El Presidente Bush ha venido jactándose respecto de cómo las políticas de su administración son responsables por los progresos “democráticos” en el mundo islámico. Pero como la mayoría de los políticos, está exigiendo que se le confiera crédito por un logro que no solo ha sido exagerado y con el cual él ha tenido poco que ver, sino que es probable que sea revertido.
En su segundo discurso inaugural, el Presidente Bush proclamó estrepitosamente su deseo de democratizar al mundo. Pero la especulación por parte de Bush de su progreso en pos de esa meta, y la voluntad de los medios de disfrutar de esa euforia democrática, se encuentran fuera de lugar.
En Irak, fue celebrada hace más de un mes y medio atrás una elección democrática, pero gobierno alguno ha sido aún formado. Esta demora es un indicador de la profundidad de las divisiones étnicas y religiosas de Irak. Otro signo es el de una intensificada insurgencia sunnita la cual se encuentra de manera creciente atacando a objetivos chiitas a efectos de encender una abierta guerra civil.
Desgraciadamente, lo que resulta más necesario a fin de terminar con la violencia en Irak no es el deseo de la mayoría de concurrir a las urnas, sino la voluntad de una minoría armada de continuar luchando y de aguardar hasta que los Estados Unidos se cansen y se marchen a casa. Incluso si la insurgencia sunnita concluyera mañana, la mayoría shiita podría conducir al país hacia un gobierno islamista.
En Palestina, la política estadounidense ha tenido poco que ver con el florecimiento de un nuevo intento por negociar un fin para el conflicto israelí-palestino que lleva ya varias décadas. El fallecimiento de Yasser Arafat y su reemplazo por Abu Mazen, quien es más proclive a negociar con Israel, fue el factor crucial, no la presión de los EE.UU.. Pero Abu Mazen tiene menos popularidad entre los palestinos que Arafat y de esa forma, en última instancia, puede que sea incapaz de triunfar por sobre los grupos más radicales anti-israelíes, tales como Hamas y la Jihad Islámica palestina.
En el Líbano, el auge inicial de la oposición a la presencia militar siria fue provocado no debido a la política estadounidense sino por el asesinato de Rafiq Hariri, un ex primer ministro anti-sirio. Además, las manifestaciones de la oposición quedaron empequeñecidas en tamaño por una marcha posterior en apoyo de la influencia siria conducida por Hezbollah, el radical grupo islámico shiita. Si la verdadera democracia prospera en el Líbano, el equilibrio negociado entre los distintos grupos religiosos se vería probablemente alterado, y Hezbollah se convertiría en el principal beneficiario. De esta manera, como en el caso de Irán, durante varios años la más democrática de las naciones en el Medio Oriente, el tornarse más democrático no implica necesariamente reducir el terrorismo. Por supuesto, una renovación de la guerra civil del Líbano es también posible.
En todos lo casos precedentemente mencionados, una realzada democracia muy probablemente pueda liberar a las fuerzas que resultan perjudiciales para los derechos humanos y la libertad. El mero hecho de que un país celebre elecciones no significa que vaya a convertirse en una república respetuosa de los derechos de sus ciudadanos, especialmente aquellos de las minorías. Después de todo, Adolfo Hitler fue en Alemania un líder elegido de manera democrática.
De manera similar, los futuros líderes democráticamente electos en Egipto y en Arabia Saudita, otros dos países a los que el Presidente Bush está presionando para que abran sus procesos políticos, bien podrían resultar ser islamistas que no respetasen los derechos individuales y mucho menos cordiales para con los Estados Unidos.
En cualquiera de los casos, ambos regímenes están realizando lo mínimo absoluto para cumplir con la presión estadounidense. El presidente egipcio Hosni Mubarak prometió permitirles a los otros candidatos postularse para las próximas elecciones presidenciales, pero esos políticos serán cuidadosamente escogidos. Los egipcios se percatan de que esta promesa es tan solo un escaparate y que el próximo cacique de Egipto será similar al viejo jefe. En Arabia Saudita, se celebraron los primeros comicios municipales en décadas, pero a las mujeres no les fue permitido votar y la mitad de quienes resultaron ganadores habían sido preseleccionados por el gobierno.
