El Presidente George W. Bush está tratando de asustarnos. El 24 de julio, en la Base Aérea de Charleston, mencionó a al Qaeda 93 veces en un discurso de 29 minutos. Para casi todos los estadounidenses, la mención de al Qaeda trae a la mente las aterradoras imágenes de las torres del World Trade Center impactando contra el suelo. Nada nos recuerda de manera más urgente la amenaza que los terroristas plantean para nuestras vidas, incluso aquí en los Estados Unidos. Los redactores del discurso del presidente no son tontos; no escribirían tales párrafos para su jefe a menos que supiesen que deseaba asustarnos. Por lo tanto la intención es transparente.
Pero, ¿por qué desea asustarnos el presidente? ¿Hacerlo le resultará útil para algún propósito?
En verdad, no importa cuánto pueda asustarnos la retórica del presidente, el pueblo estadounidense en general no puede hacer nada provechoso para disuadir al terrorismo de los agentes de al Qaeda. ¿Qué se supone que hagamos? Sean vigilantes, nos dicen siempre las autoridades de la seguridad interior. Sin embargo, no nos brindan ninguna pauta útil respecto de qué debemos ser vigilantes. ¿Deberíamos vigilar a quienes actúen de modo sospechoso? Ese es un grupo enorme, heterogéneo y casi por completo inocuo. ¿Deberíamos mantener nuestros ojos atentos solamente respecto de quienes actúen sospechosamente y luzcan como árabes? Eso, también, incluye a un vasto número de personas, muchas de las cuales no son siquiera árabes y mucho menos terroristas. Además, un individuo o una acción que luce sospechosa a los ojos de una persona, se ve normal a los ojos de otra. Los informes públicos de personas sospechosas son proclives a presentar miles de falsos positivos por cada terrorista potencial genuino y de ese modo sumergen a las autoridades en una inundación de información carente de valor, iniciando un multitud de investigaciones infructuosas y distrayendo la atención de cualquier terrorista verdadero que pudiese estar en marcha.
En verdad, estar asustados no nos hace para nada bien en este caso, y los consejeros de Bush, en virtud de que no son zopencos, deben saber perfectamente que eso no nos beneficia en absoluto. Pero esperan que eso beneficie en algo a la administración, lo cual explica porqué el presidente y sus lugartenientes siguen tratando de asustarnos acerca de la supuesta amenaza de terrorismo aquí en los Estados Unidos, tal como lo han hecho desde el 11/09 con casi la regularidad del sonido de un tambor.
Al hablar de la política del temor, algunos comentaristas hablan como sí pensaran que la administración Bush fuese inusual al emplear la retórica del hombre de la bolsa y las políticas relacionadas, pero no lo es. Todos los gobiernos reposan directa o indirectamente en el cultivo del temor a fin de apuntalar su mandato. Sí la gente no estuviese asustada, ya sea del propio gobierno o de alguna amenaza de la cual el gobierno pretende protegerla, no se sometería a ser desplumada y amedrentada como lo es por parte de sus gobernantes, y el gobierno colapsaría. No obstante, las amenazas gubernamentales directas contra el pueblo por lo general demuestran ser medios de control ineficaces, y por lo tanto, todos los regímenes, incluso los más tiránicos, recurren a posar como el indispensable protector de la gente contra una variedad de peligros para la vida, la salud y el bienestar económico.
Por supuesto, la gente no siempre es asustada de manera pareja, y por lo tanto la magnitud de los que se someterán a los abusos de su gobierno varía. Inmediatamente tras el 11/09, por ejemplo, casi todos los estadounidenses se encontraban extremadamente temerosos de nuevos actos terroristas como los acaecidos en Nueva York y Washington. Circularon rumores de toda clase de amenazas, relacionados con maletines nucleares, gases venenosos, materiales tóxicos, patógenos mortales, etc. Para el gobierno, esta situación fue un regalo del cielo debido a que disminuyó enormemente la dificultad de hacer aprobar la Ley PATRIOTA de los EE.UU., nacionalizar a la industria de la seguridad aeroportuaria, elevar la tasa del gasto federal, incrementar la deuda nacional y adoptar muchas otras medidas que fueron tomadas con premura mientras la gente todavía seguía conmocionada por los horripilantes acontecimientos y no estaba inclinada a poner en duda la sabiduría de las acciones que se estaban tomando en nombre del mejoramiento de su seguridad.
