Por alrededor de siete años, el serbio Novak Djokovic ha sido el tenista masculino número 1 del mundo. Entonces, ¿por qué las autoridades australianas le echaron del país, donde se suponía que iba a competir en el Abierto de Australia?
Al parecer, lo hicieron porque pensaron que se vería bien ante sus electores cansados del COVID. Y los tribunales les permitieron salirse con la suya.
Si esto le suena como el comportamiento de un país tercermundista, en lugar de una democracia occidental, no está muy errado.
El término «Tercer Mundo» se originó durante la Guerra Fría para distinguir a los países pobres en desarrollo del Occidente industrializado, por un lado, y del bloque soviético y el campo socialista, por otro. La definición era en gran medida socioeconómica. Pero había algo más que las tasas de desarrollo y pobreza. Otro factor importante era el Estado de Derecho. En los países del Tercer Mundo, es habitual que los dirigentes políticos ignoren o tuerzan las normas o las pergeñen sobre la marcha. Las condiciones socioeconómicas -la pobreza a gran escala- fueron típicamente una consecuencia de ello.
Por desgracia, los países del Primer Mundo a veces emulan al Tercer Mundo. Eso es lo que hizo un grupo de burócratas australianos de alto rango en el caso de Djokovic: Lo expulsaron del país porque no había recibido la vacuna COVID-19.
Para que quede claro, no soy antivacunas. Mi familia y yo estamos totalmente vacunados. Aunque reconozco que las vacunas disponibles no proporcionan inmunidad ni evitan la transmisión, ofrecen una protección significativa contra enfermedades graves.
Tampoco soy un fanático de Djokovic. Puede que sea el mejor tenista de la historia, pero tiene una personalidad desagradable y no siempre se comporta como cabría esperar de alguien que es un icono para muchos jóvenes.
La controversia en torno a la participación de Djokovic en el Abierto de Australia tiene algunos matices, pero en esencia se reduce a esto: Los burócratas australianos decidieron ignorar sus propias normas de COVID -es decir, el Estado de Derecho-, aunque Djokovic se atenía a ellas por completo.
Podemos adivinar por qué lo hicieron: Las elecciones se avecinan en mayo próximo, y millones de australianos, frustrados por las interminables restricciones relacionadas con el COVID, estaban furiosos con que una famosa estrella del tenis pudiese ser eximida del mandato de vacunación del país para poder participar del torneo.
Sin embargo, las reglas del COVID-19, que se encuentran en la web oficial del Departamento de Salud del Gobierno australiano, estipulan que una de las pocas razones para eximir a alguien del mandato de vacunación es si esa persona ha sido infectada con el virus del COVID en los últimos seis meses.
Dos equipos médicos, uno del estado de Victoria (que incluye a Melbourne, donde se celebra el torneo) y otro del Departamento de Salud, concluyeron que Djokovic tenía derecho a la exención. No conocían su identidad en ese momento en virtud de que el proceso de revisión era anónimo. Cuando Tennis Australia informó a Djokovic de que podía ingresar al país para participar del torneo, el gobierno federal sabía que calificaba para la exención.
Lo que ocurrió luego es una farsa. Con posterioridad a que Djokovic estuviera en camino, los funcionarios federales señalaron que, después de todo, no se le permitiría entrar.
¿Qué había pasado? La respuesta es: una protesta pública. Muchos australianos creyeron erróneamente que el jugador serbio estaba recibiendo un trato especial, situado por encima de la ley. En lugar de explicar la verdad y justificar sus acciones, los funcionarios australianos decidieron dar marcha atrás y reinterpretar sus normas.
A su llegada, Djokovic fue informado de que se le revocaba la visa de ingreso. A continuación, se le envió a un hotel donde se detiene a los inmigrantes indocumentados.
Luego, el gobierno, consciente de lo ridículamente incoherente que lucía, empeoró aún más la situación. Como la estrella checa de dobles Renata Voracova también había obtenido una exención para entrar en el país, el gobierno le revocó el visado y la expulsó del país. «Me sentí como una criminal», declaró a los periodistas. «Envié todos los documentos. Fueron aprobados».
Un juez tuvo el valor de recordar que el Estado de Derecho vale para algo en Australia y liberó a Djokovic. Pero la decisión del juez no fue el final de la historia.
El ministro de inmigración utilizó posteriormente su poder discrecional para cancelar el visado de Djokovic por motivos sanitarios y «buen orden», aparentemente temiendo que permitirle permanecer en el país pudiera avivar el sentimiento antivacunas; un tribunal confirmó la decisión.
Independientemente de lo que se piense de la posición de la superestrella sobre la vacuna, el hecho es que Djokovic cumplía el criterio establecido para ser admitido en el país. Su expulsión huele a política tercermundista. Ningún activista ha hecho más por alimentar el sentimiento antivacunas que el gobierno del primer ministro Scott Morrison. No es la primera, ni será la última, ironía del COVID.
