Buenos Aires—Pocas cosas ilustran mejor la tragedia de las políticas nacional-populistas que la cuestión del gas natural en América del Sur. Una región dotada de vastas reservas y con gobiernos que dicen ser “socios” vive una escasez de energía sin solución de corto plazo y está enfrascada en disputas entre diversos países por los recortes en la provisión del hidrocarburo. La gente se manifiesta cada vez más frustrada por todo ello.
En 2002, los políticos argentinos decidieron controlar el precio del gas natural, cuyas abundantes reservas se habían descubierto en las dos décadas anteriores. En el contexto del rebote económico, la demanda creció rápidamente. El hidrocarburo se convirtió en un componente esencial de la matriz energética: por ejemplo, el mercado del automóvil se pasó, en buena parte, al gas natural. Debido al poco incentivo que el control de precios ofrecía a las compañías extranjeras y a que el gobierno llevó adelante una agresiva campaña contra el capital privado, la inversión se secó.
Cuando la oferta fue incapaz de satisfacer la demanda, aparecieron los faltantes. Argentina se vio obligada, violando contratos internacionales, a reducir las exportaciones a Chile de 20 millones de metros cúbicos diarios en 2003 a un décima parte hoy día. Los chilenos, que dependen de las importaciones de energía, se sintieron traicionados por su vecino aun cuando los dos gobiernos de izquierda se declaraban aliados. El recorte de las exportaciones a Chile no fue suficiente para resolver el problema en la Argentina, que terminó importando hidrocarburos más costosos y menos limpios que el gas natural.
En Bolivia, el capital privado descubrió grandes reservas de gas natural en los años 90: potencialmente, 52 billones de pies cúbicos (“trillion” en inglés). Como dirigente de la oposición, Evo Morales, el actual presidente, encabezó un movimiento en contra de la explotación privada de los hidrocarburos. Como Presidente, nacionalizó la industria. Cuando el gobierno fue incapaz de explotar los recursos naturales, Morales volvió parcialmente sobre sus pasos, pero el efecto ha sido el agotamiento de gran parte de la inversión privada. Inevitablemente, se vieron afectados los compromisos de exportación al Brasil, muchos de cuyos estados, incluido San Pablo, dependen en parte de los hidrocarburos bolivianos, y a la Argentina. Bolivia recortó sus exportaciones a la Argentina en un tercio y triplicó el precio. Pronto surgieron tensiones entre los dos gobiernos izquierdistas.
Hace dos décadas, fueron descubiertas importantes reservas de gas natural en el área amazónica del Cuzco, en el Perú; hoy día representan, potencialmente, unos 13 billones de pies cúbicos, suficientes para alimentar el mercado doméstico y exportar durante décadas. Como el gobierno y la mayoría de la oposición demonizaron la inversión extranjera, la explotación de esas reservas comenzó hace apenas pocos años. En todo este tiempo, el Perú desperdició recursos importando hidrocarburos más costosos. El gas natural ha comenzado a abastecer el mercado energético recientemente, pero el Perú no tiene aun capacidad para exportarlo. Por ahora, sólo exporta líquidos. Una vez que la costosa planta licuadora esté construida, el Perú podrá enviar gas natural a México. Sin embargo, sería más sencillo y menos costoso exportarlo a Chile, el país vecino…sólo que las heridas históricas de la Guerra del Pacífico, librada en el siglo 19, hacen imposible, desde el punto de vista político, que el gobierno de Alan García considere esa posibilidad.
Venezuela posee las mayores reservas de gas natural de América del Sur. No han sido explotadas significativamente debido a la obsesiva concentración estatal en el petróleo, en detrimento de los países latinoamericanos cuyos gobiernos se han vuelto serviles a Caracas por motivos no sólo ideológicos sino también prácticos: el crudo venezolano subvencionado ayuda a compensar el déficit energético que seguirán soportando durante años. Por estar en manos de un Estado ineficiente y corrupto, y por ser una herramienta política de Hugo Chávez, la producción petrolera ha caído bien por debajo de los 3 millones de barriles diarios. En algún momento, Venezuela se verá obligada a dar marcha a atrás en sus compromisos con los países sur y centroamericanos.
Esta absurda situación —un continente ahíto de gas natural y sin embargo atrapado en déficits energéticos crónicos— es el resultado de políticas que le prometieron al pueblo proteger el tesoro nacional del capitalismo foráneo y depredador. La región es más pobre de lo que sería si el marco político e institucional bajo el cual se explota el gas natural fuese propicio a la inversión privada competitiva y al libre comercio, lo mismo interno que mundial. Y Sudamérica está también menos integrada y es menos estable de lo que sería si el mercado energético fuera libre y estuviera exento de la demagogia que le impide florecer. El populismo y el nacionalismo han tenido sobre los latinoamericanos, exactamente, el efecto que las nacionalizaciones, el control de los precios y una tributación depredadora pretendían evitar.
