Muchos estadounidenses, al igual que los ciudadanos de las naciones dominantes del pasado, consideran que su forma de vida es superior y que debiera ser compartida con otros pueblos—a menudo a punta de pistola. Últimamente, este excepcionalismo estadounidense ha asumido formas aún más perniciosas.
Ya sea que se denomine el “Nuevo Orden Mundial” de la administración Bush I, el “Compromiso y Expansión” de la administración Clinton o el esfuerzo para “liberar” a Afganistán, Irak y quizás a todo el Medio Oriente de la administración Bush II, emplear la fuerza militar para llevar la democracia y la economía de mercado a pueblos desacertados ha sido un elemento clave para tanto las administraciones demócratas como para las republicanas desde la Segunda Guerra mundial. De manera similar, los imperios romano, británico, español y otros, consideraban que estaban civilizando a los territorios conquistados con su manera de hacer las cosas.
Y como los imperios de la antigüedad, la inflamada retórica estadounidense a menudo esconde propósitos ulteriores. Por ejemplo, los Estados Unidos son comúnmente los campeones retóricos de los derechos humanos pero, durante la guerra, a veces se mofan de ellos. Recientemente, los Estados Unidos violaron las Convenciones de Génova sobre el tratamiento de los prisioneros al capturar prisioneros fuera de la zona de conflicto iraquí, y ocultarle los hechos a la Cruz Roja Internacional. Este comportamiento no debería sorprender, dado el evidente intento de la administración Bush II de sostener que las convenciones no se aplicaban a los combatientes enemigos en Afganistán. Los guerrilleros fueron rotulados como “enemigos combatientes” a fin de que no pudiesen obtener las protecciones de la convención para los prisioneros de guerra. Los prisioneros afganos serán juzgados en cortes militares simuladas, las que omiten cumplir con los estándares tanto internacionales como estadounidenses para un proceso judicial justo.
También, la administración Bush II al burlarse de las convenciones le envió un mensaje a parte del personal militar estadounidense en varias prisiones, incluida la de Abu Ghraib, de que abusar de los detenidos era un comportamiento aceptable.
Las pretensiones estadounidenses de superioridad moral en el exterior son también desmentidas de otras maneras. ¿En qué difieren el invadir a un Irak soberano y deponer a su gobierno de la invasión de Saddam Hussein de un Kuwait soberano en 1990? Aún en el peor de los casos—la posesión iraquí de armas de destrucción masiva, incluidas las armas nucleares— ¿No hubiese tenido Saddam Hussein el derecho a defender a su país con tales armamentos? A otras naciones despóticas, los Estados Unidos les han permitido desarrollar armas nucleares—la Unión Soviética, la radical China maoísta, y más recientemente, Pakistán.
Además, los Estados Unidos poseen el más preparado arsenal nuclear del planeta, han amenazado con atacar con armas nucleares en más de una ocasión, y son la única nación que alguna vez las ha utilizado. Este doble estándar evidencia que los Estados Unidos por lo general llevan a cabo una política exterior simplista e hipócrita al estilo Tarzán: “Nosotros buenos, usted malo.” La gente alrededor del mundo fácilmente identifica a la hipocresía estadounidense, pero muchos estadounidenses no pueden ver que su gobierno se comporta a veces como los imperios de la antigüedad.
Por ejemplo, los estadounidenses se estremecerían ante cualquier comparación entre el comportamiento de los Estados Unidos y el del Japón Imperial durante los años 30. No obstante ello, altos funcionarios estadounidenses han aludido en varias oportunidades que uno de los objetivos principales de la militarizada política exterior de los EE.UU. en el Medio Oriente es el acceso a los suministros de petróleo. Similarmente, el Japón Imperial correteaba por todo el este de Asia para ganar acceso a las materias primas, incluido el petróleo, para su economía industrial. En ambos casos, muchos economistas dirían que simplemente pagando el precio vigente asegurará el acceso al petróleo y a otras materias primas de una manera mucho más barata que pagando por el poderío militar necesario para mantener el flujo de tales recurso.
