Washington, DC—La capital de los Estados Unidos está inundada de visitantes debido a la ceremonia de asunción del nuevo Presidente. La sola mención de esta ciudad evoca prejuicios disparatados (¡incluida la idea de que los Padres Fundadores fueron caníbales, cortesía de la serie televisiva “Maestros del Terror”!) Pero ¿cómo es la vida aquí en realidad?
Antes de mudarme para acá, hace años, estaba convencido de que Washington, DC, era una república socialista, pues más de uno de cada cuatro residentes trabaja para el gobierno. No estoy del todo seguro de que no lo sea, pero, en mi opinión, nada vuelve a la gente más cínica respecto del Estado que trabajar para él. Nunca he oído a un libertario hablar de la futilidad de la mayor parte de las dependencias estatales como lo hacen los funcionarios estadounidenses y extranjeros en los restaurantes o bares alrededor del Capitolio, en la K Street —el nervio de la industria del “lobby”—, en Georgetown o incluso en el Mercado Pesquero.
Esto, al menos, sirve de consuelo ahora que vemos al Estado agigantarse en respuesta a la recesión. Tras el colapso de valores vinculados al crédito -las “collateralized debt obligations” y los “credit default swaps”—, el gobierno nacionalizó de facto parte de la industria financiera. Un chiste que corría desde siempre en Washington decía que la separación de poderes no era el equilibrio entre las tres ramas del Estado, sino entre Wall Street, donde se negociaban títulos valores, y Washington, donde se negociaban leyes. Ahora, ambas son negociadas en Washington….A medida que las autoridades expanden la oferta monetaria y el gasto fiscal astronómicamente por obra de la crisis, la única circunstancia atenuante que queda, creo, es que los washingtonianos, es decir quienes deberán aplicar estas medidas, son gentes desilusionadas del Estado, su principal industria, con conocimiento de causa.
También creía, antes de venir al D.C., que Washington es una burbuja cultural. En realidad, es un torrente cultural. Incluso a los nacionalistas cerriles se les abre la mente en Washington: comercian con el resto del mundo, interactúan con inmigrantes, cenan en restaurants étnicos, ven películas extranjeras, y a veces dicen palabras en idiomas europeos. Si “Joe el Plomero” —el embajador de las ciudades conservadoras del interior— viniese a Washington, ¡probablemente se haría voluntario de la Legión Extranjera francesa!
Otra idea equivocada acerca de Washington es que todos viven en el secreto. Ya sabemos, desde luego, cuánta información oficial se filtra a diario en esta ciudad. Pero, hasta mi primer encuentro con un hombre de la CIA en un hotel de la otra orilla del Potomac, ignoraba que la verdadera función de los servicios de espionaje de Washington es presumir, no ocultar. En cuanto a la presencia de espías en cada esquina, para la mayoría de nosotros la CIA es un letrero que pasamos cuando vamos a hacer compras al mall de Tysons Corner (quiero decir: cuando en este país todavía íbamos de compras).
El diseño de Washington –reflejo del estilo barroco de Pierre L»Enfant, el diseñador original— también ayuda a diluir el efecto de la burocracia estatal sobre los lugareños. Los espacios abiertos, las largas avenidas y el orden cuadriculado son resultado de la planificación centralizada, pero todo está desparramado de forma tal que se puede respirar confortablemente. La decisión de George Washington de instalar la capital en un lugar al borde del Potomac donde había granjas y colinas repletas de árboles fue anticipatoria: el ambiente semi rural del D.C. ayuda a mitigar su gravedad política.
En otros países suelen decir que Estados Unidos es un país sin historia. La acusación es absurda: los colonizadores tenían siglos detrás suyo. Washington, por supuesto, está imbuida de historia. Aquí el pasado no es sólo una presencia arquitectónica bajo la forma de monumentos, una industria que se nutre del turismo o la memoria de las decisiones políticas y judiciales que moldearon a la nación. Es también un espíritu. Uno está siempre a punto de encontrarse a Thomas Jefferson a la vuelta de la esquina, tal vez saliendo de Bartleby»s, la tienda de libros usados de la calle 29, en el noroeste.
Washington fue una creación original de los Padres Fundadores, la más grande generación de mentes políticas que el mundo haya conocido. Resultado de una intensa negociación entre norteños y sureños, Washington estuvo siempre en el corazón de la cuestión racial. La esclavitud fue abolida aquí antes que en los estados sureños, esta ciudad dio la bienvenida a los esclavos liberados del sur y la desegregación racial aconteció en ella antes que en Virginia—aunque la fuga de muchos blancos en esos tiempos fue una lástima.
Washington fue también teatro del conflicto de los Derechos Civiles. En el Ben»s Chili Bowl, en el corredor de la calle U, donde Barack Obama se comió un “half-smoke” (versión local del “perro caliente”) el otro día, es frecuente oír a los parroquianos rememorar los disturbios desatados por el asesinato del Dr. King en 1968.
Ojalá que los visitantes que están llegando en bandada al D.C. para la asunción del mando de Barack Obama se lleven consigo algo de este acervo cultural cuando abandonen la ciudad.
