La administración Obama está ansiosa por resolver el problema palestino-israelí—tanto para lograr que el presidente parezca menos ingenuo por haber creído que podía mediar en la crónica disputa de manera rápida y para reducir la motivación de los islamistas radicales que atacan a los Estados Unidos en Afganistán, Irak y en otras partes. La administración se encuentra incluso debatiendo internamente si presentar o no su propia propuesta de paz para Medio Oriente. Sin embargo, aunque el apoyo de los EE.UU. a Israel es una de las causas del violento jihadismo anti-estadounidense, forma parte de una motivación más amplia y un intento activo de los EE.UU. de resolver el conflicto israelí-palestino podría en realidad empeorar el terrorismo islamista.
La línea de razonamiento de la administración aparentemente procede de David Petraeus, el comandante de las fuerzas de los EE.UU. en Oriente Medio, quien ha aludido a la vinculación entre la falta de una resolución de la cuestión palestina y el ardor de los militantes islámicos anti-Estados Unidos. El agresivo lobby israelí se ha abalanzado sobre la sutil conclusión de Petraeus y lo ha criticado por afirmar que el apoyo de los EE.UU. a Israel alimenta el islamismo militante. Por supuesto, Petraeus no se atrevió a ir tan lejos y llegar a esa conclusión políticamente incorrecta, pero todo el mundo, incluyendo el lobby, sabía lo que estaba pensando.
El problema es que solamente está acertado a medias—al menos en el caso de al-Qaeda, que debería ser la principal preocupación de los Estados Unidos (antes que preocuparse por los militantes islamistas que se centran en las cuestiones locales, como el Talibán y al Qaeda en Irak). Osama bin Laden, el fundador de al-Qaeda, comenzó atacando a los Estados Unidos por lo que cree es su “infiel” ocupación de tierras musulmanas, o su apoyo a los corruptos gobernantes de esos países. Por supuesto, por extensión, se refiere a Israel y los territorios ocupados como tierras musulmanas que han sido robadas por los infieles. Y se refiere a Israel como el delegado neo-colonial de los estadounidenses.
De este modo, la realidad es más amplia que la línea de razonamiento de Petraeus, y socava su argumento implícito de que la resolución del problema palestino es la clave para reducir el señuelo del radicalismo islamista. Pese a que su línea de razonamiento es arriesgada—cargando de manera indirecta contra el poderoso lobby israelí—sirve para distraer la atención de una conclusión más amplia que podría afectar de modo adverso a la burocracia militar estadounidense. Si los estadounidenses finalmente se percatasen, casi una década después de que las motivaciones de los islamistas para los ataques del 11 de septiembre de 2001 deberían haber sido discutidas, de que la principal motivación de los diabólicos ataques fue una revancha por la ocupación de los EE.UU. de países musulmanes—ya sea directamente o a través de mandatarios reconocidos—o la intervención en ellos, las fuerzas armadas de los EE.UU. bien podrían enfrentarse a la perspectiva de ser retiradas de su amplia presencia en ultramar y perder una parte significativa de su financiamiento. En cambio, Petraeus está procurando canalizar los esfuerzos de la administración hacia aún más intervencionismo—que es lo que motiva los ataques contra los Estados Unidos en primer lugar—para hacer que su vida sea más fácil, sin examinar la cuestión más amplia, lo que podría provocarle a su institución importantes convulsiones.
Pero ¿no sería bueno para los Estados Unidos resolver el problema de Palestina ya sea para salvaguardar otros intereses atinentes a la seguridad estadounidense o para actuar como un buen samaritano a fin de ayudar a israelíes y palestinos a alcanzar la paz y la prosperidad resultante?
Primero, no existen otros intereses relacionados con la seguridad de los EE.UU. que sean satisfechos por el servil apoyo a Israel. La Guerra Fría ha terminado, y lo mismo ocurrió con la necesidad de un aislado puesto de avanzada pro-estadounidense en Oriente Medio. De hecho, el mismo gobierno de los EE.UU. que por lo general respalda fielmente a Israel se preocupa tontamente por el flujo de petróleo, que está localizado principalmente en los países árabes o islámicos hostiles a Israel. La estrecha relación entre los EE.UU. e Israel resulta contraproducente para este declarado interés estadounidense. Así que la perenne insistencia de los EE.UU. por resolver el callejón sin salida del conflicto israelí-palestino está plagada por la política interna antes que por cualquier ímpetu apremiante basado en la seguridad de los EE.UU..
Segundo, la participación de los EE.UU. en tratar de resolver el insoluble problema en Palestina—la violencia ha estado aconteciendo allí desde la década de 1920—meramente convence a los islamistas radicales de que los Estados Unidos están tratando de ayudar a Israel a legitimar el robo de aún más tierras árabes en los territorios ocupados. Y es difícil para los EE.UU. ser un intermediario honesto en el conflicto debido a la presión interna para ponerse del lado de Israel.
Finalmente, la línea de razonamiento de Petraeus asume que la cuestión palestina puede ser resuelta. Los expertos han delineado claramente posibles acuerdos sobre el papel, pero el odio y la desconfianza mutua entre israelíes y palestinos impiden que una solución obvia (para todos los demás) sea aceptada e implementada. Un fuerte involucramiento estadounidense y el probable fracaso corre el riesgo de resaltar en los islamistas radicales la creencia de que la imposibilidad de que los EE.UU. sean un intermediario honesto en el conflicto hace de los Estados Unidos un cómplice de una ocupación permanente más por parte de los infieles de una tierra musulmana. Por lo tanto, la estimulada ira de los islamistas radicales podría conducir aún a más ataques contra los Estados Unidos.
Traducido por Gabriel Gasave
¿Deberían los Estados Unidos involucrarse más en el proceso de paz palestino-israelí?
