¿Se acuerda alguien de que en la última reunión de la Organización Mundial de Comercio los representantes de los países participantes se comprometieron de manera formal a alcanzar un acuerdo final para reducir los aranceles y subsidios agrícolas e industriales para el 30 de abril de este año? Bien, el plazo ya se cumplió y la Ronda de Doha relacionada con el comercio mundial—como se denomina a las negociaciones multilaterales—no ha hecho ningún progreso.
En verdad, la Ronda de Doha, creada para impulsar el crecimiento y desarrollo global mediante una disminución de las barreras comerciales, no ha logrado ningún avance significativo desde su lanzamiento en los traumáticos días de noviembre de 2001 que siguieron al 11/09. El (escaso) progreso que se ha hecho en la liberalización del comercio desde que comenzaron las conversaciones se ha originado en acuerdos bilaterales. Durante los últimos cinco años, las negociaciones de la Ronda de Doha han continuado por todo el mundo, incluidos cuatro importantes encuentros internacionales en Cancún, Ginebra, Paris, y Hong-Kong. Ello no obstante, lo mejor que se puede decir acerca de estas reuniones es que tanto los países ricos como los pobres (si se me permite emplear esta división simplista) se han vuelto muy sofisticados a la hora de aparentar que hacen concesiones que en realidad no están haciendo.
Si las conversaciones continúan estancadas, habrá complicaciones importantes, entre ellas el hecho de que la facultad de la “vía-rápida” que actualmente permite al Presidente de los Estados Unidos negociar tratos comerciales sin la interferencia del Congreso expirará dentro de un año. Y es improbable que sea renovada considerando la disposición aislacionista y proteccionista de una gran parte del cuerpo político en este país.
Los burócratas tienden a hacer que las cosas sean difíciles de comprender, pero lo que está en juego es extremadamente sencillo de explicar. Los países pobres desean exportar más productos agrícolas a los países ricos que actualmente protegen a sus agricultores y los países ricos quieren exportar más manufacturas y servicios a los países pobres que actualmente ponen trabas a su acceso. En el medio están aquellos que, como China, se ponen del lado de los países ricos en las cuestiones industriales (desean fabricar automóviles en los países en desarrollo) y de los países pobres en las cuestiones agrícolas (desean menos obstáculos para sus exportaciones a la Unión Europea), al tiempo que quieren mantener algunas de sus propias barreras comerciales.
Tanto los países ricos como los pobres han estado jugando juegos unos con otros, así como con el público. Los países ricos ofrecen eliminar el 97 por ciento de sus aranceles, lo cual suena maravilloso—excepto que el 3 por ciento restante representa una enorme porción de sus mercados. Los países pobres a cambio ofrecen abrir sus mercados a la inversión extranjera bajo pautas más claras, pero insisten en retener sutiles restricciones que implicarán el mantenimiento de la situación actual.
Como si esto no fuese suficiente, la Unión Europea (UE) ni siquiera tiene una posición consensuada sobre el comercio internacional. Por ejemplo, Francia, donde el lobby agrícola es particularmente fuerte, no está de acuerdo con la posición común de la UE sobre la eliminación de aranceles, que Francia considera demasiado generosa.
La pelea entre los Estados Unidos y la Unión Europea es otra causa del estancamiento de las conversaciones sobre el comercio. Los EE.UU. han estado presionando a la UE para que reduzca los subsidios agrícolas en un 75 por ciento, pero la UE está ofreciendo reducirlos solamente un 47 por ciento. La UE acusa a los Estados Unidos de no reducir sus propios subsidios agrícolas, mientras que los EE.UU. insisten (correctamente) en que los subsidios agrícolas europeos son dos veces más altos que los de los Estados Unidos.
Lo principales responsables de la Ronda de Doha sostienen que algún avance se ha hecho en virtud del acuerdo alcanzado sobre la eliminación de los subsidios a las exportaciones en el año 2013. Este es otro truco astuto. Los subsidios a las exportaciones no son el problema. Los subsidios a las exportaciones representan un minúsculo porcentaje de todos los subsidios agrícolas y, en cualquier caso, un subsidio a la exportación simplemente significa que el país exportador está obligando a sus ciudadanos a abaratar sus exportaciones para los consumidores en el país importador. Muchísimas gracias.
El gran desafío en el comercio mundial no es el de hacer que las importaciones sean más costosas sino el de abaratarlas. La protección interna es lo que se pone en el camino. Un país rico como los Estados Unidos no debería estar obligando a sus ciudadanos a pagar dos veces más que el resto del mundo por el azúcar que consumen. Un país pobre como Brasil no debería forzar a sus ciudadanos a abonar más por los automóviles que fabrica al establecer barreras comerciales sobre los automóviles importados de China, que se está convirtiendo en un importante exportador de vehículos.
En un mundo racional, cada país simplemente eliminaría sus barreras comerciales y subsidios de manera unilateral. En el mundo real, tendemos a complicar tanto las cosas que eventualmente precisamos crear un laberinto como el de las conversaciones sobre el comercio global en la Ronda de Doha, girando en círculos sin hallar una salida. Todo lo que necesitamos hacer es dejar de tratar a las negociaciones comerciales como si fuesen parte de un acuerdo bélico en el cual cada país procura agrandar su territorio a expensas de todos los demás. En cuestiones de comercio, las cosas funcionan exactamente del modo opuesto: cuanto más territorio concede—es decir, cuanta menos protección mantiene—mayor es el tamaño del poder de su país.
