja tradición peronista, los Kirchner han concentrado un poder malsano en sus manos (parte de la razón por la cual Cristina ganó los comicios con holgura). Modificaron la estructura del Consejo de la Magistratura, tomando con ello el control del poder judicial. También le pusieron el diente a la maquinaria política de la provincia de Buenos Aires, que representa casi el 40 por ciento del voto nacional. Cristina pretende ahora establecer un sistema corporativista mediante el cual el gobierno negociará las leyes económicas y sociales con grupos que supuestamente representan a la sociedad civil pero que en realidad son parte del engranaje peronista.
De un tiempo a esta parte, las mujeres están teniendo un tremendo impacto en la política latinoamericana. El ascenso de Cristina a la Presidencia le sigue los pasos al de Michelle Bachelet en Chile. Esta tendencia ha sido interpretada correctamente como una señal de que una parte importante del continente ha aceptado la necesidad de que la política trascienda las consideraciones de género. Sin embargo, a diferencia de Chile, un país más institucionalizado que limita el poder de sus gobernantes, la Argentina de Cristina depende fuertemente de sus Presidentes. Eso significa que Cristina tendrá más poder que Bachelet y por tanto una mayor tendencia a erosionar la democracia e incurrir en populismo económico.
Irónicamente, la única forma de que Cristina esté a la altura de las expectativas que ha generado es ejecutando un acto de crueldad matrimonial, es decir deshaciéndose del legado de su marido y cambiando de rumbo drásticamente.
(c) 2007, The Washington Post Writers Group
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