Hace algunos meses, el gobierno brasileño permitió, encantado, que Hugo Chávez saboteara el Área de Libre Comercio de las Américas promovida por los Estados Unidos y algunos países latinoamericanos. Ahora, Chávez pretende sabotear el proyecto de integración sudamericana (a la larga compatible con el ALCA) promovido por Brasil y reemplazarlo por la megalomanía bolivariana. Sin embargo, el Presidente Lula da Silva ha reaccionado con una pasmosa falta de liderazgo.
En 1999, el estadista brasileño Roberto de Oliveira Campos sostuvo que Rusia y Brasil se parecen: Rusia es una superpotencia que ha descubierto que es nación del Tercer Mundo mientras que Brasil es “una potencia emergente que jamás emerge”. El Presidente Lula podría convertir a Brasil en “una nación emergente que se sumerge” si no presta oídos a aquellos brasileños que claman para que se plante firme.
Hasta que Chávez ensombreció las cosas, la estrategia brasileña—inspirada en el Barón de Río Branco, el estadista que hace un siglo fijó las fronteras de su nación sin una sola guerra—apuntaba a unir al Atlántico y el Pacífico (al que Brasil no tiene acceso directo) mediante una Comunidad Sudamericana de Naciones vagamente deudora de la Unión Europea. El plan incluye la construcción de infraestructura por unos $50 mil millones financiada por el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social, y una serie de corredores a través de Bolivia, situada entre los extremos atlántico y pacífico. A ello se debe en parte (la otra razón es la dependencia de la electricidad de Sao Paulo con respecto al gas natural de Bolivia) el que Brasil tenga una presencia sustantiva en la economía boliviana.
Sin embargo, el presidente Evo Morales acaba de nacionalizar los hidrocarburos: una jugada orquestada directamente por Hugo Chávez. Petrobras, el gigante energético brasileño con activos valorados en $2 mil millones en Bolivia, fue la víctima principal de esta operación. Tres días antes, Chávez, Morales y Fidel Castro habían suscrito un pacto comercial que forma parte de la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA), el aquelarre que Chávez impulsa como contraposición a los mercados libres (hasta ahora consiste en que Venezuela suministra diesel barato a Bolivia a cambio de soja).
Todo esto es una bofetada para la estrategia de integración sudamericana dirigida por Brasil. Lula había invitado recientemente a Venezuela a participar en el MERCOSUR, núcleo alrededor del cual gira el plan brasileño para una integración ampliada. Para colmo, a través de la adquisición de títulos de su deuda soberana, Chávez se ha acercado calculadamente a la Argentina —país conducido por otro presidente populista— sabiendo perfectamente que Buenos Aires está en tensión permanente con Brasil porque este país ha puesto su economía en marcha y mantiene un superávit comercial con Argentina.
El hombre para frenar a Chávez no es el presidente Bush, quien le haría un favor al venezolano si lo encarase personalmente, sino Lula, que proviene de la izquierda, es un actor clave en la región (su país representa la mitad del PBI de América del Sur) y está bajo el desafío directo de Caracas.
Se libra en la actualidad una batalla por el “alma” de la izquierda latinoamericana, como la que tuvo lugar en Europa durante los 80». La izquierda “vegetariana” tiende, en cierta forma, hacia los mercados libres y la democracia. La izquierda “carnívora”, hacia los regímenes populistas y autoritarios. Lula es el líder natural de los vegetarianos. Chávez ha reemplazado a Castro como el jefe de los carnívoros. En el medio, algunas naciones más modestas requieren con urgencia el liderazgo de Brasil para resistir mejor el canto de sirena de la petro-diplomacia de Chávez.
La estrategia de integración promovida por Brasil apunta a un objetivo deseable, pero la ausencia de liderazgo por parte Brasilia implica que la estrategia de Chávez es la única que sigue en pie. Hace poco, el presidente Lula me dijo: “Deseo dejar en claro que no tengo ningún tipo de resistencia ideológica contra el ALCA. Le he explicado la posición brasileña al presidente Bush y él la ha comprendido. Lo que resulta importante hoy día es desbloquear las negociaciones en la Organización Mundial del Comercio”. Si es así, ¿por qué la “alternativa” de Chávez al libre comercio hemisférico es ahora el único plan visible en América del Sur?
La semana pasada, durante un viaje a Sao Paulo, tuve ocasión de tratar estas cuestiones con muchos brasileños. La observación más acertada con la que me topé corresponde a Rubens Barbosa, ex embajador brasileño en los Estados Unidos, y resume así las cosas: “El populismo nacionalista de Chávez significa que sus acciones están en el origen del actual proceso de desintegración. … La lógica de la integración sudamericana fue siempre, desde el punto de vista de Brasil, el eje Brasil-Buenos Aires. Hoy día, vemos que el eje Venezuela-Buenos Aires se está consolidando. Han sido afectados los últimos veinte años de diplomacia”.
(c) 2006, The Washington Post Writers Group
¿Puede Lula frenar a Chávez?
