Un reciente artículo publicado en el New York Times informaba que los militares se han decepcionado con el presidente Barack Obama porque no se ha decidido prontamente a arriesgar un número de vidas mayor en la guerra afgana, la cual es probable que resulte imposible de ganar. En el mundo posterior a la Segunda Guerra Mundial que ha exhibido una militarizada política exterior no tradicional de intervenciones desenfrenadas en los asuntos de otras naciones, las fuerzas armadas de los EE.UU. y su parecer han adquirido gran prestigio y son objeto de una silenciosa reverencia en la sociedad estadounidense. Los militares y la bandera son venerados como nunca antes. ¿Pero es esto realmente el patriotismo?
Los fundadores de la nación se revolcarían en sus tumbas al ver en lo que se ha convertido el patriotismo. Tras su mala experiencia con los abusos de los militares británicos de la colonia y al ver a los ciudadanos europeos pagar con sangre y dinero por las frecuentes guerras de sus monarcas, los fundadores temían a los ejércitos permanentes porque socavan la libertad. La Constitución de los EE.UU. rechazó el militarismo europeo en favor de estrictos controles parlamentarios sobre el empleo, la organización y el financiamiento de las fuerzas armadas de los EE.UU.. Desde la Segunda Guerra Mundial, esos controles –como ser las declaraciones de guerra del Congreso- se han visto gravemente erosionados.
Y el público norteamericano, sintiéndose aún culpable por el trato ciertamente terrible dispensado a los reclutas que regresaron de la guerra de Vietnam, ha mantenido su admiración por las ahora voluntarias fuerzas armadas como institución, aunque hayan fracasado en la guerras de Irak y Afganistán. Incluso mientras se libran dos guerras impopulares, la opinión pública ha apoyado los enormes presupuestos de defensa fuera de toda proporción con lo que se necesita para defender al país. ¿Es esto saludable para una república?
La respuesta políticamente incorrecta a este interrogante es un rotundo «¡no!» Ser genuinamente patriótico significa apoyar a la sociedad y cultura del país. La reverencia excesiva al gobierno de los EE.UU., las fuerzas armadas y la bandera no es más que nacionalismo y ello se asemeja a los episodios acaecidos en Rusia, Alemania y Japón en el siglo pasado. Y atiborrar a los militares con demasiados recursos tienta a los políticos, como George W. Bush y Madeleine Albright, a soñar con innecesarias aventuras militares en el extranjero, las que muchas veces terminan en un desastre.
El verdadero patriotismo estadounidense, siguiendo la tradición de los fundadores de la nación, rechaza el militarismo sin objetar un papel adecuado para los militares. Según la Constitución, los militares activos deberían «proveer a la defensa común» y nada más. Este rol limitado debería excluir el empleo de los militares para invadir otras naciones con fines ostensiblemente nobles.
Para ser aún más políticamente incorrecto, el 11 de septiembre de 2001 los militares estadounidenses fallaron en su misión principal. Nadie fue despedido por este trágico fiasco. Desde entonces, las fuerzas armadas han sido utilizadas para empeorar las cosas y en realidad socavan la seguridad de los EE.UU.. A los cuasi-patriotas de sofá -por desgracia, la mayoría del país- no les agrada admitir qué es lo que ante todo provoca los atroces ataques de al-Qaeda: las intervenciones de los EE.UU. en los países islámicos. En las contraproducentes invasiones y ocupaciones tanto de Afganistán como de Irak, los militares cometieron grandes errores antes de volver a aprender las tácticas de la guerra de contrainsurgencia adrede olvidadas a raíz de su debacle en Vietnam. ¿Merecen veneración esta incompetencia reiterada?
Uno podría decir mucho respecto de la organización militar y sus dirigentes, ¿pero no deberíamos seguir teniendo reverencia por el soldado en la línea de fuego que arriesga su vida por nuestra libertad? Desafortunadamente, el personal militar –al igual que el público en general del cual procede– se encuentra bajo la misma falsa ilusión antes mencionada respecto de en qué debería consistir el “patriotismo». Uno podría argumentar que la guerra es a veces necesaria para la defensa -aunque la actual estrategia ofensiva-defensiva de los EE.UU. es innecesaria, inconstitucional y contraproducente- pero la guerra rara vez conduce a una mayor libertad, tal como lo sabían los fundadores. La erosión de las libertades civiles en virtud de la «guerra contra el terror» es ilustrativa. Además, el personal militar debería saber, o tomarse el tiempo para aprender si no lo sacen, que los EE.UU. han sido el país más agresivo del planeta durante la Guerra Fría y desde entonces, en términos del número de intervenciones militares extranjeras.
Por lo tanto, es necesario un nuevo patriotismo. Para empezar, dejemos de venerar a los militares y la bandera y recuperemos el antiguo respeto de los padres fundadores por la libertad y la Constitución.
Traducido por Gabriel Gasave
¿Es realmente patriótica la adulación a las fuerzas armadas?
