La “victoria” militar estadounidense en Falluya es improbable que cambie el sombrío curso de la guerra de guerrillas en Irak. La historia militar ha demostrado en reiteradas oportunidades por qué el cliché de “ganar la batalla y perder la guerra” se ha vuelto parte de la cultura popular. Además, recuperar a Falluya de la manera que los Estados Unidos lo hicieron, probablemente sea una receta segura para la derrota militar en la más extensa guerra en Irak.
Para ser justos, las metidas de pata por parte de los políticos de la administración Bush han colocado a las fuerzas armadas de los Estados Unidos en una posición insostenible. Especialmente después de la abortada ofensiva estadounidense contra Falluya en abril pasado, continuar permitiéndoles a los insurgentes iraquíes tener un refugio seguro desde el cual atacar a las fuerzas militares de los EE.UU. y a los servicios de seguridad iraquíes hacía lucir débiles a las fuerzas estadounidenses.
Alternativamente, el tomar a la ciudad manzana por manzana con fuerzas de los EE.UU. pertrechadas de forma más liviana—sin el pesado poder de fuego de la artillería, vehículos blindados, helicópteros artillados, y aeronaves jet—hubiese eliminado el refugio seguro de Falluya sin destruir la ciudad, pero con muchas más victimas estadounidenses. (Los aliados británicos, con años de experiencia combatiendo a las guerrillas urbanas en Irlanda del Norte, han estado presionando a los Estados Unidos para que tomasen dicha alternativa más restringida). Pero en razón de que un vasto número del público estadounidense se encuentra actualmente descontento con esta guerra de elección en vez de una de necesidad, tal matanza estadounidense hubiera minado el apoyo para la continuidad del conflicto bélico en Irak. Las autoridades de los EE.UU. recuerdan que en las otras dos guerras de elección—la del Líbano a comienzos de los años 80 y la de Somalia a comienzos de los años 90—la opinión pública estadounidense a favor de la continuidad de las operaciones militares se evaporó tras apenas un pequeño número de victimas fatales.
Como resultado de ello, la administración Bush facultó a las fuerzas militares de los EE.UU. para que retomaran Falluya con su estilo preferido—quitándose los guantes y empleando masivas cantidades de poder de fuego ofensivo. Tácticamente, el empleo de tal poder de fuego es muy eficaz para ganar batallas cara a cara tanto contra fuerzas convencionales como contra fuerzas guerrilleras. Sin embargo, aún en las guerras más convencionales, los triunfadores en las batallas no siempre ganan la guerra.
George Washington perdió la mayoría de las batallas de la Revolución Estadounidense pero con el tiempo las mismas eventualmente hicieron que se desmoronara la tolerancia del público británico para una guerra en las lejanas colonias. Robert E. Lee—reverenciado en el sur de los Estados Unidos hasta la fecha por su genialidad para ganar batallas empleando tácticas ofensivas fanfarronescas—era un estratega inexperto que perdió la guerra por la Confederación. A pesar de que Lee resultó triunfante en varias intervenciones tácticas, la enorme cantidad de víctimas confederadas provocadas por sus tácticas ofensivas destruyeron a los ejércitos grises más pequeños de manera más rápida que sus contrapartes azules más grandes de la Unión. En su lugar, Lee debería de haber empleado una estrategia de “defensa en profundidad” que retirase a las fuerzas grises hacia las vastas tierras sureñas y evitara una batalla de atrición a la que él solamente podía perder.
En las guerras de contrainsurgencia, ganar las batallas mientras se pierde la guerra es incluso algo más común. Los franceses ganaron la Batalla de Algeria pero fueron en última instancia desgastados por las guerrillas nacionalistas algerianas. En la Guerra de Vietnam, la Ofensiva Tet de 1968—la invasión de Vietnam del Sur por parte de los norvietnamitas y el Viet Cong—resultó en una victoria militar estadounidense y en el final del Viet Cong como una fuerza de combate eficaz. No obstante ello, políticamente, la fuerte ofensiva comunista desmintió las afirmaciones de la administración Johnson de que los Estados Unidos estaban ganando la guerra y en definitiva condujeron a una derrota de los EE.UU., en la medida que el apoyo público para el conflicto comenzó a agotarse.
De modo similar, el destruir Falluya con un pesado poder de fuego fue una victoria militar pero posiblemente será un desastre político. A pesar de que el eficaz engaño de los EE.UU. respecto de la dirección del ataque contra Falluya probablemente sorprendió, atrapó y mató a un número significativo de guerrilleros, muchos lograron escapar. En esta guerra, los insurgentes han evidenciado que son capaces de aprender, y de que probablemente estarán menos inclinados en el futuro para lidiar con un enemigo más poderoso. La mayor parte de los movimientos guerrilleros deben aprender esto de la manera más drástica—por ejemplo, los comunistas tuvieron que hacerlo en Vietnam.
