Israel lanzó recientemente su más mortal ataque contra los palestinos en más de una año. En una incursión muscular contra dos campos de refugiados palestinos en la franja de Gaza, los israelíes emplearon artillería pesada y helicópteros artillados para procurar presuntamente incautar armas y arrestar a los atacantes palestinos, los cuales habían disparado con morteros a asentamientos judíos cercanos, pero que no habían herido a sus habitantes. La incursión israelí mató a 14 palestinos, incluidos tres jóvenes desarmados, e hirió a 83 personas, incluidos 40 menores de 18 años de edad. Pero los israelíes no efectuaron ningún arresto por los ataques con morteros y no confiscaron ningún arma. Israel y su imitador, los Estados Unidos, han lanzado ambos un agresiva “guerra contra el terrorismo” la cual es responsable de minar su seguridad en el largo plazo.
Amnistía Internacional ha citado numerosos casos de empleo israelí de la fuerza excesiva en áreas palestinas pobladas, incluida una bomba de 2.000 libras arrojada por un avión F-16 sobre un vecindario densamente habitado en la Ciudad de Gaza para matar a un activista de Hamas. El 22 de julio de 2002, un feroz ataque aéreo mató a otros siete adultos y a nueve niños, hirió a otros 70 y destruyó seis viviendas vecinas. Los palestinos son regularmente condenados por el gobierno estadounidense y por los medios por ataques suicidas contra civiles israelíes en Israel y colonos israelíes en las áreas palestinas. Pero si definimos al “terrorismo” como al daño intencional a inocentes en aras de un rédito político, el rutinario empleo israelí de la fuerza excesiva debería caer también dentro de esa categoría.
Los israelíes saben que el empleo de un pesado poder de fuego en áreas pobladas para apuntarle a unos pocos activistas matará o lesionará a un sustancial número de inocentes. Los israelíes son especialmente culpables cuando otros métodos más “quirúrgicos” están disponibles—por ejemplo, el uso de incursiones por parte de fuerzas especiales para aprehender a los activistas palestinos. Aún los asesinatos dirigidos de militantes—una táctica cuestionable—mataría a menos civiles que el método violento que Israel está utilizando. No obstante ello, la política de Israel parece ser tan sólo una de venganza ligeramente más sutil por las matanzas palestinas de inocentes. En lugar de descaradamente atacar a civiles, un objetivo militar es hallado en un área densamente poblada y entonces la fuerza excesiva es aplicada.
Amnistía Internacional ha criticado también a las fuerzas armadas israelíes por destruir vastos espacios de tierra cultivada, infraestructura de agua y de electricidad, y a miles de hogares palestinos. La organización puntualiza también que los israelíes han puesto en cuarentena a pueblos y ciudades palestinas enteras por largos periodos de tiempo, empleado a palestinos como escudos humanos durante operaciones militares, atacado a personal médico y bloqueado la asistencia médica, usado la tortura contra los detenidos palestinos, confiscado tierras palestinas a fin de expandir la infraestructura para los asentamientos judíos y fallado en proteger a los palestinos atacados por colonos judíos. Para apaciguar a los influyentes grupos de presión internos en los Estados Unidos, esas tácticas israelíes inaceptables son rutinariamente ignoradas por el Presidente Bush, el Congreso y los medios de prensa estadounidenses.
El aspecto triste de tal agresivo comportamiento israelí— y de los subsidios militares y de la asistencia económica estadounidense que lo alientan y lo suscriben—es que en verdad empeora la perspectiva de la seguridad de la nación judía en el largo plazo. Peor aún, tales respuestas israelíes excesivas a los problemas de seguridad están actualmente siendo imitadas por el gobierno de los EE.UU.. La administración Bush invadió Irak—una nación que no tenía nada que ver con los ataques del 11 de septiembre—y se encuentra adoptando de manera conciente duras tácticas al estilo israelí en su ocupación.
