Para los defensores de la libertad estadounidense, un ejército de voluntarios ha sido siempre preferible a la conscripción. Los amigos de la libertad se han preguntado apropiadamente cómo, en un país supuestamente libre, alguien puede justificar secuestrar injustamente, contra su voluntad, a una minoría no representativa de la población—los jóvenes—para prestar un servicio peligroso en guerras por lo general no declaradas y a menudo innecesarias. Sin embargo, aunque la presencia de la conscripción no parece evitar la entrada de los EE.UU. en guerras cuestionables—por ejemplo, las guerras de Corea y Vietnam—si pareciera crear un lobby de la paz para poner fin a tales debacles.
Así como a los amigos de la libertad les gustaría evitar la realización, una mayoría del pueblo estadounidense ha abandonado hace mucho tiempo el apoyo por las guerras en Irak y Afganistán, y sin embargo no ha estado dispuesta a presionar al gobierno republicano de George W. Bush o al gobierno demócrata de Barack Obama para concluirlas de manera definitiva. Los comicios de 2006 fueron un claro veredicto sobre Irak, llevando a los demócratas en contra la guerra al poder en el Congreso, aunque las fuerzas de los EE.UU. continuarán en Irak durante 2011—y probablemente más tiempo. Las campañas electorales de 2008 y 2010 no han estado signadas por las guerras. Recientemente, el siempre anémico movimiento pacifista ha sido prácticamente inexistente. ¿Por qué?
Si bien la oposición a las guerras entre el pueblo estadounidense es importante, ni por asomo se asemeja en intensidad a la de la guerra de Vietnam porque no existe un servicio militar obligatorio. Ningún muchacho de clase media está siendo arrastrado involuntariamente de sus estudios o empleos civiles para combatir y morir en extrañas y lejanas tierras con fines dudosos. En cambio, las dos guerras están siendo libradas por un número limitado de soldados voluntarios profesionales, muchos de ellos provenientes de familias con una tradición militar que están acostumbradas al deber y al sacrificio. Estos soldados han tenido que soportar múltiples despliegues—a menudo cuatro o cinco—a las zonas de guerra.
Por lo tanto, hay algo en el argumento de que el soldado profesional estadounidense se está desvinculando de la sociedad a la cual él o ella se supone que está luchando para proteger. Este argumento es usualmente oído para pregonar la idea del “ciudadano-soldado” con el fin de retornar al servicio militar obligatorio. Pero los ciudadanos-soldados probablemente pueden actuar al menos como algún tipo de freno contra el aventurerismo militar de los políticos. Un ejemplo de ello es que las reiteradas convocatorias a los reservistas a tiempo parcial (miembros del Ejército de la Guardia Nacional y reservistas del Ejército) para múltiples giras de combate han causado mucha acidez estomacal y graznidos en el Congreso.
Después de la guerra de Vietnam, las fuerzas armadas de los EE.UU. decidieron tratar de dificultar a los políticos intervencionistas la posibilidad de involucrar a los militares en atolladeros en el extranjero mediante la asignación de funciones clave de apoyo a la Guardia Nacional y el Ejército de reserva. La idea era que una guerra tendría que ser realmente importante para que el presidente tomase la decisión de honda carga política de movilizar a las reservas. Fue un buen intento, pero a las tropas de apoyo—es decir, aquellas dedicadas a la inteligencia, logística, asuntos civiles, etc.—no se las percibe en la misma situación de peligro que a las tropas de combate.
Quizás la respuesta al hecho de volver a alinear a las fuerzas armadas con la sociedad a la que se supone se encuentran defendiendo y de expandir las filas de ciudadanos-soldados (La Guardia Nacional y los soldados del Ejército de reserva ya pueden ser considerados como tales), evitando al mismo tiempo un retorno a la esclavitud de la conscripción, es la de convertir a las unidades activas en reservas.
