(Franja de Gaza) — Llegué a Gaza pocas horas después de la redada militar contra la flotilla encabezada por activistas turcos. Quería medir los efectos del cerco mantenido por Israel desde 2007, cuando Hamas capturó todas las instituciones.
Gaza luce como si hubiese sido bombardeada ayer mismo. Ni un solo edificio arrasado en el invierno de 2008/2009 durante las tres semanas del ataque israelí en respuesta al lanzamiento de cohetes por parte de Hamas ha sido reconstruido. Los materiales para la construcción son excluidos de Gaza. El juez Richard Goldstone, que redactó el informe de Naciones Unidas, acusó tanto a Hamas como a Israel de crímenes de guerra. El recorrido por Gaza no deja duda de que miles de civiles vieron sus vidas arruinadas.
Jalhal Abulela y su familia viven en tiendas de campaña en un descampado insalubre. Rodeado de niños descalzos y mulas desnutridas, nos dijo: “Tengo dos esposas y 18 niños, trabajé en Israel durante quince años haciendo tuberías para alcantarillados, utilicé todos mis ahorros comprándome una casa aquí, y una mañana los israelíes arrasaron mi hogar”. Sujetándose el brazo izquierdo, su hermano Shpar agregó: “Mi esposa perdió la mano en el ataque”.
Desde aquí se ven decenas de edificios acribillados. La secuencia es interrumpida por alguna huerta con plantas de maíz.
Faiva vive en Beit Lahiya, en el norte de Gaza, donde las Fuerzas de Defensa Israelíes concentraron parte de la artillería y el asalto terrestre. Su casa de dos pisos es un amasijo de fierros y bloques de hormigón que cuelgan como si fueran a desprenderse. Las lagartijas se abren paso a través de las grietas. “No tenemos a dónde ir. No podemos reconstruir y no podemos trabajar para comprar otra casa. Hamas no nos ha enviado todo lo que ofreció. Odio la política”.
Tres mil negocios han desaparecido porque nada puede ser importado o exportado por temor al tráfico de armas. Israel sólo permite ayuda suficiente para mantener condiciones de subsistencia. La lista está sujeta a normas insondables: se permite la canela, pero no el cilantro. Los pescadores no pueden aventurarse más allá de las tres millas marinas. Como nos explica uno de ellos en el puerto “los pocos peces que pueden capturarse en esta pequeña área están contaminados”.
El desempleo en Gaza ronda el 80 por ciento. La cifra oficial es menor; Hamas ofrece estipendios a muchas personas para garantizar su fidelidad, al igual, en menor medida, que Fatah, organización más moderada.
Debido a que la ayuda externa estaba originalmente vinculada a pequeñas tareas domésticas, las calles, incluido el barrio de Ezbet Abed Rabbo, parte del cual fue reducido a escombros por los tanques, están sorprendentemente limpias.
En el puerto, funcionarios de Hamas se reúnen para una ceremonia fúnebre por la flotilla. Le pregunto a Fawzy Barhum, el dirigente portavoz, si su organización siente responsabilidad por esta penuria. “Israel atacó porque ganamos una elección”, responde. “¿Qué clase de democracia defienden? ¿Y por qué los civiles llevan la peor parte?” ¿Pero no son la guerra fratricida de Hamas contra Fatah y su no reconocimiento de Israel grandes obstáculos para la paz? “Estamos dispuestos a llegar a un acuerdo con Fatah y garantizar la seguridad de Israel sin necesidad de reconocimiento oficial a cambio de la soberanía palestina”.
La vigilancia de Hamas es opresiva. Los uniformes negros de su aparato de seguridad tan visibles como sus banderas verdes y su control ha crecido con el cerco. Pero el descontento está en el aire. Es susurrado, no proclamado. “Las mujeres son las más afectadas”, explica un hombre cuarentón. “Ellas votaron por Hamas pero lo lamentan; el gobierno ha legitimado la práctica de un marido con varias esposas”. El velo completo es ubicuo, pero en la Universidad de Al-Azhar y otros enclaves liberales, las mujeres caminan sin ella. El alcohol ha desaparecido.
Hay niños por todas partes. Sonríen pero se los ve desamparados. Nunca han visto a un israelí sin un arma. ¿Cuántos crecerán creyendo que matar israelíes es su único futuro?
Por la tarde, dos palestinos son fusilados tratando de cruzar la frontera. Israel sostiene que eran terroristas. Los palestinos dicen que eran campesinos que querían huir.
Al dirigirme de vuelta a Israel, tengo la cabeza aturdida de imágenes del hospital Shifa, donde nos enteramos de que el bloqueo impide que los pacientes graves reciban a tiempo tratamiento fuera de Gaza y que ingresen nuevos equipos.
No concibo que Israel, un país que ha dado respuestas humanas e imaginativas a retos colosales, sea incapaz de ofrecer una mejor solución a sus muy reales problemas de seguridad que el mantenimiento de este auténtico gueto que parece concebido por un enemigo del Estado judío.
