Washington, DC—Cada día se hace más obvio que la gente equivocada va ganando en Egipto y la mejor, perdiendo.
Hosni Mubarak ya había dejado saber que no buscaría la reelección mucho antes de la revuelta. Por eso, precisamente, preparaba a sus posibles sucesores. El patrón para juzgar cómo sale de esta prueba, por tanto, no es si permanecerá en el poder. Es más bien si la estructura política que ha dominado al país sobrevivirá.
Durante su larga dictadura de tres décadas, hubo ocasiones en las que las circunstancias obligaron a Mubarak a efectuar concesiones temporales. En las elecciones de 2005, por ejemplo, los Hermanos Musulmanes participaron con varias restricciones. El régimen, una maraña mercantilista de intereses militares, políticos y empresariales, fue hábil en chantajear al mundo exterior para que aceptara a la dictadura como indispensable. Un cable enviado ese año por el embajador de Estados Unidos, Francis Ricciardone, al director del FBI, Robert Mueller, en vísperas de la visita de éste a El Cairo, afirma que las autoridades egipcias tienen “una larga historia amenazándonos con el coco de los HM”. Ricciardone advierte a Mueller que El Cairo culpará a las presiones de Washington por el éxito de los islamistas en las elecciones de 2005…y sugiere que Mueller debería responder que es precisamente la falta de democracia y transparencia lo que está fomentando el extremismo.
La coartada islamista permitió a Mubarak y compañía erigir un verdadero imperio de corrupción. A diferencia de Cuba, donde los extranjeros no pueden poseer participación mayoritaria en una empresa, en Egipto sólo están obligados a ceder una quinta parte de la propiedad a socios locales. Pero estos socios locales casi invariablemente conducen al Palacio presidencial y a las autoridades. Un libro de Aladdin Elaasar titulado “The Last Pharaoh” y una investigación realizada por el diario “Al Khabar” ofrecen detallada información de los miles de millones de dólares que Mubarak y su familia poseen en Egipto, donde tienen propiedades a lo largo del Mar Rojo, así como en Gran Bretaña y Suiza.
Una transición presidida por Mubarak, negociada por quien desde hace mucho tiempo es su jefe de Inteligencia y ahora es su Vicepresidente, Omar Suleiman, y controlada por el mismo Ejército que logró, con astucia maquiavélica, que la gente pudiese descargar su ira en la Plaza Tahrir sin poner en peligro la Presidencia del jefe, producirá, seguramente, unas elecciones que preserven de este régimen mucho más de lo que cambiarán.
Paradójicamente, ello no significa que el principal enemigo de Mubarak, los Hermanos Musulmanes, hayan perdido. A estas alturas, lamentablemente, también son ganadores. Su objetivo nunca fue, durante esta revuelta, capturar el poder. Se han comportado con un agudo sentido del largo plazo. Se mantuvieron en silencio durante varios días, observando. Sólo cuando confirmaron la extensión de la revuelta, asomaron la cabeza, pero cuidadosamente. Incluso entonces propusieron al Premio Nobel El Baradei como líder de la resistencia aceptando al mismo tiempo la necesidad de un comité de representantes seculares más amplio. En ningún momento iniciaron la violencia. Esperaron hasta que Mubarak lanzó a una horda de matones contra los manifestantes y entonces, entremezclados con los jóvenes egipcios que luchan por el verdadero cambio, repelieron la agresión: los hombres de Mubarak nunca fueron capaces de desalojar a los manifestantes de la plaza Tahrir, no importa cuánta sangre fue derramada y cuántos testigos extranjeros brutalmente apartados.
Los opositores comunes y corrientes de Mubarak tendrían que ser inhumanos para no admirar calladamente la valentía con la que los resistentes, incluidos los Hermanos Musulmanes, repelieron el ataque armado.
Y ahora los Hermanos Musulmanes han hecho algo inteligente: asisten a unas negociaciones con Suleiman que saben que no cambiarán nada sustancial en el corto plazo pero que podrían abrirles algunos espacios pequeños, lo que se agradece porque de lo que se trata es de continuar la larga marcha hacia el poder. ¿Cuán larga? No importa. Fueron fundados en 1928 y casi un siglo más tarde son la única organización en Oriente Medio con raíces populares, una amplia red de asistencia social y ascendiente espiritual sobre millones de personas que no han encontrado ninguna alternativa civil porque, en una región donde sus opciones son las de ser siervos de un autócrata, terroristas o muertos civiles, a ninguna se le ha permitido florecer.
¿Quién pierde en este escenario? Los mismos que han venido perdiendo durante décadas: los líderes potenciales desesperados por demostrar que la disyuntiva no es la tiranía o el terrorismo islámico sino el oscurantismo y la civilización, y los millones cuyos corazones deben estar destrozados al observar el giro que han tomado los acontecimientos.
(c) 2011, The Washington Post Writers Group
¿Quién ganó y quién perdió en Egipto?