En el mundo de hoy, los militares de los EE.UU. deberían estar persiguiendo terroristas (sólo después de que los esfuerzos de las agencias de aplicación de la ley hayan fracasado o en contra de una amenaza clara, inminente y peligrosa), no ocupando países islámicos y luchando contra los insurgentes, empeorando de esa manera el problema del terrorismo anti-estadounidense revanchista. Actualmente no existe ninguna amenaza militar de otra gran potencia y es probable que no surja durante décadas (incluso asumiendo que China siga creciendo económicamente a su insostenible ritmo actual). Por lo tanto, cinco divisiones del Ejército de los EE.UU. deberían ser convertidas en unidades a tiempo parcial de la Guardia Nacional. De las tres divisiones activas y una de reserva de la Armada, dos de las unidades activas deberían ser convertidas en unidades de reserva. Estas cinco divisiones del Ejército y dos de la Armada y otras divisiones de combate del Ejército de la Guardia Nacional y la otra división de la Armada de reserva deberían recibir una mayor capacitación a fin de estar preparadas como una protección contra un improbable pelea con otra gran potencia. La movilización de estas unidades de combate requeriría mucho más riesgo político para el presidente que el mero envío de ciudadanos-soldados para apoyar a los soldados en servicio activo.
Algunas de las cinco divisiones restantes del Ejército de los EE.UU., la restante división de la Armada y un complemento completo de las Fuerzas Especiales del Ejército y los Rangers podrían mantenerse en servicio activo para cazar terroristas mediante la realización de incursiones rápidas u otras misiones especializadas en un terreno inhóspito.
Por lo tanto, una fuerza activa de tierra mucho más pequeña debería disuadir a los políticos de utilizar al Ejército y la Infantería de Marina en guerras dudosas, mientras que conserva la capacidad de movilizar fuerzas de combate más pesadas en caso de emergencia nacional y, al mismo tiempo, aumenta las filas de ciudadanos-soldados sin restablecer el servicio militar obligatorio.
Traducido por Gabriel Gasave
Expandir el rol del ciudadano-soldado sin recurrir al servicio militar obligatorio
Para los defensores de la libertad estadounidense, un ejército de voluntarios ha sido siempre preferible a la conscripción. Los amigos de la libertad se han preguntado apropiadamente cómo, en un país supuestamente libre, alguien puede justificar secuestrar injustamente, contra su voluntad, a una minoría no representativa de la población—los jóvenes—para prestar un servicio peligroso en guerras por lo general no declaradas y a menudo innecesarias. Sin embargo, aunque la presencia de la conscripción no parece evitar la entrada de los EE.UU. en guerras cuestionables—por ejemplo, las guerras de Corea y Vietnam—si pareciera crear un lobby de la paz para poner fin a tales debacles.
Así como a los amigos de la libertad les gustaría evitar la realización, una mayoría del pueblo estadounidense ha abandonado hace mucho tiempo el apoyo por las guerras en Irak y Afganistán, y sin embargo no ha estado dispuesta a presionar al gobierno republicano de George W. Bush o al gobierno demócrata de Barack Obama para concluirlas de manera definitiva. Los comicios de 2006 fueron un claro veredicto sobre Irak, llevando a los demócratas en contra la guerra al poder en el Congreso, aunque las fuerzas de los EE.UU. continuarán en Irak durante 2011—y probablemente más tiempo. Las campañas electorales de 2008 y 2010 no han estado signadas por las guerras. Recientemente, el siempre anémico movimiento pacifista ha sido prácticamente inexistente. ¿Por qué?
Si bien la oposición a las guerras entre el pueblo estadounidense es importante, ni por asomo se asemeja en intensidad a la de la guerra de Vietnam porque no existe un servicio militar obligatorio. Ningún muchacho de clase media está siendo arrastrado involuntariamente de sus estudios o empleos civiles para combatir y morir en extrañas y lejanas tierras con fines dudosos. En cambio, las dos guerras están siendo libradas por un número limitado de soldados voluntarios profesionales, muchos de ellos provenientes de familias con una tradición militar que están acostumbradas al deber y al sacrificio. Estos soldados han tenido que soportar múltiples despliegues—a menudo cuatro o cinco—a las zonas de guerra.
