El juego más reciente en Washington es la especulación acerca de cuál será el próximo país al que atacará la administración Bush en su guerra mundial contra el terrorismo. La línea dura de los halcones desearía que fuese Irak. Pero los comentarios recientes de Paul Wolfowitz, el Secretario de Defensa Interino y el principal halcón de la administración sobre Irak, parecen indicar que un ataque contra ese país no es inminente. Los aliados de los EE.UU. en Europa y en el Oriente Medio parecieran estar frustrando el lanzamiento de un ataque estadounidense por muchas buenas razones. En cambio, la especulación ahora ha virado a las Filipinas, Indonesia, Yemen, y Somalia. Cada una de esas naciones posee elementos fundamentalistas islámicos que podrían albergar y apoyar a los terroristas de Al Qaeda, quienes podrían atacar a los Estados Unidos nuevamente.
Aunque cualquier célula de Al Qaeda en esas naciones necesita ser atacada, ello no precisa necesariamente ser dirigido por la acción directa de los militares de los EE.UU.. Como en Afganistán, la «huella » de los militares de EE.UU. debería ser mantenida en un mínimo. Esa estrategia minimalista evitaría generar un terrorismo radical islámico más vengativo. Afortunadamente, a diferencia de la preguerra en Afganistán, en tres de las cuatro naciones—las Filipinas, Indonesia y Yemen—los gobiernos tienen sus propios intereses creados para intentar erradicar a los radicales islámicos. Los Estados Unidos podrían proporcionar armas, inteligencia, entrenamiento, consejeros militares, y dinero para ayudar a esas naciones a erradicar a las células de Al Qaeda. Existe evidencia de que el gobierno de los EE.UU. ya se encuentra proporcionando esa ayuda. Por ejemplo, el gobierno de Yemen—con ayuda de los EE.UU.—atacó recientemente a los elementos radicales islámicos en esa nación.
El país restante—Somalia—es el problema. Según recientes filtraciones a los medios, la CIA y los militares de los EE.UU. están encajonando al país para atacar a todos los blancos de Al Qaeda. Pero con excepción de unos pocos campos de entrenamiento en áreas remotas, las blancos de Al Qaeda probablemente no serán muy prominentes. Los grupos radicales islámicos en Somalia ya no operan más de manera abierta, ni intentan conservar territorio. El hecho de no procurar conservar tierras, les permite a los grupos terroristas—por ejemplo, Al-Ittihad—perder su estructura formal y de esa manera volverse más difíciles de encontrar, de penetrar o de atacar.
Pero los Estados Unidos no carecen de opciones en Somalia. El gobierno etíope está combatiendo una insurrección en una región del este, próxima a Somalia. Los musulmanes somalíes ayudan a alimentar ese separatismo. Además, el gobierno etíope sostiene que el actual gobierno somalí posee vínculos con los grupos islámicos radicales, tales como Al Qaeda y Al Ittihad—una acusación que pareciera estar bien fundamentada—y teme que el mismo podría intentar establecer un estado islámico fundamentalista en Somalia. Etiopía ayuda actualmente a los lideres militares que intentan derribar al gobierno somalí. Los Estados Unidos podrían proporcionar armas, inteligencia, entrenamiento, consejeros militares, y dinero a las fuerzas armadas etíopes muy dispuestas a conducir ataques contra las células islámicas radicales en Somalia, incluyendo a Al Qaeda. También, el gobierno etíope podría actuar como un conducto a través del cual dicha ayuda podría pasar a los líderes militares en Somalia que están enfrentando a tales grupos islámicos.