Israel y los Estados Unidos son ambos superpotencias—regionalmente y a nivel mundial, respectivamente—las que han visto recientemente reducidas las amenazas a su existencia de parte de otras naciones estados. Israel ha hecho la paz con Egipto y Jordania y ha visto a Irak vencida, a Libia reformada y a Siria severamente debilitada por la desaparición de su benefactor soviético. Y el fin de la Guerra Fría ha reducido drásticamente la posibilidad de un ataque nuclear masivo contra los Estados Unidos. Por lo tanto, la principal amenaza que subyace para ambos países es en la actualidad el terrorismo, al cual ellos están simplemente enardeciendo con su excesiva respuesta al mismo.
Así, los dos países están cayendo derecho en la trampa de sus adversarios: los grupos de militantes palestinos en el caso de Israel y al Qaeda en el caso de los Estados Unidos. Por ejemplo, tras el reciente ataque israelí contra los campos de refugiados, un líder de las Brigadas Palestinas de Mártires Al Aksa destacó que ello actuaría como un imán para reclutar a atacantes con bombas suicidas anti-israelíes. Además, de acuerdo con información de la Tel Aviv University, la violencia anti-semita en todo el mundo repunta durante los periodos de las ofensivas militares israelíes y estadounidenses. De manera similar, las excesivas y no relacionadas intervenciones militares estadounidenses, especialmente en la nación islámica de Irak, han actuado como un afiche de reclutamiento para el jihadismo islámico responsable por los ataques del 11 de septiembre.
El terrorismo anti-israelí y anti-estadounidense no desaparecerá hasta que la raíz de las causas de ambos sean removidas. Israel—aunque sólo fuese para terminar con la violencia que está debilitando a su economía—debería hacer las concesiones necesarias para negociar un comprensivo establecimiento de la paz con los palestinos. Por su parte, los Estados Unidos deberían concluir con su apoyo parcializado a Israel y volverse neutrales en el conflicto israelí-palestino. Los Estados Unidos deberían también terminar con el disipado entrometimiento en los asuntos de otras naciones alrededor del mundo—especialmente en el Medio Oriente—la causa primaria del terrorismo anti-estadounidense. Con sus principales naciones estado adversarias debilitadas, tanto Israel como los Estados Unidos tienen ahora el lujo de ser capaces de tomar las medidas audaces necesarias para incrementar aún más su seguridad.
Traducido por Gabriel Gasave
Consecuencias no previstas: Al estilo estadounidense e israelí
Israel lanzó recientemente su más mortal ataque contra los palestinos en más de una año. En una incursión muscular contra dos campos de refugiados palestinos en la franja de Gaza, los israelíes emplearon artillería pesada y helicópteros artillados para procurar presuntamente incautar armas y arrestar a los atacantes palestinos, los cuales habían disparado con morteros a asentamientos judíos cercanos, pero que no habían herido a sus habitantes. La incursión israelí mató a 14 palestinos, incluidos tres jóvenes desarmados, e hirió a 83 personas, incluidos 40 menores de 18 años de edad. Pero los israelíes no efectuaron ningún arresto por los ataques con morteros y no confiscaron ningún arma. Israel y su imitador, los Estados Unidos, han lanzado ambos un agresiva “guerra contra el terrorismo” la cual es responsable de minar su seguridad en el largo plazo.
Amnistía Internacional ha citado numerosos casos de empleo israelí de la fuerza excesiva en áreas palestinas pobladas, incluida una bomba de 2.000 libras arrojada por un avión F-16 sobre un vecindario densamente habitado en la Ciudad de Gaza para matar a un activista de Hamas. El 22 de julio de 2002, un feroz ataque aéreo mató a otros siete adultos y a nueve niños, hirió a otros 70 y destruyó seis viviendas vecinas. Los palestinos son regularmente condenados por el gobierno estadounidense y por los medios por ataques suicidas contra civiles israelíes en Israel y colonos israelíes en las áreas palestinas. Pero si definimos al “terrorismo” como al daño intencional a inocentes en aras de un rédito político, el rutinario empleo israelí de la fuerza excesiva debería caer también dentro de esa categoría.
Los israelíes saben que el empleo de un pesado poder de fuego en áreas pobladas para apuntarle a unos pocos activistas matará o lesionará a un sustancial número de inocentes. Los israelíes son especialmente culpables cuando otros métodos más “quirúrgicos” están disponibles—por ejemplo, el uso de incursiones por parte de fuerzas especiales para aprehender a los activistas palestinos. Aún los asesinatos dirigidos de militantes—una táctica cuestionable—mataría a menos civiles que el método violento que Israel está utilizando. No obstante ello, la política de Israel parece ser tan sólo una de venganza ligeramente más sutil por las matanzas palestinas de inocentes. En lugar de descaradamente atacar a civiles, un objetivo militar es hallado en un área densamente poblada y entonces la fuerza excesiva es aplicada.
