Durante los últimos años, los países latinoamericanos, desde Brasil hasta Bolivia y Costa Rica, han venido eligiendo a líderes de centroizquierda para que ocupen los palacios presidenciales. Ese giro a la izquierda no es otra cosa que el episodio más reciente de una lucha cultural de larga data que enfrenta a los modernizadores—deseosos de que América Latina profundice su pertenencia a la cultura occidental– y los reaccionarios, quienes hacen todo lo que pueden para impedirlo.
Esta tensión ha paralizado a América Latina, obstruyendo su desarrollo político y económico en comparación con otras regiones, como Asia del Este y Europa Central, que apenas hace unas décadas se encontraban igualmente atrasadas. En verdad, en los últimos 30 años, todos los países latinoamericanos excepto Chile-el modernizador personificado-ha visto caer su ingreso per capita como proporción del ingreso per capita de los Estados Unidos. Mientras tanto, los sondeos dejan traslucir una profunda insatisfacción con las instituciones democráticas y los partidos tradicionales.
En la actualidad, los modernizadores y los reaccionarios están desparramados por todo el paisaje político latinoamericano, contradiciendo la simplista dicotomía izquierda-derecha. Los modernizadores incluyen tanto a la centroderecha como lo que algunos colegas escritores y yo denominamos la izquierda vegetariana; los reaccionarios constituyen la izquierda carnívora.
En la centroderecha, dirigentes como el saliente Vicente Fox en México, Elías Antonio Saca en El Salvador y Álvaro Uribe en Colombia entienden que la economía de mercado y el Estado de Derecho son los cimientos de la prosperidad. Dejando de lado a Uribe, concentrado en la guerra contra las narcoguerrillas, los líderes de la centroderecha han escogido preservar el status quo antes que reformarlo. Han mantenido una disciplina monetaria e intentado seducir a inversores extranjeros. Pero han hecho poco para transformar las instituciones fundamentales de sus países, incluido el poder judicial, o de incorporar a la masas a la economía global.
La izquierda vegetariana está representada por figuras como Lula da Silva en Brasil, Tabaré Vásquez en Uruguay y Oscar Arias en Costa Rica. Han evitado las equivocaciones de la vieja izquierda, incluida la confrontación de rigor con el mundo exterior y el despilfarro fiscal. Pero se han resignado a una suerte de bovina mansedumbre social-democrática, carentes de un verdadero ímpetu modernizador. No han reducido la burocracia, realizado una reforma tributaria significativa o fortalecido el Estado de Derecho.
Luego están los miembros de la izquierda carnívora, incluidos Fidel y Raúl Castro en Cuba, Hugo Chávez en Venezuela y Evo Morales en Bolivia, así como también los estentóreos movimientos opositores en México, Nicaragua y Ecuador. Se aferran a una visión marxista de la sociedad y a una mentalidad de la Guerra Fría, y procuran explotar las tensiones étnicas, particularmente en la región andina. El petróleo de Chávez está financiando gran parte de este esfuerzo.
Los recientes comicios reflejan las tensiones entre estos grupos. En México, el legítimo triunfador en la carrera presidencial, Felipe Calderón, es un modernizador de centroderecha, pero el carnívoro Andrés López Obrador denuncia la existencia de fraude electoral. Si Calderón es confirmado, no queda claro si será un activo modernizador—tal como promete serlo—o uno pasivo, como Vicente Fox. En Perú, el nuevo presidente, Alan García, se presenta como un modernizador en contraste con el izquierdista carnívoro Ollanta Humala, a quién apenas derrotó. Pero García fue un carnívoro durante su primer mandato en los años 80, de modo que el peso de la prueba recae sobre él para demostrar que su intestino político ha transitado de la carne cruda a los vegetales.
La razón del fracaso económico y social de América Latina está en el predominio del populismo, que ha permitido el desarrollo de sociedades de dos velocidades en las cuales los privilegiados obtienen el apoyo estatal mientras que el resto enfrenta obstáculos laberínticos. Conducido por los caudillos del siglo 20 que inculpaban a las naciones ricas por las penurias de América Latina, el populismo produjo burocracias asfixiantes, la subordinación del poder judicial a las autoridades políticas y economías parasitarias. En efecto, el populismo está tan arraigado en la psiquis latinoamericana que continúa dominando las instituciones incluso cuando los modernizadores llegan al poder. A esto se debe que los años 90—un periodo de considerable privatización y apertura de los mercados en América Latina—terminaran en frustración y en el resurgimiento de poderosos movimientos populistas.
Sin instituciones fuertes e imparciales, el capitalismo se vuelve seudo-capitalismo. Sin un Estado de Derecho, el actual resurgimiento del populismo liderado por la izquierda carnívora fomentará una resistencia al cambio aún mayor. Para que los modernizadores derroten a los reaccionarios, América Latina debe librarse del complejo populista de una vez por todas.
