De acuerdo con uno de los principales hallazgos de la Comisión del 11/09, el fracaso del gobierno estadounidense en anticipar la grave amenaza de parte de al Qaeda con anterioridad a los ataques del 11 de septiembre fue una falla de imaginación. Desde tales ataques, sin embargo, la amplia “guerra contra el terror” de la administración Bush no ha exhibido otra cosa que no sea imaginación.
Para comenzar, el Presidente Bush tiene la imaginativa y peligrosamente ingenua noción de que al Qaeda ataca a los Estados Unidos en virtud de sus libertades—es decir, los Estados Unidos son atacados por lo que son y no por lo que hacen. Toda la evidencia apunta a lo contrario. Tanto autoridades occidentales como islámicas sobre al Qaeda nos dicen que el grupo ataca a los Estados Unidos debido a su política exterior hacia el mundo musulmán. Osama bin Laden considera que la presencia y las acciones de los militares estadounidense en tierras islámicas, así como su apoyo a los gobiernos corruptos que allí existen, son equivalentes a una “cruzada” moderna. El desastroso empleo por parte del Presidente Bush de la letra C de “cristiano” para describir a la política de los EE.UU. no hace más que confirmar lo obvio para la mayoría de los musulmanes alrededor del mundo. Reiteradas encuestas de opinión en el mundo islámico demuestran que el odio anti-estadounidense es generado por la política exterior de los EE.UU., no por la cultura, la tecnología o las libertades políticas y económicas del país. En verdad, esas últimas características de la sociedad estadounidense son a menudo admiradas en las tierras musulmanas.
La respuesta inmediata de la administración Bush al 11/09—invadir Afganistán, remover al régimen Talibán, y permanecer allí para rehacer al país—ha sido ampliamente elogiada en Occidente. Pero en dos ocasiones distintas, en vez de arriesgar victimas estadounidenses mediante el empleo de las Fuerzas Especiales de los EE.UU., la administración Bush imaginó que la no confiable Alianza del Norte podría rodear a los combatientes de al Qaeda que intentaban escapar desde Afganistán a Pakistán. Osama bin Laden y otros peligrosos altos miembros de al Qaeda escaparon y no han sido acorralados en casi tres años. Además, en lugar de perseguir a los terroristas, abandonar el país y amenazar con regresar si Afganistán se convierte nuevamente en un refugio para al Qaeda, la continuidad en ese país del programa estadounidense de edificar naciones—así como también el apoyo de los EE.UU. a un gobierno afgano títere y no representativo—han alimentado un resurgimiento de al Qaeda y del Talibán. Ambos se encuentran llevando a cabo una Jihad defensiva contra lo que ellos consideran es una ocupación infiel del territorio islámico.
En vez de neutralizar por completo a aquellos que nos atacaron el 11/09, la administración Bush—al igual que Don Quijote—imaginó otras amenazas que no existían. La administración sacó provecho de los ataques del 11 de septiembre para ir tras varios grupos “terroristas” alrededor del mundo que en la actualidad no centran sus ataques sobre los Estados Unidos (por ejemplo, grupos árabes que atacan a Israel) y contra países que los apoyaban (por ejemplo, Irak). De hecho, la administración fantaseó que la participación de Irak en apoyar al terrorismo era mucho mayor de lo que era. Irán y Siria son estados patrocinadores del terrorismo en mucha mayor medida que lo era Irak. Los pocos grupos a los que Irak auspiciaba centraban sus ataques contra Irán e Israel.
La administración imaginó también que Irak poseía vastas existencias de armas biológicas y químicas y un avanzado programa nuclear. Más significativo, incluso si todas esas armas hubiesen realmente existido, la administración no obstante exageró la amenaza para los Estados Unidos. En el peor de los casos, si Irak hubiese poseído unas pocas armas nucleares que funcionasen, los Estados Unidos podrían haber disuadido un ataque nuclear iraquí con la multitud de ojivas en el más poderoso arsenal nuclear del globo—tal como lo hicieran cuando el comunista radical Mao Tse-Tung obtuvo armas nucleares en los años 60. La amenaza de que Irak le proporcionase armas nucleares, químicas o biológicas a los terroristas anti estadounidenses fue también groseramente exagerada por la fabricación por parte de la administración Bush de un vínculo operativo entre Saddam Hussein y al Qaeda. En verdad, hubiese sido improbable que Saddam Hussein le cediese tales armas—las cuales son costosas de investigar y de producir—a algún grupo terrorista que podría haberlo puesto en problemas con una superpotencia.
Actualmente, la “guerra contra el terror” post 11/09 de la administración se encuentra atorada en el peligro iraquí, alejando de manera predecible al esfuerzo oficial, a los recursos, y a la atención del crítico combate contra al Qaeda. Pero esa no es la peor implicancia de esta quijotesca e innecesaria invasión de una nación soberana. El invadir a un segundo país islámico ha galvanizado a la entusiasta Jihad defensiva y global de Osama bin Laden para expulsar a los cruzados infieles del suelo musulmán. Bin Laden ha sido capaz de reclutar a numerosos radicales islámicos a fin de redireccionar sus ataques contra los Estados Unidos—por ejemplo, a combatientes islámicos en Algeria. La frecuencia de los ataques de al Qaeda desde el 11 de septiembre 11 ha sido mayor que antes de ese día fatal. Desafortunadamente, el desbordante odio anti estadounidense en el mundo islámico—el cual ha engendrado esos ataques y ha sido generado por la imaginativa política exterior de la administración Bush—no es imaginario.