(c) 2008, The Washington Post Writers Group
El fiasco del gas
Buenos Aires—Pocas cosas ilustran mejor la tragedia de las políticas nacional-populistas que la cuestión del gas natural en América del Sur. Una región dotada de vastas reservas y con gobiernos que dicen ser “socios” vive una escasez de energía sin solución de corto plazo y está enfrascada en disputas entre diversos países por los recortes en la provisión del hidrocarburo. La gente se manifiesta cada vez más frustrada por todo ello.
En 2002, los políticos argentinos decidieron controlar el precio del gas natural, cuyas abundantes reservas se habían descubierto en las dos décadas anteriores. En el contexto del rebote económico, la demanda creció rápidamente. El hidrocarburo se convirtió en un componente esencial de la matriz energética: por ejemplo, el mercado del automóvil se pasó, en buena parte, al gas natural. Debido al poco incentivo que el control de precios ofrecía a las compañías extranjeras y a que el gobierno llevó adelante una agresiva campaña contra el capital privado, la inversión se secó.
Cuando la oferta fue incapaz de satisfacer la demanda, aparecieron los faltantes. Argentina se vio obligada, violando contratos internacionales, a reducir las exportaciones a Chile de 20 millones de metros cúbicos diarios en 2003 a un décima parte hoy día. Los chilenos, que dependen de las importaciones de energía, se sintieron traicionados por su vecino aun cuando los dos gobiernos de izquierda se declaraban aliados. El recorte de las exportaciones a Chile no fue suficiente para resolver el problema en la Argentina, que terminó importando hidrocarburos más costosos y menos limpios que el gas natural.
En Bolivia, el capital privado descubrió grandes reservas de gas natural en los años 90: potencialmente, 52 billones de pies cúbicos (“trillion” en inglés). Como dirigente de la oposición, Evo Morales, el actual presidente, encabezó un movimiento en contra de la explotación privada de los hidrocarburos. Como Presidente, nacionalizó la industria. Cuando el gobierno fue incapaz de explotar los recursos naturales, Morales volvió parcialmente sobre sus pasos, pero el efecto ha sido el agotamiento de gran parte de la inversión privada. Inevitablemente, se vieron afectados los compromisos de exportación al Brasil, muchos de cuyos estados, incluido San Pablo, dependen en parte de los hidrocarburos bolivianos, y a la Argentina. Bolivia recortó sus exportaciones a la Argentina en un tercio y triplicó el precio. Pronto surgieron tensiones entre los dos gobiernos izquierdistas.
Hace dos décadas, fueron descubiertas importantes reservas de gas natural en el área amazónica del Cuzco, en el Perú; hoy día representan, potencialmente, unos 13 billones de pies cúbicos, suficientes para alimentar el mercado doméstico y exportar durante décadas. Como el gobierno y la mayoría de la oposición demonizaron la inversión extranjera, la explotación de esas reservas comenzó hace apenas pocos años. En todo este tiempo, el Perú desperdició recursos importando hidrocarburos más costosos. El gas natural ha comenzado a abastecer el mercado energético recientemente, pero el Perú no tiene aun capacidad para exportarlo. Por ahora, sólo exporta líquidos. Una vez que la costosa planta licuadora esté construida, el Perú podrá enviar gas natural a México. Sin embargo, sería más sencillo y menos costoso exportarlo a Chile, el país vecino…sólo que las heridas históricas de la Guerra del Pacífico, librada en el siglo 19, hacen imposible, desde el punto de vista político, que el gobierno de Alan García considere esa posibilidad.
Venezuela posee las mayores reservas de gas natural de América del Sur. No han sido explotadas significativamente debido a la obsesiva concentración estatal en el petróleo, en detrimento de los países latinoamericanos cuyos gobiernos se han vuelto serviles a Caracas por motivos no sólo ideológicos sino también prácticos: el crudo venezolano subvencionado ayuda a compensar el déficit energético que seguirán soportando durante años. Por estar en manos de un Estado ineficiente y corrupto, y por ser una herramienta política de Hugo Chávez, la producción petrolera ha caído bien por debajo de los 3 millones de barriles diarios. En algún momento, Venezuela se verá obligada a dar marcha a atrás en sus compromisos con los países sur y centroamericanos.
Esta absurda situación —un continente ahíto de gas natural y sin embargo atrapado en déficits energéticos crónicos— es el resultado de políticas que le prometieron al pueblo proteger el tesoro nacional del capitalismo foráneo y depredador. La región es más pobre de lo que sería si el marco político e institucional bajo el cual se explota el gas natural fuese propicio a la inversión privada competitiva y al libre comercio, lo mismo interno que mundial. Y Sudamérica está también menos integrada y es menos estable de lo que sería si el mercado energético fuera libre y estuviera exento de la demagogia que le impide florecer. El populismo y el nacionalismo han tenido sobre los latinoamericanos, exactamente, el efecto que las nacionalizaciones, el control de los precios y una tributación depredadora pretendían evitar.
(c) 2008, The Washington Post Writers Group
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