Hemos realizado fantásticos avances en nuestra comprensión de cómo funcionan los mundos físico y social. El Gran Enriquecimiento de aproximadamente los últimos tres siglos, que se produjo porque adoptamos el pacto burgués de «déjame en paz y te haré rico», nos ha elevado a niveles de vida que nuestros antepasados no podrían haber imaginado. No obstante, la prosperidad de la que disfrutamos se ve constantemente atacada por un monstruo político que no cesa de poner obstáculos en el camino hacia la riqueza. El monstruo es una bestia poderosa con tres cabezas: la ignorancia, la avaricia y la arrogancia. Juntas, nos ayudan a entender por qué las políticas públicas no son mucho mejores.
La ignorancia
En primer lugar, no sabemos qué hacer. Para muchos estudiantes de economía es una revelación que políticas como la de los salarios mínimos, el control de alquileres, las leyes contra los «precios abusivos» y los aranceles sobre los productos elaborados en países extranjeros perjudican a las personas a las que pretenden ayudar. La gente no aprecia lo bien que funcionan los mercados, ignora lo mal que ha resultado el comunismo y no comprende cuánto mejor que nuestros antepasados nos encontramos. Intentamos corregir esto con la educación, pero la economía no es fácil, y para el ciudadano individual, aprender los pormenores del análisis de la oferta y la demanda es probable que no incida demasiado en cambiar las políticas públicas.
En segundo lugar, desconocemos lo que se está haciendo. Esto no se debe a que seamos perezosos o no cumplamos con nuestro deber cívico, sino debido a que las políticas públicas generan beneficios concentrados, pero costos dispersos. Los aranceles sobre el azúcar, por ejemplo, acarrean muchos millones para los productores azucareros estadounidenses, pero probablemente no le cuesten a una familia individual lo suficiente como para que valga la pena siquiera medir la carga. Un rápido vistazo al Registro Federal del viernes 4 de agosto contenía un enlace en la primera página a este pedido de
comentarios sobre una propuesta para actualizar el Programa de Evaluación de Vehículos Nuevos (NCAP es su sigla en inglés) de la Administración Nacional de Seguridad del Tráfico en las Carreteras a efectos de proporcionar a los consumidores información sobre la protección de los peatones en caso impacto con vehículos nuevos. Las actualizaciones propuestas del NCAP proporcionarían a los consumidores una valiosa información respecto de la capacidad de los vehículos de proteger a los peatones y podrían incentivar a los fabricantes de vehículos a producir automóviles que ofrezcan una mejor protección a los usuarios de la vía pública vulnerables, como los peatones. Además, esta propuesta aborda varias disposiciones establecidas en la sección 24213 de la Ley de Infraestructura Bipartidista de noviembre de 2021, promulgada como la Ley de Inversión en Infraestructura y Empleos (IIJA es su sigla en inglés).
¿Cuánta gente conoce la sección 24213 de la Ley de Infraestructura Bipartidista de noviembre de 2021? ¿Cuántas personas tenían un recordatorio en su agenda de que debían presentar un comentario público (la fecha límite era el 25 de julio, por cierto)? Sospecho que muy pocos, dado que es extremadamente improbable que dedicar tiempo y energía a concentrarse en esto vaya a cambiar el curso de las políticas públicas. Por supuesto, los fabricantes de automóviles probablemente cuentan con alguien cuyo trabajo consiste en conocer dado que podría haber millones de dólares en juego.
La avaricia
¿Por qué vivir a costa de uno mismo cuando se puede vivir a costa de los demás? Así, por cierto, es precisamente como Frederic Bastiat definió al Estado, como «la gran ficción mediante la cual todo el mundo trata de vivir a expensas de los demás». Muchos de nosotros puede que no nos percatemos de que estamos haciendo esto. La gente se echaría atrás horrorizada ante la idea de ingresar a la casa de un vecino y robarle el dinero que lleva en la billetera. Sin embargo, votan con entusiasmo por políticas que le quitan una parte de su sueldo. Frenar la avaricia requiere controles constitucionales que nos obliguen a respetar los derechos de los demás. También requiere un cambio cultural por el que rechacemos la antigua noción de que los demás existen para servirnos y reconozcamos que tienen sus propias prerrogativas que quizás no conozcamos ni aprobemos, pero que literalmente no son de nuestra incumbencia.
