La Administración Bush sigue teniendo plena fe en la actual guerra contra las drogas, según el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld y el Fiscal General Alberto Gonzáles, los últimos funcionarios estadounidenses en visitar la región andina. El Presidente Bush ha autorizado al Departamento de Estado a suministrar a Colombia más asistencia con propósitos de interceptación como parte del multimillonario programa anti-droga iniciado en el año 2001, así como a requerir del actual Congreso una nueva asignación de fondos para dicho programa.
Esto es lamentable. Las estadísticas más recientes, así como los últimos sucesos políticos en la región, indican inequívocamente que la estrategia está resultando contraproducente. Mientras el cultivo y la producción han disminuido en Colombia, se han incrementado sustancialmente en el Perú y en Bolivia. No existe evidencia alguna de que el flujo de cocaína hacia los Estados Unidos se haya reducido, tal como lo admitió el “zar anti-drogas” estadounidense, John Walters, cuando le pregunté al respecto esta semana. Los movimientos indígenas radicales anti-estadounidenses nacidos en las áreas de cultivo de la coca están ganando mucho terreno y al menos uno de ellos se encuentra muy cerca de la presidencia. Todo esto sugiere lo que Joseph McNamara, el ex jefe de policía de Kansas City y San José, suele denominar el “efecto salchicha” de la guerra contra las drogas: usted aprieta en una punta y la otra punta se expande.
Según la Oficina Contra las Drogas y el Crimen de la ONU, la aspersión aérea y otras tácticas similares han reducido el cultivo de coca en Colombia de 144.800 hectáreas a 80.000 hectáreas en los pasados 3 años. Sin embargo, al mismo tiempo el cultivo se ha incrementado firmemente en el Perú durante ese período (incluido un salto del 14 por ciento en el último año.) Lo mismo es cierto respecto de Bolivia, donde el cultivo de coca ha pasado de 19.900 hectáreas en 2001 a 27.700 hectáreas este año.
Esto no sorprende. La salchicha se ha escapado de las manos de las autoridades varias veces en el pasado. Entre los años 1995 y 1999, los esfuerzos de erradicación se concentraron sobre el Perú y Bolivia en vez de sobre Colombia. El cultivo de coca cayó dos tercios en el Perú y un 51 por ciento en Bolivia, pero esa hazaña herbicida fue compensada por un pico espectacular en Colombia, donde el cultivo ¡se triplicó!
Cuando le pregunté al “zar anti-drogas” respecto de estas cifras, respondió que las cifras del gobierno de los EE.UU. tienden a ser más confiables que las de la ONU. No obstante, lo cierto es que la ONU le da a la política anti-drogas del gobierno estadounidense en Colombia más crédito del que le concede el propio “zar anti-drogas”. De acuerdo con la ONU, el cultivo ha caído un 45 por ciento desde 2002 mientras que las cifras del Sr. Walters apuntan a una reducción del 33 por ciento. ¿Por qué las cifras de la ONU serían las correctas en Colombia, donde el cultivo ha descendido, y erróneas en el Perú y Bolivia, donde el mismo se ha expandido?
La producción de cocaína también evidencia el efecto salchicha. En los pasados cuatro años la cocaína se ha casi duplicado en Bolivia y se ha elevado en un 25 por ciento en el Perú, mientras que decreció un 60 por ciento en Colombia. El entrenamiento, el equipamiento militar, la vigilancia y los programas de desarrollo alternativo estadounidenses por valor de miles de millones de dólares han producido cero mejoras en la guerra total contra las fuerzas del mercado relacionadas con la cocaína en los Andes. Considérense las decenas de miles de hectáreas de tierra fértil rociadas con veneno desde el aire, los miles de latinoamericanos encarcelados por cargos relacionados con drogas (y las docenas de extraditados a los Estados Unidos), y los 11.500 laboratorios de drogas decomisados entre 2002 y 2004. Es el efecto Sísifo: trabajo en vano.
Tristemente, la política está siendo reforzada. Ahora los funcionarios estadounidenses están sugiriendo a las autoridades colombianas comenzar a utilizar Eloria Noyesi, ¡una polilla cuya larva se alimenta con hojas de coca!
