La destitución de Dennis Blair, el tercer director de los servicios de inteligencia nacional en la corta historia de cinco años del cargo, es un indicador importante de que la La Ley de Reforma de los Servicios de Inteligencia y Prevención del Terrorismo de 2004 ha fracasado. Esa ley no fue eficaz ni en lograr una verdadera reforma de las crecientes burocracias de la inteligencia ni en la prevención de atentados terroristas.
De hecho, el despido de Blair se produjo apenas días después de que el Comité de Inteligencia del Senado publicó un mordaz informe sobre el caos múltiple de las agencias de inteligencia al fallar en impedir el intento de un ataque terrorista el día de Navidad por un individuo que ocultaba una bomba entre su ropa interior. Pero a pesar de que Blair no se llevaba bien ni con Leon Panetta, el director de la CIA, ni con John Brennan, el jefe de inteligencia de facto de la Casa Blanca, la razón principal de dicha fricción fue que tuvo que librar guerras territoriales en un intento por darle a sus joven oficina cierta relevancia en la nueva estructura de los servicios de inteligencia.
El Director de la Inteligencia Nacional (DNI es su sigla en inglés) fue el resultado de las masivas fallas de los servicios de inteligencia que llevaron al 11/09/2001 y la preocupación por las armas iraquíes de destrucción masiva. El problema fue que la plétora de las reservadas y mutuamente suspicaces agencias de inteligencia no se encontraba coordinando muy bien entre sí. En ese momento, el director de la inteligencia central (DCI), por entonces la misma persona que era director de la CIA, era nominalmente el encargado de coordinar la recopilación, el análisis y la difusión de la inteligencia entre el montón de organismos. El DCI se encontró con el problema de carecer de autoridad suficiente sobre el personal, los presupuestos, y las operaciones de las otras agencias para hacer su trabajo. El DNI, que sustituyó al ahora difunto DCI, tiene el mismo problema, excepto que se encuentra en peores condiciones porque en verdad no es ni siquiera el jefe de una agencia sustancial de inteligencia, como lo era el DCI y el director de la CIA.
En resumen, la función de coordinación fue traspasada de una de las agencias participantes—la CIA—a una nueva capa de burocracia por encima de las actuales 16 agencias de inteligencia. Blair, sin ni siquiera una agencia propia que administrar, perdió reiteradamente guerras territoriales, que socavaron la autoridad del rol de coordinador del DNI. Por ejemplo, Leon Panetta, el actual director de la CIA, venció a Blair y ganó el derecho a designar al principal funcionario de los servicios de inteligencia de los EE.UU. en cada país extranjero. A tal efecto, Panetta envió un memo expresándole al personal de la CIA que ignorase cualquier directiva de Blair. Además, la CIA trabajó para reducir el tamaño y el poder del personal del DNI, y Blair no logró frenar las operaciones encubiertas de la CIA adoradas por la Casa Blanca. Pero a pesar de que las conexiones y relaciones con la Casa Blanca de Blair eran pésimas, sus dos predecesores republicanos también perdieron batallas territoriales con las agencias de inteligencia y fallaron en lograr la reforma.
Sin embargo, en el momento en que se promulgó la reorganización de los servicios de inteligencia, era absolutamente predecible que sería un fracaso. Alrededor del 85 por ciento del presupuesto de la comunidad de inteligencia se encuentra controlado por el gigantesco Departamento de Defensa. La simple creación de una nueva agencia “neutral” y el hecho de asignarle a ella el rol de ser la encargada de la coordinación de la inteligencia que tenía la CIA no hace nada para alterar esta circunstancia. Más importante aún, la creación del nuevo cargo de DNI y de la burocracia concomitante, no hace nada por ayudar a una coordinación adecuada entre los organismos, lo que constituía la deficiencia original.
La estructura de la comunidad de inteligencia se desarrolló durante la Guerra Fría para contrarrestar a otro Estado-nación—la Unión Soviética—que contaba con una burocracia más grande que los Estados Unidos. Sin embargo en la actualidad, el principal enemigo son agrupaciones terroristas pequeñas y ágiles que no precisan completar formularios burocráticos antes de lanzar un ataque. No obstante, tras las fallas de los servicios de inteligencia que llevaron a los ataques del 11/09/2001 y en Irak, la administración Bush y el Congreso, simulando hacer algo respecto de la falta de cooperación en materia de inteligencia, propusieron combatir la agilidad del enemigo mediante el agregado de otra capa de agencias oficiales y empeorando los potenciales problemas de coordinación. La caótica situación que rodea al fracaso de frustrar aún los intentos del torpe terrorista que portaba los explosivos en su ropa interior o de quienes planeaban atacar en Times Square resulta ilustrativa de esta incompetencia incrementada. En la “guerra contra el terror”, la administración Bush y el Congreso también adoptaron un enfoque similar al agrupar a agencias de seguridad interna no vinculadas entre sí y crear más burocracia—el Departamento de Seguridad Nacional—para que se sentase sobre ellas. Como era de esperar, muchos analistas consideran a esa “reforma” como un fracaso absoluto.
En una era de adversarios más ágiles, el gobierno de los EE.UU. precisa moverse en la dirección opuesta. En lugar de añadir burocracias, el Congreso, a fin de mejorar la coordinación, debe eliminar algunas agencias de inteligencia y seguridad nacional y consolidar las restantes funciones de los servicios de inteligencia y seguridad nacional. Sólo con una burocracia modernizada puede el gobierno de los EE.UU. esperar ser más eficaz contra grupos como al-Qaeda.
