“He’ll tax the pennies on your eyes” cantaban los Beatles sobre el intrusivo cobrador de impuestos. Ahora el alcalde de San Francisco desea gravar sus colillas.
El mes próximo, el alcalde Gavin Newsom planea solicitar a la Junta de Supervisores de San Francisco que imponga un impuesto de 33 centavos sobre cada atado de cigarrillos que se venda localmente, justificándolo como una forma de obligar a los fumadores a pagar por la limpieza de las calles de la ciudad de los desagradables restos de cigarrillos. Según el alcalde, los cigarrillos desechados son responsables de casi una cuarta parte (10, 7 millones de dólares) de los 44 millones que San Francisco gasta anualmente en la remoción de la basura.
Los indios americanos contaban sus hazañas, el presidente Lyndon Johnson era un maestro contando narices y el trabajo de los censistas es contar cabezas. Me gustaría conocer a un burócrata de San Francisco que, como colaborador de la “auditoria de residuos” anual de la ciudad, contó con tanta precisión a las colillas.
Enfrentando un déficit presupuestario para el venidero año fiscal que llega casi a los 500 millones de dólares, Newsom, al igual que los políticos de todo el país, aparentemente considera que los fumadores son una fuente inagotable de ingresos para el sector público. Pero como nos enseña la curva de Laffer, esa fuente eventualmente se secará. El impuesto federal al consumo de cigarrillos alcanzó los 69 centavos por atado (llegando a $1,01) el 1 de abril—no es broma—y ahora el Congreso está considerando duplicar el impuesto federal y llevarlo hasta los $2 por paquete a fin de ayudar a financiar el plan de reforma de la atención de la salud del presidente Barack Obama. Puede que la demanda de cigarrillos sea inelástica, pero no obstante es cierto que incrementos adicionales en las tasas impositivas harán que los ingresos por impuestos se reduzcan en algún punto, tal vez no demasiado distante.
Es una fantasía total predecir, tal como lo ha hecho Newsom, que su plan generará 11 millones de dólares en concepto de ingresos anuales adicionales. Los fumadores harán sus compras de cigarrillos fuera de los límites de la ciudad. El alcalde parece darse tan poca cuenta de esto como lo hizo el ex alcalde de Washington, Marion Barry, quien en su momento consideró que podía resolver los problemas presupuestarios de su ciudad incrementando el impuesto sobre la gasolina en 5 centavos por galón. Se vio obligado a dejar sin efecto el aumento de impuestos al cabo de un mes cuando las pérdidas de ingresos hicieron obvio que los residentes, junto con aquellos que viajaban diariamente para trabajar en D.C., estaban llenando sus tanques en los suburbios de Maryland y Virginia.
Los impuestos a las ventas de cigarrillos, al igual que todos los impuestos selectivos al consumo, son regresivos. Su peso recae con mucho más rigor sobre los pobres que sobre los ricos. E incluso si los contadores de colillas fuesen veraces, los fumadores representan solamente un cuarto del costo total de mantener limpias a las calles de San Francisco. ¿Quiénes ensucian el resto? ¿Los consumidores de chocolates que arrojan sus envoltorios en las aceras? ¿Qué hay de quienes compran periódicos, “fast food”, cerveza y muchos otros productos que generan desperdicios que no son biodegradables? ¿Por qué escoger a los compradores de cigarrillos? La respuesta es que los fumadores tienden a ser pobres, consumen algo que en la actualidad es socialmente objetable y, de ese modo, son extremadamente vulnerables a las políticas depredadoras de las finanzas públicas.
Sin embargo, aquellos a los les gusta consumir golosinas no deberían sentirse demasiado complacidos. Bien podrían ser los próximos en integrar la lista de contribuyentes en la mira de los “servidores públicos” de la ciudad para alimentar su insaciable apetito de gastar. En verdad, Newsom ya propuso imponer un canon sobre cualquier tienda “grande” que venda bebidas gaseosas que contengan demasiado jarabe de maíz con alto contenido de fructosa. Una vez que el gobierno decide gravar productos que, aún en base a la evidencia científica más controversial puedan ser plausiblemente considerados como insalubres, casi todo es factible de ser arrebatado por el recaudador de impuestos.
Newsom y otros partidarios de un impuesto más alto expresaron el argumento estándar de que el incremento impositivo propuesto ayudará a los fumadores a romper con sus hábitos políticamente incorrectos.
Pronto podríamos llegar a escuchar que gravar a las colillas es “verde”.
Pero haciendo a un lado a la retórica, la propuesta consiste íntegramente en proteger los empleos municipales. Newsom lo admitió al afirmar que espera que los 11 millones de dólares extra serán “suficientes para mantener empleados a los barrenderos”.
Que las calles de la ciudad estén limpias, es algo que beneficia a todos. Es desmesurado transferir gran parte de la carga de pagar por esa limpieza a los consumidores de un producto, sin importar cuán desagradable pueda ser el producto.