Incluso cuando las normas, reglamentaciones y programas de gasto parecen estar allí para proteger a los inocentes, suelen contar con el apoyo de un interés especial que puede ganar mucho dinero con ello. Considérese el Programa de Evaluación de Vehículos Nuevos antes mencionado. Los actuales fabricantes de automóviles pueden hacer que sea más difícil competir imponiendo nuevos equipos de seguridad para proteger a los peatones. Conseguimos vehículos más caros y los fabricantes de automóviles obtienen mayores beneficios en virtud de que tienen menos competidores. Y debido al efecto Peltzman, los peatones podrían no terminar estando mucho más seguros.
La arrogancia
La arrogancia es la tercera cabeza de nuestra bestia política. La arrogancia surge al pensar que el mundo es un lugar simple que sería fácil de reparar si tan sólo tuviésemos la voluntad política de poner en el poder a las personas adecuadas o de implementar las políticas correctas. Los expertos en desarrollo económico internacional tienden a la arrogancia: Es fácil ver las curas para todo lo que aqueja al Sudeste Asiático, África y América Latina desde un cómodo despacho en una universidad estadounidense o europea.
La noblesse oblige moderna exige que aquellos de nosotros que sabemos más, mandoneemos a los tontos ignorantes que no comparten nuestra visión ilustrada del mundo. Tal vez sea por su propio bien. Quizás sea porque nosotros estamos entre los que Thomas Sowell llamó «Los ungidos», henchidos con un propósito glorioso como Loki en el Universo Cinematográfico de Marvel. ¿No saben todos que vamos a cambiar el mundo? Históricamente, podría haber sido porque alguien fue escogido por la deidad local. Hoy en día podría ser porque somos expertos en La CienciaTM, que está establecida. En cualquier caso, el mundo aún no se ha percatado de que deberíamos estar al mando, y estarían encantados de entregarnos nuestros legítimos cetros y coronas si supieran lo que es bueno para ellos.
¿Podremos acabar con este monstruo de tres cabezas? Lo dudo, pero hay razones para ser optimistas. Los tres últimos siglos de cambios retóricos, institucionales y culturales le han puesto los grilletes en beneficio de un mundo que está haciendo que la pobreza rápidamente sea historia. Incluso con estos obstáculos, sigue produciendo mucho daño; sin embargo, si podemos atar al monstruo aún más rápidamente evitando las relaciones políticas y abrazando las relaciones comerciales, podremos reducir su amenaza a nuestra libertad y prosperidad.
Traducido por Gabriel Gasave
El monstruo de tres cabezas que nos está dando unas pésimas políticas públicas
Hemos realizado fantásticos avances en nuestra comprensión de cómo funcionan los mundos físico y social. El Gran Enriquecimiento de aproximadamente los últimos tres siglos, que se produjo porque adoptamos el pacto burgués de «déjame en paz y te haré rico», nos ha elevado a niveles de vida que nuestros antepasados no podrían haber imaginado. No obstante, la prosperidad de la que disfrutamos se ve constantemente atacada por un monstruo político que no cesa de poner obstáculos en el camino hacia la riqueza. El monstruo es una bestia poderosa con tres cabezas: la ignorancia, la avaricia y la arrogancia. Juntas, nos ayudan a entender por qué las políticas públicas no son mucho mejores.
La ignorancia
En primer lugar, no sabemos qué hacer. Para muchos estudiantes de economía es una revelación que políticas como la de los salarios mínimos, el control de alquileres, las leyes contra los «precios abusivos» y los aranceles sobre los productos elaborados en países extranjeros perjudican a las personas a las que pretenden ayudar. La gente no aprecia lo bien que funcionan los mercados, ignora lo mal que ha resultado el comunismo y no comprende cuánto mejor que nuestros antepasados nos encontramos. Intentamos corregir esto con la educación, pero la economía no es fácil, y para el ciudadano individual, aprender los pormenores del análisis de la oferta y la demanda es probable que no incida demasiado en cambiar las políticas públicas.
En segundo lugar, desconocemos lo que se está haciendo. Esto no se debe a que seamos perezosos o no cumplamos con nuestro deber cívico, sino debido a que las políticas públicas generan beneficios concentrados, pero costos dispersos. Los aranceles sobre el azúcar, por ejemplo, acarrean muchos millones para los productores azucareros estadounidenses, pero probablemente no le cuesten a una familia individual lo suficiente como para que valga la pena siquiera medir la carga. Un rápido vistazo al Registro Federal del viernes 4 de agosto contenía un enlace en la primera página a este pedido de
comentarios sobre una propuesta para actualizar el Programa de Evaluación de Vehículos Nuevos (NCAP es su sigla en inglés) de la Administración Nacional de Seguridad del Tráfico en las Carreteras a efectos de proporcionar a los consumidores información sobre la protección de los peatones en caso impacto con vehículos nuevos. Las actualizaciones propuestas del NCAP proporcionarían a los consumidores una valiosa información respecto de la capacidad de los vehículos de proteger a los peatones y podrían incentivar a los fabricantes de vehículos a producir automóviles que ofrezcan una mejor protección a los usuarios de la vía pública vulnerables, como los peatones. Además, esta propuesta aborda varias disposiciones establecidas en la sección 24213 de la Ley de Infraestructura Bipartidista de noviembre de 2021, promulgada como la Ley de Inversión en Infraestructura y Empleos (IIJA es su sigla en inglés).