(c) 2010, The Washington Post Writers Group
El gueto de Gaza
(Franja de Gaza) — Llegué a Gaza pocas horas después de la redada militar contra la flotilla encabezada por activistas turcos. Quería medir los efectos del cerco mantenido por Israel desde 2007, cuando Hamas capturó todas las instituciones.
Gaza luce como si hubiese sido bombardeada ayer mismo. Ni un solo edificio arrasado en el invierno de 2008/2009 durante las tres semanas del ataque israelí en respuesta al lanzamiento de cohetes por parte de Hamas ha sido reconstruido. Los materiales para la construcción son excluidos de Gaza. El juez Richard Goldstone, que redactó el informe de Naciones Unidas, acusó tanto a Hamas como a Israel de crímenes de guerra. El recorrido por Gaza no deja duda de que miles de civiles vieron sus vidas arruinadas.
Jalhal Abulela y su familia viven en tiendas de campaña en un descampado insalubre. Rodeado de niños descalzos y mulas desnutridas, nos dijo: “Tengo dos esposas y 18 niños, trabajé en Israel durante quince años haciendo tuberías para alcantarillados, utilicé todos mis ahorros comprándome una casa aquí, y una mañana los israelíes arrasaron mi hogar”. Sujetándose el brazo izquierdo, su hermano Shpar agregó: “Mi esposa perdió la mano en el ataque”.
Desde aquí se ven decenas de edificios acribillados. La secuencia es interrumpida por alguna huerta con plantas de maíz.
Faiva vive en Beit Lahiya, en el norte de Gaza, donde las Fuerzas de Defensa Israelíes concentraron parte de la artillería y el asalto terrestre. Su casa de dos pisos es un amasijo de fierros y bloques de hormigón que cuelgan como si fueran a desprenderse. Las lagartijas se abren paso a través de las grietas. “No tenemos a dónde ir. No podemos reconstruir y no podemos trabajar para comprar otra casa. Hamas no nos ha enviado todo lo que ofreció. Odio la política”.
Tres mil negocios han desaparecido porque nada puede ser importado o exportado por temor al tráfico de armas. Israel sólo permite ayuda suficiente para mantener condiciones de subsistencia. La lista está sujeta a normas insondables: se permite la canela, pero no el cilantro. Los pescadores no pueden aventurarse más allá de las tres millas marinas. Como nos explica uno de ellos en el puerto “los pocos peces que pueden capturarse en esta pequeña área están contaminados”.
El desempleo en Gaza ronda el 80 por ciento. La cifra oficial es menor; Hamas ofrece estipendios a muchas personas para garantizar su fidelidad, al igual, en menor medida, que Fatah, organización más moderada.
Debido a que la ayuda externa estaba originalmente vinculada a pequeñas tareas domésticas, las calles, incluido el barrio de Ezbet Abed Rabbo, parte del cual fue reducido a escombros por los tanques, están sorprendentemente limpias.
En el puerto, funcionarios de Hamas se reúnen para una ceremonia fúnebre por la flotilla. Le pregunto a Fawzy Barhum, el dirigente portavoz, si su organización siente responsabilidad por esta penuria. “Israel atacó porque ganamos una elección”, responde. “¿Qué clase de democracia defienden? ¿Y por qué los civiles llevan la peor parte?” ¿Pero no son la guerra fratricida de Hamas contra Fatah y su no reconocimiento de Israel grandes obstáculos para la paz? “Estamos dispuestos a llegar a un acuerdo con Fatah y garantizar la seguridad de Israel sin necesidad de reconocimiento oficial a cambio de la soberanía palestina”.
La vigilancia de Hamas es opresiva. Los uniformes negros de su aparato de seguridad tan visibles como sus banderas verdes y su control ha crecido con el cerco. Pero el descontento está en el aire. Es susurrado, no proclamado. “Las mujeres son las más afectadas”, explica un hombre cuarentón. “Ellas votaron por Hamas pero lo lamentan; el gobierno ha legitimado la práctica de un marido con varias esposas”. El velo completo es ubicuo, pero en la Universidad de Al-Azhar y otros enclaves liberales, las mujeres caminan sin ella. El alcohol ha desaparecido.
Hay niños por todas partes. Sonríen pero se los ve desamparados. Nunca han visto a un israelí sin un arma. ¿Cuántos crecerán creyendo que matar israelíes es su único futuro?
Por la tarde, dos palestinos son fusilados tratando de cruzar la frontera. Israel sostiene que eran terroristas. Los palestinos dicen que eran campesinos que querían huir.
Al dirigirme de vuelta a Israel, tengo la cabeza aturdida de imágenes del hospital Shifa, donde nos enteramos de que el bloqueo impide que los pacientes graves reciban a tiempo tratamiento fuera de Gaza y que ingresen nuevos equipos.
No concibo que Israel, un país que ha dado respuestas humanas e imaginativas a retos colosales, sea incapaz de ofrecer una mejor solución a sus muy reales problemas de seguridad que el mantenimiento de este auténtico gueto que parece concebido por un enemigo del Estado judío.
(c) 2010, The Washington Post Writers Group
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