La experiencia previa de los EE.UU., sin embargo, debería enarbolar una bandera de precaución en Somalia—tanto en términos de una acción militar directa de los EE.UU. como aún para una guerra por mandato. Durante la lucha contra los soviéticos en Afganistán, la CIA—sin suficiente cuidado sobre cómo el dinero estaba siendo gastado—canalizó miles de millones de dólares (billones en inglés) en ayuda militar a los rebeldes islámicos a través de los servicios de inteligencia paquistaníes. Los pakistaníes dieron la ayuda a los grupos más amistosos a Pakistán, los cuales también resultaron ser los más radicales y lo menos eficaces en combatir a los soviéticos. Esos elementos más radicales son ahora la peor pesadilla de los Estados Unidos. El gobierno de los EE.UU. debe supervisar cuidadosamente la asistencia para asegurarse que el dinero otorgado a Etiopía sea entregado a los grupos somalíes más proclives a combatir a Al Qaeda y a Al-Ittihad con eficacia y que sean los menos probables de causar problemas a los Estados Unidos en el futuro. Más aún, como debería recordarnos la película Blackhawk Down,—retratando la matanza en Somalia de 18 soldados de las tropas de asalto del ejército de los EE.UU. en 1993—la intervención militar directa de los EE.UU. en el interminable conflicto fratricida en esa nación africana del este, es una mala idea.
Probablemente no existe necesidad para tales operaciones militares directas y a gran escala por parte de los EE.UU. en alguna de las cuatro naciones ya mencionadas. Los Estados Unidos poseen una inteligencia muy pobre en esos remotos países—especialmente sobre las complejidades de la política local y de los grupos oscuros que la misma se encuentra persiguiendo allí. La guerra contra el terrorismo es mejor conducida por entidades en esas regiones que posean sus propios incentivos para ayudar a los EE.UU. a erradicar a los grupos islámicos radicales que apoyan o son parte de la red terrorista de Al Qaeda—es decir, los gobiernos de los países, los grupos amistosos dentro de los países o los gobiernos vecinos. El apoyar a tales agentes locales otorgará a los Estados Unidos el mejor resultado por los dólares gastados en su guerra contra el terrorismo, mientras que al mismo tiempo disminuye las posibilidades de que los Estados Unidos sean una bengala encendida para el terrorismo revanchista.
Traducido por Gabriel Gasave
Convirtamos a la guerra contra el terrorismo en una guerra por mandato
El juego más reciente en Washington es la especulación acerca de cuál será el próximo país al que atacará la administración Bush en su guerra mundial contra el terrorismo. La línea dura de los halcones desearía que fuese Irak. Pero los comentarios recientes de Paul Wolfowitz, el Secretario de Defensa Interino y el principal halcón de la administración sobre Irak, parecen indicar que un ataque contra ese país no es inminente. Los aliados de los EE.UU. en Europa y en el Oriente Medio parecieran estar frustrando el lanzamiento de un ataque estadounidense por muchas buenas razones. En cambio, la especulación ahora ha virado a las Filipinas, Indonesia, Yemen, y Somalia. Cada una de esas naciones posee elementos fundamentalistas islámicos que podrían albergar y apoyar a los terroristas de Al Qaeda, quienes podrían atacar a los Estados Unidos nuevamente.
Aunque cualquier célula de Al Qaeda en esas naciones necesita ser atacada, ello no precisa necesariamente ser dirigido por la acción directa de los militares de los EE.UU.. Como en Afganistán, la «huella » de los militares de EE.UU. debería ser mantenida en un mínimo. Esa estrategia minimalista evitaría generar un terrorismo radical islámico más vengativo. Afortunadamente, a diferencia de la preguerra en Afganistán, en tres de las cuatro naciones—las Filipinas, Indonesia y Yemen—los gobiernos tienen sus propios intereses creados para intentar erradicar a los radicales islámicos. Los Estados Unidos podrían proporcionar armas, inteligencia, entrenamiento, consejeros militares, y dinero para ayudar a esas naciones a erradicar a las células de Al Qaeda. Existe evidencia de que el gobierno de los EE.UU. ya se encuentra proporcionando esa ayuda. Por ejemplo, el gobierno de Yemen—con ayuda de los EE.UU.—atacó recientemente a los elementos radicales islámicos en esa nación.
