El resultado de la primera vuelta de los comicios presidenciales ha enfrentado a Francia con la perspectiva del poder en manos de Marine Le Pen, la líder populista de extrema derecha. Está a sólo dos o cuatro puntos del presidente Emmanuel Macron de cara a la segunda vuelta, un escenario muy diferente al de hace cinco años, cuando Macron, entonces un joven aspirante a líder, derrotó holgadamente a la Sra. Le Pen.
La señora Le Pen, cuyo padre fundó su partido, la Agrupación Nacional (AN), en los años 70, es una típica nacionalista que considera que el orden mundial liberal y la globalización son desventajosos para su país. Sus instintos son nacionalistas y proteccionistas en todo, desde la economía hasta la cultura. Desconfía profundamente de la inmigración y tiene inclinación por los autoritarios al estilo Putin. Consciente de que su postura contra la Unión Europea (UE) y la OTAN, y su atracción por el dictador ruso, pesaron en su contra en las pasadas elecciones presidenciales (ésta es su tercera), ha morigerado algunas de sus opiniones; ya no desea que su país abandone la UE y ha condenado la invasión de Ucrania por parte de Putin. Pero sigue despreciando profusamente el libre mercado y la globalización, quiere eludir el Parlamento en la medida de lo posible mediante referendos y otros llamamientos directos al pueblo, y anhela distribuir numerosas subvenciones a toda clase de grupos.
Macron no ha sido el presidente reformista que prometió ser, en un país que ha sido fanáticamente estatista desde los días de Jean-Baptiste Colbert, el primer ministro de Luis XIV, y que tiene el mayor gobierno del mundo (Los gastos ascienden a más del 60% del PBI). La resistencia a los cambios propuestos por el mercado ha sido grande, y varias crisis, desde las tumultuosas protestas de los chalecos amarillos hasta el COVID-19 y la invasión de Ucrania, han distraído al gobierno actual de una agenda reformista. Paro no mencionar la inflación de los precios, que está alimentando la campaña de la Sra. Le Pen y tiene varias causas, incluida la política monetaria del Banco Central Europeo.
El gran peso del gobierno significa que el déficit presupuestario es actualmente del 6-7 por ciento, la deuda nacional asciende al 150 por ciento del PBI y el desempleo, crónicamente alto en este país, se encuentra en el 8 por ciento. Francia precisa desesperadamente un cambio. Pero el tipo de cambio que necesita no está en la agenda política. En su lugar, las instituciones de la democracia liberal están intentando frenar las mareas populistas, tanto de izquierda como de derecha, que han cobrado impulso. El total de votos en la primera vuelta para la derecha populista (Le Pen y Éric Zemmour, un escritor y periodista que ha ingresado recientemente en la política) y la izquierda populista (liderada por el socialista radical Jean-Luc Mélenchon) ha superado el 50%, mientras que los dos partidos mayoritarios, los Republicanos de centro-derecha y el Partido Socialista, que han gobernado Francia durante décadas, se han reducido al 4,7% y al 1,7% respectivamente. Algunos de los votantes que apoyaron a Mélenchon están inclinados a votar por Le Pen, cuyo discurso, dirigido a los obreros, juega con su miedo a la competencia internacional y la inmigración.
Aunque el populismo ha venido creciendo en Europa occidental, sus bastiones se encuentran en Europa central y del este, donde la democracia liberal ha sido erosionada por gobiernos autoritarios. El húngaro Viktor Orbán es el símbolo del antiliberalismo europeo. El populismo radical no ha podido vencer en los principales países de Europa hasta ahora. (La izquierda radical es, sin embargo, socia del gobierno de España, un país que se sitúa inmediatamente detrás de los cuatro primeros de Europa, Alemania, Francia, Reino Unido e Italia). La Sra. Le Pen parece estar más cerca de lograr precisamente ese avance.
En este punto, sin embargo, parece que Macron será capaz de ganar por un margen muy pequeño. Pero no es en absoluto una conclusión ineludible, e incluso si lo hace, el hecho de que cerca de la mitad del electorado esté dispuesto a optar por un candidato nacionalista-populista casi a un cuarto del siglo XXI es un comentario trascendental y aleccionador sobre el estado actual de la democracia liberal y la globalización en la vieja Europa.
Traducido por Gabriel Gasave
¿Triunfará el populismo en las elecciones de Francia?