Washington, DC—Cada día se hace más obvio que la gente equivocada va ganando en Egipto y la mejor, perdiendo.
Hosni Mubarak ya había dejado saber que no buscaría la reelección mucho antes de la revuelta. Por eso, precisamente, preparaba a sus posibles sucesores. El patrón para juzgar cómo sale de esta prueba, por tanto, no es si permanecerá en el poder. Es más bien si la estructura política que ha dominado al país sobrevivirá.
Durante su larga dictadura de tres décadas, hubo ocasiones en las que las circunstancias obligaron a Mubarak a efectuar concesiones temporales. En las elecciones de 2005, por ejemplo, los Hermanos Musulmanes participaron con varias restricciones. El régimen, una maraña mercantilista de intereses militares, políticos y empresariales, fue hábil en chantajear al mundo exterior para que aceptara a la dictadura como indispensable. Un cable enviado ese año por el embajador de Estados Unidos, Francis Ricciardone, al director del FBI, Robert Mueller, en vísperas de la visita de éste a El Cairo, afirma que las autoridades egipcias tienen “una larga historia amenazándonos con el coco de los HM”. Ricciardone advierte a Mueller que El Cairo culpará a las presiones de Washington por el éxito de los islamistas en las elecciones de 2005…y sugiere que Mueller debería responder que es precisamente la falta de democracia y transparencia lo que está fomentando el extremismo.
La coartada islamista permitió a Mubarak y compañía erigir un verdadero imperio de corrupción. A diferencia de Cuba, donde los extranjeros no pueden poseer participación mayoritaria en una empresa, en Egipto sólo están obligados a ceder una quinta parte de la propiedad a socios locales. Pero estos socios locales casi invariablemente conducen al Palacio presidencial y a las autoridades. Un libro de Aladdin Elaasar titulado “The Last Pharaoh” y una investigación realizada por el diario “Al Khabar” ofrecen detallada información de los miles de millones de dólares que Mubarak y su familia poseen en Egipto, donde tienen propiedades a lo largo del Mar Rojo, así como en Gran Bretaña y Suiza.
Una transición presidida por Mubarak, negociada por quien desde hace mucho tiempo es su jefe de Inteligencia y ahora es su Vicepresidente, Omar Suleiman, y controlada por el mismo Ejército que logró, con astucia maquiavélica, que la gente pudiese descargar su ira en la Plaza Tahrir sin poner en peligro la Presidencia del jefe, producirá, seguramente, unas elecciones que preserven de este régimen mucho más de lo que cambiarán.
Paradójicamente, ello no significa que el principal enemigo de Mubarak, los Hermanos Musulmanes, hayan perdido. A estas alturas, lamentablemente, también son ganadores. Su objetivo nunca fue, durante esta revuelta, capturar el poder. Se han comportado con un agudo sentido del largo plazo. Se mantuvieron en silencio durante varios días, observando. Sólo cuando confirmaron la extensión de la revuelta, asomaron la cabeza, pero cuidadosamente. Incluso entonces propusieron al Premio Nobel El Baradei como líder de la resistencia aceptando al mismo tiempo la necesidad de un comité de representantes seculares más amplio. En ningún momento iniciaron la violencia. Esperaron hasta que Mubarak lanzó a una horda de matones contra los manifestantes y entonces, entremezclados con los jóvenes egipcios que luchan por el verdadero cambio, repelieron la agresión: los hombres de Mubarak nunca fueron capaces de desalojar a los manifestantes de la plaza Tahrir, no importa cuánta sangre fue derramada y cuántos testigos extranjeros brutalmente apartados.
Los opositores comunes y corrientes de Mubarak tendrían que ser inhumanos para no admirar calladamente la valentía con la que los resistentes, incluidos los Hermanos Musulmanes, repelieron el ataque armado.
Y ahora los Hermanos Musulmanes han hecho algo inteligente: asisten a unas negociaciones con Suleiman que saben que no cambiarán nada sustancial en el corto plazo pero que podrían abrirles algunos espacios pequeños, lo que se agradece porque de lo que se trata es de continuar la larga marcha hacia el poder. ¿Cuán larga? No importa. Fueron fundados en 1928 y casi un siglo más tarde son la única organización en Oriente Medio con raíces populares, una amplia red de asistencia social y ascendiente espiritual sobre millones de personas que no han encontrado ninguna alternativa civil porque, en una región donde sus opciones son las de ser siervos de un autócrata, terroristas o muertos civiles, a ninguna se le ha permitido florecer.
¿Quién pierde en este escenario? Los mismos que han venido perdiendo durante décadas: los líderes potenciales desesperados por demostrar que la disyuntiva no es la tiranía o el terrorismo islámico sino el oscurantismo y la civilización, y los millones cuyos corazones deben estar destrozados al observar el giro que han tomado los acontecimientos.
(c) 2011, The Washington Post Writers Group
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