La bravuconada nuclear por parte de Corea del Norte puede ser aterradora para algunos, tal vez tan espantosa como puede ser la vida cotidiana bajo el régimen de Kim, del cual fui lo suficientemente afortunada de escapar cuando tenía 13 años de edad.
Al crecer en Corea del Norte en la década de 1990, mi realidad consistió mayormente en propaganda del gobierno, diseñada para glorificar la dinastía y demonizar el mundo exterior. Nos dijeron en la escuela, en nuestros libros, y en la televisión que morir por los Kim era el sacrificio más honorable que uno podía hacer. En un mundo, así no había lugar para relatos humanos o emociones humanas, tales como la risa y el amor.
Los norcoreanos, en efecto, son secuestrados al nacer—y esclavizados por el régimen. Cientos, quizás miles, escapan cada año con gran riesgo, cruzando la frontera hacia China, donde se enfrentan casi seguro a ser regresados si son atrapados. Unos pocos afortunados logran llegar a Corea del Sur. Pero en un país de más de 25 millones, esto es apenas un goteo.
Sin embargo, hay algo de esperanza. Desde la muerte en 1994 del fundador de Corea del Norte, el “Gran Líder” Kim Il-sung, más y más norcoreanos han tomado conciencia del agua que los rodea. Esto es debido a la economía subterránea, o el mercado negro, que echó raíces a finales de la década de 1990 en respuesta a la hambruna. A causa de ello, el control del régimen de las mentes de los norcoreanos se ha debilitado.
Algunos consideran que un 40 por ciento de los norcoreanos se encuentra en la actualidad involucrado en la economía subterránea privada. Mi generación de los millennials, llamados la “generación Jangmadang”, o generación del mercado negro, ha crecido con estos mercados privados, dándonos al menos un pequeño sentido de control personal e independencia.
El mercado negro era una parte esencial de la vida de nuestra familia, ayudándonos a sobrevivir. Mi padre y mi madre trabajaban en negocios del mercado negro, comprando y vendiendo azúcar, anguilas, cigarrillos y otros productos. Más tarde mi padre tuvo un negocio de contrabando de metales preciosos desde Corea del Norte a China. Fue capturado en 2002 y enviado a prisión por tres años, pero era una persona diferente cuando fue puesto en libertad.
Además de bienes materiales, el mercado negro nos proporcionaba películas y videos, repletos de información “peligrosa” e ideas que nos ofrecían una imagen del mundo exterior muy diferente de lo que habíamos conocido en el pasado. Aunque el castigo por ver estos espectáculos podía ser extremadamente severo, incluyendo la ejecución, esto no ha detenido a las personas de correr el riesgo.
Eso es lo que me ocurrió.
Cuando era joven, mis amigos y yo veíamos DVD y escuchábamos música contrabandeada a través de la frontera con China. Esto nos expuso a relatos y canciones que no eran sobre el régimen.
Un punto de inflexión llegó cuando vi una copia pirateada de la película Titanic. Me demostró que la gente podía valorar algo que no involucrase al régimen. Esto era la verdadera libertad: percatarse de que el amor no sólo es posible, sino que podría ser algo digno por lo cual morir.
Esa visión de las posibilidades de la vida inició mi escape mental del control de los Kim y ayudó a alentarnos a mi madre y a mí a cruzar el río Yalu en China.
A pesar de los soldados norcoreanos marchando al paso de la oca que ustedes ven en televisión, y al manejo caricaturesco del país por parte de Kim Jong, esta visión persiste y algún día, ruego, hará libre a mi generación.
Presentando una alternativa a la propaganda del régimen sobre las posibilidades de la vida, la economía subterránea está mostrando a los norcoreanos que un futuro diferente es posible.
Eso, aprendí, es lo que el mercado—ya sea el libre mercado o el mercado negro—puede hacer.
