Millones de europeos están furiosos por la espantosa manera en que sus gobiernos y la Comisión Europea -el órgano ejecutivo encargado de la gestión y presupuesto de la Unión Europea (UE)- se han encargado del proceso de vacunación de COVID-19. Las dosis prometidas de las vacunas aprobadas no se han materializado, y el pequeño número adquirido hasta la fecha ha sido caóticamente administrado a un ritmo exasperantemente lento.
En comparación, la distribución de vacunas en los Estados Unidos ha sido una imagen de eficiencia.
Mientras la administración Biden avanza con sus planes de «ir a lo grande» en el «alivio» del COVID y otros temas de su agenda, que esto sirva de lección para los estadounidenses sobre los peligros de poner demasiada autoridad -y demasiada confianza- en manos de las burocracias y los políticos. El gobierno de Biden probablemente pueda ganar la batalla contra la pandemia; parte del trabajo duro ya se ha hecho. Pero otras cuestiones -el paquete de ayuda de 1,9 billones de dólares, la guerra contra los combustibles fósiles, el impulso para fortalecer a los sindicatos y avanzar en las negociaciones colectivas, y el fomento de la burocracia federal- deberían preocupar a los estadounidenses.
Al ceder su poder y autoridad a la UE sobre las vacunas COVID, las naciones de Europa se encuentran actualmente como rehenes de una burocracia distante. Washington tiene mucho que aprender de lo que ha ocurrido al otro lado del charco.
Mientras que en al momento de escribir este artículo, los Emiratos Árabes Unidos han vacunado a la mitad de su población, Israel a más del 40%, el Reino Unido a casi el 20% y los Estados Unidos a algo menos del 13%, menos del 3% han recibido los tan esperados pinchazos en Alemania, Francia, España e Italia.
El primer problema tiene que ver con la centralización burocrática. Europa decidió que la Comisión Europea adquiriría las vacunas para todos los 27 países de la UE. La idea era evitar las tensiones sociales y políticas que se derivarían de las previsibles diferencias en la rapidez y eficacia con que los distintos países gestionarían las adquisiciones de vacunas. El segundo problema se derivaba de la idea de que la Comisión Europea tendría un mayor poder de negociación con las empresas farmacéuticas que los países a título individual.
Así que, en nombre de la solidaridad, el paquidermo europeo trazó su curso, y como resultado se ha movido a un ritmo mucho más lento que muchas otras partes del mundo -incluyendo, vergonzosamente, el Reino Unido, que se retiró de la UE en enero de 2020 y ahora está disfrutando de un impulso propagandístico tras el Brexit dada la tosca respuesta de la UE a las vacunas.
Hasta la fecha, Europa ha comprado 600 millones de dosis de vacunas a Pfizer/BioNTech, 160 millones a Moderna y 400 millones a AstraZeneca, probablemente suficientes vacunas para administrar el número necesario de dosis a cada ciudadano de la UE. El problema, sin embargo, es que la Comisión Europea no suscribió su primer contrato de compra con Pfizer hasta mediados de noviembre de 2020 y el segundo hasta enero de este año, mientras que los Estados Unidos y el Reino Unido firmaron sus contratos en julio pasado. Con Moderna ocurre algo parecido: la UE hizo su pedido de compra a finales de noviembre, mientras que los EE.UU. lo efectuaron tres meses antes.
Por eso, dada la capacidad de producción, los Estados Unidos y el Reino Unido ya han recibido millones de vacunas más que los países de la UE, y no se espera que la mayor parte del suministro europeo esté disponible hasta la segunda mitad de este año.
¿Por qué Europa ha sido tan lenta? A juzgar por lo que decían los líderes europeos y los creadores de opinión a mediados de 2020, la lentitud de la burocracia de la UE, aunque es un factor, no cuenta toda la historia. La otra razón tiene que ver con el aparente disgusto de Europa ante la idea de que las empresas farmacéuticas pudieran estar ganando dinero – «beneficio» es una palabra sucia en ciertos círculos europeos- con las vacunas COVID-19.
Desde el principio, el objetivo de la Comisión Europea fue pagar lo menos posible por las vacunas, en lugar de proteger a la población contra el virus lo antes posible. La razón era puramente ideológica, ya que lo último que se asocia con la UE es la noción de austeridad, con una deuda gubernamental combinada que supera el 85% del PBI a finales del segundo trimestre de 2020, según las estadísticas oficiales de la UE.
Desde entonces, la UE ha aprobado un nuevo presupuesto de siete años (2021-27) de más de un billón de euros y un paquete de recuperación relacionado con el COVID de 750.000 millones de euros, lo que significa que sólo la UE estará gastando el equivalente a más de 2 billones de dólares estadounidenses en los próximos años. Esto es aparte de los 4,2 billones de euros que el Banco Central Europeo ha creado de la nada en los últimos cinco años.
Los preciosos meses que la Comisión Europea perdió para decidir si adquiría las vacunas y cuánto era ético pagar por ellas han costado y seguirán costando miles de vidas en Europa y perjudicara aún más a la economía.
Al final, la Comisión Europea fue capaz de ahorrar algo de dinero en el precio de las vacunas que compró, una cantidad ínfima como porcentaje de su presupuesto de siete años. Pero los costos económicos y humanos de su lento regateo superarán con creces lo ahorrado.
Europa se ha visto impactada por una ola de populismo nacionalista en los últimos años, ya que millones de ciudadanos han cuestionado la necesidad de la pesada burocracia de la UE, e incluso la pertenencia a la misma. El fiasco de la vacuna alimentará su descontento.