No obstante, poco después del 11/09, el temor del público comenzó a menguar, como siempre lo hace tras una crisis a menos que sea reforzada. Entonces, a mediados de 2002, el presidente y sus principales subordinados montaron una extenuante campaña para promover nuevos temores a fin de ganar apoyo para el planeado ataque contra Irak. Este alarmismo incluía una supuesta capacidad iraquí de emplear directamente las denominadas armas de destrucción masiva o suminístraselas a los terroristas. La campaña de la administración hizo un uso reiterado de las imágenes del hongo atómico, explotando el temor profundamente arraigado del estadounidense común a todo lo que es nuclear. A pesar del éxito sustancial del gobierno en estos esfuerzos, el entusiasmo de la gente en favor de la guerra que comenzó en marzo de 2003, el cual era muy alto al comienzo, comenzó a evaporarse pronto tras la invasión, y ha disminuido casi sin pausa desde entonces. Por ahora, por supuesto, tanto la guerra como el presidente que la inició se han vuelto extremadamente impopulares.
Recientemente, en un intento por obstaculizar a sus crecientemente vociferantes críticos partidarios, el presidente ha estado procurando nuevamente vincular a la guerra en Irak con al Qaeda y el 11/09. Según la la gacetilla de la Casa Blanca emitida con relación al discurso de Bush en Charleston, «Los terroristas de al Qaeda que enfrentamos en Irak son parte del mismo enemigo que atacó a los Estados Unidos el 11/09, y todavía intentan atacarnos en el país». Bien, no exactamente. La agrupación conocida como al Qaeda en Irak no existía antes de la invasión estadounidense de ese país en 2003, y diversos expertos en terrorismo―no simplemente los enemigos políticos del presidente―concuerdan en que la invasión y ocupación ha generado muchos más terroristas islámicos en todo el mundo que los que existían con anterioridad. Tal como Michael Ware de la CNN, basado en Bagdad, lo señala, «Nos hace preguntarnos por qué el presidente está haciendo hincapié en este punto en el país [que al Qaeda en Irak posee vínculos con el grupo más extenso liderado por Osama bin Laden] cuando pasa por alto el hecho de que esta guerra está creando más jihadistas de al Qaeda en vez de reducir su número».
No obstante, uno ya no precisa cuestionarse más, dado que los motivos del presidente para jugar la carta del temor en esta última oportunidad, invocando reiteradamente a al Qaeda, son obviamente los mismos que en muchas otras ocasiones anteriores cuando la jugaba. Los discursos del presidente reciben más atención de los medios noticiosos que las opiniones de cualquier otra persona. Incluso si todos los expertos en terrorismo sobre la tierra consideran a las declaraciones del presidente como engañosas, mucha gente nunca se verá expuesta a esa opinión disidente―la atención que el estadounidense medio le presta a las finas cuestiones de los asuntos externos es muy breve en cualquier acontecimiento―y por lo tanto los relatos de terror del presidente siempre producirán hasta cierto punto el efecto que desea, al menos en el corto plazo. De otro modo, hace mucho que hubiese abandonado esta táctica política.
Sin embargo, la gran mayoría de los estadounidenses, aprendió hace mucho a no prestar atención a las asustadizas declaraciones del presidente. Para ellos estas declaraciones no tienen más efecto que el vigésimo quinto alarido en una película de terror clase B.
