WASHINGTON, DC—Hace cuatro semanas, expliqué en mi columna por qué pensaba que era un error la reacción de Israel ante la captura de dos de sus soldados a manos de Hezbolá. Apoyándome en la experiencia de un viaje reciente a la región, afirmé que la ofensiva israelí destruiría el mejor proyecto de sociedad multi-sectaria y emprendedora en el mundo árabe y alteraría el equilibrio de poder en el Líbano en favor de una organización totalitaria, Hezbolá, que no le estaba fijando la pauta a todo el país aun cuando ejercía un dominio perturbador sobre la población chiíta.
Sugerí que el fortalecimiento de las instituciones emergentes en el Líbano y de su sorprendente sociedad civil era una mejor manera de socavar el poder de Hezbolá en el largo plazo. Después de todo, los teócratas chiítas no habían podido evitar que la “Coalición del 14 de marzo” formada por cristianos, musulmanes y drusos forzara la retirada siria del Líbano el año anterior.
Recibí un bombardeo de respuestas desde los Estados Unidos, el Medio Oriente, el Asia y América Latina increpándome, desde un extremo, por no haber sido suficientemente implacable contra Israel y, desde el otro, por no darme cuenta de que se trataba de una guerra existencial para Israel, cuya supervivencia dependía de la eliminación de los emisarios de Irán.
Cuatro semanas después, al entrar en vigor el alto el fuego negociado por Naciones Unidas, ninguno de los objetivos de Israel ha sido alcanzado. Hezbolá no ha sido desarmada o derrotada; sus dirigentes están intactos y se prodigan de forma cada vez más locuaz en al-Manar, su recalcitrante cadena televisiva. Los dos soldados israelíes no han sido recuperados y serán ahora sin duda objeto de un canje de prisioneros al que Israel afirmó que nunca accedería. La capacidad disuasiva de Israel luce menos disuasiva que hace cuatro semanas. Y el déspota de Teherán, Mahmoud Ahmadinejad, parece ahora más poderoso a ojos de las masas musulmanas: hasta las dictaduras árabes pro-occidentales que originalmente apoyaron a Israel convencidas de que ésta era una gran oportunidad para frenar el auge de Irán en la región acabaron elogiando la “resistencia” de Hezbolá.
Hezbolá ha logrado lo que ningún ejército árabe había conseguido desde 1948, incluido el férreo desempeño de Egipto y Siria en el conflicto de Yom Kippur de 1973 que eventualmente condujo a un acuerdo sobre el Sinaí.
Un vistazo a los periódicos árabes moderados que abominan del fanatismo chiíta nos da un indicio de lo ocurrido. El empresario Matein Khalid se expresa así en el “Khaleej Times” de los Emiratos Árabes Unidos: “Con el crudo a $70, con Hezbolá convertido en un vasallo ideológico y un factor disuasivo estratégico, con su conexión siria y con una guerra por delegación contra Israel bajo sus propias condiciones, Irán es la nueva estrella ascendente del Medio Oriente. … Este es un escenario apocalíptico tanto para los judíos como para los árabes, el réquiem para los pacifistas que, como nosotros, apostamos nuestras vidas a una reconciliación entre los belicosos hijos de Abraham”.
Algunos israelíes críticos de la guerra sostienen que quizás este revés abra una oportunidad para la negociación, particularmente en lo que respecta a la cuestión palestina. Señalan que la única vez que Israel se abocó a una negociación significativa fue después de la guerra de 1973, que ganó tras sufrir costosos reveses.
Soy menos optimista. En años recientes y por razones comprensibles, ha cundido la exasperación entre los israelíes ante la proliferación de enemigos fundamentalistas y un consenso beligerante ha pasado a dominar la política israelí. Hoy día, el país siente humillación. Con pocas excepciones, los críticos no achacan a Ehud Olmert el haber ido a la guerra sino el no haber desatado una ira suficiente contra los libaneses, como si un saldo que involucra más niños muertos que milicianos caídos, un millón de refugiados, 15 mil casas destruidas y 80 puentes arruinados no fuera bastante. Ven en la reciente derrota una lección puramente militar. Uno percibe este espíritu en la forma poco digna en que la fuerza aérea azotó objetivos irrelevantes cuando el cese de las hostilidades entraba en supuesta vigencia. Mientras escribo estas líneas, un amigo no chiíta me cuenta desde el Valle de la Bekaa que el Templo de Bacco, una de las maravillas romanas de Baalbek, ha sido impactado desde el aire.
Tal vez la principal víctima en el bando israelí —aparte de las más de 150 personas asesinadas y el millón y pico de ciudadanos aterrorizados que tuvieron que guarecerse en refugios en Galilea— sea la correlación de fuerzas entre la razón y la intolerancia. La percepción de que Hezbolá e Irán triunfaron fortalecerá a las voces de la intolerancia en Israel y debilitará aún más a las de la razón, incluso si éstas últimas ofrecen mayores garantías para la seguridad de Israel porque están en mejor posición para afianzar a los espíritus moderados en el mundo árabe demostrándoles que la negociación y la coexistencia son posibles.
¿Fue un error esta guerra? La gente equivocada ha resultado fortalecida en el Líbano, Irán e Israel. No se me ocurre un error más perfecto.
(c) 2006, The Washington Post Writers Group
El Líbano: Un error perfecto
WASHINGTON, DC—Hace cuatro semanas, expliqué en mi columna por qué pensaba que era un error la reacción de Israel ante la captura de dos de sus soldados a manos de Hezbolá. Apoyándome en la experiencia de un viaje reciente a la región, afirmé que la ofensiva israelí destruiría el mejor proyecto de sociedad multi-sectaria y emprendedora en el mundo árabe y alteraría el equilibrio de poder en el Líbano en favor de una organización totalitaria, Hezbolá, que no le estaba fijando la pauta a todo el país aun cuando ejercía un dominio perturbador sobre la población chiíta.
