Los Estados Unidos son un lugar sorprendente—una de las naciones más ricas y libres sobre la tierra. No obstante en virtud de que Europa posee muchas más culturas y lenguas en una misma área, los estadounidenses comparados con sus hermanos europeos, parecen rústicos campesinos en su conocimiento y comprensión de lo que está aconteciendo en el mundo. Desafortunadamente, esta incapacidad de discernimiento para los asuntos globales a veces afecta también a los líderes y medios de comunicación estadounidenses.
El olvido del pueblo, los políticos y la prensa estadounidense resulta especialmente agudo cuando se trata de las guerras en Irak y Afganistán. En Irak, los medios, siempre preocupados de que pudiesen ser caratulados de “liberales” o “antipatrióticos”, retratan dramáticas mejoras en ese país debido al aumento de las tropas estadounidenses orquestado por el heroico general David Petraeus. En verdad, este retrato ha sido tan halagüeño—y un anzuelo, línea y plomada tan aceptada por el pueblo estadounidense—¡que los republicanos intentarán utilizar al progreso en Irak en contra de los demócratas en las elecciones de 2008! En Afganistán, la cobertura de la prensa ha sido más fidedigna respecto del preocupante resurgimiento del Talibán, pero los medios y los demócratas parecieran pensar que los Estados Unidos aún podrían vencer si más tropas—estadounidenses o de la OTAN—son insertadas, o si los EE.UU. pudiesen lograr que sus sumisos aliados coloquen más de sus fuerzas existentes en el campo de batalla contra los combatientes enemigos. Si el público estadounidense está engañado acerca del incremento de efectivos en Irak, sencillamente es ignorante de lo que está ocurriendo en Afganistán.
A riesgo de ser el “colmo de la negatividad”, sostendré que los Estados Unidos siguen perdiendo—y en ultima instancia serán derrotados—en estas dos pequeñas guerras de guerrillas. Otros están apuntando en la misma dirección. En un importante nuevo libro, Violent Politics: A History of Insurgency, Terrorism, and Guerilla War, from the American Revolution to Iraq, William R. Polk, quien ha experimentado insurgencias en el terreno, concluye de la historia que en el mediano y largo plazo—en ausencia de un genocidio por parte de las fuerzas de contrainsurgencia—los insurgentes casi siempre prevalecen.
Incluso después de perder 650 mil millones de dólares, más de 4.000 vidas estadounidenses y aliadas y decenas o quizás cientos de miles de vidas afganas e iraquíes en estas dos guerras, muchos políticos de los EE.UU. y gran parte de los medios y del publico estadounidense todavía prefiere evitar la sombría realidad de que todo ello ha sido en vano—es decir, que es probable que los Estados Unidos pierdan estas dos guerras interminables.
En Irak, la violencia ha declinado desde sus niveles máximos, pero en verdad comenzó a decaer incluso antes del aumento de los efectivos estadounidenses, primariamente debido a que la severa limpieza étnica había separado a los belicosos sunnitas y chiítas en guetos homogéneos, y porque los Estados Unidos habían comenzado a pagarle a los guerrilleros sunnitas para que patrullen sus áreas locales y combatan a la excesivamente sedienta de sangre (y por ende incompetente) al Qaeda en Irak. Más importante aun, existe evidencia de que las milicias en Irak, como todas las buenas fuerzas guerrilleras, tienen paciencia y meramente están esperando hasta que los Estados Unidos se marchen. Incluso con el incremento de fuerzas, la violencia—aunque reducida—todavía es alta y ninguna reconciliación nacional entre los grupos mutuamente suspicaces ha sido alcanzada.
Y es probable que ninguna lo sea. Décadas de guerras, incluida la invasión y ocupación estadounidense, y demoledoras sanciones económicas internacionales han ensanchado adicionalmente las profundas fisuras sociales en lo que ya era uno de los países más problemáticos del Oriente Medio. Si la obtusa administración Bush se hubiese preocupado por consultar a los académicos especializados en los asuntos árabes antes de lanzar su infortunada invasión y ocupación, hubiese sabido que el Irak acosado por las facciones, un país artificial ideado por los británicos después de la Primera Guerra Mundial, era el menos probable de prácticamente cualquier nación en el Oriente Medio en aceptar una democracia liberal y federada. El nivel de ingresos y cooperación social son demasiados bajos para que una democracia liberal sea sostenible. Incluso si el gobierno iraquí lograse sancionar todas las leyes clave que desea la administración Bush (improbable, dado que el concejo del presidente acaba de vetar una ley para la celebración de elecciones locales), la subyacente fragmentación social convertirá a dichas leyes en meros ejercicios de papel, en virtud de que nadie las honrará. El incremento de los efectivos estadounidenses es meramente un dedo en el dique, impidiendo de manera temporaria a estas titánicas fuerzas sociales enfrentarse en una completa guerra civil.
