Durante su campaña presidencial, Donald Trump publicitó su política exterior nacionalista “Estados Unidos primero”, la cual implicaba que deseaba permanecer fuera de guerras extranjeras de pequeña escala. Incluso antes de eso, escribió en Twitter su desaprobación de la implicación estadounidense en la guerra afgana. Pero ahora ha delegado la autoridad a su secretario de Defensa de enviar varios miles de efectivos más a Afganistán a fin de unirse a los casi 9.000 que permanecen allí asesorando y asistiendo a las fuerzas afganas y cazando terroristas islamistas. Y ese no es el único caso en cual la administración Trump ha ido contra su inclinación original o se encuentra contemplando tal posibilidad.
Trump parece estar delegando la decisión de una nueva escalada de tropas para Afganistán al secretario de Defensa Jim Mattis, porque el presidente quiere ser capaz de eludir la responsabilidad en caso de que esa política resulte en última instancia fracasada, tal como culpó por la chapucera incursión de la unidad de Operaciones Especiales en Yemen a los militares. La nueva escalada es probable que fracase, debido a que la administración carece de una estrategia para dar vuelta un conflicto ya perdido. La adición de entre 3.000 a 5.000 efectivos, según un militar estadounidense que nunca desea admitir perder una guerra, permitiría a las tropas estadounidenses "asesorar" a las tropas afganas en las áreas de combate, en lugar de permanecer en los cuarteles generales, y también permitir ataques aéreos y de artillería de los Estados Unidos en apoyo de las fuerzas locales.
Si bien la guerra afgana es el conflicto más largo en la historia estadounidense, ningún concepto de "éxito" puede ser imaginado de manera realista. ¿Cómo puede una fuerza aumentada de 13.000 o 14.000 asesores estadounidenses tener éxito ayudando a unas aun patéticas fuerzas armadas afganas (incluso tras 16 años de entrenamiento estadounidense), cuando 100.000 efectivos de combate estadounidenses mucho más potentes no pudieron derrotar a los talibanes durante todos esos años de conflicto previos? Y si las ganancias de los talibanes en el campo de batalla no son suficientes, la extendida presencia militar estadounidense en Afganistán ha provocado que algunos militantes islamistas prometan lealtad al aún más radical y brutal grupo ISIS (sigla en inglés para el Estado Islámico de Irak y Siria). Uno puede ver fácilmente que cuando los 3.000 a 5.000 efectivos tengan poco efecto en el campo de batalla, que es el resultado probable, los militares comenzarán a exigir una nueva escalada aún más considerable del conflicto sin fin. ¿Deberíamos otorgar a los militares de Estados Unidos un cheque en blanco para una guerra perpetua hasta que descubran una forma de salvar su prestigio para marcharse con honores? Tal estratagema no engañó a nadie en la guerra de Vietnam.
El enemigo original de los Estados Unidos, al Qaeda, es ya una fuerza exangüe en esa parte del mundo. Además, el gobierno indio ya se encuentra asistiendo económicamente a Afganistán y militarmente a las fuerzas afganas y tendría un incentivo para hacer mucho más si los Estados Unidos se retirasen de la lucha. India no desea que el apoyo de su archirrival Pakistán a los talibanes insurgentes en Afganistán de lugar a un gobierno afgano controlado o influenciado por los talibanes lo cual aumentaría el poder de Pakistán en la región del sur de Asia. Así, los Estados Unidos podrían dejar que India, que posee un mayor interés estratégico en esta guerra local que el que tienen los Estados Unidos por estos días, asuma la tarea de contrarrestar a los talibanes y a ISIS en la región.
Además de volver a escalar una ya fracasada guerra afgana, algunos en la administración Trump desean aumentar el combate en Siria y la asistencia a la coalición encabezada por los sauditas contra los rebeldes Houthi en Yemen, que están ligeramente alineados con Irán, el rival saudí.