Un reciente artículo publicado en el New York Times informaba que los militares se han decepcionado con el presidente Barack Obama porque no se ha decidido prontamente a arriesgar un número de vidas mayor en la guerra afgana, la cual es probable que resulte imposible de ganar. En el mundo posterior a la Segunda Guerra Mundial que ha exhibido una militarizada política exterior no tradicional de intervenciones desenfrenadas en los asuntos de otras naciones, las fuerzas armadas de los EE.UU. y su parecer han adquirido gran prestigio y son objeto de una silenciosa reverencia en la sociedad estadounidense. Los militares y la bandera son venerados como nunca antes. ¿Pero es esto realmente el patriotismo?
Los fundadores de la nación se revolcarían en sus tumbas al ver en lo que se ha convertido el patriotismo. Tras su mala experiencia con los abusos de los militares británicos de la colonia y al ver a los ciudadanos europeos pagar con sangre y dinero por las frecuentes guerras de sus monarcas, los fundadores temían a los ejércitos permanentes porque socavan la libertad. La Constitución de los EE.UU. rechazó el militarismo europeo en favor de estrictos controles parlamentarios sobre el empleo, la organización y el financiamiento de las fuerzas armadas de los EE.UU.. Desde la Segunda Guerra Mundial, esos controles –como ser las declaraciones de guerra del Congreso- se han visto gravemente erosionados.
Y el público norteamericano, sintiéndose aún culpable por el trato ciertamente terrible dispensado a los reclutas que regresaron de la guerra de Vietnam, ha mantenido su admiración por las ahora voluntarias fuerzas armadas como institución, aunque hayan fracasado en la guerras de Irak y Afganistán. Incluso mientras se libran dos guerras impopulares, la opinión pública ha apoyado los enormes presupuestos de defensa fuera de toda proporción con lo que se necesita para defender al país. ¿Es esto saludable para una república?
La respuesta políticamente incorrecta a este interrogante es un rotundo «¡no!» Ser genuinamente patriótico significa apoyar a la sociedad y cultura del país. La reverencia excesiva al gobierno de los EE.UU., las fuerzas armadas y la bandera no es más que nacionalismo y ello se asemeja a los episodios acaecidos en Rusia, Alemania y Japón en el siglo pasado. Y atiborrar a los militares con demasiados recursos tienta a los políticos, como George W. Bush y Madeleine Albright, a soñar con innecesarias aventuras militares en el extranjero, las que muchas veces terminan en un desastre.
El verdadero patriotismo estadounidense, siguiendo la tradición de los fundadores de la nación, rechaza el militarismo sin objetar un papel adecuado para los militares. Según la Constitución, los militares activos deberían «proveer a la defensa común» y nada más. Este rol limitado debería excluir el empleo de los militares para invadir otras naciones con fines ostensiblemente nobles.
Para ser aún más políticamente incorrecto, el 11 de septiembre de 2001 los militares estadounidenses fallaron en su misión principal. Nadie fue despedido por este trágico fiasco. Desde entonces, las fuerzas armadas han sido utilizadas para empeorar las cosas y en realidad socavan la seguridad de los EE.UU.. A los cuasi-patriotas de sofá -por desgracia, la mayoría del país- no les agrada admitir qué es lo que ante todo provoca los atroces ataques de al-Qaeda: las intervenciones de los EE.UU. en los países islámicos. En las contraproducentes invasiones y ocupaciones tanto de Afganistán como de Irak, los militares cometieron grandes errores antes de volver a aprender las tácticas de la guerra de contrainsurgencia adrede olvidadas a raíz de su debacle en Vietnam. ¿Merecen veneración esta incompetencia reiterada?
Uno podría decir mucho respecto de la organización militar y sus dirigentes, ¿pero no deberíamos seguir teniendo reverencia por el soldado en la línea de fuego que arriesga su vida por nuestra libertad? Desafortunadamente, el personal militar –al igual que el público en general del cual procede– se encuentra bajo la misma falsa ilusión antes mencionada respecto de en qué debería consistir el “patriotismo». Uno podría argumentar que la guerra es a veces necesaria para la defensa -aunque la actual estrategia ofensiva-defensiva de los EE.UU. es innecesaria, inconstitucional y contraproducente- pero la guerra rara vez conduce a una mayor libertad, tal como lo sabían los fundadores. La erosión de las libertades civiles en virtud de la «guerra contra el terror» es ilustrativa. Además, el personal militar debería saber, o tomarse el tiempo para aprender si no lo sacen, que los EE.UU. han sido el país más agresivo del planeta durante la Guerra Fría y desde entonces, en términos del número de intervenciones militares extranjeras.
Por lo tanto, es necesario un nuevo patriotismo. Para empezar, dejemos de venerar a los militares y la bandera y recuperemos el antiguo respeto de los padres fundadores por la libertad y la Constitución.
Traducido por Gabriel Gasave
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