Afganistán, como Irak, es un territorio tribal naturalmente descentralizado. La continua ocupación estadounidense y aliada meramente esta fomentando un resurgimiento del Talibán allí y de elementos islámicos radicales en Pakistán, un país con armas nucleares. Los esfuerzos coercitivos contra las drogas de los EE.UU. y del gobierno afgano están exacerbando adicionalmente el auge del Talibán, en la medida que los cultivadores de amapola le pagan al Talibán por protección. En verdad, el rol del presidente Hamid Karzai es solamente el de alcalde de Kabul; los jefes de las milicias controlan el resto del país. Los medios, el publico estadounidense e incluso los demócratas creen que Afganistán es algo que se debe ganar en la guerra contra el terror. Sin embargo, Osama bin Laden y Ayman al Zawahiri, los lideres de al Qaeda, probablemente se encuentran en Pakistán—no Afganistán. Para tener la mejor oportunidad de capturar o matar a estos cabecillas terroristas, quizás, por una vez, el gobierno estadounidense debería concentrar sus esfuerzos y bastos recursos allí donde es probable que estén.
Para lograr poner la mira sobre los perpetradores del 11 de septiembre, el próximo presidente de los Estados Unidos podría realmente sacar provecho de la apatía del pueblo estadounidense por las cuestiones extranjeras, acotar las perdidas de los EE.UU. y retirar inmediatamente a las fuerzas estadounidenses tanto de Afganistán como de Irak—dos atolladeros que están generando nuevos terroristas radicales como reacción a la ocupación de tierras musulmanas por quienes no lo son.
Traducido por Gabriel Gasave
La aceptación de la realidad no es un vicio y ser olvidadizo no es ninguna virtud
Los Estados Unidos son un lugar sorprendente—una de las naciones más ricas y libres sobre la tierra. No obstante en virtud de que Europa posee muchas más culturas y lenguas en una misma área, los estadounidenses comparados con sus hermanos europeos, parecen rústicos campesinos en su conocimiento y comprensión de lo que está aconteciendo en el mundo. Desafortunadamente, esta incapacidad de discernimiento para los asuntos globales a veces afecta también a los líderes y medios de comunicación estadounidenses.
El olvido del pueblo, los políticos y la prensa estadounidense resulta especialmente agudo cuando se trata de las guerras en Irak y Afganistán. En Irak, los medios, siempre preocupados de que pudiesen ser caratulados de “liberales” o “antipatrióticos”, retratan dramáticas mejoras en ese país debido al aumento de las tropas estadounidenses orquestado por el heroico general David Petraeus. En verdad, este retrato ha sido tan halagüeño—y un anzuelo, línea y plomada tan aceptada por el pueblo estadounidense—¡que los republicanos intentarán utilizar al progreso en Irak en contra de los demócratas en las elecciones de 2008! En Afganistán, la cobertura de la prensa ha sido más fidedigna respecto del preocupante resurgimiento del Talibán, pero los medios y los demócratas parecieran pensar que los Estados Unidos aún podrían vencer si más tropas—estadounidenses o de la OTAN—son insertadas, o si los EE.UU. pudiesen lograr que sus sumisos aliados coloquen más de sus fuerzas existentes en el campo de batalla contra los combatientes enemigos. Si el público estadounidense está engañado acerca del incremento de efectivos en Irak, sencillamente es ignorante de lo que está ocurriendo en Afganistán.
A riesgo de ser el “colmo de la negatividad”, sostendré que los Estados Unidos siguen perdiendo—y en ultima instancia serán derrotados—en estas dos pequeñas guerras de guerrillas. Otros están apuntando en la misma dirección. En un importante nuevo libro, Violent Politics: A History of Insurgency, Terrorism, and Guerilla War, from the American Revolution to Iraq, William R. Polk, quien ha experimentado insurgencias en el terreno, concluye de la historia que en el mediano y largo plazo—en ausencia de un genocidio por parte de las fuerzas de contrainsurgencia—los insurgentes casi siempre prevalecen.