Otro efecto de todo esto ha sido el de convertir a los cultivadores de coca en masivos movimientos políticos anti-estadounidenses en Bolivia y en el Perú.
En Bolivia, el Némesis de los EE.UU., Evo Morales, un clásico demagogo antediluviano que ha derribado a dos gobiernos democráticamente electos, está actualmente empatado por el primer puesto en las encuestas (los comicios tendrán lugar a finales de este año.) Ha transformado su zona de influencia del cultivo de coca en un movimiento rural que le pone obstáculos en el camino a cualquier cosa que suene vagamente moderna en su país, incluidos los inversores extranjeros que procuran desarrollar las vastas reservas de gas natural (una fuente de energía que los EE.UU. podrían importar en circunstancias más propicias, disminuyendo su dependencia en Hugo Chávez).
En el Perú, el Presidente de la región del Cuzco Carlos Cuaresma (donde es cultivada el 25 por ciento de la coca del país) ha legalizado repentinamente el cultivo. Esta es una hábil estratagema para explotar la reacción del creciente movimiento campesino contra las políticas oficiales antes de las elecciones presidenciales. Buscando unir fuerzas con otros “parias”, los cultivadores de coca se han aliado con los extremistas marxistas quienes se encuentran librando una campaña de violencia contra los intereses mineros—la principal fuente de exportaciones del Perú. En otro suceso vinculado con la guerra contra las drogas, el partido “etnocacerista” integrado por ex reservistas militares que recientemente intentaron un golpe de Estado, ha saltado al cuarto lugar en los sondeos de opinión.
Los funcionarios gubernamentales en los Estados Unidos no han reconocido el fracaso de este enfoque represivo. Están confundiendo el éxito considerable del Presidente colombiano Alvaro Uribe en otros frentes con el éxito en el frente de las drogas y perdiendo de vista la totalidad del cuadro andino. Si los Estados Unidos no desean alentar nuevos Chávez y Morales, es preciso repensar de forma urgente esta nueva versión “siglo 21” del fiasco de la Ley Seca.
Drogas en los AndesEl efecto salchicha
La Administración Bush sigue teniendo plena fe en la actual guerra contra las drogas, según el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld y el Fiscal General Alberto Gonzáles, los últimos funcionarios estadounidenses en visitar la región andina. El Presidente Bush ha autorizado al Departamento de Estado a suministrar a Colombia más asistencia con propósitos de interceptación como parte del multimillonario programa anti-droga iniciado en el año 2001, así como a requerir del actual Congreso una nueva asignación de fondos para dicho programa.
Esto es lamentable. Las estadísticas más recientes, así como los últimos sucesos políticos en la región, indican inequívocamente que la estrategia está resultando contraproducente. Mientras el cultivo y la producción han disminuido en Colombia, se han incrementado sustancialmente en el Perú y en Bolivia. No existe evidencia alguna de que el flujo de cocaína hacia los Estados Unidos se haya reducido, tal como lo admitió el “zar anti-drogas” estadounidense, John Walters, cuando le pregunté al respecto esta semana. Los movimientos indígenas radicales anti-estadounidenses nacidos en las áreas de cultivo de la coca están ganando mucho terreno y al menos uno de ellos se encuentra muy cerca de la presidencia. Todo esto sugiere lo que Joseph McNamara, el ex jefe de policía de Kansas City y San José, suele denominar el “efecto salchicha” de la guerra contra las drogas: usted aprieta en una punta y la otra punta se expande.
Según la Oficina Contra las Drogas y el Crimen de la ONU, la aspersión aérea y otras tácticas similares han reducido el cultivo de coca en Colombia de 144.800 hectáreas a 80.000 hectáreas en los pasados 3 años. Sin embargo, al mismo tiempo el cultivo se ha incrementado firmemente en el Perú durante ese período (incluido un salto del 14 por ciento en el último año.) Lo mismo es cierto respecto de Bolivia, donde el cultivo de coca ha pasado de 19.900 hectáreas en 2001 a 27.700 hectáreas este año.
