Para mi dinero, la circunstancia de que a tantos estadounidenses—al menos entre aquellos cuyos comentarios son citados en la televisión y en los periódicos—les agradara la breve charla televisiva que ofreciera Bill Clinton tras brindar su testimonio ante el gran jurado, resulta algo espantoso.
Ante todo, no estoy seguro que sea relevante el punto de cómo se siente la gente respecto de todo esto—pues ello eclipsa el tema de la naturaleza de los hechos. Todo el problema real radica en una acción por parte del Presidente de los EE.UU. que involucra un enredo sexualmente inapropiado—uno en realidad moralmente desacertado, ofensivo, y muy probablemente ilegal—con quien no era tan solo una empleada sino una pasante.
En cualquiera de las instituciones en las cuales trabajo, si un decano, gerente de departamento, vicepresidente, jefe departamental o incluso un profesor hiciesen tal cosa, él o ella sería seguramente liza y llanamente despedido y demandado judicialmente. Un gerente general que es sexualmente «atendido»—y no nos auto-engañemos de pensar que no fue esto lo que ocurrió—por una subordinada, es con seguridad una desgracia. Esto no es otra cosa que la explotación de la jerarquía. Y en la mayoría de los lugares, la misma se encuentra prohibida y es ilegal—¡uno supondría que ciertamente también habría de ser así en la Casa Blanca!
Y luego está la hipocresía con la que la prensa procedió a revelar su acto: «Inapropiado» ¡qué va!. Hubiese sido inapropiado hacer que Mónica devolviese libros a la biblioteca por él, cuando ello no estaba descrito como una de sus tareas. Que yo le solicite a un profesional en mi oficina que me prepare café o que lleve mis camisas a la lavandería es algo inapropiado. Lo que el presidente hizo fue grosero, si es que deseamos seguir con el lenguaje coloquial. O, mejor dicho, algo aborrecible, moralmente repudiable, completamente indecoroso para alguien que se halla en su posición. Para no mencionar que es una vergüenza para el gobierno de los Estados Unidos tener a tal patético individuo como su líder.
Oh, ciertamente que presidentes anteriores han hecho cosas desubicadas. Pero por lo general no en la Casa Blanca y con una pasante de 22 años. ¡Y ninguno que fuese defensor del feminismo! Aún actualmente ello es difícil de entender, y no soy para nada un mojigato.
Esta practica de llamar al asunto ‘‘inapropiado,» trae sin embargo a la mente algunos temas más profundos. Es algo que los psicólogos han popularizado, debido básicamente a que en su papel de técnicos o de científicos no se suponía que debiesen emitir juicios morales cuando consideraban el comportamiento de sus clientes. Por lo tanto, en vez de decir, «Lo que usted está haciendo apesta o es moralmente incorrecto o debería dejar de hacerlo,» comenzaron con esta recatada forma de hablar: «Usted se encuentra involucrado en una relación inapropiada » o «Lo que usted está haciendo con su hermana es inapropiado.» Esto implica eludir el ser francamente crítico—y usted sabe cuán desagradable es ser crítico, ¿no es cierto? En cambio, se volvieron grotescamente eufemísticos.
Todo esto es el resultado de un serio cambio filosófico en los tiempos que corren: la idea de que la ética o la moralidad son arbitrarias, que el hecho de juzgar a algo como correcto o como equivocado resulta insoportable, que todos los valores son meros prejuicios. Pero dado que esa posición es imposible de sostener de manera consistente, las opiniones son puestas de moda subrepticiamente en esta divagación, al llamar «inapropiado» a lo que es moralmente equivocado y «apropiado» a lo que es moralmente correcto. ¡Pero no vaya a confesar del todo que usted emite juicios morales!
Pero aparte de la historia intelectual del discurso ético, vale la pena destacar que este punto de vista escéptico respecto de la ética—según el cual no podemos saber qué es lo correcto y qué es lo incorrecto, pues ello es una cuestión que depende enteramente de nuestra opinión y de nada más—es de gran ayuda para los pícaros. Ellos pueden actualmente eludir los cargos de ser imbéciles con mucha más facilidad que en otras épocas en las que se consideraba que los estándares se encontraban firmemente establecidos. Bill Clinton está sacando plena ventaja de esta circunstancia y demasiados estadounidenses están dejándose engañar: ¿Quién puede decir realmente qué es lo que estuvo mal con lo que hizo? ¿Es realmente solo una cuestión privada el explotar sexualmente a una pasante de 22 años de edad?
Lo que hizo el presidente fue inmoral y muy probablemente ilegal y la manera con la cual después lidió con ello fue engañosa y evasiva. Y eso que aún ni siquiera lo hemos escuchado al fiscal Starr.