Traducido por Gabriel Gasave
El fiasco europeo de las vacunas: Una lección para los estadounidenses
Millones de europeos están furiosos por la espantosa manera en que sus gobiernos y la Comisión Europea -el órgano ejecutivo encargado de la gestión y presupuesto de la Unión Europea (UE)- se han encargado del proceso de vacunación de COVID-19. Las dosis prometidas de las vacunas aprobadas no se han materializado, y el pequeño número adquirido hasta la fecha ha sido caóticamente administrado a un ritmo exasperantemente lento.
En comparación, la distribución de vacunas en los Estados Unidos ha sido una imagen de eficiencia.
Mientras la administración Biden avanza con sus planes de «ir a lo grande» en el «alivio» del COVID y otros temas de su agenda, que esto sirva de lección para los estadounidenses sobre los peligros de poner demasiada autoridad -y demasiada confianza- en manos de las burocracias y los políticos. El gobierno de Biden probablemente pueda ganar la batalla contra la pandemia; parte del trabajo duro ya se ha hecho. Pero otras cuestiones -el paquete de ayuda de 1,9 billones de dólares, la guerra contra los combustibles fósiles, el impulso para fortalecer a los sindicatos y avanzar en las negociaciones colectivas, y el fomento de la burocracia federal- deberían preocupar a los estadounidenses.
Al ceder su poder y autoridad a la UE sobre las vacunas COVID, las naciones de Europa se encuentran actualmente como rehenes de una burocracia distante. Washington tiene mucho que aprender de lo que ha ocurrido al otro lado del charco.
Mientras que en al momento de escribir este artículo, los Emiratos Árabes Unidos han vacunado a la mitad de su población, Israel a más del 40%, el Reino Unido a casi el 20% y los Estados Unidos a algo menos del 13%, menos del 3% han recibido los tan esperados pinchazos en Alemania, Francia, España e Italia.
El primer problema tiene que ver con la centralización burocrática. Europa decidió que la Comisión Europea adquiriría las vacunas para todos los 27 países de la UE. La idea era evitar las tensiones sociales y políticas que se derivarían de las previsibles diferencias en la rapidez y eficacia con que los distintos países gestionarían las adquisiciones de vacunas. El segundo problema se derivaba de la idea de que la Comisión Europea tendría un mayor poder de negociación con las empresas farmacéuticas que los países a título individual.
Así que, en nombre de la solidaridad, el paquidermo europeo trazó su curso, y como resultado se ha movido a un ritmo mucho más lento que muchas otras partes del mundo -incluyendo, vergonzosamente, el Reino Unido, que se retiró de la UE en enero de 2020 y ahora está disfrutando de un impulso propagandístico tras el Brexit dada la tosca respuesta de la UE a las vacunas.
Hasta la fecha, Europa ha comprado 600 millones de dosis de vacunas a Pfizer/BioNTech, 160 millones a Moderna y 400 millones a AstraZeneca, probablemente suficientes vacunas para administrar el número necesario de dosis a cada ciudadano de la UE. El problema, sin embargo, es que la Comisión Europea no suscribió su primer contrato de compra con Pfizer hasta mediados de noviembre de 2020 y el segundo hasta enero de este año, mientras que los Estados Unidos y el Reino Unido firmaron sus contratos en julio pasado. Con Moderna ocurre algo parecido: la UE hizo su pedido de compra a finales de noviembre, mientras que los EE.UU. lo efectuaron tres meses antes.
Por eso, dada la capacidad de producción, los Estados Unidos y el Reino Unido ya han recibido millones de vacunas más que los países de la UE, y no se espera que la mayor parte del suministro europeo esté disponible hasta la segunda mitad de este año.
¿Por qué Europa ha sido tan lenta? A juzgar por lo que decían los líderes europeos y los creadores de opinión a mediados de 2020, la lentitud de la burocracia de la UE, aunque es un factor, no cuenta toda la historia. La otra razón tiene que ver con el aparente disgusto de Europa ante la idea de que las empresas farmacéuticas pudieran estar ganando dinero – «beneficio» es una palabra sucia en ciertos círculos europeos- con las vacunas COVID-19.
Desde el principio, el objetivo de la Comisión Europea fue pagar lo menos posible por las vacunas, en lugar de proteger a la población contra el virus lo antes posible. La razón era puramente ideológica, ya que lo último que se asocia con la UE es la noción de austeridad, con una deuda gubernamental combinada que supera el 85% del PBI a finales del segundo trimestre de 2020, según las estadísticas oficiales de la UE.
Desde entonces, la UE ha aprobado un nuevo presupuesto de siete años (2021-27) de más de un billón de euros y un paquete de recuperación relacionado con el COVID de 750.000 millones de euros, lo que significa que sólo la UE estará gastando el equivalente a más de 2 billones de dólares estadounidenses en los próximos años. Esto es aparte de los 4,2 billones de euros que el Banco Central Europeo ha creado de la nada en los últimos cinco años.
Los preciosos meses que la Comisión Europea perdió para decidir si adquiría las vacunas y cuánto era ético pagar por ellas han costado y seguirán costando miles de vidas en Europa y perjudicara aún más a la economía.
Al final, la Comisión Europea fue capaz de ahorrar algo de dinero en el precio de las vacunas que compró, una cantidad ínfima como porcentaje de su presupuesto de siete años. Pero los costos económicos y humanos de su lento regateo superarán con creces lo ahorrado.
Europa se ha visto impactada por una ola de populismo nacionalista en los últimos años, ya que millones de ciudadanos han cuestionado la necesidad de la pesada burocracia de la UE, e incluso la pertenencia a la misma. El fiasco de la vacuna alimentará su descontento.
Traducido por Gabriel Gasave
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