Traducido por Gabriel Gasave
El Presidente está tratando de asustarnos
El Presidente George W. Bush está tratando de asustarnos. El 24 de julio, en la Base Aérea de Charleston, mencionó a al Qaeda 93 veces en un discurso de 29 minutos. Para casi todos los estadounidenses, la mención de al Qaeda trae a la mente las aterradoras imágenes de las torres del World Trade Center impactando contra el suelo. Nada nos recuerda de manera más urgente la amenaza que los terroristas plantean para nuestras vidas, incluso aquí en los Estados Unidos. Los redactores del discurso del presidente no son tontos; no escribirían tales párrafos para su jefe a menos que supiesen que deseaba asustarnos. Por lo tanto la intención es transparente.
Pero, ¿por qué desea asustarnos el presidente? ¿Hacerlo le resultará útil para algún propósito?
En verdad, no importa cuánto pueda asustarnos la retórica del presidente, el pueblo estadounidense en general no puede hacer nada provechoso para disuadir al terrorismo de los agentes de al Qaeda. ¿Qué se supone que hagamos? Sean vigilantes, nos dicen siempre las autoridades de la seguridad interior. Sin embargo, no nos brindan ninguna pauta útil respecto de qué debemos ser vigilantes. ¿Deberíamos vigilar a quienes actúen de modo sospechoso? Ese es un grupo enorme, heterogéneo y casi por completo inocuo. ¿Deberíamos mantener nuestros ojos atentos solamente respecto de quienes actúen sospechosamente y luzcan como árabes? Eso, también, incluye a un vasto número de personas, muchas de las cuales no son siquiera árabes y mucho menos terroristas. Además, un individuo o una acción que luce sospechosa a los ojos de una persona, se ve normal a los ojos de otra. Los informes públicos de personas sospechosas son proclives a presentar miles de falsos positivos por cada terrorista potencial genuino y de ese modo sumergen a las autoridades en una inundación de información carente de valor, iniciando un multitud de investigaciones infructuosas y distrayendo la atención de cualquier terrorista verdadero que pudiese estar en marcha.
En verdad, estar asustados no nos hace para nada bien en este caso, y los consejeros de Bush, en virtud de que no son zopencos, deben saber perfectamente que eso no nos beneficia en absoluto. Pero esperan que eso beneficie en algo a la administración, lo cual explica porqué el presidente y sus lugartenientes siguen tratando de asustarnos acerca de la supuesta amenaza de terrorismo aquí en los Estados Unidos, tal como lo han hecho desde el 11/09 con casi la regularidad del sonido de un tambor.
Al hablar de la política del temor, algunos comentaristas hablan como sí pensaran que la administración Bush fuese inusual al emplear la retórica del hombre de la bolsa y las políticas relacionadas, pero no lo es. Todos los gobiernos reposan directa o indirectamente en el cultivo del temor a fin de apuntalar su mandato. Sí la gente no estuviese asustada, ya sea del propio gobierno o de alguna amenaza de la cual el gobierno pretende protegerla, no se sometería a ser desplumada y amedrentada como lo es por parte de sus gobernantes, y el gobierno colapsaría. No obstante, las amenazas gubernamentales directas contra el pueblo por lo general demuestran ser medios de control ineficaces, y por lo tanto, todos los regímenes, incluso los más tiránicos, recurren a posar como el indispensable protector de la gente contra una variedad de peligros para la vida, la salud y el bienestar económico.
Por supuesto, la gente no siempre es asustada de manera pareja, y por lo tanto la magnitud de los que se someterán a los abusos de su gobierno varía. Inmediatamente tras el 11/09, por ejemplo, casi todos los estadounidenses se encontraban extremadamente temerosos de nuevos actos terroristas como los acaecidos en Nueva York y Washington. Circularon rumores de toda clase de amenazas, relacionados con maletines nucleares, gases venenosos, materiales tóxicos, patógenos mortales, etc. Para el gobierno, esta situación fue un regalo del cielo debido a que disminuyó enormemente la dificultad de hacer aprobar la Ley PATRIOTA de los EE.UU., nacionalizar a la industria de la seguridad aeroportuaria, elevar la tasa del gasto federal, incrementar la deuda nacional y adoptar muchas otras medidas que fueron tomadas con premura mientras la gente todavía seguía conmocionada por los horripilantes acontecimientos y no estaba inclinada a poner en duda la sabiduría de las acciones que se estaban tomando en nombre del mejoramiento de su seguridad.