El criticar las acciones militaristas del gobierno estadounidenses en ultramar no equivale a denigrar a los Estados Unidos. Los Estados Unidos son algo excepcional. Como lo ha dicho el conservador George Will, los Estados Unidos son la única nación fundada sobre un ideal. Ese ideal es la libertad para el individuo, tanto política como económica. El pueblo de los Estados Unidos ha gozado de libertades sin paralelo en la historia humana. Cuando los Estados Unidos realizan cruzadas en el exterior e intentan emplear la fuerza para llevar dichas libertades a pueblos que nunca antes las han experimentado, rara vez tienen éxito e incluso socavan esos valores dentro del país Los pueblos conquistados, y el resto del mundo no democrático, meramente asocian “democracia y mercados libres” con una invasión extranjera, y así se mina la propagación de las libertades individuales políticas y económicas. Mientras tanto, cada guerra en el exterior en la cual los Estados Unidos han estado involucrados ha socavado las libertades individuales dentro del país. Por ejemplo, la guerra contra el terrorismo de la administración Bush nos ha proporcionado la draconiana Ley Patriota, la cual permite más fisgoneo del gobierno de los EE.UU. en las vidas de sus ciudadanos.
En vez de conducir innecesarias, engañosas, hipócritas y contraproducentes aventuras militares en el exterior, los Estados Unidos deberían guiar con el ejemplo. Los Estados unidos debieran ser un faro de la libertad para que otras naciones los emulen. Cuando el bloque soviético se desmoronó, Europa del Este empleó los ideales estadounidenses para librarse de las cadenas de la opresión. Por lo tanto, el gobierno de los EE.UU. debería estar menos inseguro respecto del fracaso en difundir los ideales estadounidenses ante la ausencia de una coerción militar.
Traducido por Gabriel Gasave
El excepcionalismo estadounidense
Muchos estadounidenses, al igual que los ciudadanos de las naciones dominantes del pasado, consideran que su forma de vida es superior y que debiera ser compartida con otros pueblos—a menudo a punta de pistola. Últimamente, este excepcionalismo estadounidense ha asumido formas aún más perniciosas.
Ya sea que se denomine el “Nuevo Orden Mundial” de la administración Bush I, el “Compromiso y Expansión” de la administración Clinton o el esfuerzo para “liberar” a Afganistán, Irak y quizás a todo el Medio Oriente de la administración Bush II, emplear la fuerza militar para llevar la democracia y la economía de mercado a pueblos desacertados ha sido un elemento clave para tanto las administraciones demócratas como para las republicanas desde la Segunda Guerra mundial. De manera similar, los imperios romano, británico, español y otros, consideraban que estaban civilizando a los territorios conquistados con su manera de hacer las cosas.
Y como los imperios de la antigüedad, la inflamada retórica estadounidense a menudo esconde propósitos ulteriores. Por ejemplo, los Estados Unidos son comúnmente los campeones retóricos de los derechos humanos pero, durante la guerra, a veces se mofan de ellos. Recientemente, los Estados Unidos violaron las Convenciones de Génova sobre el tratamiento de los prisioneros al capturar prisioneros fuera de la zona de conflicto iraquí, y ocultarle los hechos a la Cruz Roja Internacional. Este comportamiento no debería sorprender, dado el evidente intento de la administración Bush II de sostener que las convenciones no se aplicaban a los combatientes enemigos en Afganistán. Los guerrilleros fueron rotulados como “enemigos combatientes” a fin de que no pudiesen obtener las protecciones de la convención para los prisioneros de guerra. Los prisioneros afganos serán juzgados en cortes militares simuladas, las que omiten cumplir con los estándares tanto internacionales como estadounidenses para un proceso judicial justo.