Por lo tanto, hay algo en el argumento de que el soldado profesional estadounidense se está desvinculando de la sociedad a la cual él o ella se supone que está luchando para proteger. Este argumento es usualmente oído para pregonar la idea del “ciudadano-soldado” con el fin de retornar al servicio militar obligatorio. Pero los ciudadanos-soldados probablemente pueden actuar al menos como algún tipo de freno contra el aventurerismo militar de los políticos. Un ejemplo de ello es que las reiteradas convocatorias a los reservistas a tiempo parcial (miembros del Ejército de la Guardia Nacional y reservistas del Ejército) para múltiples giras de combate han causado mucha acidez estomacal y graznidos en el Congreso.
Después de la guerra de Vietnam, las fuerzas armadas de los EE.UU. decidieron tratar de dificultar a los políticos intervencionistas la posibilidad de involucrar a los militares en atolladeros en el extranjero mediante la asignación de funciones clave de apoyo a la Guardia Nacional y el Ejército de reserva. La idea era que una guerra tendría que ser realmente importante para que el presidente tomase la decisión de honda carga política de movilizar a las reservas. Fue un buen intento, pero a las tropas de apoyo—es decir, aquellas dedicadas a la inteligencia, logística, asuntos civiles, etc.—no se las percibe en la misma situación de peligro que a las tropas de combate.
Quizás la respuesta al hecho de volver a alinear a las fuerzas armadas con la sociedad a la que se supone se encuentran defendiendo y de expandir las filas de ciudadanos-soldados (La Guardia Nacional y los soldados del Ejército de reserva ya pueden ser considerados como tales), evitando al mismo tiempo un retorno a la esclavitud de la conscripción, es la de convertir a las unidades activas en reservas.
En el mundo de hoy, los militares de los EE.UU. deberían estar persiguiendo terroristas (sólo después de que los esfuerzos de las agencias de aplicación de la ley hayan fracasado o en contra de una amenaza clara, inminente y peligrosa), no ocupando países islámicos y luchando contra los insurgentes, empeorando de esa manera el problema del terrorismo anti-estadounidense revanchista. Actualmente no existe ninguna amenaza militar de otra gran potencia y es probable que no surja durante décadas (incluso asumiendo que China siga creciendo económicamente a su insostenible ritmo actual). Por lo tanto, cinco divisiones del Ejército de los EE.UU. deberían ser convertidas en unidades a tiempo parcial de la Guardia Nacional. De las tres divisiones activas y una de reserva de la Armada, dos de las unidades activas deberían ser convertidas en unidades de reserva. Estas cinco divisiones del Ejército y dos de la Armada y otras divisiones de combate del Ejército de la Guardia Nacional y la otra división de la Armada de reserva deberían recibir una mayor capacitación a fin de estar preparadas como una protección contra un improbable pelea con otra gran potencia. La movilización de estas unidades de combate requeriría mucho más riesgo político para el presidente que el mero envío de ciudadanos-soldados para apoyar a los soldados en servicio activo.
Algunas de las cinco divisiones restantes del Ejército de los EE.UU., la restante división de la Armada y un complemento completo de las Fuerzas Especiales del Ejército y los Rangers podrían mantenerse en servicio activo para cazar terroristas mediante la realización de incursiones rápidas u otras misiones especializadas en un terreno inhóspito.
Por lo tanto, una fuerza activa de tierra mucho más pequeña debería disuadir a los políticos de utilizar al Ejército y la Infantería de Marina en guerras dudosas, mientras que conserva la capacidad de movilizar fuerzas de combate más pesadas en caso de emergencia nacional y, al mismo tiempo, aumenta las filas de ciudadanos-soldados sin restablecer el servicio militar obligatorio.
Traducido por Gabriel Gasave
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