El fallido intento de un nigeriano, entrenado al parecer en Yemen por la rama al Qaeda con sede en la Península Arábiga, de llevar a cabo un atentado suicida en un avión mientras se aproximaba a la ciudad de Detroit ha puesto en evidencia los esfuerzos excesivamente entusiastas, ineficaces e incluso contraproducentes del gobierno estadounidense para superar el terrorismo.
Aunque la posición de la Secretaria de Seguridad Interior, Janet Napolitano, de que «el sistema» funcionó resultó totalmente ridícula, estaba en lo correcto—pero sólo si son incluidos los aspectos no gubernamentales de ese sistema. El desempeño del gobierno y las medidas posteriores al incidente son grotescas e incluso imprudentes.
Incluso si el gobierno no hubiese hecho nada en materia de lucha contra el terrorismo después del 11 de septiembre de 2001, los cielos habrían estado mucho más seguros. La razón es que las tripulaciones y pasajeros modificaron su respuesta ante los intentos de secuestros de aeronaves. Antes del 11/09/01, los pilotos, asistentes de vuelo y viajeros estaban predispuestos a cooperar con cualquier secuestrador. La imagen en sus mentes era la de ser llevados a Cuba y finalmente liberados una vez que los secuestradores hubiesen dado a conocer sus razones. Después del 1/09/01, la visión de ser sacrificados en masa y utilizados para masacrar a otros ha quedado grabada en la mente de los pasajeros. Como se vio en el incidente de la bomba oculta en el zapato de Richard Reid y en el más reciente intento de atentado suicida, los hoscos tripulantes y pasajeros están alertas, no permanecerán pasivos ante la muerte inminente, y se encuentran listos para reducir a cualquier posible secuestrador antes que pueda llevar a cabo su nefasta tarea. Esa es la buena noticia.
¿Y qué hay respecto de la nueva exigencia que dispone que durante la última hora de cualquier vuelo internacional entrante, no se puede ir al baño ni tener una almohada, cobija, o computadora portátil sobre el regazo? Este es un intento de evitar algún atentado suicida que haga explotar el avión sobre una populosa ciudad de destino. Sin embargo, los aviones por lo general viajan entre 500 y 600 millas o más en una hora, de modo tal que el territorio cubierto durante la última hora es mayormente campo abierto. Y, por supuesto, el atacante podría perfectamente elegir hacer explotar el avión antes de la última hora del vuelo. Además, como se señaló anteriormente, el problema no suele ser lo que ocurre a bordo del avión, sino que el gobierno, pese a todas sus onerosas medidas de seguridad en los puestos de control de los aeropuertos, permitió que el terrorista—tanto en el caso del que portaba un zapato-bomba como en el incidente más reciente—pasase los explosivos a través de los controles.
Asimismo, la Administración de Seguridad en el Transporte ha desplegado grupos de empleados para que deambulen por los aeropuertos en busca de comportamientos sospechosos—por ejemplo, actitudes nerviosas. Con miles, decenas de miles, o incluso cientos de miles de pasajeros transitando por un aeropuerto cada día—muchos de los cuales simplemente están nerviosos por el hecho de tener que volar—esta ridícula medida trata de encontrar una aguja terrorista en un pajar.
El gobierno parece también estar orgulloso del hecho de que las medidas de seguridad no son uniformes en los aeropuertos de todo el país, en un intento por mantener en ascuas a los terroristas. Sin embargo, dicha variación tiene altos costos en virtud de que la gran mayoría de los pasajeros son inocentes viajeros de negocios y placer que tampoco pueden saber qué esperar.
Incluso los aspectos básicos del sistema de seguridad del gobierno no parecen funcionar muy bien. El supuesto atacante suicida nigeriano tenía una visa estadounidense valida y no hizo sonar las alarmas del sistema a pesar de que adquirió un boleto de ida, no declaró equipaje y estaba en la lista de sospechosos de terrorismo. Fue colocado en la lista de vigilancia sólo después de que su propio padre informara de sus tendencias radicales ante la embajada de los EE.UU. en Nigeria.
En vez de concentrarse en nuevos artilugios tecnológicos para los puestos de control de los aeropuertos para llamar la atención de los votantes, el gobierno de los EE.UU. debería reencauzar a las 16 agencias estadounidenses de la comunidad de inteligencia altamente costosas para identificar mejor a los posibles atacantes.
Aún más importante, el gobierno estadounidense debería dejar de generar una demanda para sus propios servicios de seguridad mediante la reducción de la acción militar en los países musulmanes—la principal causa del terrorismo islamista sobre la que el gobierno no desea que usted sepa. Al-Qaeda en la Península Arábiga sostuvo que había perpetrado el ataque en venganza por la asistencia no tan encubierta del gobierno de los EE.UU. a un gobierno de Yemen que lucha contra estos militantes locales. A pesar de su nombre, el grupo tiene principalmente intereses locales y se encuentra ahora lanzando ataques contra el territorio de los EE.UU. debido tan solo a la intromisión estadounidense en Yemen.
Debido a que este grupo ha tratado ahora de atacar territorio estadounidense, sin embargo, un funcionario gubernamental afirmó que un papel más amplio y más visible de los EE.UU. en Yemen estaba siendo considerado. Esto, a su vez, como con las otras acciones militares no-musulmanas (léase estadounidenses) en Irak, Afganistán y Somalia, incrementará el terrorismo revanchista anti-Estados Unidos—el problema para el cual el gobierno de los EE.UU. obtiene carradas de dinero a fin de combatirlo perpetuamente.