Sugerí que el fortalecimiento de las instituciones emergentes en el Líbano y de su sorprendente sociedad civil era una mejor manera de socavar el poder de Hezbolá en el largo plazo. Después de todo, los teócratas chiítas no habían podido evitar que la “Coalición del 14 de marzo” formada por cristianos, musulmanes y drusos forzara la retirada siria del Líbano el año anterior.
Recibí un bombardeo de respuestas desde los Estados Unidos, el Medio Oriente, el Asia y América Latina increpándome, desde un extremo, por no haber sido suficientemente implacable contra Israel y, desde el otro, por no darme cuenta de que se trataba de una guerra existencial para Israel, cuya supervivencia dependía de la eliminación de los emisarios de Irán.
Cuatro semanas después, al entrar en vigor el alto el fuego negociado por Naciones Unidas, ninguno de los objetivos de Israel ha sido alcanzado. Hezbolá no ha sido desarmada o derrotada; sus dirigentes están intactos y se prodigan de forma cada vez más locuaz en al-Manar, su recalcitrante cadena televisiva. Los dos soldados israelíes no han sido recuperados y serán ahora sin duda objeto de un canje de prisioneros al que Israel afirmó que nunca accedería. La capacidad disuasiva de Israel luce menos disuasiva que hace cuatro semanas. Y el déspota de Teherán, Mahmoud Ahmadinejad, parece ahora más poderoso a ojos de las masas musulmanas: hasta las dictaduras árabes pro-occidentales que originalmente apoyaron a Israel convencidas de que ésta era una gran oportunidad para frenar el auge de Irán en la región acabaron elogiando la “resistencia” de Hezbolá.
Hezbolá ha logrado lo que ningún ejército árabe había conseguido desde 1948, incluido el férreo desempeño de Egipto y Siria en el conflicto de Yom Kippur de 1973 que eventualmente condujo a un acuerdo sobre el Sinaí.
Un vistazo a los periódicos árabes moderados que abominan del fanatismo chiíta nos da un indicio de lo ocurrido. El empresario Matein Khalid se expresa así en el “Khaleej Times” de los Emiratos Árabes Unidos: “Con el crudo a $70, con Hezbolá convertido en un vasallo ideológico y un factor disuasivo estratégico, con su conexión siria y con una guerra por delegación contra Israel bajo sus propias condiciones, Irán es la nueva estrella ascendente del Medio Oriente. … Este es un escenario apocalíptico tanto para los judíos como para los árabes, el réquiem para los pacifistas que, como nosotros, apostamos nuestras vidas a una reconciliación entre los belicosos hijos de Abraham”.
Algunos israelíes críticos de la guerra sostienen que quizás este revés abra una oportunidad para la negociación, particularmente en lo que respecta a la cuestión palestina. Señalan que la única vez que Israel se abocó a una negociación significativa fue después de la guerra de 1973, que ganó tras sufrir costosos reveses.
Soy menos optimista. En años recientes y por razones comprensibles, ha cundido la exasperación entre los israelíes ante la proliferación de enemigos fundamentalistas y un consenso beligerante ha pasado a dominar la política israelí. Hoy día, el país siente humillación. Con pocas excepciones, los críticos no achacan a Ehud Olmert el haber ido a la guerra sino el no haber desatado una ira suficiente contra los libaneses, como si un saldo que involucra más niños muertos que milicianos caídos, un millón de refugiados, 15 mil casas destruidas y 80 puentes arruinados no fuera bastante. Ven en la reciente derrota una lección puramente militar. Uno percibe este espíritu en la forma poco digna en que la fuerza aérea azotó objetivos irrelevantes cuando el cese de las hostilidades entraba en supuesta vigencia. Mientras escribo estas líneas, un amigo no chiíta me cuenta desde el Valle de la Bekaa que el Templo de Bacco, una de las maravillas romanas de Baalbek, ha sido impactado desde el aire.
Tal vez la principal víctima en el bando israelí —aparte de las más de 150 personas asesinadas y el millón y pico de ciudadanos aterrorizados que tuvieron que guarecerse en refugios en Galilea— sea la correlación de fuerzas entre la razón y la intolerancia. La percepción de que Hezbolá e Irán triunfaron fortalecerá a las voces de la intolerancia en Israel y debilitará aún más a las de la razón, incluso si éstas últimas ofrecen mayores garantías para la seguridad de Israel porque están en mejor posición para afianzar a los espíritus moderados en el mundo árabe demostrándoles que la negociación y la coexistencia son posibles.
¿Fue un error esta guerra? La gente equivocada ha resultado fortalecida en el Líbano, Irán e Israel. No se me ocurre un error más perfecto.
(c) 2006, The Washington Post Writers Group
Defensa y política exteriorEconomía y desarrollo internacionalesNorte de África y Oriente MedioNorte de África y Oriente Medio
Artículos relacionados
Cuba es degradada a "no es verdadero socialismo"
Si el Partido Socialista de Gran Bretaña es una autoridad en estas cosas,...
El llamado no escuchado de la libertad
Hay una sorprendente falta de libertad en el mundo. El Indice de Libertad...
El mundo se enfrenta a la hora de la verdad inflacionaria
La inflación de precios de dos dígitos ya está aquí. Cualquiera que preste...
Cómo generan pobreza los ricos
Tanto en los ámbitos académicos como en los círculos intelectuales contemporáneos, es común...
Artículos de tendencia
Blogs de tendencia