(c) 2006, The Washington Post Writers Group For reprint permission, please contact [email protected]
Cuídese de los carnívoros
Durante los últimos años, los países latinoamericanos, desde Brasil hasta Bolivia y Costa Rica, han venido eligiendo a líderes de centroizquierda para que ocupen los palacios presidenciales. Ese giro a la izquierda no es otra cosa que el episodio más reciente de una lucha cultural de larga data que enfrenta a los modernizadores—deseosos de que América Latina profundice su pertenencia a la cultura occidental– y los reaccionarios, quienes hacen todo lo que pueden para impedirlo.
Esta tensión ha paralizado a América Latina, obstruyendo su desarrollo político y económico en comparación con otras regiones, como Asia del Este y Europa Central, que apenas hace unas décadas se encontraban igualmente atrasadas. En verdad, en los últimos 30 años, todos los países latinoamericanos excepto Chile-el modernizador personificado-ha visto caer su ingreso per capita como proporción del ingreso per capita de los Estados Unidos. Mientras tanto, los sondeos dejan traslucir una profunda insatisfacción con las instituciones democráticas y los partidos tradicionales.
En la actualidad, los modernizadores y los reaccionarios están desparramados por todo el paisaje político latinoamericano, contradiciendo la simplista dicotomía izquierda-derecha. Los modernizadores incluyen tanto a la centroderecha como lo que algunos colegas escritores y yo denominamos la izquierda vegetariana; los reaccionarios constituyen la izquierda carnívora.
En la centroderecha, dirigentes como el saliente Vicente Fox en México, Elías Antonio Saca en El Salvador y Álvaro Uribe en Colombia entienden que la economía de mercado y el Estado de Derecho son los cimientos de la prosperidad. Dejando de lado a Uribe, concentrado en la guerra contra las narcoguerrillas, los líderes de la centroderecha han escogido preservar el status quo antes que reformarlo. Han mantenido una disciplina monetaria e intentado seducir a inversores extranjeros. Pero han hecho poco para transformar las instituciones fundamentales de sus países, incluido el poder judicial, o de incorporar a la masas a la economía global.
La izquierda vegetariana está representada por figuras como Lula da Silva en Brasil, Tabaré Vásquez en Uruguay y Oscar Arias en Costa Rica. Han evitado las equivocaciones de la vieja izquierda, incluida la confrontación de rigor con el mundo exterior y el despilfarro fiscal. Pero se han resignado a una suerte de bovina mansedumbre social-democrática, carentes de un verdadero ímpetu modernizador. No han reducido la burocracia, realizado una reforma tributaria significativa o fortalecido el Estado de Derecho.
Luego están los miembros de la izquierda carnívora, incluidos Fidel y Raúl Castro en Cuba, Hugo Chávez en Venezuela y Evo Morales en Bolivia, así como también los estentóreos movimientos opositores en México, Nicaragua y Ecuador. Se aferran a una visión marxista de la sociedad y a una mentalidad de la Guerra Fría, y procuran explotar las tensiones étnicas, particularmente en la región andina. El petróleo de Chávez está financiando gran parte de este esfuerzo.
Los recientes comicios reflejan las tensiones entre estos grupos. En México, el legítimo triunfador en la carrera presidencial, Felipe Calderón, es un modernizador de centroderecha, pero el carnívoro Andrés López Obrador denuncia la existencia de fraude electoral. Si Calderón es confirmado, no queda claro si será un activo modernizador—tal como promete serlo—o uno pasivo, como Vicente Fox. En Perú, el nuevo presidente, Alan García, se presenta como un modernizador en contraste con el izquierdista carnívoro Ollanta Humala, a quién apenas derrotó. Pero García fue un carnívoro durante su primer mandato en los años 80, de modo que el peso de la prueba recae sobre él para demostrar que su intestino político ha transitado de la carne cruda a los vegetales.
La razón del fracaso económico y social de América Latina está en el predominio del populismo, que ha permitido el desarrollo de sociedades de dos velocidades en las cuales los privilegiados obtienen el apoyo estatal mientras que el resto enfrenta obstáculos laberínticos. Conducido por los caudillos del siglo 20 que inculpaban a las naciones ricas por las penurias de América Latina, el populismo produjo burocracias asfixiantes, la subordinación del poder judicial a las autoridades políticas y economías parasitarias. En efecto, el populismo está tan arraigado en la psiquis latinoamericana que continúa dominando las instituciones incluso cuando los modernizadores llegan al poder. A esto se debe que los años 90—un periodo de considerable privatización y apertura de los mercados en América Latina—terminaran en frustración y en el resurgimiento de poderosos movimientos populistas.
Sin instituciones fuertes e imparciales, el capitalismo se vuelve seudo-capitalismo. Sin un Estado de Derecho, el actual resurgimiento del populismo liderado por la izquierda carnívora fomentará una resistencia al cambio aún mayor. Para que los modernizadores derroten a los reaccionarios, América Latina debe librarse del complejo populista de una vez por todas.
(c) 2006, The Washington Post Writers Group For reprint permission, please contact [email protected]
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