Washington, DC—La victoria de Hugo Chávez en el reciente referendo constitucional de Venezuela le permitirá postularse a la reelección para toda la vida. Pero no significa que pronto será capaz de establecer el Estado totalitario que anhela con tanto ardor.
Los pesimistas apuntan que, tras una década de su arribo al poder, Chávez cuenta con fuerte apoyo popular a pesar de la alta inflación, la escasez de alimentos, el crimen rampante y la atmósfera tóxica creada por sus matonerías barriobajeras. Eso es cierto. Al igual que muchos populistas antes que él —Getulio Vargas en el Brasil de los 30´, Juan Perón en la Argentina de los 40´ y 50, Luis Echeverría en el México de los 70´ o Alan García en el Perú de los 80´—, la identificación de muchos venezolanos con Chávez se explica en parte por una predisposición cultural. Esa predisposición tiene preponderancia, a la hora de juzgar al líder, sobre los resultados económicos o las consideraciones morales.
Aunque esta vez la oposición no logró derrotarlo, el referendo confirmó que Chávez tiene enfrente a millones de venezolanos que aborrecen su régimen antediluviano. La oposición obtuvo el 45,6 por ciento de los sufragios: casi 9 puntos porcentuales más que en 2006, cuando Chávez logró su tercer mandato. El voto del “No” triunfó en cinco estados clave y consiguió más del 40 por ciento en otros nueve. Sólo en uno de los varios estados gobernados por la oposición pudo trunfar el “Sí”. Y perdió en Mérida, un estado (des)gobernado por un pelele chavista.
Si en los comicios legislativos del próximo año la oposición obtiene resultados parecidos, controlará casi la mitad de la Asamblea Nacional: sin duda un gran cambio en la composición de fuerzas con respecto a lo que sucede ahora, pues Chávez acapara el poder legislativo por la decisión de la oposición de abstenerse en 2005.
Quizás lo más alentador del resultado sea la constatación de que la base de Chávez en los grandes centros urbanos, donde se concentran muchas de las principales barriadas de Venezuela, está seriamente erosionada: su poder depende cada vez más de las áreas rurales o provinciales del país. El simbolismo de la derrota de Chávez en el Petare, una importante barriada de Caracas, no debe subestimarse. La continua penetración de la oposición en la antigua base de Chávez tiene mucho que ver con la inflación y la escasez de alimentos, un drama social que comprobé hace unos meses durante un extenso recorrido por los barrios más pobres de Caracas. En el contexto de la actual recesión mundial, ese drama tenderá a agudizarse.,/p>
Como tantos otros países latinoamericanos últimamente, Venezuela ha sido capaz de reducir la pobreza —temporalmente, claro— mediante la redistribución de los ingresos generados por la venta de su “commodity” estrella. Según un estudio del Center for Economic and Policy Research, en diez años la pobreza se ha reducido del 43 al 26 por ciento de la población. La circunstancia de que en tantos barrios poplares de Venezuela Chávez esté encontrando resistencia sugiere que la redistribución ha alcanzado su “techo” electoral. Ya no puede ocultar los numerosos males sociales que aquejan a los venezolanos de a pie, incluida la atroz tasa delictiva, superior a la de Colombia.
Para solventar sus importaciones, Venezuela necesita que el precio de su barril de petróleo supere los 45 dólares. Para mantener su vasto sistema de clientelismo y subsidios, Chávez necesita que el precio duplique por lo menos ese importe. El hecho de que el gobierno decidiera, hace poco, saquear 12 mil millones de dólares de las reservas para compensar la caída de los ingresos es otro síntoma de que la bajada de los precios del petróleo representa un golpe al plexo asfixiante para el modelo de Chávez. Un modelo al que calza como guante la definición que hacía del populismo un ex Presidente panameño: “Si coloco a mi sobrina, lo llaman nepotismo; si coloco a la sobrina de otro, lo llaman solidaridad”. Para no hablar del gasto militar, que se ha multiplicado por nueve.
En este referendo, hubo irregularidades en el 20 por ciento de los centros de votación, según Sumate, una respetada organización. El gobierno tuvo a su disposición el 85 por ciento de las trasmisiones televisivas y un vasto aparato de intimidación, incluidas las turbas mostrencas que atacaron a la oposición. Y el resultado sigue siendo éste: la oposición carecerá del apoyo suficiente para revertir el aluvión de Chávez, pero el gobernante venezolano carece del poder suficiente para plasmar su sueño totalitario.
En caso de que los adversarios de Chávez sientan la tentación de sucumbir a la melancolía de la derrota, deben recordar esto: millones de cubanos probablemente cambiarían su tiranía por el régimen de Venezuela, que, no obstante los esmerados esfuerzos de Chávez, está aún lejos de ser una segunda Cuba. Y ese es el mérito exclusivo de sus gallardos adversarios.