Esto no sorprende. La salchicha se ha escapado de las manos de las autoridades varias veces en el pasado. Entre los años 1995 y 1999, los esfuerzos de erradicación se concentraron sobre el Perú y Bolivia en vez de sobre Colombia. El cultivo de coca cayó dos tercios en el Perú y un 51 por ciento en Bolivia, pero esa hazaña herbicida fue compensada por un pico espectacular en Colombia, donde el cultivo ¡se triplicó!
Cuando le pregunté al “zar anti-drogas” respecto de estas cifras, respondió que las cifras del gobierno de los EE.UU. tienden a ser más confiables que las de la ONU. No obstante, lo cierto es que la ONU le da a la política anti-drogas del gobierno estadounidense en Colombia más crédito del que le concede el propio “zar anti-drogas”. De acuerdo con la ONU, el cultivo ha caído un 45 por ciento desde 2002 mientras que las cifras del Sr. Walters apuntan a una reducción del 33 por ciento. ¿Por qué las cifras de la ONU serían las correctas en Colombia, donde el cultivo ha descendido, y erróneas en el Perú y Bolivia, donde el mismo se ha expandido?
La producción de cocaína también evidencia el efecto salchicha. En los pasados cuatro años la cocaína se ha casi duplicado en Bolivia y se ha elevado en un 25 por ciento en el Perú, mientras que decreció un 60 por ciento en Colombia. El entrenamiento, el equipamiento militar, la vigilancia y los programas de desarrollo alternativo estadounidenses por valor de miles de millones de dólares han producido cero mejoras en la guerra total contra las fuerzas del mercado relacionadas con la cocaína en los Andes. Considérense las decenas de miles de hectáreas de tierra fértil rociadas con veneno desde el aire, los miles de latinoamericanos encarcelados por cargos relacionados con drogas (y las docenas de extraditados a los Estados Unidos), y los 11.500 laboratorios de drogas decomisados entre 2002 y 2004. Es el efecto Sísifo: trabajo en vano.
Tristemente, la política está siendo reforzada. Ahora los funcionarios estadounidenses están sugiriendo a las autoridades colombianas comenzar a utilizar Eloria Noyesi, ¡una polilla cuya larva se alimenta con hojas de coca!
Otro efecto de todo esto ha sido el de convertir a los cultivadores de coca en masivos movimientos políticos anti-estadounidenses en Bolivia y en el Perú.
En Bolivia, el Némesis de los EE.UU., Evo Morales, un clásico demagogo antediluviano que ha derribado a dos gobiernos democráticamente electos, está actualmente empatado por el primer puesto en las encuestas (los comicios tendrán lugar a finales de este año.) Ha transformado su zona de influencia del cultivo de coca en un movimiento rural que le pone obstáculos en el camino a cualquier cosa que suene vagamente moderna en su país, incluidos los inversores extranjeros que procuran desarrollar las vastas reservas de gas natural (una fuente de energía que los EE.UU. podrían importar en circunstancias más propicias, disminuyendo su dependencia en Hugo Chávez).
En el Perú, el Presidente de la región del Cuzco Carlos Cuaresma (donde es cultivada el 25 por ciento de la coca del país) ha legalizado repentinamente el cultivo. Esta es una hábil estratagema para explotar la reacción del creciente movimiento campesino contra las políticas oficiales antes de las elecciones presidenciales. Buscando unir fuerzas con otros “parias”, los cultivadores de coca se han aliado con los extremistas marxistas quienes se encuentran librando una campaña de violencia contra los intereses mineros—la principal fuente de exportaciones del Perú. En otro suceso vinculado con la guerra contra las drogas, el partido “etnocacerista” integrado por ex reservistas militares que recientemente intentaron un golpe de Estado, ha saltado al cuarto lugar en los sondeos de opinión.
Los funcionarios gubernamentales en los Estados Unidos no han reconocido el fracaso de este enfoque represivo. Están confundiendo el éxito considerable del Presidente colombiano Alvaro Uribe en otros frentes con el éxito en el frente de las drogas y perdiendo de vista la totalidad del cuadro andino. Si los Estados Unidos no desean alentar nuevos Chávez y Morales, es preciso repensar de forma urgente esta nueva versión “siglo 21” del fiasco de la Ley Seca.
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