Jérémy-Günther-Heinz Jähnick / Wikimedia Commons
El resultado de la primera vuelta de los comicios presidenciales ha enfrentado a Francia con la perspectiva del poder en manos de Marine Le Pen, la líder populista de extrema derecha. Está a sólo dos o cuatro puntos del presidente Emmanuel Macron de cara a la segunda vuelta, un escenario muy diferente al de hace cinco años, cuando Macron, entonces un joven aspirante a líder, derrotó holgadamente a la Sra. Le Pen.
La señora Le Pen, cuyo padre fundó su partido, la Agrupación Nacional (AN), en los años 70, es una típica nacionalista que considera que el orden mundial liberal y la globalización son desventajosos para su país. Sus instintos son nacionalistas y proteccionistas en todo, desde la economía hasta la cultura. Desconfía profundamente de la inmigración y tiene inclinación por los autoritarios al estilo Putin. Consciente de que su postura contra la Unión Europea (UE) y la OTAN, y su atracción por el dictador ruso, pesaron en su contra en las pasadas elecciones presidenciales (ésta es su tercera), ha morigerado algunas de sus opiniones; ya no desea que su país abandone la UE y ha condenado la invasión de Ucrania por parte de Putin. Pero sigue despreciando profusamente el libre mercado y la globalización, quiere eludir el Parlamento en la medida de lo posible mediante referendos y otros llamamientos directos al pueblo, y anhela distribuir numerosas subvenciones a toda clase de grupos.
Macron no ha sido el presidente reformista que prometió ser, en un país que ha sido fanáticamente estatista desde los días de Jean-Baptiste Colbert, el primer ministro de Luis XIV, y que tiene el mayor gobierno del mundo (Los gastos ascienden a más del 60% del PBI). La resistencia a los cambios propuestos por el mercado ha sido grande, y varias crisis, desde las tumultuosas protestas de los chalecos amarillos hasta el COVID-19 y la invasión de Ucrania, han distraído al gobierno actual de una agenda reformista. Paro no mencionar la inflación de los precios, que está alimentando la campaña de la Sra. Le Pen y tiene varias causas, incluida la política monetaria del Banco Central Europeo.
El gran peso del gobierno significa que el déficit presupuestario es actualmente del 6-7 por ciento, la deuda nacional asciende al 150 por ciento del PBI y el desempleo, crónicamente alto en este país, se encuentra en el 8 por ciento. Francia precisa desesperadamente un cambio. Pero el tipo de cambio que necesita no está en la agenda política. En su lugar, las instituciones de la democracia liberal están intentando frenar las mareas populistas, tanto de izquierda como de derecha, que han cobrado impulso. El total de votos en la primera vuelta para la derecha populista (Le Pen y Éric Zemmour, un escritor y periodista que ha ingresado recientemente en la política) y la izquierda populista (liderada por el socialista radical Jean-Luc Mélenchon) ha superado el 50%, mientras que los dos partidos mayoritarios, los Republicanos de centro-derecha y el Partido Socialista, que han gobernado Francia durante décadas, se han reducido al 4,7% y al 1,7% respectivamente. Algunos de los votantes que apoyaron a Mélenchon están inclinados a votar por Le Pen, cuyo discurso, dirigido a los obreros, juega con su miedo a la competencia internacional y la inmigración.
Aunque el populismo ha venido creciendo en Europa occidental, sus bastiones se encuentran en Europa central y del este, donde la democracia liberal ha sido erosionada por gobiernos autoritarios. El húngaro Viktor Orbán es el símbolo del antiliberalismo europeo. El populismo radical no ha podido vencer en los principales países de Europa hasta ahora. (La izquierda radical es, sin embargo, socia del gobierno de España, un país que se sitúa inmediatamente detrás de los cuatro primeros de Europa, Alemania, Francia, Reino Unido e Italia). La Sra. Le Pen parece estar más cerca de lograr precisamente ese avance.
En este punto, sin embargo, parece que Macron será capaz de ganar por un margen muy pequeño. Pero no es en absoluto una conclusión ineludible, e incluso si lo hace, el hecho de que cerca de la mitad del electorado esté dispuesto a optar por un candidato nacionalista-populista casi a un cuarto del siglo XXI es un comentario trascendental y aleccionador sobre el estado actual de la democracia liberal y la globalización en la vieja Europa.
Traducido por Gabriel Gasave
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