El país restante—Somalia—es el problema. Según recientes filtraciones a los medios, la CIA y los militares de los EE.UU. están encajonando al país para atacar a todos los blancos de Al Qaeda. Pero con excepción de unos pocos campos de entrenamiento en áreas remotas, las blancos de Al Qaeda probablemente no serán muy prominentes. Los grupos radicales islámicos en Somalia ya no operan más de manera abierta, ni intentan conservar territorio. El hecho de no procurar conservar tierras, les permite a los grupos terroristas—por ejemplo, Al-Ittihad—perder su estructura formal y de esa manera volverse más difíciles de encontrar, de penetrar o de atacar.
Pero los Estados Unidos no carecen de opciones en Somalia. El gobierno etíope está combatiendo una insurrección en una región del este, próxima a Somalia. Los musulmanes somalíes ayudan a alimentar ese separatismo. Además, el gobierno etíope sostiene que el actual gobierno somalí posee vínculos con los grupos islámicos radicales, tales como Al Qaeda y Al Ittihad—una acusación que pareciera estar bien fundamentada—y teme que el mismo podría intentar establecer un estado islámico fundamentalista en Somalia. Etiopía ayuda actualmente a los lideres militares que intentan derribar al gobierno somalí. Los Estados Unidos podrían proporcionar armas, inteligencia, entrenamiento, consejeros militares, y dinero a las fuerzas armadas etíopes muy dispuestas a conducir ataques contra las células islámicas radicales en Somalia, incluyendo a Al Qaeda. También, el gobierno etíope podría actuar como un conducto a través del cual dicha ayuda podría pasar a los líderes militares en Somalia que están enfrentando a tales grupos islámicos.
La experiencia previa de los EE.UU., sin embargo, debería enarbolar una bandera de precaución en Somalia—tanto en términos de una acción militar directa de los EE.UU. como aún para una guerra por mandato. Durante la lucha contra los soviéticos en Afganistán, la CIA—sin suficiente cuidado sobre cómo el dinero estaba siendo gastado—canalizó miles de millones de dólares (billones en inglés) en ayuda militar a los rebeldes islámicos a través de los servicios de inteligencia paquistaníes. Los pakistaníes dieron la ayuda a los grupos más amistosos a Pakistán, los cuales también resultaron ser los más radicales y lo menos eficaces en combatir a los soviéticos. Esos elementos más radicales son ahora la peor pesadilla de los Estados Unidos. El gobierno de los EE.UU. debe supervisar cuidadosamente la asistencia para asegurarse que el dinero otorgado a Etiopía sea entregado a los grupos somalíes más proclives a combatir a Al Qaeda y a Al-Ittihad con eficacia y que sean los menos probables de causar problemas a los Estados Unidos en el futuro. Más aún, como debería recordarnos la película Blackhawk Down,—retratando la matanza en Somalia de 18 soldados de las tropas de asalto del ejército de los EE.UU. en 1993—la intervención militar directa de los EE.UU. en el interminable conflicto fratricida en esa nación africana del este, es una mala idea.
Probablemente no existe necesidad para tales operaciones militares directas y a gran escala por parte de los EE.UU. en alguna de las cuatro naciones ya mencionadas. Los Estados Unidos poseen una inteligencia muy pobre en esos remotos países—especialmente sobre las complejidades de la política local y de los grupos oscuros que la misma se encuentra persiguiendo allí. La guerra contra el terrorismo es mejor conducida por entidades en esas regiones que posean sus propios incentivos para ayudar a los EE.UU. a erradicar a los grupos islámicos radicales que apoyan o son parte de la red terrorista de Al Qaeda—es decir, los gobiernos de los países, los grupos amistosos dentro de los países o los gobiernos vecinos. El apoyar a tales agentes locales otorgará a los Estados Unidos el mejor resultado por los dólares gastados en su guerra contra el terrorismo, mientras que al mismo tiempo disminuye las posibilidades de que los Estados Unidos sean una bengala encendida para el terrorismo revanchista.
Traducido por Gabriel Gasave
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