Traducido por Gabriel Gasave
La reforma de los servicios de inteligencia es un fracaso
La destitución de Dennis Blair, el tercer director de los servicios de inteligencia nacional en la corta historia de cinco años del cargo, es un indicador importante de que la La Ley de Reforma de los Servicios de Inteligencia y Prevención del Terrorismo de 2004 ha fracasado. Esa ley no fue eficaz ni en lograr una verdadera reforma de las crecientes burocracias de la inteligencia ni en la prevención de atentados terroristas.
De hecho, el despido de Blair se produjo apenas días después de que el Comité de Inteligencia del Senado publicó un mordaz informe sobre el caos múltiple de las agencias de inteligencia al fallar en impedir el intento de un ataque terrorista el día de Navidad por un individuo que ocultaba una bomba entre su ropa interior. Pero a pesar de que Blair no se llevaba bien ni con Leon Panetta, el director de la CIA, ni con John Brennan, el jefe de inteligencia de facto de la Casa Blanca, la razón principal de dicha fricción fue que tuvo que librar guerras territoriales en un intento por darle a sus joven oficina cierta relevancia en la nueva estructura de los servicios de inteligencia.
El Director de la Inteligencia Nacional (DNI es su sigla en inglés) fue el resultado de las masivas fallas de los servicios de inteligencia que llevaron al 11/09/2001 y la preocupación por las armas iraquíes de destrucción masiva. El problema fue que la plétora de las reservadas y mutuamente suspicaces agencias de inteligencia no se encontraba coordinando muy bien entre sí. En ese momento, el director de la inteligencia central (DCI), por entonces la misma persona que era director de la CIA, era nominalmente el encargado de coordinar la recopilación, el análisis y la difusión de la inteligencia entre el montón de organismos. El DCI se encontró con el problema de carecer de autoridad suficiente sobre el personal, los presupuestos, y las operaciones de las otras agencias para hacer su trabajo. El DNI, que sustituyó al ahora difunto DCI, tiene el mismo problema, excepto que se encuentra en peores condiciones porque en verdad no es ni siquiera el jefe de una agencia sustancial de inteligencia, como lo era el DCI y el director de la CIA.
En resumen, la función de coordinación fue traspasada de una de las agencias participantes—la CIA—a una nueva capa de burocracia por encima de las actuales 16 agencias de inteligencia. Blair, sin ni siquiera una agencia propia que administrar, perdió reiteradamente guerras territoriales, que socavaron la autoridad del rol de coordinador del DNI. Por ejemplo, Leon Panetta, el actual director de la CIA, venció a Blair y ganó el derecho a designar al principal funcionario de los servicios de inteligencia de los EE.UU. en cada país extranjero. A tal efecto, Panetta envió un memo expresándole al personal de la CIA que ignorase cualquier directiva de Blair. Además, la CIA trabajó para reducir el tamaño y el poder del personal del DNI, y Blair no logró frenar las operaciones encubiertas de la CIA adoradas por la Casa Blanca. Pero a pesar de que las conexiones y relaciones con la Casa Blanca de Blair eran pésimas, sus dos predecesores republicanos también perdieron batallas territoriales con las agencias de inteligencia y fallaron en lograr la reforma.
Sin embargo, en el momento en que se promulgó la reorganización de los servicios de inteligencia, era absolutamente predecible que sería un fracaso. Alrededor del 85 por ciento del presupuesto de la comunidad de inteligencia se encuentra controlado por el gigantesco Departamento de Defensa. La simple creación de una nueva agencia “neutral” y el hecho de asignarle a ella el rol de ser la encargada de la coordinación de la inteligencia que tenía la CIA no hace nada para alterar esta circunstancia. Más importante aún, la creación del nuevo cargo de DNI y de la burocracia concomitante, no hace nada por ayudar a una coordinación adecuada entre los organismos, lo que constituía la deficiencia original.
La estructura de la comunidad de inteligencia se desarrolló durante la Guerra Fría para contrarrestar a otro Estado-nación—la Unión Soviética—que contaba con una burocracia más grande que los Estados Unidos. Sin embargo en la actualidad, el principal enemigo son agrupaciones terroristas pequeñas y ágiles que no precisan completar formularios burocráticos antes de lanzar un ataque. No obstante, tras las fallas de los servicios de inteligencia que llevaron a los ataques del 11/09/2001 y en Irak, la administración Bush y el Congreso, simulando hacer algo respecto de la falta de cooperación en materia de inteligencia, propusieron combatir la agilidad del enemigo mediante el agregado de otra capa de agencias oficiales y empeorando los potenciales problemas de coordinación. La caótica situación que rodea al fracaso de frustrar aún los intentos del torpe terrorista que portaba los explosivos en su ropa interior o de quienes planeaban atacar en Times Square resulta ilustrativa de esta incompetencia incrementada. En la “guerra contra el terror”, la administración Bush y el Congreso también adoptaron un enfoque similar al agrupar a agencias de seguridad interna no vinculadas entre sí y crear más burocracia—el Departamento de Seguridad Nacional—para que se sentase sobre ellas. Como era de esperar, muchos analistas consideran a esa “reforma” como un fracaso absoluto.
En una era de adversarios más ágiles, el gobierno de los EE.UU. precisa moverse en la dirección opuesta. En lugar de añadir burocracias, el Congreso, a fin de mejorar la coordinación, debe eliminar algunas agencias de inteligencia y seguridad nacional y consolidar las restantes funciones de los servicios de inteligencia y seguridad nacional. Sólo con una burocracia modernizada puede el gobierno de los EE.UU. esperar ser más eficaz contra grupos como al-Qaeda.
Traducido por Gabriel Gasave
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