También, la administración Bush II al burlarse de las convenciones le envió un mensaje a parte del personal militar estadounidense en varias prisiones, incluida la de Abu Ghraib, de que abusar de los detenidos era un comportamiento aceptable.
Las pretensiones estadounidenses de superioridad moral en el exterior son también desmentidas de otras maneras. ¿En qué difieren el invadir a un Irak soberano y deponer a su gobierno de la invasión de Saddam Hussein de un Kuwait soberano en 1990? Aún en el peor de los casos—la posesión iraquí de armas de destrucción masiva, incluidas las armas nucleares— ¿No hubiese tenido Saddam Hussein el derecho a defender a su país con tales armamentos? A otras naciones despóticas, los Estados Unidos les han permitido desarrollar armas nucleares—la Unión Soviética, la radical China maoísta, y más recientemente, Pakistán.
Además, los Estados Unidos poseen el más preparado arsenal nuclear del planeta, han amenazado con atacar con armas nucleares en más de una ocasión, y son la única nación que alguna vez las ha utilizado. Este doble estándar evidencia que los Estados Unidos por lo general llevan a cabo una política exterior simplista e hipócrita al estilo Tarzán: “Nosotros buenos, usted malo.” La gente alrededor del mundo fácilmente identifica a la hipocresía estadounidense, pero muchos estadounidenses no pueden ver que su gobierno se comporta a veces como los imperios de la antigüedad.
Por ejemplo, los estadounidenses se estremecerían ante cualquier comparación entre el comportamiento de los Estados Unidos y el del Japón Imperial durante los años 30. No obstante ello, altos funcionarios estadounidenses han aludido en varias oportunidades que uno de los objetivos principales de la militarizada política exterior de los EE.UU. en el Medio Oriente es el acceso a los suministros de petróleo. Similarmente, el Japón Imperial correteaba por todo el este de Asia para ganar acceso a las materias primas, incluido el petróleo, para su economía industrial. En ambos casos, muchos economistas dirían que simplemente pagando el precio vigente asegurará el acceso al petróleo y a otras materias primas de una manera mucho más barata que pagando por el poderío militar necesario para mantener el flujo de tales recurso.
El criticar las acciones militaristas del gobierno estadounidenses en ultramar no equivale a denigrar a los Estados Unidos. Los Estados Unidos son algo excepcional. Como lo ha dicho el conservador George Will, los Estados Unidos son la única nación fundada sobre un ideal. Ese ideal es la libertad para el individuo, tanto política como económica. El pueblo de los Estados Unidos ha gozado de libertades sin paralelo en la historia humana. Cuando los Estados Unidos realizan cruzadas en el exterior e intentan emplear la fuerza para llevar dichas libertades a pueblos que nunca antes las han experimentado, rara vez tienen éxito e incluso socavan esos valores dentro del país Los pueblos conquistados, y el resto del mundo no democrático, meramente asocian “democracia y mercados libres” con una invasión extranjera, y así se mina la propagación de las libertades individuales políticas y económicas. Mientras tanto, cada guerra en el exterior en la cual los Estados Unidos han estado involucrados ha socavado las libertades individuales dentro del país. Por ejemplo, la guerra contra el terrorismo de la administración Bush nos ha proporcionado la draconiana Ley Patriota, la cual permite más fisgoneo del gobierno de los EE.UU. en las vidas de sus ciudadanos.
En vez de conducir innecesarias, engañosas, hipócritas y contraproducentes aventuras militares en el exterior, los Estados Unidos deberían guiar con el ejemplo. Los Estados unidos debieran ser un faro de la libertad para que otras naciones los emulen. Cuando el bloque soviético se desmoronó, Europa del Este empleó los ideales estadounidenses para librarse de las cadenas de la opresión. Por lo tanto, el gobierno de los EE.UU. debería estar menos inseguro respecto del fracaso en difundir los ideales estadounidenses ante la ausencia de una coerción militar.
Traducido por Gabriel Gasave
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