Las declaraciones de François Hollande diciendo que el euro «no puede fluctuar según los humores del mercado», la queja de Jean-Claude Juncker, jefe del eurogrupo, sobre el tipo de cambio «peligrosamente alto» y la reciente decisión del Banco de Japón de debilitar el yen con políticas de «flexibilización agresiva» no hacen sino confirmar algo que sabemos todos: el mundo está en guerra monetaria.
Así lo ha dicho el banco central ruso en estos días y así lo venía diciendo desde hace mucho rato el gobierno de Brasil. Y esta semana, en un artículo en el »Financial Times», el ministro de Hacienda chileno lanzó un grito en nombre de los países emergentes contra de las políticas devaluacionistas de los ricos. Pero ya es tarde: los propios países emergentes están comprando dólares maniáticamente para reforzar el »greenback» y por tanto debilitar su propia moneda.
¿Qué significa esto? Sencillamente que estamos, como en los años 30, los de la Gran Depresión, en la guerra proteccionista de todos contra todos: una política que entonces se llamó »beggar-thy-neighbor» (arruina a tu vecino) y arrancó con la ley Smoot-Hawley en Estados Unidos. Hoy las devaluaciones de medio mundo tienen el mismo objetivo proteccionista que las políticas arancelarias de entonces.
Si uno revisa los diarios de 2008, cuando estalló la burbuja, verá que todos los dirigentes importantes del mundo dijeron que no caerían en el proteccionismo para superar la crisis. Pero eso es exactamente lo que empezaron a hacer desde aquel momento. Aunque en muchos casos usaron el arma arancelaria, el método de preferencia fue la devaluación de la moneda a través de políticas inflacionistas. Una forma de medir el impacto, por ejemplo en el caso del dólar estadounidense, es comprobar que el precio del oro se ha duplicado desde 2008. Estados Unidos no fue el único. Lo hicieron muchos otros. Ahora, sin embargo, todo ha adquirido una dimensión más explícita, probablemente por el arranque dramático del gobierno de Shinzo Abe en Japón, que además de anunciar un estímulo fiscal de 10.3 billones de yenes ha presionado al Banco de Japón para que infle la moneda (el yen ha perdido valor en pocos días). También porque empiezan a sentirse con más agudeza en el mundo los efectos de las políticas de creación frenética de dinero que llevan ya unos años. Esto continuará, a juzgar por las voces que se alzan en Europa.
La devaluación es la forma más tonta de pretender ser competitivo porque consiste en hacerse daño uno mismo. En teoría, cuando uno devalúa la moneda exporta más y se hace más rico. En realidad, importa menos porque las importaciones se vuelven caras. Para adquirir del exterior lo que se importaba antes de la devaluación se requiere exportar más (el objetivo de las exportaciones es cubrir las importaciones y no al revés). En cualquier caso, el efecto »prosperidad» del aumento de las exportaciones dura poco ya que a mediano plazo los precios y salaros aumentan en el país que devalúa su moneda, y con ellos la pobreza.
Unos pocos héroes están guardando la cordura en medio de tanta insania. Esperemos que resistan. Entre ellos está el número uno del Bundesbank, Jens Weidmann, que acaba de alertar contra la escalada monetaria con dureza. Otros sensatos, vaya justicia poética, están en el mundo emergente, que hoy se coloca en posición de dar lecciones a aquellos de quienes antes las recibía. Pero me temo que no será suficiente. Estas políticas devaluadoras suelen ser fáciles de vender a los pueblos y todo indica que ya gozan de popularidad. Estamos en lo que podría ser un nuevo capítulo del famoso libro de Charles Mackay sobre el delirio colectivo: »Extraordinary Popular Delusions and the Madness of Crowds».
El delirio y el dinero
Las declaraciones de François Hollande diciendo que el euro «no puede fluctuar según los humores del mercado», la queja de Jean-Claude Juncker, jefe del eurogrupo, sobre el tipo de cambio «peligrosamente alto» y la reciente decisión del Banco de Japón de debilitar el yen con políticas de «flexibilización agresiva» no hacen sino confirmar algo que sabemos todos: el mundo está en guerra monetaria.
Así lo ha dicho el banco central ruso en estos días y así lo venía diciendo desde hace mucho rato el gobierno de Brasil. Y esta semana, en un artículo en el »Financial Times», el ministro de Hacienda chileno lanzó un grito en nombre de los países emergentes contra de las políticas devaluacionistas de los ricos. Pero ya es tarde: los propios países emergentes están comprando dólares maniáticamente para reforzar el »greenback» y por tanto debilitar su propia moneda.
¿Qué significa esto? Sencillamente que estamos, como en los años 30, los de la Gran Depresión, en la guerra proteccionista de todos contra todos: una política que entonces se llamó »beggar-thy-neighbor» (arruina a tu vecino) y arrancó con la ley Smoot-Hawley en Estados Unidos. Hoy las devaluaciones de medio mundo tienen el mismo objetivo proteccionista que las políticas arancelarias de entonces.
Si uno revisa los diarios de 2008, cuando estalló la burbuja, verá que todos los dirigentes importantes del mundo dijeron que no caerían en el proteccionismo para superar la crisis. Pero eso es exactamente lo que empezaron a hacer desde aquel momento. Aunque en muchos casos usaron el arma arancelaria, el método de preferencia fue la devaluación de la moneda a través de políticas inflacionistas. Una forma de medir el impacto, por ejemplo en el caso del dólar estadounidense, es comprobar que el precio del oro se ha duplicado desde 2008. Estados Unidos no fue el único. Lo hicieron muchos otros. Ahora, sin embargo, todo ha adquirido una dimensión más explícita, probablemente por el arranque dramático del gobierno de Shinzo Abe en Japón, que además de anunciar un estímulo fiscal de 10.3 billones de yenes ha presionado al Banco de Japón para que infle la moneda (el yen ha perdido valor en pocos días). También porque empiezan a sentirse con más agudeza en el mundo los efectos de las políticas de creación frenética de dinero que llevan ya unos años. Esto continuará, a juzgar por las voces que se alzan en Europa.
La devaluación es la forma más tonta de pretender ser competitivo porque consiste en hacerse daño uno mismo. En teoría, cuando uno devalúa la moneda exporta más y se hace más rico. En realidad, importa menos porque las importaciones se vuelven caras. Para adquirir del exterior lo que se importaba antes de la devaluación se requiere exportar más (el objetivo de las exportaciones es cubrir las importaciones y no al revés). En cualquier caso, el efecto »prosperidad» del aumento de las exportaciones dura poco ya que a mediano plazo los precios y salaros aumentan en el país que devalúa su moneda, y con ellos la pobreza.
Unos pocos héroes están guardando la cordura en medio de tanta insania. Esperemos que resistan. Entre ellos está el número uno del Bundesbank, Jens Weidmann, que acaba de alertar contra la escalada monetaria con dureza. Otros sensatos, vaya justicia poética, están en el mundo emergente, que hoy se coloca en posición de dar lecciones a aquellos de quienes antes las recibía. Pero me temo que no será suficiente. Estas políticas devaluadoras suelen ser fáciles de vender a los pueblos y todo indica que ya gozan de popularidad. Estamos en lo que podría ser un nuevo capítulo del famoso libro de Charles Mackay sobre el delirio colectivo: »Extraordinary Popular Delusions and the Madness of Crowds».
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