(c) 2009, The Washington Post Writers Group
Bienvenidos a Washington
Washington, DC—La capital de los Estados Unidos está inundada de visitantes debido a la ceremonia de asunción del nuevo Presidente. La sola mención de esta ciudad evoca prejuicios disparatados (¡incluida la idea de que los Padres Fundadores fueron caníbales, cortesía de la serie televisiva “Maestros del Terror”!) Pero ¿cómo es la vida aquí en realidad?
Antes de mudarme para acá, hace años, estaba convencido de que Washington, DC, era una república socialista, pues más de uno de cada cuatro residentes trabaja para el gobierno. No estoy del todo seguro de que no lo sea, pero, en mi opinión, nada vuelve a la gente más cínica respecto del Estado que trabajar para él. Nunca he oído a un libertario hablar de la futilidad de la mayor parte de las dependencias estatales como lo hacen los funcionarios estadounidenses y extranjeros en los restaurantes o bares alrededor del Capitolio, en la K Street —el nervio de la industria del “lobby”—, en Georgetown o incluso en el Mercado Pesquero.
Esto, al menos, sirve de consuelo ahora que vemos al Estado agigantarse en respuesta a la recesión. Tras el colapso de valores vinculados al crédito -las “collateralized debt obligations” y los “credit default swaps”—, el gobierno nacionalizó de facto parte de la industria financiera. Un chiste que corría desde siempre en Washington decía que la separación de poderes no era el equilibrio entre las tres ramas del Estado, sino entre Wall Street, donde se negociaban títulos valores, y Washington, donde se negociaban leyes. Ahora, ambas son negociadas en Washington….A medida que las autoridades expanden la oferta monetaria y el gasto fiscal astronómicamente por obra de la crisis, la única circunstancia atenuante que queda, creo, es que los washingtonianos, es decir quienes deberán aplicar estas medidas, son gentes desilusionadas del Estado, su principal industria, con conocimiento de causa.
También creía, antes de venir al D.C., que Washington es una burbuja cultural. En realidad, es un torrente cultural. Incluso a los nacionalistas cerriles se les abre la mente en Washington: comercian con el resto del mundo, interactúan con inmigrantes, cenan en restaurants étnicos, ven películas extranjeras, y a veces dicen palabras en idiomas europeos. Si “Joe el Plomero” —el embajador de las ciudades conservadoras del interior— viniese a Washington, ¡probablemente se haría voluntario de la Legión Extranjera francesa!
Otra idea equivocada acerca de Washington es que todos viven en el secreto. Ya sabemos, desde luego, cuánta información oficial se filtra a diario en esta ciudad. Pero, hasta mi primer encuentro con un hombre de la CIA en un hotel de la otra orilla del Potomac, ignoraba que la verdadera función de los servicios de espionaje de Washington es presumir, no ocultar. En cuanto a la presencia de espías en cada esquina, para la mayoría de nosotros la CIA es un letrero que pasamos cuando vamos a hacer compras al mall de Tysons Corner (quiero decir: cuando en este país todavía íbamos de compras).
El diseño de Washington –reflejo del estilo barroco de Pierre L»Enfant, el diseñador original— también ayuda a diluir el efecto de la burocracia estatal sobre los lugareños. Los espacios abiertos, las largas avenidas y el orden cuadriculado son resultado de la planificación centralizada, pero todo está desparramado de forma tal que se puede respirar confortablemente. La decisión de George Washington de instalar la capital en un lugar al borde del Potomac donde había granjas y colinas repletas de árboles fue anticipatoria: el ambiente semi rural del D.C. ayuda a mitigar su gravedad política.
En otros países suelen decir que Estados Unidos es un país sin historia. La acusación es absurda: los colonizadores tenían siglos detrás suyo. Washington, por supuesto, está imbuida de historia. Aquí el pasado no es sólo una presencia arquitectónica bajo la forma de monumentos, una industria que se nutre del turismo o la memoria de las decisiones políticas y judiciales que moldearon a la nación. Es también un espíritu. Uno está siempre a punto de encontrarse a Thomas Jefferson a la vuelta de la esquina, tal vez saliendo de Bartleby»s, la tienda de libros usados de la calle 29, en el noroeste.
Washington fue una creación original de los Padres Fundadores, la más grande generación de mentes políticas que el mundo haya conocido. Resultado de una intensa negociación entre norteños y sureños, Washington estuvo siempre en el corazón de la cuestión racial. La esclavitud fue abolida aquí antes que en los estados sureños, esta ciudad dio la bienvenida a los esclavos liberados del sur y la desegregación racial aconteció en ella antes que en Virginia—aunque la fuga de muchos blancos en esos tiempos fue una lástima.
Washington fue también teatro del conflicto de los Derechos Civiles. En el Ben»s Chili Bowl, en el corredor de la calle U, donde Barack Obama se comió un “half-smoke” (versión local del “perro caliente”) el otro día, es frecuente oír a los parroquianos rememorar los disturbios desatados por el asesinato del Dr. King en 1968.
Ojalá que los visitantes que están llegando en bandada al D.C. para la asunción del mando de Barack Obama se lleven consigo algo de este acervo cultural cuando abandonen la ciudad.
(c) 2009, The Washington Post Writers Group
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