Amnistía Internacional ha criticado también a las fuerzas armadas israelíes por destruir vastos espacios de tierra cultivada, infraestructura de agua y de electricidad, y a miles de hogares palestinos. La organización puntualiza también que los israelíes han puesto en cuarentena a pueblos y ciudades palestinas enteras por largos periodos de tiempo, empleado a palestinos como escudos humanos durante operaciones militares, atacado a personal médico y bloqueado la asistencia médica, usado la tortura contra los detenidos palestinos, confiscado tierras palestinas a fin de expandir la infraestructura para los asentamientos judíos y fallado en proteger a los palestinos atacados por colonos judíos. Para apaciguar a los influyentes grupos de presión internos en los Estados Unidos, esas tácticas israelíes inaceptables son rutinariamente ignoradas por el Presidente Bush, el Congreso y los medios de prensa estadounidenses.
El aspecto triste de tal agresivo comportamiento israelí— y de los subsidios militares y de la asistencia económica estadounidense que lo alientan y lo suscriben—es que en verdad empeora la perspectiva de la seguridad de la nación judía en el largo plazo. Peor aún, tales respuestas israelíes excesivas a los problemas de seguridad están actualmente siendo imitadas por el gobierno de los EE.UU.. La administración Bush invadió Irak—una nación que no tenía nada que ver con los ataques del 11 de septiembre—y se encuentra adoptando de manera conciente duras tácticas al estilo israelí en su ocupación.
Israel y los Estados Unidos son ambos superpotencias—regionalmente y a nivel mundial, respectivamente—las que han visto recientemente reducidas las amenazas a su existencia de parte de otras naciones estados. Israel ha hecho la paz con Egipto y Jordania y ha visto a Irak vencida, a Libia reformada y a Siria severamente debilitada por la desaparición de su benefactor soviético. Y el fin de la Guerra Fría ha reducido drásticamente la posibilidad de un ataque nuclear masivo contra los Estados Unidos. Por lo tanto, la principal amenaza que subyace para ambos países es en la actualidad el terrorismo, al cual ellos están simplemente enardeciendo con su excesiva respuesta al mismo.
Así, los dos países están cayendo derecho en la trampa de sus adversarios: los grupos de militantes palestinos en el caso de Israel y al Qaeda en el caso de los Estados Unidos. Por ejemplo, tras el reciente ataque israelí contra los campos de refugiados, un líder de las Brigadas Palestinas de Mártires Al Aksa destacó que ello actuaría como un imán para reclutar a atacantes con bombas suicidas anti-israelíes. Además, de acuerdo con información de la Tel Aviv University, la violencia anti-semita en todo el mundo repunta durante los periodos de las ofensivas militares israelíes y estadounidenses. De manera similar, las excesivas y no relacionadas intervenciones militares estadounidenses, especialmente en la nación islámica de Irak, han actuado como un afiche de reclutamiento para el jihadismo islámico responsable por los ataques del 11 de septiembre.
El terrorismo anti-israelí y anti-estadounidense no desaparecerá hasta que la raíz de las causas de ambos sean removidas. Israel—aunque sólo fuese para terminar con la violencia que está debilitando a su economía—debería hacer las concesiones necesarias para negociar un comprensivo establecimiento de la paz con los palestinos. Por su parte, los Estados Unidos deberían concluir con su apoyo parcializado a Israel y volverse neutrales en el conflicto israelí-palestino. Los Estados Unidos deberían también terminar con el disipado entrometimiento en los asuntos de otras naciones alrededor del mundo—especialmente en el Medio Oriente—la causa primaria del terrorismo anti-estadounidense. Con sus principales naciones estado adversarias debilitadas, tanto Israel como los Estados Unidos tienen ahora el lujo de ser capaces de tomar las medidas audaces necesarias para incrementar aún más su seguridad.
Traducido por Gabriel Gasave
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