Traducido por Gabriel Gasave
A la Guerra contra el Terror de Bush no le falta imaginación
De acuerdo con uno de los principales hallazgos de la Comisión del 11/09, el fracaso del gobierno estadounidense en anticipar la grave amenaza de parte de al Qaeda con anterioridad a los ataques del 11 de septiembre fue una falla de imaginación. Desde tales ataques, sin embargo, la amplia “guerra contra el terror” de la administración Bush no ha exhibido otra cosa que no sea imaginación.
Para comenzar, el Presidente Bush tiene la imaginativa y peligrosamente ingenua noción de que al Qaeda ataca a los Estados Unidos en virtud de sus libertades—es decir, los Estados Unidos son atacados por lo que son y no por lo que hacen. Toda la evidencia apunta a lo contrario. Tanto autoridades occidentales como islámicas sobre al Qaeda nos dicen que el grupo ataca a los Estados Unidos debido a su política exterior hacia el mundo musulmán. Osama bin Laden considera que la presencia y las acciones de los militares estadounidense en tierras islámicas, así como su apoyo a los gobiernos corruptos que allí existen, son equivalentes a una “cruzada” moderna. El desastroso empleo por parte del Presidente Bush de la letra C de “cristiano” para describir a la política de los EE.UU. no hace más que confirmar lo obvio para la mayoría de los musulmanes alrededor del mundo. Reiteradas encuestas de opinión en el mundo islámico demuestran que el odio anti-estadounidense es generado por la política exterior de los EE.UU., no por la cultura, la tecnología o las libertades políticas y económicas del país. En verdad, esas últimas características de la sociedad estadounidense son a menudo admiradas en las tierras musulmanas.
La respuesta inmediata de la administración Bush al 11/09—invadir Afganistán, remover al régimen Talibán, y permanecer allí para rehacer al país—ha sido ampliamente elogiada en Occidente. Pero en dos ocasiones distintas, en vez de arriesgar victimas estadounidenses mediante el empleo de las Fuerzas Especiales de los EE.UU., la administración Bush imaginó que la no confiable Alianza del Norte podría rodear a los combatientes de al Qaeda que intentaban escapar desde Afganistán a Pakistán. Osama bin Laden y otros peligrosos altos miembros de al Qaeda escaparon y no han sido acorralados en casi tres años. Además, en lugar de perseguir a los terroristas, abandonar el país y amenazar con regresar si Afganistán se convierte nuevamente en un refugio para al Qaeda, la continuidad en ese país del programa estadounidense de edificar naciones—así como también el apoyo de los EE.UU. a un gobierno afgano títere y no representativo—han alimentado un resurgimiento de al Qaeda y del Talibán. Ambos se encuentran llevando a cabo una Jihad defensiva contra lo que ellos consideran es una ocupación infiel del territorio islámico.
En vez de neutralizar por completo a aquellos que nos atacaron el 11/09, la administración Bush—al igual que Don Quijote—imaginó otras amenazas que no existían. La administración sacó provecho de los ataques del 11 de septiembre para ir tras varios grupos “terroristas” alrededor del mundo que en la actualidad no centran sus ataques sobre los Estados Unidos (por ejemplo, grupos árabes que atacan a Israel) y contra países que los apoyaban (por ejemplo, Irak). De hecho, la administración fantaseó que la participación de Irak en apoyar al terrorismo era mucho mayor de lo que era. Irán y Siria son estados patrocinadores del terrorismo en mucha mayor medida que lo era Irak. Los pocos grupos a los que Irak auspiciaba centraban sus ataques contra Irán e Israel.
La administración imaginó también que Irak poseía vastas existencias de armas biológicas y químicas y un avanzado programa nuclear. Más significativo, incluso si todas esas armas hubiesen realmente existido, la administración no obstante exageró la amenaza para los Estados Unidos. En el peor de los casos, si Irak hubiese poseído unas pocas armas nucleares que funcionasen, los Estados Unidos podrían haber disuadido un ataque nuclear iraquí con la multitud de ojivas en el más poderoso arsenal nuclear del globo—tal como lo hicieran cuando el comunista radical Mao Tse-Tung obtuvo armas nucleares en los años 60. La amenaza de que Irak le proporcionase armas nucleares, químicas o biológicas a los terroristas anti estadounidenses fue también groseramente exagerada por la fabricación por parte de la administración Bush de un vínculo operativo entre Saddam Hussein y al Qaeda. En verdad, hubiese sido improbable que Saddam Hussein le cediese tales armas—las cuales son costosas de investigar y de producir—a algún grupo terrorista que podría haberlo puesto en problemas con una superpotencia.
Actualmente, la “guerra contra el terror” post 11/09 de la administración se encuentra atorada en el peligro iraquí, alejando de manera predecible al esfuerzo oficial, a los recursos, y a la atención del crítico combate contra al Qaeda. Pero esa no es la peor implicancia de esta quijotesca e innecesaria invasión de una nación soberana. El invadir a un segundo país islámico ha galvanizado a la entusiasta Jihad defensiva y global de Osama bin Laden para expulsar a los cruzados infieles del suelo musulmán. Bin Laden ha sido capaz de reclutar a numerosos radicales islámicos a fin de redireccionar sus ataques contra los Estados Unidos—por ejemplo, a combatientes islámicos en Algeria. La frecuencia de los ataques de al Qaeda desde el 11 de septiembre 11 ha sido mayor que antes de ese día fatal. Desafortunadamente, el desbordante odio anti estadounidense en el mundo islámico—el cual ha engendrado esos ataques y ha sido generado por la imaginativa política exterior de la administración Bush—no es imaginario.
Traducido por Gabriel Gasave
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