Políticamente, Falluya vino a simbolizar la resistencia nacional iraquí frente a un ocupante extranjero (No obstante la propaganda de la administración de que la insurgencia consiste tan sólo de terroristas extranjeros y de ex partidarios de Saddam). Incluso, un filtrado informe elaborado por funcionarios de inteligencia de una unidad de la Infantería de Marina que combate en Falluya, admitió que arrasar a la ciudad con un pesado poder de fuego actuaría probablemente como un llamado de reclutamiento para la resistencia entre los iraquíes—en gran medida como la pérdida del Alamo lo hizo para los tejanos al combatir a los mejicanos allá por 1830. Después de que las fuerzas estadounidenses han devastado a Falluya, la idea de que la asistencia estadounidense, insignificante y demorada, para la reconstrucción de la ciudad ganará “los corazones y las mentes” de sus habitantes es absurda.
Además, la insurgencia pareciera llevar a cabo ataques coordinados en otras ciudades iraquíes—por ejemplo, Mosul—a fin de demostrar que la pérdida de Falluya significa poco para una insurgencia aún más grande. Los guerrilleros se percatan de algo que la administración Bush no puede al parecer comprender: La verdadera batalla por “los corazones y las mentes” está siendo peleada no solamente en Falluya, Mosul, Samarra, y Bagdad, sino en Fargo, Mobile, Seattle, y Baltimore. Y las encuestas de la opinión pública muestran que la administración pareciera estar perdiendo la batalla política tanto en Irak como en el país. Si los guerrilleros no son derrotados de manera decisiva, ganarán al esperar hasta que el público estadounidense se canse de esta carnicería inútil y exija que las fuerzas de los EE.UU. se retiren de la zona de combate iraquí.
Desgraciadamente, Irak se encuentra proclive a descender al caos y a la guerra civil. Por lo tanto, a pesar de la pavoneada matanza de la administración Bush de 1.200 guerrilleros en Falluya, el futuro de Irak luce por cierto feroz.
Traducido por Gabriel Gasave
¿El fracaso después de Falluya?
La “victoria” militar estadounidense en Falluya es improbable que cambie el sombrío curso de la guerra de guerrillas en Irak. La historia militar ha demostrado en reiteradas oportunidades por qué el cliché de “ganar la batalla y perder la guerra” se ha vuelto parte de la cultura popular. Además, recuperar a Falluya de la manera que los Estados Unidos lo hicieron, probablemente sea una receta segura para la derrota militar en la más extensa guerra en Irak.
Para ser justos, las metidas de pata por parte de los políticos de la administración Bush han colocado a las fuerzas armadas de los Estados Unidos en una posición insostenible. Especialmente después de la abortada ofensiva estadounidense contra Falluya en abril pasado, continuar permitiéndoles a los insurgentes iraquíes tener un refugio seguro desde el cual atacar a las fuerzas militares de los EE.UU. y a los servicios de seguridad iraquíes hacía lucir débiles a las fuerzas estadounidenses.
Alternativamente, el tomar a la ciudad manzana por manzana con fuerzas de los EE.UU. pertrechadas de forma más liviana—sin el pesado poder de fuego de la artillería, vehículos blindados, helicópteros artillados, y aeronaves jet—hubiese eliminado el refugio seguro de Falluya sin destruir la ciudad, pero con muchas más victimas estadounidenses. (Los aliados británicos, con años de experiencia combatiendo a las guerrillas urbanas en Irlanda del Norte, han estado presionando a los Estados Unidos para que tomasen dicha alternativa más restringida). Pero en razón de que un vasto número del público estadounidense se encuentra actualmente descontento con esta guerra de elección en vez de una de necesidad, tal matanza estadounidense hubiera minado el apoyo para la continuidad del conflicto bélico en Irak. Las autoridades de los EE.UU. recuerdan que en las otras dos guerras de elección—la del Líbano a comienzos de los años 80 y la de Somalia a comienzos de los años 90—la opinión pública estadounidense a favor de la continuidad de las operaciones militares se evaporó tras apenas un pequeño número de victimas fatales.
Como resultado de ello, la administración Bush facultó a las fuerzas militares de los EE.UU. para que retomaran Falluya con su estilo preferido—quitándose los guantes y empleando masivas cantidades de poder de fuego ofensivo. Tácticamente, el empleo de tal poder de fuego es muy eficaz para ganar batallas cara a cara tanto contra fuerzas convencionales como contra fuerzas guerrilleras. Sin embargo, aún en las guerras más convencionales, los triunfadores en las batallas no siempre ganan la guerra.