Hace algunos meses, el gobierno brasileño permitió, encantado, que Hugo Chávez saboteara el Área de Libre Comercio de las Américas promovida por los Estados Unidos y algunos países latinoamericanos. Ahora, Chávez pretende sabotear el proyecto de integración sudamericana (a la larga compatible con el ALCA) promovido por Brasil y reemplazarlo por la megalomanía bolivariana. Sin embargo, el Presidente Lula da Silva ha reaccionado con una pasmosa falta de liderazgo.
En 1999, el estadista brasileño Roberto de Oliveira Campos sostuvo que Rusia y Brasil se parecen: Rusia es una superpotencia que ha descubierto que es nación del Tercer Mundo mientras que Brasil es “una potencia emergente que jamás emerge”. El Presidente Lula podría convertir a Brasil en “una nación emergente que se sumerge” si no presta oídos a aquellos brasileños que claman para que se plante firme.
Hasta que Chávez ensombreció las cosas, la estrategia brasileña—inspirada en el Barón de Río Branco, el estadista que hace un siglo fijó las fronteras de su nación sin una sola guerra—apuntaba a unir al Atlántico y el Pacífico (al que Brasil no tiene acceso directo) mediante una Comunidad Sudamericana de Naciones vagamente deudora de la Unión Europea. El plan incluye la construcción de infraestructura por unos $50 mil millones financiada por el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social, y una serie de corredores a través de Bolivia, situada entre los extremos atlántico y pacífico. A ello se debe en parte (la otra razón es la dependencia de la electricidad de Sao Paulo con respecto al gas natural de Bolivia) el que Brasil tenga una presencia sustantiva en la economía boliviana.
Sin embargo, el presidente Evo Morales acaba de nacionalizar los hidrocarburos: una jugada orquestada directamente por Hugo Chávez. Petrobras, el gigante energético brasileño con activos valorados en $2 mil millones en Bolivia, fue la víctima principal de esta operación. Tres días antes, Chávez, Morales y Fidel Castro habían suscrito un pacto comercial que forma parte de la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA), el aquelarre que Chávez impulsa como contraposición a los mercados libres (hasta ahora consiste en que Venezuela suministra diesel barato a Bolivia a cambio de soja).
Todo esto es una bofetada para la estrategia de integración sudamericana dirigida por Brasil. Lula había invitado recientemente a Venezuela a participar en el MERCOSUR, núcleo alrededor del cual gira el plan brasileño para una integración ampliada. Para colmo, a través de la adquisición de títulos de su deuda soberana, Chávez se ha acercado calculadamente a la Argentina —país conducido por otro presidente populista— sabiendo perfectamente que Buenos Aires está en tensión permanente con Brasil porque este país ha puesto su economía en marcha y mantiene un superávit comercial con Argentina.
El hombre para frenar a Chávez no es el presidente Bush, quien le haría un favor al venezolano si lo encarase personalmente, sino Lula, que proviene de la izquierda, es un actor clave en la región (su país representa la mitad del PBI de América del Sur) y está bajo el desafío directo de Caracas.
Se libra en la actualidad una batalla por el “alma” de la izquierda latinoamericana, como la que tuvo lugar en Europa durante los 80». La izquierda “vegetariana” tiende, en cierta forma, hacia los mercados libres y la democracia. La izquierda “carnívora”, hacia los regímenes populistas y autoritarios. Lula es el líder natural de los vegetarianos. Chávez ha reemplazado a Castro como el jefe de los carnívoros. En el medio, algunas naciones más modestas requieren con urgencia el liderazgo de Brasil para resistir mejor el canto de sirena de la petro-diplomacia de Chávez.
La estrategia de integración promovida por Brasil apunta a un objetivo deseable, pero la ausencia de liderazgo por parte Brasilia implica que la estrategia de Chávez es la única que sigue en pie. Hace poco, el presidente Lula me dijo: “Deseo dejar en claro que no tengo ningún tipo de resistencia ideológica contra el ALCA. Le he explicado la posición brasileña al presidente Bush y él la ha comprendido. Lo que resulta importante hoy día es desbloquear las negociaciones en la Organización Mundial del Comercio”. Si es así, ¿por qué la “alternativa” de Chávez al libre comercio hemisférico es ahora el único plan visible en América del Sur?
La semana pasada, durante un viaje a Sao Paulo, tuve ocasión de tratar estas cuestiones con muchos brasileños. La observación más acertada con la que me topé corresponde a Rubens Barbosa, ex embajador brasileño en los Estados Unidos, y resume así las cosas: “El populismo nacionalista de Chávez significa que sus acciones están en el origen del actual proceso de desintegración. … La lógica de la integración sudamericana fue siempre, desde el punto de vista de Brasil, el eje Brasil-Buenos Aires. Hoy día, vemos que el eje Venezuela-Buenos Aires se está consolidando. Han sido afectados los últimos veinte años de diplomacia”.
(c) 2006, The Washington Post Writers Group
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