La administración Obama está ansiosa por resolver el problema palestino-israelí—tanto para lograr que el presidente parezca menos ingenuo por haber creído que podía mediar en la crónica disputa de manera rápida y para reducir la motivación de los islamistas radicales que atacan a los Estados Unidos en Afganistán, Irak y en otras partes. La administración se encuentra incluso debatiendo internamente si presentar o no su propia propuesta de paz para Medio Oriente. Sin embargo, aunque el apoyo de los EE.UU. a Israel es una de las causas del violento jihadismo anti-estadounidense, forma parte de una motivación más amplia y un intento activo de los EE.UU. de resolver el conflicto israelí-palestino podría en realidad empeorar el terrorismo islamista.
La línea de razonamiento de la administración aparentemente procede de David Petraeus, el comandante de las fuerzas de los EE.UU. en Oriente Medio, quien ha aludido a la vinculación entre la falta de una resolución de la cuestión palestina y el ardor de los militantes islámicos anti-Estados Unidos. El agresivo lobby israelí se ha abalanzado sobre la sutil conclusión de Petraeus y lo ha criticado por afirmar que el apoyo de los EE.UU. a Israel alimenta el islamismo militante. Por supuesto, Petraeus no se atrevió a ir tan lejos y llegar a esa conclusión políticamente incorrecta, pero todo el mundo, incluyendo el lobby, sabía lo que estaba pensando.
El problema es que solamente está acertado a medias—al menos en el caso de al-Qaeda, que debería ser la principal preocupación de los Estados Unidos (antes que preocuparse por los militantes islamistas que se centran en las cuestiones locales, como el Talibán y al Qaeda en Irak). Osama bin Laden, el fundador de al-Qaeda, comenzó atacando a los Estados Unidos por lo que cree es su “infiel” ocupación de tierras musulmanas, o su apoyo a los corruptos gobernantes de esos países. Por supuesto, por extensión, se refiere a Israel y los territorios ocupados como tierras musulmanas que han sido robadas por los infieles. Y se refiere a Israel como el delegado neo-colonial de los estadounidenses.
De este modo, la realidad es más amplia que la línea de razonamiento de Petraeus, y socava su argumento implícito de que la resolución del problema palestino es la clave para reducir el señuelo del radicalismo islamista. Pese a que su línea de razonamiento es arriesgada—cargando de manera indirecta contra el poderoso lobby israelí—sirve para distraer la atención de una conclusión más amplia que podría afectar de modo adverso a la burocracia militar estadounidense. Si los estadounidenses finalmente se percatasen, casi una década después de que las motivaciones de los islamistas para los ataques del 11 de septiembre de 2001 deberían haber sido discutidas, de que la principal motivación de los diabólicos ataques fue una revancha por la ocupación de los EE.UU. de países musulmanes—ya sea directamente o a través de mandatarios reconocidos—o la intervención en ellos, las fuerzas armadas de los EE.UU. bien podrían enfrentarse a la perspectiva de ser retiradas de su amplia presencia en ultramar y perder una parte significativa de su financiamiento. En cambio, Petraeus está procurando canalizar los esfuerzos de la administración hacia aún más intervencionismo—que es lo que motiva los ataques contra los Estados Unidos en primer lugar—para hacer que su vida sea más fácil, sin examinar la cuestión más amplia, lo que podría provocarle a su institución importantes convulsiones.
Pero ¿no sería bueno para los Estados Unidos resolver el problema de Palestina ya sea para salvaguardar otros intereses atinentes a la seguridad estadounidense o para actuar como un buen samaritano a fin de ayudar a israelíes y palestinos a alcanzar la paz y la prosperidad resultante?
Primero, no existen otros intereses relacionados con la seguridad de los EE.UU. que sean satisfechos por el servil apoyo a Israel. La Guerra Fría ha terminado, y lo mismo ocurrió con la necesidad de un aislado puesto de avanzada pro-estadounidense en Oriente Medio. De hecho, el mismo gobierno de los EE.UU. que por lo general respalda fielmente a Israel se preocupa tontamente por el flujo de petróleo, que está localizado principalmente en los países árabes o islámicos hostiles a Israel. La estrecha relación entre los EE.UU. e Israel resulta contraproducente para este declarado interés estadounidense. Así que la perenne insistencia de los EE.UU. por resolver el callejón sin salida del conflicto israelí-palestino está plagada por la política interna antes que por cualquier ímpetu apremiante basado en la seguridad de los EE.UU..
Segundo, la participación de los EE.UU. en tratar de resolver el insoluble problema en Palestina—la violencia ha estado aconteciendo allí desde la década de 1920—meramente convence a los islamistas radicales de que los Estados Unidos están tratando de ayudar a Israel a legitimar el robo de aún más tierras árabes en los territorios ocupados. Y es difícil para los EE.UU. ser un intermediario honesto en el conflicto debido a la presión interna para ponerse del lado de Israel.
Finalmente, la línea de razonamiento de Petraeus asume que la cuestión palestina puede ser resuelta. Los expertos han delineado claramente posibles acuerdos sobre el papel, pero el odio y la desconfianza mutua entre israelíes y palestinos impiden que una solución obvia (para todos los demás) sea aceptada e implementada. Un fuerte involucramiento estadounidense y el probable fracaso corre el riesgo de resaltar en los islamistas radicales la creencia de que la imposibilidad de que los EE.UU. sean un intermediario honesto en el conflicto hace de los Estados Unidos un cómplice de una ocupación permanente más por parte de los infieles de una tierra musulmana. Por lo tanto, la estimulada ira de los islamistas radicales podría conducir aún a más ataques contra los Estados Unidos.
Traducido por Gabriel Gasave
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