La amenaza del presidente mexicano Carlos Salinas de Gortari de desmantelar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA como se lo conoce en inglés) sí México debe hacerle más concesiones contractuales a los Estados Unidos es más un enfado que una promesa.
Habiendo puesto en juego en virtud del pacto comercial todo su capital político en los libros de historia como el hombre que alejó a México del socialismo incompetente hacia el auge capitalista, es de esperarse que Salinas acceda a las condiciones de la administración Clinton.
Esa predicción asume, por su puesto, que Clinton deseará continuar con el NAFTA, al cual le brindó un calificado apoyo durante los días de la campaña.
Con el Congreso controlado por los demócratas, muchos de los cuales se oponen a cualquier forma de pacto comercial mejicano-estadounidense (hay un número razonable de republicanos que también se oponen al NAFTA), Clinton simplemente podría decidir dejar que el tema se desvanezca.
Eso haría ciertamente más que feliz al Líder de la Mayoría de la Cámara de Representantes Richard Gephardt, uno de los más resueltos proteccionistas en el Capitolio. No es ningún secreto que Gephardt quiera al NAFTA muerto y enterrado.
Dejar que el NAFTA se marchite podría también llevar a muchos votantes económicamente miopes a plegarse a esa postura.
Mediante una negativa al NAFTA de Salinas, Clinton podría para 1996 heredar el resentimiento de los votantes que simpatizaban con las denuncias contra el acuerdo comercial inspiradas en los trabajadores de Jerry Brown, el nacionalismo económico de Pat Buchanan, y las invocaciones al temor de Ross Perot-particularmente su fatua afirmación de que un ruido «succionador» será oído a medida que nuestra base industrial sea aspirada a través de la frontera si el pacto resultase suscripto.
Pero Clinton, que ha hecho de la creación de empleos su prioridad numero uno y quien precisa probar sus credenciales en materia de política exterior, podría escoger abogar a favor del NAFTA y beneficiarse políticamente al hacerlo.
Con el NAFTA, Clinton solidificará una creciente relación comercial con un vecino ávido, consumidor y hambriento de bienes de capital, el cual espoleará la creación de empleos en el país así como también ayudará a continuar el cambio revolucionario a través de América Latina pasando de los mercados controlados por el estado hacia mercados más libres.
Si esa es su decisión, Clinton sería sabio en defender al NAFTA y a su compañera política de libre mercado, la Iniciativa para las Américas, mucho más agresivamente de lo que lo hizo el Presidente Bush, quien, para ser justos, en verdad evidenció esa «vision thing» al actuar inicialmente sobre la fenomenal adopción política por parte de América Latina de las reformas de libre mercado.
Clinton el demócrata puede hacer políticamente lo que Bush el republicano no pudo: Clinton podría dejar en claro que el NAFTA no es un tratado de libre comercio, sino un acuerdo de comercio administrado. Al hacerlo podría hacer tambalear a muchos de los aliados demócratas de Gephardt en el Congreso.
Bajo el NAFTA, varios sectores de las economías canadiense, estadounidense, y mexicana podrán disfrutar de protecciones en el largo plazo hasta que el tratado esté completamente en vigor (bien entrado el próximo siglo), proporcionando salvaguardias para muchas de las industrias estadounidenses menos competitivas e inflexibles. E incluso entonces ciertos sectores económicos demasiado enmarañados con las entidades soberanas de cada país estarán ampliamente excluidos aún de ese comercio administrado.
Pero Clinton tendría también que ponerse firme con los obstruccionistas en el Congreso.
El presidente electo tendrá entonces que poner en claro que en la Aldea Global los Estados Unidos deben ser las voz cantante en favor de la expansión del comercio-no el idiota del pueblo procurando erigir barreras comerciales cuando el resto de la ciudadanía las está derribando y pensando en eliminarlas progresivamente a todas juntas.
El NAFTA es un paso-no un salto hacia adelante-en la dirección correcta para todas las partes involucradas. Pero este solo paso puede permitir recorrer un largo camino a fin de crear mercados más libres, los que pueden resolver problemas tales como el de la inmigración ilegal causada por las penurias económicas de una forma mucho más eficaz que el socialismo mexicano de ayer o un resurgimiento del proteccionismo estadounidense.
Salinas comprendió esto al inicio de su mandato. Fue por lo tanto con buena razón que muchas de sus reformas económicas de libre mercado fueron apodadas «Salinastroika» por los latinoamericanos.
La administración Clinton debe igualmente reconocer que para México y América Latina, la Salinastroika será casi tan importante como la perestroika lo fue para Europa.
México es más importante estratégicamente para los Estados Unidos de lo que muchos pensamos. Incluso Jerry Brown lo admitió bastante, aunque mucho antes de asumir el título de defensor de los trabajadores en la primaria demócrata y de etiquetar al NAFTA como un complot mercantilista.
«Estamos de manera inextricable ligados a ese pueblo, y cuanto más pronto nos percatemos de ello mejor,» dijo un profético Brown mientras era gobernador de California. «México no es una isla. Si algo sale mal en la Ciudad de Mexico City, se hará sentir en Los Angeles y en El Paso.»
La observación de Brown es una a la que Clinton haría bien en no descuidar, y una a la que Brown, quien continua marchando en contra el acuerdo de libre comercio, más Gephardt, Buchanan, y Perot, harían bien en recordar.
Traducido por Gabriel Gasave
¿Será un buen vecino Clinton?