George Washington perdió la mayoría de las batallas de la Revolución Estadounidense pero con el tiempo las mismas eventualmente hicieron que se desmoronara la tolerancia del público británico para una guerra en las lejanas colonias. Robert E. Lee—reverenciado en el sur de los Estados Unidos hasta la fecha por su genialidad para ganar batallas empleando tácticas ofensivas fanfarronescas—era un estratega inexperto que perdió la guerra por la Confederación. A pesar de que Lee resultó triunfante en varias intervenciones tácticas, la enorme cantidad de víctimas confederadas provocadas por sus tácticas ofensivas destruyeron a los ejércitos grises más pequeños de manera más rápida que sus contrapartes azules más grandes de la Unión. En su lugar, Lee debería de haber empleado una estrategia de “defensa en profundidad” que retirase a las fuerzas grises hacia las vastas tierras sureñas y evitara una batalla de atrición a la que él solamente podía perder.
En las guerras de contrainsurgencia, ganar las batallas mientras se pierde la guerra es incluso algo más común. Los franceses ganaron la Batalla de Algeria pero fueron en última instancia desgastados por las guerrillas nacionalistas algerianas. En la Guerra de Vietnam, la Ofensiva Tet de 1968—la invasión de Vietnam del Sur por parte de los norvietnamitas y el Viet Cong—resultó en una victoria militar estadounidense y en el final del Viet Cong como una fuerza de combate eficaz. No obstante ello, políticamente, la fuerte ofensiva comunista desmintió las afirmaciones de la administración Johnson de que los Estados Unidos estaban ganando la guerra y en definitiva condujeron a una derrota de los EE.UU., en la medida que el apoyo público para el conflicto comenzó a agotarse.
De modo similar, el destruir Falluya con un pesado poder de fuego fue una victoria militar pero posiblemente será un desastre político. A pesar de que el eficaz engaño de los EE.UU. respecto de la dirección del ataque contra Falluya probablemente sorprendió, atrapó y mató a un número significativo de guerrilleros, muchos lograron escapar. En esta guerra, los insurgentes han evidenciado que son capaces de aprender, y de que probablemente estarán menos inclinados en el futuro para lidiar con un enemigo más poderoso. La mayor parte de los movimientos guerrilleros deben aprender esto de la manera más drástica—por ejemplo, los comunistas tuvieron que hacerlo en Vietnam.
Políticamente, Falluya vino a simbolizar la resistencia nacional iraquí frente a un ocupante extranjero (No obstante la propaganda de la administración de que la insurgencia consiste tan sólo de terroristas extranjeros y de ex partidarios de Saddam). Incluso, un filtrado informe elaborado por funcionarios de inteligencia de una unidad de la Infantería de Marina que combate en Falluya, admitió que arrasar a la ciudad con un pesado poder de fuego actuaría probablemente como un llamado de reclutamiento para la resistencia entre los iraquíes—en gran medida como la pérdida del Alamo lo hizo para los tejanos al combatir a los mejicanos allá por 1830. Después de que las fuerzas estadounidenses han devastado a Falluya, la idea de que la asistencia estadounidense, insignificante y demorada, para la reconstrucción de la ciudad ganará “los corazones y las mentes” de sus habitantes es absurda.
Además, la insurgencia pareciera llevar a cabo ataques coordinados en otras ciudades iraquíes—por ejemplo, Mosul—a fin de demostrar que la pérdida de Falluya significa poco para una insurgencia aún más grande. Los guerrilleros se percatan de algo que la administración Bush no puede al parecer comprender: La verdadera batalla por “los corazones y las mentes” está siendo peleada no solamente en Falluya, Mosul, Samarra, y Bagdad, sino en Fargo, Mobile, Seattle, y Baltimore. Y las encuestas de la opinión pública muestran que la administración pareciera estar perdiendo la batalla política tanto en Irak como en el país. Si los guerrilleros no son derrotados de manera decisiva, ganarán al esperar hasta que el público estadounidense se canse de esta carnicería inútil y exija que las fuerzas de los EE.UU. se retiren de la zona de combate iraquí.
Desgraciadamente, Irak se encuentra proclive a descender al caos y a la guerra civil. Por lo tanto, a pesar de la pavoneada matanza de la administración Bush de 1.200 guerrilleros en Falluya, el futuro de Irak luce por cierto feroz.
Traducido por Gabriel Gasave
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