Incluso después de perder 650 mil millones de dólares, más de 4.000 vidas estadounidenses y aliadas y decenas o quizás cientos de miles de vidas afganas e iraquíes en estas dos guerras, muchos políticos de los EE.UU. y gran parte de los medios y del publico estadounidense todavía prefiere evitar la sombría realidad de que todo ello ha sido en vano—es decir, que es probable que los Estados Unidos pierdan estas dos guerras interminables.
En Irak, la violencia ha declinado desde sus niveles máximos, pero en verdad comenzó a decaer incluso antes del aumento de los efectivos estadounidenses, primariamente debido a que la severa limpieza étnica había separado a los belicosos sunnitas y chiítas en guetos homogéneos, y porque los Estados Unidos habían comenzado a pagarle a los guerrilleros sunnitas para que patrullen sus áreas locales y combatan a la excesivamente sedienta de sangre (y por ende incompetente) al Qaeda en Irak. Más importante aun, existe evidencia de que las milicias en Irak, como todas las buenas fuerzas guerrilleras, tienen paciencia y meramente están esperando hasta que los Estados Unidos se marchen. Incluso con el incremento de fuerzas, la violencia—aunque reducida—todavía es alta y ninguna reconciliación nacional entre los grupos mutuamente suspicaces ha sido alcanzada.
Y es probable que ninguna lo sea. Décadas de guerras, incluida la invasión y ocupación estadounidense, y demoledoras sanciones económicas internacionales han ensanchado adicionalmente las profundas fisuras sociales en lo que ya era uno de los países más problemáticos del Oriente Medio. Si la obtusa administración Bush se hubiese preocupado por consultar a los académicos especializados en los asuntos árabes antes de lanzar su infortunada invasión y ocupación, hubiese sabido que el Irak acosado por las facciones, un país artificial ideado por los británicos después de la Primera Guerra Mundial, era el menos probable de prácticamente cualquier nación en el Oriente Medio en aceptar una democracia liberal y federada. El nivel de ingresos y cooperación social son demasiados bajos para que una democracia liberal sea sostenible. Incluso si el gobierno iraquí lograse sancionar todas las leyes clave que desea la administración Bush (improbable, dado que el concejo del presidente acaba de vetar una ley para la celebración de elecciones locales), la subyacente fragmentación social convertirá a dichas leyes en meros ejercicios de papel, en virtud de que nadie las honrará. El incremento de los efectivos estadounidenses es meramente un dedo en el dique, impidiendo de manera temporaria a estas titánicas fuerzas sociales enfrentarse en una completa guerra civil.
Afganistán, como Irak, es un territorio tribal naturalmente descentralizado. La continua ocupación estadounidense y aliada meramente esta fomentando un resurgimiento del Talibán allí y de elementos islámicos radicales en Pakistán, un país con armas nucleares. Los esfuerzos coercitivos contra las drogas de los EE.UU. y del gobierno afgano están exacerbando adicionalmente el auge del Talibán, en la medida que los cultivadores de amapola le pagan al Talibán por protección. En verdad, el rol del presidente Hamid Karzai es solamente el de alcalde de Kabul; los jefes de las milicias controlan el resto del país. Los medios, el publico estadounidense e incluso los demócratas creen que Afganistán es algo que se debe ganar en la guerra contra el terror. Sin embargo, Osama bin Laden y Ayman al Zawahiri, los lideres de al Qaeda, probablemente se encuentran en Pakistán—no Afganistán. Para tener la mejor oportunidad de capturar o matar a estos cabecillas terroristas, quizás, por una vez, el gobierno estadounidense debería concentrar sus esfuerzos y bastos recursos allí donde es probable que estén.
Para lograr poner la mira sobre los perpetradores del 11 de septiembre, el próximo presidente de los Estados Unidos podría realmente sacar provecho de la apatía del pueblo estadounidense por las cuestiones extranjeras, acotar las perdidas de los EE.UU. y retirar inmediatamente a las fuerzas estadounidenses tanto de Afganistán como de Irak—dos atolladeros que están generando nuevos terroristas radicales como reacción a la ocupación de tierras musulmanas por quienes no lo son.
Traducido por Gabriel Gasave
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