Traducido por Gabriel Gasave
El Estado niñera se vuelve loco con el impuesto a los cigarrillos de San Francisco
“He’ll tax the pennies on your eyes” cantaban los Beatles sobre el intrusivo cobrador de impuestos. Ahora el alcalde de San Francisco desea gravar sus colillas.
El mes próximo, el alcalde Gavin Newsom planea solicitar a la Junta de Supervisores de San Francisco que imponga un impuesto de 33 centavos sobre cada atado de cigarrillos que se venda localmente, justificándolo como una forma de obligar a los fumadores a pagar por la limpieza de las calles de la ciudad de los desagradables restos de cigarrillos. Según el alcalde, los cigarrillos desechados son responsables de casi una cuarta parte (10, 7 millones de dólares) de los 44 millones que San Francisco gasta anualmente en la remoción de la basura.
Los indios americanos contaban sus hazañas, el presidente Lyndon Johnson era un maestro contando narices y el trabajo de los censistas es contar cabezas. Me gustaría conocer a un burócrata de San Francisco que, como colaborador de la “auditoria de residuos” anual de la ciudad, contó con tanta precisión a las colillas.
Enfrentando un déficit presupuestario para el venidero año fiscal que llega casi a los 500 millones de dólares, Newsom, al igual que los políticos de todo el país, aparentemente considera que los fumadores son una fuente inagotable de ingresos para el sector público. Pero como nos enseña la curva de Laffer, esa fuente eventualmente se secará. El impuesto federal al consumo de cigarrillos alcanzó los 69 centavos por atado (llegando a $1,01) el 1 de abril—no es broma—y ahora el Congreso está considerando duplicar el impuesto federal y llevarlo hasta los $2 por paquete a fin de ayudar a financiar el plan de reforma de la atención de la salud del presidente Barack Obama. Puede que la demanda de cigarrillos sea inelástica, pero no obstante es cierto que incrementos adicionales en las tasas impositivas harán que los ingresos por impuestos se reduzcan en algún punto, tal vez no demasiado distante.
Es una fantasía total predecir, tal como lo ha hecho Newsom, que su plan generará 11 millones de dólares en concepto de ingresos anuales adicionales. Los fumadores harán sus compras de cigarrillos fuera de los límites de la ciudad. El alcalde parece darse tan poca cuenta de esto como lo hizo el ex alcalde de Washington, Marion Barry, quien en su momento consideró que podía resolver los problemas presupuestarios de su ciudad incrementando el impuesto sobre la gasolina en 5 centavos por galón. Se vio obligado a dejar sin efecto el aumento de impuestos al cabo de un mes cuando las pérdidas de ingresos hicieron obvio que los residentes, junto con aquellos que viajaban diariamente para trabajar en D.C., estaban llenando sus tanques en los suburbios de Maryland y Virginia.
Los impuestos a las ventas de cigarrillos, al igual que todos los impuestos selectivos al consumo, son regresivos. Su peso recae con mucho más rigor sobre los pobres que sobre los ricos. E incluso si los contadores de colillas fuesen veraces, los fumadores representan solamente un cuarto del costo total de mantener limpias a las calles de San Francisco. ¿Quiénes ensucian el resto? ¿Los consumidores de chocolates que arrojan sus envoltorios en las aceras? ¿Qué hay de quienes compran periódicos, “fast food”, cerveza y muchos otros productos que generan desperdicios que no son biodegradables? ¿Por qué escoger a los compradores de cigarrillos? La respuesta es que los fumadores tienden a ser pobres, consumen algo que en la actualidad es socialmente objetable y, de ese modo, son extremadamente vulnerables a las políticas depredadoras de las finanzas públicas.
Sin embargo, aquellos a los les gusta consumir golosinas no deberían sentirse demasiado complacidos. Bien podrían ser los próximos en integrar la lista de contribuyentes en la mira de los “servidores públicos” de la ciudad para alimentar su insaciable apetito de gastar. En verdad, Newsom ya propuso imponer un canon sobre cualquier tienda “grande” que venda bebidas gaseosas que contengan demasiado jarabe de maíz con alto contenido de fructosa. Una vez que el gobierno decide gravar productos que, aún en base a la evidencia científica más controversial puedan ser plausiblemente considerados como insalubres, casi todo es factible de ser arrebatado por el recaudador de impuestos.
Newsom y otros partidarios de un impuesto más alto expresaron el argumento estándar de que el incremento impositivo propuesto ayudará a los fumadores a romper con sus hábitos políticamente incorrectos.
Pronto podríamos llegar a escuchar que gravar a las colillas es “verde”.
Pero haciendo a un lado a la retórica, la propuesta consiste íntegramente en proteger los empleos municipales. Newsom lo admitió al afirmar que espera que los 11 millones de dólares extra serán “suficientes para mantener empleados a los barrenderos”.
Que las calles de la ciudad estén limpias, es algo que beneficia a todos. Es desmesurado transferir gran parte de la carga de pagar por esa limpieza a los consumidores de un producto, sin importar cuán desagradable pueda ser el producto.
Traducido por Gabriel Gasave
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