El apoyo estadounidense en favor de la democracia en los países islámicos es visto a menudo como selectivo y por ende hipócrita. El creciente sostén de los Estados Unidos a Pakistán, un país que ha probado ser útil en la “guerra contra el terror” de la administración, ha coincidido con el fortalecimiento de la dictadura de Musharraf.
También, los Estados Unidos han realizado buenos progresos con el autocrático tirano libio Muammar Qaddafi en razón de que el mismo accediera a abandonar sus programas para desarrollar armas de destrucción masiva. La administración Bush ha presentado a este positivo logro como un resultado de la invasión estadounidense de Irak. En realidad, Qaddafi había estado procurando normalizar las relaciones con occidente durante muchos años, y probablemente se encontraba mucho menos temeroso de un ataque estadounidense después de ver que Irak se convirtiera en un atolladero para los EE.UU., y decidió sellar el acuerdo solamente tras recibir la promesa de que las sanciones de la ONU contra Libia serían removidas. Además, Qaddafi prometió concluir con su apoyo al terrorismo al mismo tiempo en que se encontraba tramando el asesinato del príncipe heredero Abdullah, el líder de Arabia Saudita.
Incluso algunos que se oponían a la invasión estadounidense de Irak se están maravillando respecto de su onda expansiva de supuestos efectos democráticos en el Medio Oriente. Sin embargo, el mecanismo especifico mediante el cual la invasión condujo a tales efectos nunca es identificado, y muchos de estos progresos pueden ser explicados por otras causas. Además, en el largo plazo, el promover la democracia a punta de pistola es probable que sea contraproducente, debido a que la misma queda asociada a un invasor extranjero. Los Estados Unidos son tan odiados en el mundo islámico que muchos grupos pro-democráticos intentan allí distanciarse de la política estadounidense.
De esta manera, la causa de la libertad en las naciones islámicas se verá beneficiada con una más tranquila y menos grandiosa y militarista promoción de la misma por parte de los Estados Unidos.
Quizás los Estados Unidos se ayudarían mejor así mismos, si resucitasen la política de sus Padres Fundadores de promover la libertad mediante el ejemplo.
Traducido por Gabriel Gasave
¿Un nuevo día en el mundo islámico?
El Presidente Bush ha venido jactándose respecto de cómo las políticas de su administración son responsables por los progresos “democráticos” en el mundo islámico. Pero como la mayoría de los políticos, está exigiendo que se le confiera crédito por un logro que no solo ha sido exagerado y con el cual él ha tenido poco que ver, sino que es probable que sea revertido.
En su segundo discurso inaugural, el Presidente Bush proclamó estrepitosamente su deseo de democratizar al mundo. Pero la especulación por parte de Bush de su progreso en pos de esa meta, y la voluntad de los medios de disfrutar de esa euforia democrática, se encuentran fuera de lugar.
En Irak, fue celebrada hace más de un mes y medio atrás una elección democrática, pero gobierno alguno ha sido aún formado. Esta demora es un indicador de la profundidad de las divisiones étnicas y religiosas de Irak. Otro signo es el de una intensificada insurgencia sunnita la cual se encuentra de manera creciente atacando a objetivos chiitas a efectos de encender una abierta guerra civil.
Desgraciadamente, lo que resulta más necesario a fin de terminar con la violencia en Irak no es el deseo de la mayoría de concurrir a las urnas, sino la voluntad de una minoría armada de continuar luchando y de aguardar hasta que los Estados Unidos se cansen y se marchen a casa. Incluso si la insurgencia sunnita concluyera mañana, la mayoría shiita podría conducir al país hacia un gobierno islamista.
En Palestina, la política estadounidense ha tenido poco que ver con el florecimiento de un nuevo intento por negociar un fin para el conflicto israelí-palestino que lleva ya varias décadas. El fallecimiento de Yasser Arafat y su reemplazo por Abu Mazen, quien es más proclive a negociar con Israel, fue el factor crucial, no la presión de los EE.UU.. Pero Abu Mazen tiene menos popularidad entre los palestinos que Arafat y de esa forma, en última instancia, puede que sea incapaz de triunfar por sobre los grupos más radicales anti-israelíes, tales como Hamas y la Jihad Islámica palestina.