Trump, al parecer sólo para demostrar que era más rudo respecto de Siria de lo que fue el Presidente Obama, montó la apariencia de un ataque de un misil crucero contra una base aérea de Siria después de un presunto ataque con armas químicas por parte del régimen de Bashar al-Assad. Antes del ataque estadounidense, la administración Trump advirtió a los rusos y por ende a los sirios de que el ataque se iba a producir, mitigando así severamentesus efectos. Últimamente, sin embargo, algunos en la administración Trump desean ampliar la guerra contra ISIS en Siria para que incluya a las milicias patrocinadas por Irán que también luchan contra ISIS. No obstante, el peligro de la escalada en Siria se tornó evidente cuando un avión del gobierno sirio arrogó bombas cerca de los rebeldes patrocinados por los Estados Unidos, una aeronave estadounidense derribó al avión, y luego los rusos declararon que cualquier aeronave estadounidense que volase sobre las áreas controladas por el gobierno sirio sería rastreada como un potencial blanco. El derribamiento ruso de una aeronave estadounidense o viceversa sería una innecesaria y peligrosa escalada entre dos grandes potencias con armas nucleares prolongando el resultado de una guerra civil en un país que no resulta estratégico para los Estados Unidos.
El deseo de algunos funcionarios de la administración Trump de ir tras las milicias patrocinadas por Irán en Siria es parte de una mayor inclinación de Trump de apoyar a Arabia Saudita en su rivalidad regional con Irán en el Golfo Pérsico. Esa rivalidad regional se encuentra también avanzando en el indigente país de Yemen, con los Estados Unidos vendiendo a los despóticos sauditas un nuevo lote de costoso equipamiento militar, parte del cual probablemente será empleado para matar a los Houthis en Yemen, incluyendo a muchos civiles. Pero si Siria no es estratégica para los Estados Unidos, la pobre nación de Yemen ciertamente tampoco lo es.
En la guerra civil Siria, los Estados Unidos deberían relajarse y observar a sus adversarios luchar entre sí—ISIS y otros islamitas radicales sunnitas contra Irán, las milicias patrocinadas por Irán, el autocrático gobierno sirio y Rusia. En el conflicto interno en Yemen, la coalición saudí que ya ha matado a muchos civiles, es apenas mejor que Irán. En la guerra civil afgana, los Estados Unidos deberían aceptar la derrota, retirar sus fuerzas—en vez de volver a escalar la guerra—y dejar que India se encargue por completo de ayudar a los militares afganos en su lucha contra los talibanes e ISIS. En suma, Trump debería evitar ser cooptado por los militares estadounidenses y honrar su retórica de campaña, lo cual implica permanecer fuera de guerras de pequeña escala no estratégicas.
Traducido por Gabriel Gasave
¿Qué hay de la promesa de campaña de Trump de Estados Unidos primero?
Durante su campaña presidencial, Donald Trump publicitó su política exterior nacionalista “Estados Unidos primero”, la cual implicaba que deseaba permanecer fuera de guerras extranjeras de pequeña escala. Incluso antes de eso, escribió en Twitter su desaprobación de la implicación estadounidense en la guerra afgana. Pero ahora ha delegado la autoridad a su secretario de Defensa de enviar varios miles de efectivos más a Afganistán a fin de unirse a los casi 9.000 que permanecen allí asesorando y asistiendo a las fuerzas afganas y cazando terroristas islamistas. Y ese no es el único caso en cual la administración Trump ha ido contra su inclinación original o se encuentra contemplando tal posibilidad.
Trump parece estar delegando la decisión de una nueva escalada de tropas para Afganistán al secretario de Defensa Jim Mattis, porque el presidente quiere ser capaz de eludir la responsabilidad en caso de que esa política resulte en última instancia fracasada, tal como culpó por la chapucera incursión de la unidad de Operaciones Especiales en Yemen a los militares. La nueva escalada es probable que fracase, debido a que la administración carece de una estrategia para dar vuelta un conflicto ya perdido. La adición de entre 3.000 a 5.000 efectivos, según un militar estadounidense que nunca desea admitir perder una guerra, permitiría a las tropas estadounidenses "asesorar" a las tropas afganas en las áreas de combate, en lugar de permanecer en los cuarteles generales, y también permitir ataques aéreos y de artillería de los Estados Unidos en apoyo de las fuerzas locales.
Si bien la guerra afgana es el conflicto más largo en la historia estadounidense, ningún concepto de "éxito" puede ser imaginado de manera realista. ¿Cómo puede una fuerza aumentada de 13.000 o 14.000 asesores estadounidenses tener éxito ayudando a unas aun patéticas fuerzas armadas afganas (incluso tras 16 años de entrenamiento estadounidense), cuando 100.000 efectivos de combate estadounidenses mucho más potentes no pudieron derrotar a los talibanes durante todos esos años de conflicto previos? Y si las ganancias de los talibanes en el campo de batalla no son suficientes, la extendida presencia militar estadounidense en Afganistán ha provocado que algunos militantes islamistas prometan lealtad al aún más radical y brutal grupo ISIS (sigla en inglés para el Estado Islámico de Irak y Siria). Uno puede ver fácilmente que cuando los 3.000 a 5.000 efectivos tengan poco efecto en el campo de batalla, que es el resultado probable, los militares comenzarán a exigir una nueva escalada aún más considerable del conflicto sin fin. ¿Deberíamos otorgar a los militares de Estados Unidos un cheque en blanco para una guerra perpetua hasta que descubran una forma de salvar su prestigio para marcharse con honores? Tal estratagema no engañó a nadie en la guerra de Vietnam.