¿Cuánta gente conoce la sección 24213 de la Ley de Infraestructura Bipartidista de noviembre de 2021? ¿Cuántas personas tenían un recordatorio en su agenda de que debían presentar un comentario público (la fecha límite era el 25 de julio, por cierto)? Sospecho que muy pocos, dado que es extremadamente improbable que dedicar tiempo y energía a concentrarse en esto vaya a cambiar el curso de las políticas públicas. Por supuesto, los fabricantes de automóviles probablemente cuentan con alguien cuyo trabajo consiste en conocer dado que podría haber millones de dólares en juego.
La avaricia
¿Por qué vivir a costa de uno mismo cuando se puede vivir a costa de los demás? Así, por cierto, es precisamente como Frederic Bastiat definió al Estado, como «la gran ficción mediante la cual todo el mundo trata de vivir a expensas de los demás». Muchos de nosotros puede que no nos percatemos de que estamos haciendo esto. La gente se echaría atrás horrorizada ante la idea de ingresar a la casa de un vecino y robarle el dinero que lleva en la billetera. Sin embargo, votan con entusiasmo por políticas que le quitan una parte de su sueldo. Frenar la avaricia requiere controles constitucionales que nos obliguen a respetar los derechos de los demás. También requiere un cambio cultural por el que rechacemos la antigua noción de que los demás existen para servirnos y reconozcamos que tienen sus propias prerrogativas que quizás no conozcamos ni aprobemos, pero que literalmente no son de nuestra incumbencia.
Incluso cuando las normas, reglamentaciones y programas de gasto parecen estar allí para proteger a los inocentes, suelen contar con el apoyo de un interés especial que puede ganar mucho dinero con ello. Considérese el Programa de Evaluación de Vehículos Nuevos antes mencionado. Los actuales fabricantes de automóviles pueden hacer que sea más difícil competir imponiendo nuevos equipos de seguridad para proteger a los peatones. Conseguimos vehículos más caros y los fabricantes de automóviles obtienen mayores beneficios en virtud de que tienen menos competidores. Y debido al efecto Peltzman, los peatones podrían no terminar estando mucho más seguros.
La arrogancia
La arrogancia es la tercera cabeza de nuestra bestia política. La arrogancia surge al pensar que el mundo es un lugar simple que sería fácil de reparar si tan sólo tuviésemos la voluntad política de poner en el poder a las personas adecuadas o de implementar las políticas correctas. Los expertos en desarrollo económico internacional tienden a la arrogancia: Es fácil ver las curas para todo lo que aqueja al Sudeste Asiático, África y América Latina desde un cómodo despacho en una universidad estadounidense o europea.
La noblesse oblige moderna exige que aquellos de nosotros que sabemos más, mandoneemos a los tontos ignorantes que no comparten nuestra visión ilustrada del mundo. Tal vez sea por su propio bien. Quizás sea porque nosotros estamos entre los que Thomas Sowell llamó «Los ungidos», henchidos con un propósito glorioso como Loki en el Universo Cinematográfico de Marvel. ¿No saben todos que vamos a cambiar el mundo? Históricamente, podría haber sido porque alguien fue escogido por la deidad local. Hoy en día podría ser porque somos expertos en La CienciaTM, que está establecida. En cualquier caso, el mundo aún no se ha percatado de que deberíamos estar al mando, y estarían encantados de entregarnos nuestros legítimos cetros y coronas si supieran lo que es bueno para ellos.
¿Podremos acabar con este monstruo de tres cabezas? Lo dudo, pero hay razones para ser optimistas. Los tres últimos siglos de cambios retóricos, institucionales y culturales le han puesto los grilletes en beneficio de un mundo que está haciendo que la pobreza rápidamente sea historia. Incluso con estos obstáculos, sigue produciendo mucho daño; sin embargo, si podemos atar al monstruo aún más rápidamente evitando las relaciones políticas y abrazando las relaciones comerciales, podremos reducir su amenaza a nuestra libertad y prosperidad.
Traducido por Gabriel Gasave
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