La amenaza del presidente mexicano Carlos Salinas de Gortari de desmantelar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA como se lo conoce en inglés) sí México debe hacerle más concesiones contractuales a los Estados Unidos es más un enfado que una promesa.
Habiendo puesto en juego en virtud del pacto comercial todo su capital político en los libros de historia como el hombre que alejó a México del socialismo incompetente hacia el auge capitalista, es de esperarse que Salinas acceda a las condiciones de la administración Clinton.
Esa predicción asume, por su puesto, que Clinton deseará continuar con el NAFTA, al cual le brindó un calificado apoyo durante los días de la campaña.
Con el Congreso controlado por los demócratas, muchos de los cuales se oponen a cualquier forma de pacto comercial mejicano-estadounidense (hay un número razonable de republicanos que también se oponen al NAFTA), Clinton simplemente podría decidir dejar que el tema se desvanezca.
Eso haría ciertamente más que feliz al Líder de la Mayoría de la Cámara de Representantes Richard Gephardt, uno de los más resueltos proteccionistas en el Capitolio. No es ningún secreto que Gephardt quiera al NAFTA muerto y enterrado.
Dejar que el NAFTA se marchite podría también llevar a muchos votantes económicamente miopes a plegarse a esa postura.
Mediante una negativa al NAFTA de Salinas, Clinton podría para 1996 heredar el resentimiento de los votantes que simpatizaban con las denuncias contra el acuerdo comercial inspiradas en los trabajadores de Jerry Brown, el nacionalismo económico de Pat Buchanan, y las invocaciones al temor de Ross Perot-particularmente su fatua afirmación de que un ruido «succionador» será oído a medida que nuestra base industrial sea aspirada a través de la frontera si el pacto resultase suscripto.
Pero Clinton, que ha hecho de la creación de empleos su prioridad numero uno y quien precisa probar sus credenciales en materia de política exterior, podría escoger abogar a favor del NAFTA y beneficiarse políticamente al hacerlo.
Con el NAFTA, Clinton solidificará una creciente relación comercial con un vecino ávido, consumidor y hambriento de bienes de capital, el cual espoleará la creación de empleos en el país así como también ayudará a continuar el cambio revolucionario a través de América Latina pasando de los mercados controlados por el estado hacia mercados más libres.
Si esa es su decisión, Clinton sería sabio en defender al NAFTA y a su compañera política de libre mercado, la Iniciativa para las Américas, mucho más agresivamente de lo que lo hizo el Presidente Bush, quien, para ser justos, en verdad evidenció esa «vision thing» al actuar inicialmente sobre la fenomenal adopción política por parte de América Latina de las reformas de libre mercado.
Clinton el demócrata puede hacer políticamente lo que Bush el republicano no pudo: Clinton podría dejar en claro que el NAFTA no es un tratado de libre comercio, sino un acuerdo de comercio administrado. Al hacerlo podría hacer tambalear a muchos de los aliados demócratas de Gephardt en el Congreso.
Bajo el NAFTA, varios sectores de las economías canadiense, estadounidense, y mexicana podrán disfrutar de protecciones en el largo plazo hasta que el tratado esté completamente en vigor (bien entrado el próximo siglo), proporcionando salvaguardias para muchas de las industrias estadounidenses menos competitivas e inflexibles. E incluso entonces ciertos sectores económicos demasiado enmarañados con las entidades soberanas de cada país estarán ampliamente excluidos aún de ese comercio administrado.
Pero Clinton tendría también que ponerse firme con los obstruccionistas en el Congreso.
El presidente electo tendrá entonces que poner en claro que en la Aldea Global los Estados Unidos deben ser las voz cantante en favor de la expansión del comercio-no el idiota del pueblo procurando erigir barreras comerciales cuando el resto de la ciudadanía las está derribando y pensando en eliminarlas progresivamente a todas juntas.
El NAFTA es un paso-no un salto hacia adelante-en la dirección correcta para todas las partes involucradas. Pero este solo paso puede permitir recorrer un largo camino a fin de crear mercados más libres, los que pueden resolver problemas tales como el de la inmigración ilegal causada por las penurias económicas de una forma mucho más eficaz que el socialismo mexicano de ayer o un resurgimiento del proteccionismo estadounidense.
Salinas comprendió esto al inicio de su mandato. Fue por lo tanto con buena razón que muchas de sus reformas económicas de libre mercado fueron apodadas «Salinastroika» por los latinoamericanos.
La administración Clinton debe igualmente reconocer que para México y América Latina, la Salinastroika será casi tan importante como la perestroika lo fue para Europa.
México es más importante estratégicamente para los Estados Unidos de lo que muchos pensamos. Incluso Jerry Brown lo admitió bastante, aunque mucho antes de asumir el título de defensor de los trabajadores en la primaria demócrata y de etiquetar al NAFTA como un complot mercantilista.
«Estamos de manera inextricable ligados a ese pueblo, y cuanto más pronto nos percatemos de ello mejor,» dijo un profético Brown mientras era gobernador de California. «México no es una isla. Si algo sale mal en la Ciudad de Mexico City, se hará sentir en Los Angeles y en El Paso.»
La observación de Brown es una a la que Clinton haría bien en no descuidar, y una a la que Brown, quien continua marchando en contra el acuerdo de libre comercio, más Gephardt, Buchanan, y Perot, harían bien en recordar.
Traducido por Gabriel Gasave
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