Traducido por Gabriel Gasave
Australia convierte a Novak Djokovic en la viva imagen de la política de COVID-19
Novak Djokovic / Wikimedia Commons
Por alrededor de siete años, el serbio Novak Djokovic ha sido el tenista masculino número 1 del mundo. Entonces, ¿por qué las autoridades australianas le echaron del país, donde se suponía que iba a competir en el Abierto de Australia?
Al parecer, lo hicieron porque pensaron que se vería bien ante sus electores cansados del COVID. Y los tribunales les permitieron salirse con la suya.
Si esto le suena como el comportamiento de un país tercermundista, en lugar de una democracia occidental, no está muy errado.
El término «Tercer Mundo» se originó durante la Guerra Fría para distinguir a los países pobres en desarrollo del Occidente industrializado, por un lado, y del bloque soviético y el campo socialista, por otro. La definición era en gran medida socioeconómica. Pero había algo más que las tasas de desarrollo y pobreza. Otro factor importante era el Estado de Derecho. En los países del Tercer Mundo, es habitual que los dirigentes políticos ignoren o tuerzan las normas o las pergeñen sobre la marcha. Las condiciones socioeconómicas -la pobreza a gran escala- fueron típicamente una consecuencia de ello.
Por desgracia, los países del Primer Mundo a veces emulan al Tercer Mundo. Eso es lo que hizo un grupo de burócratas australianos de alto rango en el caso de Djokovic: Lo expulsaron del país porque no había recibido la vacuna COVID-19.
Para que quede claro, no soy antivacunas. Mi familia y yo estamos totalmente vacunados. Aunque reconozco que las vacunas disponibles no proporcionan inmunidad ni evitan la transmisión, ofrecen una protección significativa contra enfermedades graves.
Tampoco soy un fanático de Djokovic. Puede que sea el mejor tenista de la historia, pero tiene una personalidad desagradable y no siempre se comporta como cabría esperar de alguien que es un icono para muchos jóvenes.
La controversia en torno a la participación de Djokovic en el Abierto de Australia tiene algunos matices, pero en esencia se reduce a esto: Los burócratas australianos decidieron ignorar sus propias normas de COVID -es decir, el Estado de Derecho-, aunque Djokovic se atenía a ellas por completo.
Podemos adivinar por qué lo hicieron: Las elecciones se avecinan en mayo próximo, y millones de australianos, frustrados por las interminables restricciones relacionadas con el COVID, estaban furiosos con que una famosa estrella del tenis pudiese ser eximida del mandato de vacunación del país para poder participar del torneo.
Sin embargo, las reglas del COVID-19, que se encuentran en la web oficial del Departamento de Salud del Gobierno australiano, estipulan que una de las pocas razones para eximir a alguien del mandato de vacunación es si esa persona ha sido infectada con el virus del COVID en los últimos seis meses.
Dos equipos médicos, uno del estado de Victoria (que incluye a Melbourne, donde se celebra el torneo) y otro del Departamento de Salud, concluyeron que Djokovic tenía derecho a la exención. No conocían su identidad en ese momento en virtud de que el proceso de revisión era anónimo. Cuando Tennis Australia informó a Djokovic de que podía ingresar al país para participar del torneo, el gobierno federal sabía que calificaba para la exención.
Lo que ocurrió luego es una farsa. Con posterioridad a que Djokovic estuviera en camino, los funcionarios federales señalaron que, después de todo, no se le permitiría entrar.
¿Qué había pasado? La respuesta es: una protesta pública. Muchos australianos creyeron erróneamente que el jugador serbio estaba recibiendo un trato especial, situado por encima de la ley. En lugar de explicar la verdad y justificar sus acciones, los funcionarios australianos decidieron dar marcha atrás y reinterpretar sus normas.
A su llegada, Djokovic fue informado de que se le revocaba la visa de ingreso. A continuación, se le envió a un hotel donde se detiene a los inmigrantes indocumentados.
Luego, el gobierno, consciente de lo ridículamente incoherente que lucía, empeoró aún más la situación. Como la estrella checa de dobles Renata Voracova también había obtenido una exención para entrar en el país, el gobierno le revocó el visado y la expulsó del país. «Me sentí como una criminal», declaró a los periodistas. «Envié todos los documentos. Fueron aprobados».
Un juez tuvo el valor de recordar que el Estado de Derecho vale para algo en Australia y liberó a Djokovic. Pero la decisión del juez no fue el final de la historia.
El ministro de inmigración utilizó posteriormente su poder discrecional para cancelar el visado de Djokovic por motivos sanitarios y «buen orden», aparentemente temiendo que permitirle permanecer en el país pudiera avivar el sentimiento antivacunas; un tribunal confirmó la decisión.
Independientemente de lo que se piense de la posición de la superestrella sobre la vacuna, el hecho es que Djokovic cumplía el criterio establecido para ser admitido en el país. Su expulsión huele a política tercermundista. Ningún activista ha hecho más por alimentar el sentimiento antivacunas que el gobierno del primer ministro Scott Morrison. No es la primera, ni será la última, ironía del COVID.
Traducido por Gabriel Gasave
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