En el Líbano, el auge inicial de la oposición a la presencia militar siria fue provocado no debido a la política estadounidense sino por el asesinato de Rafiq Hariri, un ex primer ministro anti-sirio. Además, las manifestaciones de la oposición quedaron empequeñecidas en tamaño por una marcha posterior en apoyo de la influencia siria conducida por Hezbollah, el radical grupo islámico shiita. Si la verdadera democracia prospera en el Líbano, el equilibrio negociado entre los distintos grupos religiosos se vería probablemente alterado, y Hezbollah se convertiría en el principal beneficiario. De esta manera, como en el caso de Irán, durante varios años la más democrática de las naciones en el Medio Oriente, el tornarse más democrático no implica necesariamente reducir el terrorismo. Por supuesto, una renovación de la guerra civil del Líbano es también posible.
En todos lo casos precedentemente mencionados, una realzada democracia muy probablemente pueda liberar a las fuerzas que resultan perjudiciales para los derechos humanos y la libertad. El mero hecho de que un país celebre elecciones no significa que vaya a convertirse en una república respetuosa de los derechos de sus ciudadanos, especialmente aquellos de las minorías. Después de todo, Adolfo Hitler fue en Alemania un líder elegido de manera democrática.
De manera similar, los futuros líderes democráticamente electos en Egipto y en Arabia Saudita, otros dos países a los que el Presidente Bush está presionando para que abran sus procesos políticos, bien podrían resultar ser islamistas que no respetasen los derechos individuales y mucho menos cordiales para con los Estados Unidos.
En cualquiera de los casos, ambos regímenes están realizando lo mínimo absoluto para cumplir con la presión estadounidense. El presidente egipcio Hosni Mubarak prometió permitirles a los otros candidatos postularse para las próximas elecciones presidenciales, pero esos políticos serán cuidadosamente escogidos. Los egipcios se percatan de que esta promesa es tan solo un escaparate y que el próximo cacique de Egipto será similar al viejo jefe. En Arabia Saudita, se celebraron los primeros comicios municipales en décadas, pero a las mujeres no les fue permitido votar y la mitad de quienes resultaron ganadores habían sido preseleccionados por el gobierno.
El apoyo estadounidense en favor de la democracia en los países islámicos es visto a menudo como selectivo y por ende hipócrita. El creciente sostén de los Estados Unidos a Pakistán, un país que ha probado ser útil en la “guerra contra el terror” de la administración, ha coincidido con el fortalecimiento de la dictadura de Musharraf.
También, los Estados Unidos han realizado buenos progresos con el autocrático tirano libio Muammar Qaddafi en razón de que el mismo accediera a abandonar sus programas para desarrollar armas de destrucción masiva. La administración Bush ha presentado a este positivo logro como un resultado de la invasión estadounidense de Irak. En realidad, Qaddafi había estado procurando normalizar las relaciones con occidente durante muchos años, y probablemente se encontraba mucho menos temeroso de un ataque estadounidense después de ver que Irak se convirtiera en un atolladero para los EE.UU., y decidió sellar el acuerdo solamente tras recibir la promesa de que las sanciones de la ONU contra Libia serían removidas. Además, Qaddafi prometió concluir con su apoyo al terrorismo al mismo tiempo en que se encontraba tramando el asesinato del príncipe heredero Abdullah, el líder de Arabia Saudita.
Incluso algunos que se oponían a la invasión estadounidense de Irak se están maravillando respecto de su onda expansiva de supuestos efectos democráticos en el Medio Oriente. Sin embargo, el mecanismo especifico mediante el cual la invasión condujo a tales efectos nunca es identificado, y muchos de estos progresos pueden ser explicados por otras causas. Además, en el largo plazo, el promover la democracia a punta de pistola es probable que sea contraproducente, debido a que la misma queda asociada a un invasor extranjero. Los Estados Unidos son tan odiados en el mundo islámico que muchos grupos pro-democráticos intentan allí distanciarse de la política estadounidense.
De esta manera, la causa de la libertad en las naciones islámicas se verá beneficiada con una más tranquila y menos grandiosa y militarista promoción de la misma por parte de los Estados Unidos.
Quizás los Estados Unidos se ayudarían mejor así mismos, si resucitasen la política de sus Padres Fundadores de promover la libertad mediante el ejemplo.
Traducido por Gabriel Gasave
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