Traducido por Gabriel Gasave
Cómo el mercado negro nos ayudó a mí y a otros a escapar de Corea del Norte
La bravuconada nuclear por parte de Corea del Norte puede ser aterradora para algunos, tal vez tan espantosa como puede ser la vida cotidiana bajo el régimen de Kim, del cual fui lo suficientemente afortunada de escapar cuando tenía 13 años de edad.
Al crecer en Corea del Norte en la década de 1990, mi realidad consistió mayormente en propaganda del gobierno, diseñada para glorificar la dinastía y demonizar el mundo exterior. Nos dijeron en la escuela, en nuestros libros, y en la televisión que morir por los Kim era el sacrificio más honorable que uno podía hacer. En un mundo, así no había lugar para relatos humanos o emociones humanas, tales como la risa y el amor.
Los norcoreanos, en efecto, son secuestrados al nacer—y esclavizados por el régimen. Cientos, quizás miles, escapan cada año con gran riesgo, cruzando la frontera hacia China, donde se enfrentan casi seguro a ser regresados si son atrapados. Unos pocos afortunados logran llegar a Corea del Sur. Pero en un país de más de 25 millones, esto es apenas un goteo.
Sin embargo, hay algo de esperanza. Desde la muerte en 1994 del fundador de Corea del Norte, el “Gran Líder” Kim Il-sung, más y más norcoreanos han tomado conciencia del agua que los rodea. Esto es debido a la economía subterránea, o el mercado negro, que echó raíces a finales de la década de 1990 en respuesta a la hambruna. A causa de ello, el control del régimen de las mentes de los norcoreanos se ha debilitado.
Algunos consideran que un 40 por ciento de los norcoreanos se encuentra en la actualidad involucrado en la economía subterránea privada. Mi generación de los millennials, llamados la “generación Jangmadang”, o generación del mercado negro, ha crecido con estos mercados privados, dándonos al menos un pequeño sentido de control personal e independencia.
El mercado negro era una parte esencial de la vida de nuestra familia, ayudándonos a sobrevivir. Mi padre y mi madre trabajaban en negocios del mercado negro, comprando y vendiendo azúcar, anguilas, cigarrillos y otros productos. Más tarde mi padre tuvo un negocio de contrabando de metales preciosos desde Corea del Norte a China. Fue capturado en 2002 y enviado a prisión por tres años, pero era una persona diferente cuando fue puesto en libertad.
Además de bienes materiales, el mercado negro nos proporcionaba películas y videos, repletos de información “peligrosa” e ideas que nos ofrecían una imagen del mundo exterior muy diferente de lo que habíamos conocido en el pasado. Aunque el castigo por ver estos espectáculos podía ser extremadamente severo, incluyendo la ejecución, esto no ha detenido a las personas de correr el riesgo.
Eso es lo que me ocurrió.
Cuando era joven, mis amigos y yo veíamos DVD y escuchábamos música contrabandeada a través de la frontera con China. Esto nos expuso a relatos y canciones que no eran sobre el régimen.
Un punto de inflexión llegó cuando vi una copia pirateada de la película Titanic. Me demostró que la gente podía valorar algo que no involucrase al régimen. Esto era la verdadera libertad: percatarse de que el amor no sólo es posible, sino que podría ser algo digno por lo cual morir.
Esa visión de las posibilidades de la vida inició mi escape mental del control de los Kim y ayudó a alentarnos a mi madre y a mí a cruzar el río Yalu en China.
A pesar de los soldados norcoreanos marchando al paso de la oca que ustedes ven en televisión, y al manejo caricaturesco del país por parte de Kim Jong, esta visión persiste y algún día, ruego, hará libre a mi generación.
Presentando una alternativa a la propaganda del régimen sobre las posibilidades de la vida, la economía subterránea está mostrando a los norcoreanos que un futuro diferente es posible.
Eso, aprendí, es lo que el mercado—ya sea el libre mercado o el mercado negro—puede hacer.
Traducido por Gabriel Gasave
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