El enemigo original de los Estados Unidos, al Qaeda, es ya una fuerza exangüe en esa parte del mundo. Además, el gobierno indio ya se encuentra asistiendo económicamente a Afganistán y militarmente a las fuerzas afganas y tendría un incentivo para hacer mucho más si los Estados Unidos se retirasen de la lucha. India no desea que el apoyo de su archirrival Pakistán a los talibanes insurgentes en Afganistán de lugar a un gobierno afgano controlado o influenciado por los talibanes lo cual aumentaría el poder de Pakistán en la región del sur de Asia. Así, los Estados Unidos podrían dejar que India, que posee un mayor interés estratégico en esta guerra local que el que tienen los Estados Unidos por estos días, asuma la tarea de contrarrestar a los talibanes y a ISIS en la región.
Además de volver a escalar una ya fracasada guerra afgana, algunos en la administración Trump desean aumentar el combate en Siria y la asistencia a la coalición encabezada por los sauditas contra los rebeldes Houthi en Yemen, que están ligeramente alineados con Irán, el rival saudí.
Trump, al parecer sólo para demostrar que era más rudo respecto de Siria de lo que fue el Presidente Obama, montó la apariencia de un ataque de un misil crucero contra una base aérea de Siria después de un presunto ataque con armas químicas por parte del régimen de Bashar al-Assad. Antes del ataque estadounidense, la administración Trump advirtió a los rusos y por ende a los sirios de que el ataque se iba a producir, mitigando así severamentesus efectos. Últimamente, sin embargo, algunos en la administración Trump desean ampliar la guerra contra ISIS en Siria para que incluya a las milicias patrocinadas por Irán que también luchan contra ISIS. No obstante, el peligro de la escalada en Siria se tornó evidente cuando un avión del gobierno sirio arrogó bombas cerca de los rebeldes patrocinados por los Estados Unidos, una aeronave estadounidense derribó al avión, y luego los rusos declararon que cualquier aeronave estadounidense que volase sobre las áreas controladas por el gobierno sirio sería rastreada como un potencial blanco. El derribamiento ruso de una aeronave estadounidense o viceversa sería una innecesaria y peligrosa escalada entre dos grandes potencias con armas nucleares prolongando el resultado de una guerra civil en un país que no resulta estratégico para los Estados Unidos.
El deseo de algunos funcionarios de la administración Trump de ir tras las milicias patrocinadas por Irán en Siria es parte de una mayor inclinación de Trump de apoyar a Arabia Saudita en su rivalidad regional con Irán en el Golfo Pérsico. Esa rivalidad regional se encuentra también avanzando en el indigente país de Yemen, con los Estados Unidos vendiendo a los despóticos sauditas un nuevo lote de costoso equipamiento militar, parte del cual probablemente será empleado para matar a los Houthis en Yemen, incluyendo a muchos civiles. Pero si Siria no es estratégica para los Estados Unidos, la pobre nación de Yemen ciertamente tampoco lo es.
En la guerra civil Siria, los Estados Unidos deberían relajarse y observar a sus adversarios luchar entre sí—ISIS y otros islamitas radicales sunnitas contra Irán, las milicias patrocinadas por Irán, el autocrático gobierno sirio y Rusia. En el conflicto interno en Yemen, la coalición saudí que ya ha matado a muchos civiles, es apenas mejor que Irán. En la guerra civil afgana, los Estados Unidos deberían aceptar la derrota, retirar sus fuerzas—en vez de volver a escalar la guerra—y dejar que India se encargue por completo de ayudar a los militares afganos en su lucha contra los talibanes e ISIS. En suma, Trump debería evitar ser cooptado por los militares estadounidenses y honrar su retórica de campaña, lo cual implica permanecer fuera de guerras de pequeña escala no estratégicas.
Traducido por Gabriel Gasave
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