Traducido por Gabriel Gasave
Inapropiado difícilmente dea la palabra correcta
Para mi dinero, la circunstancia de que a tantos estadounidenses—al menos entre aquellos cuyos comentarios son citados en la televisión y en los periódicos—les agradara la breve charla televisiva que ofreciera Bill Clinton tras brindar su testimonio ante el gran jurado, resulta algo espantoso.
Ante todo, no estoy seguro que sea relevante el punto de cómo se siente la gente respecto de todo esto—pues ello eclipsa el tema de la naturaleza de los hechos. Todo el problema real radica en una acción por parte del Presidente de los EE.UU. que involucra un enredo sexualmente inapropiado—uno en realidad moralmente desacertado, ofensivo, y muy probablemente ilegal—con quien no era tan solo una empleada sino una pasante.
En cualquiera de las instituciones en las cuales trabajo, si un decano, gerente de departamento, vicepresidente, jefe departamental o incluso un profesor hiciesen tal cosa, él o ella sería seguramente liza y llanamente despedido y demandado judicialmente. Un gerente general que es sexualmente «atendido»—y no nos auto-engañemos de pensar que no fue esto lo que ocurrió—por una subordinada, es con seguridad una desgracia. Esto no es otra cosa que la explotación de la jerarquía. Y en la mayoría de los lugares, la misma se encuentra prohibida y es ilegal—¡uno supondría que ciertamente también habría de ser así en la Casa Blanca!
Y luego está la hipocresía con la que la prensa procedió a revelar su acto: «Inapropiado» ¡qué va!. Hubiese sido inapropiado hacer que Mónica devolviese libros a la biblioteca por él, cuando ello no estaba descrito como una de sus tareas. Que yo le solicite a un profesional en mi oficina que me prepare café o que lleve mis camisas a la lavandería es algo inapropiado. Lo que el presidente hizo fue grosero, si es que deseamos seguir con el lenguaje coloquial. O, mejor dicho, algo aborrecible, moralmente repudiable, completamente indecoroso para alguien que se halla en su posición. Para no mencionar que es una vergüenza para el gobierno de los Estados Unidos tener a tal patético individuo como su líder.
Oh, ciertamente que presidentes anteriores han hecho cosas desubicadas. Pero por lo general no en la Casa Blanca y con una pasante de 22 años. ¡Y ninguno que fuese defensor del feminismo! Aún actualmente ello es difícil de entender, y no soy para nada un mojigato.
Esta practica de llamar al asunto ‘‘inapropiado,» trae sin embargo a la mente algunos temas más profundos. Es algo que los psicólogos han popularizado, debido básicamente a que en su papel de técnicos o de científicos no se suponía que debiesen emitir juicios morales cuando consideraban el comportamiento de sus clientes. Por lo tanto, en vez de decir, «Lo que usted está haciendo apesta o es moralmente incorrecto o debería dejar de hacerlo,» comenzaron con esta recatada forma de hablar: «Usted se encuentra involucrado en una relación inapropiada » o «Lo que usted está haciendo con su hermana es inapropiado.» Esto implica eludir el ser francamente crítico—y usted sabe cuán desagradable es ser crítico, ¿no es cierto? En cambio, se volvieron grotescamente eufemísticos.
Todo esto es el resultado de un serio cambio filosófico en los tiempos que corren: la idea de que la ética o la moralidad son arbitrarias, que el hecho de juzgar a algo como correcto o como equivocado resulta insoportable, que todos los valores son meros prejuicios. Pero dado que esa posición es imposible de sostener de manera consistente, las opiniones son puestas de moda subrepticiamente en esta divagación, al llamar «inapropiado» a lo que es moralmente equivocado y «apropiado» a lo que es moralmente correcto. ¡Pero no vaya a confesar del todo que usted emite juicios morales!
Pero aparte de la historia intelectual del discurso ético, vale la pena destacar que este punto de vista escéptico respecto de la ética—según el cual no podemos saber qué es lo correcto y qué es lo incorrecto, pues ello es una cuestión que depende enteramente de nuestra opinión y de nada más—es de gran ayuda para los pícaros. Ellos pueden actualmente eludir los cargos de ser imbéciles con mucha más facilidad que en otras épocas en las que se consideraba que los estándares se encontraban firmemente establecidos. Bill Clinton está sacando plena ventaja de esta circunstancia y demasiados estadounidenses están dejándose engañar: ¿Quién puede decir realmente qué es lo que estuvo mal con lo que hizo? ¿Es realmente solo una cuestión privada el explotar sexualmente a una pasante de 22 años de edad?
Lo que hizo el presidente fue inmoral y muy probablemente ilegal y la manera con la cual después lidió con ello fue engañosa y evasiva. Y eso que aún ni siquiera lo hemos escuchado al fiscal Starr.
Traducido por Gabriel Gasave
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