(c) 2009, The Washington Post Writers Group
Venezuela: luz entre las sombras
Washington, DC—La victoria de Hugo Chávez en el reciente referendo constitucional de Venezuela le permitirá postularse a la reelección para toda la vida. Pero no significa que pronto será capaz de establecer el Estado totalitario que anhela con tanto ardor.
Los pesimistas apuntan que, tras una década de su arribo al poder, Chávez cuenta con fuerte apoyo popular a pesar de la alta inflación, la escasez de alimentos, el crimen rampante y la atmósfera tóxica creada por sus matonerías barriobajeras. Eso es cierto. Al igual que muchos populistas antes que él —Getulio Vargas en el Brasil de los 30´, Juan Perón en la Argentina de los 40´ y 50, Luis Echeverría en el México de los 70´ o Alan García en el Perú de los 80´—, la identificación de muchos venezolanos con Chávez se explica en parte por una predisposición cultural. Esa predisposición tiene preponderancia, a la hora de juzgar al líder, sobre los resultados económicos o las consideraciones morales.
Aunque esta vez la oposición no logró derrotarlo, el referendo confirmó que Chávez tiene enfrente a millones de venezolanos que aborrecen su régimen antediluviano. La oposición obtuvo el 45,6 por ciento de los sufragios: casi 9 puntos porcentuales más que en 2006, cuando Chávez logró su tercer mandato. El voto del “No” triunfó en cinco estados clave y consiguió más del 40 por ciento en otros nueve. Sólo en uno de los varios estados gobernados por la oposición pudo trunfar el “Sí”. Y perdió en Mérida, un estado (des)gobernado por un pelele chavista.
Si en los comicios legislativos del próximo año la oposición obtiene resultados parecidos, controlará casi la mitad de la Asamblea Nacional: sin duda un gran cambio en la composición de fuerzas con respecto a lo que sucede ahora, pues Chávez acapara el poder legislativo por la decisión de la oposición de abstenerse en 2005.
Quizás lo más alentador del resultado sea la constatación de que la base de Chávez en los grandes centros urbanos, donde se concentran muchas de las principales barriadas de Venezuela, está seriamente erosionada: su poder depende cada vez más de las áreas rurales o provinciales del país. El simbolismo de la derrota de Chávez en el Petare, una importante barriada de Caracas, no debe subestimarse. La continua penetración de la oposición en la antigua base de Chávez tiene mucho que ver con la inflación y la escasez de alimentos, un drama social que comprobé hace unos meses durante un extenso recorrido por los barrios más pobres de Caracas. En el contexto de la actual recesión mundial, ese drama tenderá a agudizarse.,/p>
Como tantos otros países latinoamericanos últimamente, Venezuela ha sido capaz de reducir la pobreza —temporalmente, claro— mediante la redistribución de los ingresos generados por la venta de su “commodity” estrella. Según un estudio del Center for Economic and Policy Research, en diez años la pobreza se ha reducido del 43 al 26 por ciento de la población. La circunstancia de que en tantos barrios poplares de Venezuela Chávez esté encontrando resistencia sugiere que la redistribución ha alcanzado su “techo” electoral. Ya no puede ocultar los numerosos males sociales que aquejan a los venezolanos de a pie, incluida la atroz tasa delictiva, superior a la de Colombia.
Para solventar sus importaciones, Venezuela necesita que el precio de su barril de petróleo supere los 45 dólares. Para mantener su vasto sistema de clientelismo y subsidios, Chávez necesita que el precio duplique por lo menos ese importe. El hecho de que el gobierno decidiera, hace poco, saquear 12 mil millones de dólares de las reservas para compensar la caída de los ingresos es otro síntoma de que la bajada de los precios del petróleo representa un golpe al plexo asfixiante para el modelo de Chávez. Un modelo al que calza como guante la definición que hacía del populismo un ex Presidente panameño: “Si coloco a mi sobrina, lo llaman nepotismo; si coloco a la sobrina de otro, lo llaman solidaridad”. Para no hablar del gasto militar, que se ha multiplicado por nueve.
En este referendo, hubo irregularidades en el 20 por ciento de los centros de votación, según Sumate, una respetada organización. El gobierno tuvo a su disposición el 85 por ciento de las trasmisiones televisivas y un vasto aparato de intimidación, incluidas las turbas mostrencas que atacaron a la oposición. Y el resultado sigue siendo éste: la oposición carecerá del apoyo suficiente para revertir el aluvión de Chávez, pero el gobernante venezolano carece del poder suficiente para plasmar su sueño totalitario.
En caso de que los adversarios de Chávez sientan la tentación de sucumbir a la melancolía de la derrota, deben recordar esto: millones de cubanos probablemente cambiarían su tiranía por el régimen de Venezuela, que, no obstante los esmerados esfuerzos de Chávez, está aún lejos de ser una segunda Cuba. Y ese es el mérito exclusivo de sus gallardos adversarios.
(c) 2009, The Washington Post Writers Group
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