El chiste de Doha
¿Se acuerda alguien de que en la última reunión de la Organización Mundial de Comercio los representantes de los países participantes se comprometieron de manera formal a alcanzar un acuerdo final para reducir los aranceles y subsidios agrícolas e industriales para el 30 de abril de este año? Bien, el plazo ya se cumplió y la Ronda de Doha relacionada con el comercio mundial—como se denomina a las negociaciones multilaterales—no ha hecho ningún progreso.
En verdad, la Ronda de Doha, creada para impulsar el crecimiento y desarrollo global mediante una disminución de las barreras comerciales, no ha logrado ningún avance significativo desde su lanzamiento en los traumáticos días de noviembre de 2001 que siguieron al 11/09. El (escaso) progreso que se ha hecho en la liberalización del comercio desde que comenzaron las conversaciones se ha originado en acuerdos bilaterales. Durante los últimos cinco años, las negociaciones de la Ronda de Doha han continuado por todo el mundo, incluidos cuatro importantes encuentros internacionales en Cancún, Ginebra, Paris, y Hong-Kong. Ello no obstante, lo mejor que se puede decir acerca de estas reuniones es que tanto los países ricos como los pobres (si se me permite emplear esta división simplista) se han vuelto muy sofisticados a la hora de aparentar que hacen concesiones que en realidad no están haciendo.
Si las conversaciones continúan estancadas, habrá complicaciones importantes, entre ellas el hecho de que la facultad de la “vía-rápida” que actualmente permite al Presidente de los Estados Unidos negociar tratos comerciales sin la interferencia del Congreso expirará dentro de un año. Y es improbable que sea renovada considerando la disposición aislacionista y proteccionista de una gran parte del cuerpo político en este país.
Los burócratas tienden a hacer que las cosas sean difíciles de comprender, pero lo que está en juego es extremadamente sencillo de explicar. Los países pobres desean exportar más productos agrícolas a los países ricos que actualmente protegen a sus agricultores y los países ricos quieren exportar más manufacturas y servicios a los países pobres que actualmente ponen trabas a su acceso. En el medio están aquellos que, como China, se ponen del lado de los países ricos en las cuestiones industriales (desean fabricar automóviles en los países en desarrollo) y de los países pobres en las cuestiones agrícolas (desean menos obstáculos para sus exportaciones a la Unión Europea), al tiempo que quieren mantener algunas de sus propias barreras comerciales.
Tanto los países ricos como los pobres han estado jugando juegos unos con otros, así como con el público. Los países ricos ofrecen eliminar el 97 por ciento de sus aranceles, lo cual suena maravilloso—excepto que el 3 por ciento restante representa una enorme porción de sus mercados. Los países pobres a cambio ofrecen abrir sus mercados a la inversión extranjera bajo pautas más claras, pero insisten en retener sutiles restricciones que implicarán el mantenimiento de la situación actual.
Como si esto no fuese suficiente, la Unión Europea (UE) ni siquiera tiene una posición consensuada sobre el comercio internacional. Por ejemplo, Francia, donde el lobby agrícola es particularmente fuerte, no está de acuerdo con la posición común de la UE sobre la eliminación de aranceles, que Francia considera demasiado generosa.
La pelea entre los Estados Unidos y la Unión Europea es otra causa del estancamiento de las conversaciones sobre el comercio. Los EE.UU. han estado presionando a la UE para que reduzca los subsidios agrícolas en un 75 por ciento, pero la UE está ofreciendo reducirlos solamente un 47 por ciento. La UE acusa a los Estados Unidos de no reducir sus propios subsidios agrícolas, mientras que los EE.UU. insisten (correctamente) en que los subsidios agrícolas europeos son dos veces más altos que los de los Estados Unidos.
Lo principales responsables de la Ronda de Doha sostienen que algún avance se ha hecho en virtud del acuerdo alcanzado sobre la eliminación de los subsidios a las exportaciones en el año 2013. Este es otro truco astuto. Los subsidios a las exportaciones no son el problema. Los subsidios a las exportaciones representan un minúsculo porcentaje de todos los subsidios agrícolas y, en cualquier caso, un subsidio a la exportación simplemente significa que el país exportador está obligando a sus ciudadanos a abaratar sus exportaciones para los consumidores en el país importador. Muchísimas gracias.
El gran desafío en el comercio mundial no es el de hacer que las importaciones sean más costosas sino el de abaratarlas. La protección interna es lo que se pone en el camino. Un país rico como los Estados Unidos no debería estar obligando a sus ciudadanos a pagar dos veces más que el resto del mundo por el azúcar que consumen. Un país pobre como Brasil no debería forzar a sus ciudadanos a abonar más por los automóviles que fabrica al establecer barreras comerciales sobre los automóviles importados de China, que se está convirtiendo en un importante exportador de vehículos.
En un mundo racional, cada país simplemente eliminaría sus barreras comerciales y subsidios de manera unilateral. En el mundo real, tendemos a complicar tanto las cosas que eventualmente precisamos crear un laberinto como el de las conversaciones sobre el comercio global en la Ronda de Doha, girando en círculos sin hallar una salida. Todo lo que necesitamos hacer es dejar de tratar a las negociaciones comerciales como si fuesen parte de un acuerdo bélico en el cual cada país procura agrandar su territorio a expensas de todos los demás. En cuestiones de comercio, las cosas funcionan exactamente del modo opuesto: cuanto más territorio concede—es decir, cuanta menos protección mantiene—mayor es el tamaño del poder de su país.
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