No obstante, poco después del 11/09, el temor del público comenzó a menguar, como siempre lo hace tras una crisis a menos que sea reforzada. Entonces, a mediados de 2002, el presidente y sus principales subordinados montaron una extenuante campaña para promover nuevos temores a fin de ganar apoyo para el planeado ataque contra Irak. Este alarmismo incluía una supuesta capacidad iraquí de emplear directamente las denominadas armas de destrucción masiva o suminístraselas a los terroristas. La campaña de la administración hizo un uso reiterado de las imágenes del hongo atómico, explotando el temor profundamente arraigado del estadounidense común a todo lo que es nuclear. A pesar del éxito sustancial del gobierno en estos esfuerzos, el entusiasmo de la gente en favor de la guerra que comenzó en marzo de 2003, el cual era muy alto al comienzo, comenzó a evaporarse pronto tras la invasión, y ha disminuido casi sin pausa desde entonces. Por ahora, por supuesto, tanto la guerra como el presidente que la inició se han vuelto extremadamente impopulares.
Recientemente, en un intento por obstaculizar a sus crecientemente vociferantes críticos partidarios, el presidente ha estado procurando nuevamente vincular a la guerra en Irak con al Qaeda y el 11/09. Según la la gacetilla de la Casa Blanca emitida con relación al discurso de Bush en Charleston, «Los terroristas de al Qaeda que enfrentamos en Irak son parte del mismo enemigo que atacó a los Estados Unidos el 11/09, y todavía intentan atacarnos en el país». Bien, no exactamente. La agrupación conocida como al Qaeda en Irak no existía antes de la invasión estadounidense de ese país en 2003, y diversos expertos en terrorismo―no simplemente los enemigos políticos del presidente―concuerdan en que la invasión y ocupación ha generado muchos más terroristas islámicos en todo el mundo que los que existían con anterioridad. Tal como Michael Ware de la CNN, basado en Bagdad, lo señala, «Nos hace preguntarnos por qué el presidente está haciendo hincapié en este punto en el país [que al Qaeda en Irak posee vínculos con el grupo más extenso liderado por Osama bin Laden] cuando pasa por alto el hecho de que esta guerra está creando más jihadistas de al Qaeda en vez de reducir su número».
No obstante, uno ya no precisa cuestionarse más, dado que los motivos del presidente para jugar la carta del temor en esta última oportunidad, invocando reiteradamente a al Qaeda, son obviamente los mismos que en muchas otras ocasiones anteriores cuando la jugaba. Los discursos del presidente reciben más atención de los medios noticiosos que las opiniones de cualquier otra persona. Incluso si todos los expertos en terrorismo sobre la tierra consideran a las declaraciones del presidente como engañosas, mucha gente nunca se verá expuesta a esa opinión disidente―la atención que el estadounidense medio le presta a las finas cuestiones de los asuntos externos es muy breve en cualquier acontecimiento―y por lo tanto los relatos de terror del presidente siempre producirán hasta cierto punto el efecto que desea, al menos en el corto plazo. De otro modo, hace mucho que hubiese abandonado esta táctica política.
Sin embargo, la gran mayoría de los estadounidenses, aprendió hace mucho a no prestar atención a las asustadizas declaraciones del presidente. Para ellos estas declaraciones no tienen más efecto que el vigésimo quinto alarido en una película de terror clase B.
Traducido por Gabriel Gasave
Defensa y política exteriorTerrorismo y seguridad nacional
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