Traducido por Gabriel Gasave
Aprendiendo las lecciones equivocadas del fallido atentado en Detroit
El fallido intento de un nigeriano, entrenado al parecer en Yemen por la rama al Qaeda con sede en la Península Arábiga, de llevar a cabo un atentado suicida en un avión mientras se aproximaba a la ciudad de Detroit ha puesto en evidencia los esfuerzos excesivamente entusiastas, ineficaces e incluso contraproducentes del gobierno estadounidense para superar el terrorismo.
Aunque la posición de la Secretaria de Seguridad Interior, Janet Napolitano, de que «el sistema» funcionó resultó totalmente ridícula, estaba en lo correcto—pero sólo si son incluidos los aspectos no gubernamentales de ese sistema. El desempeño del gobierno y las medidas posteriores al incidente son grotescas e incluso imprudentes.
Incluso si el gobierno no hubiese hecho nada en materia de lucha contra el terrorismo después del 11 de septiembre de 2001, los cielos habrían estado mucho más seguros. La razón es que las tripulaciones y pasajeros modificaron su respuesta ante los intentos de secuestros de aeronaves. Antes del 11/09/01, los pilotos, asistentes de vuelo y viajeros estaban predispuestos a cooperar con cualquier secuestrador. La imagen en sus mentes era la de ser llevados a Cuba y finalmente liberados una vez que los secuestradores hubiesen dado a conocer sus razones. Después del 1/09/01, la visión de ser sacrificados en masa y utilizados para masacrar a otros ha quedado grabada en la mente de los pasajeros. Como se vio en el incidente de la bomba oculta en el zapato de Richard Reid y en el más reciente intento de atentado suicida, los hoscos tripulantes y pasajeros están alertas, no permanecerán pasivos ante la muerte inminente, y se encuentran listos para reducir a cualquier posible secuestrador antes que pueda llevar a cabo su nefasta tarea. Esa es la buena noticia.
¿Y qué hay respecto de la nueva exigencia que dispone que durante la última hora de cualquier vuelo internacional entrante, no se puede ir al baño ni tener una almohada, cobija, o computadora portátil sobre el regazo? Este es un intento de evitar algún atentado suicida que haga explotar el avión sobre una populosa ciudad de destino. Sin embargo, los aviones por lo general viajan entre 500 y 600 millas o más en una hora, de modo tal que el territorio cubierto durante la última hora es mayormente campo abierto. Y, por supuesto, el atacante podría perfectamente elegir hacer explotar el avión antes de la última hora del vuelo. Además, como se señaló anteriormente, el problema no suele ser lo que ocurre a bordo del avión, sino que el gobierno, pese a todas sus onerosas medidas de seguridad en los puestos de control de los aeropuertos, permitió que el terrorista—tanto en el caso del que portaba un zapato-bomba como en el incidente más reciente—pasase los explosivos a través de los controles.
Asimismo, la Administración de Seguridad en el Transporte ha desplegado grupos de empleados para que deambulen por los aeropuertos en busca de comportamientos sospechosos—por ejemplo, actitudes nerviosas. Con miles, decenas de miles, o incluso cientos de miles de pasajeros transitando por un aeropuerto cada día—muchos de los cuales simplemente están nerviosos por el hecho de tener que volar—esta ridícula medida trata de encontrar una aguja terrorista en un pajar.
El gobierno parece también estar orgulloso del hecho de que las medidas de seguridad no son uniformes en los aeropuertos de todo el país, en un intento por mantener en ascuas a los terroristas. Sin embargo, dicha variación tiene altos costos en virtud de que la gran mayoría de los pasajeros son inocentes viajeros de negocios y placer que tampoco pueden saber qué esperar.
Incluso los aspectos básicos del sistema de seguridad del gobierno no parecen funcionar muy bien. El supuesto atacante suicida nigeriano tenía una visa estadounidense valida y no hizo sonar las alarmas del sistema a pesar de que adquirió un boleto de ida, no declaró equipaje y estaba en la lista de sospechosos de terrorismo. Fue colocado en la lista de vigilancia sólo después de que su propio padre informara de sus tendencias radicales ante la embajada de los EE.UU. en Nigeria.
En vez de concentrarse en nuevos artilugios tecnológicos para los puestos de control de los aeropuertos para llamar la atención de los votantes, el gobierno de los EE.UU. debería reencauzar a las 16 agencias estadounidenses de la comunidad de inteligencia altamente costosas para identificar mejor a los posibles atacantes.
Aún más importante, el gobierno estadounidense debería dejar de generar una demanda para sus propios servicios de seguridad mediante la reducción de la acción militar en los países musulmanes—la principal causa del terrorismo islamista sobre la que el gobierno no desea que usted sepa. Al-Qaeda en la Península Arábiga sostuvo que había perpetrado el ataque en venganza por la asistencia no tan encubierta del gobierno de los EE.UU. a un gobierno de Yemen que lucha contra estos militantes locales. A pesar de su nombre, el grupo tiene principalmente intereses locales y se encuentra ahora lanzando ataques contra el territorio de los EE.UU. debido tan solo a la intromisión estadounidense en Yemen.
Debido a que este grupo ha tratado ahora de atacar territorio estadounidense, sin embargo, un funcionario gubernamental afirmó que un papel más amplio y más visible de los EE.UU. en Yemen estaba siendo considerado. Esto, a su vez, como con las otras acciones militares no-musulmanas (léase estadounidenses) en Irak, Afganistán y Somalia, incrementará el terrorismo revanchista anti-Estados Unidos—el problema para el cual el gobierno de los EE.UU. obtiene carradas de dinero a fin de combatirlo perpetuamente.
Traducido por Gabriel Gasave
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