Los responsables de la política y expertos estadounidenses siguen tratando a la energía como un “commodity estratégico”, lo que es tan sólo una manera de justificar la ineficiente intromisión gubernamental en ese sector de la industria. Antes de la crisis petrolera de 1973 en el Medio Oriente, el gobierno federal trató de mantener altos los precios del petróleo a fin de subsidiar a la industria petrolera. Desde que los árabes le arrebataron el control de sus recursos petrolíferos al cártel petrolero internacional dominado por los Estados Unidos y formaron su propio cartel a imitación de aquel, el gobierno estadounidense ha denunciado los altos precios del petróleo y gastado cientos de miles de millones de dólares del dinero de los contribuyentes para “proteger” a Arabia Saudita y otros productores de Oriente Medio a cambio de sus esfuerzos por contener los precios del petróleo.
Sin embargo, en la actualidad rumores de que el gobierno tome medidas para mantener elevados los precios de la energía se encuentran nuevamente dando vueltas. Thomas Friedman, el decano de los expertos que abogan por un neo-mercantilismo protegido militarmente al tiempo que presiona a favor del proteccionismo energético, defiende un precio mínimo establecido por el gobierno para cualquier barril de petróleo o galón de gasolina vendido o importado en los Estados Unidos, gravando cualquier cuantía por debajo de ese nivel. Sostiene que un mayor precio del petróleo “beneficia a los Estados Unidos en la medida en que nos convertimos rápidamente en un mayor productor de petróleo”. Y concluye, “A medida que nuestros productores tengan éxito, nos tornaremos cada vez más autosuficientes en materia energética, conservaremos muchos más dólares en el país para nuestro Tesoro, estimularemos la innovación en energías renovables, y haremos bajar el precio del petróleo mundial que es la única fuente que sostiene a Irán y otros petro-dictadores”.
Friedman propicia la intervención del gobierno a efectos de imponer un piso al precio del petróleo en virtud de que el aumento de la producción petrolera de los pozos en alta mar y las fuentes no convencionales, así como los descubrimientos de gas natural en todo el territorio estadounidense, han convertido nuevamente a los Estados Unidos en un importante productor de petróleo y gas. También, predijo un menor consumo interno de petróleo debido a las subvenciones de George W. Bush al etanol—al establecer cantidades fijas de los biocombustibles que deben ser utilizados en la gasolina—y los niveles más altos de eficiencia de combustible recientemente comprometidos por la industria automotriz llevan a Friedman a prever la exportación de más crudo estadounidense. Así, Friedman implica que los Estados Unidos deberían unirse a la tarea de la OPEP y otros países exportadores de petróleo para mantener altos los precios.
Sin embargo, cuando Friedman afirma que un mayor precio del petróleo “beneficia a los Estados Unidos”, en realidad quiere decir a la industria petrolera estadounidense. Un piso a los precios del petróleo y más impuestos sobre el petróleo ciertamente no ayudan a los consumidores de petróleo—es decir, a la gran mayoría de los estadounidenses.
Friedman ha sido siempre un vociferante defensor de la “independencia energética”. Señala con regocijo que con todo esta nueva producción estadounidense de gas y petróleo y el consiguiente aumento de la independencia energética, la producción nacional representó el 81 por ciento de la demanda de energía de los EE.UU. durante los 10 primeros meses de 2011. En mi nuevo libro, No War for Oil: U.S. Dependency and the Middle East, refuto la necesidad de siquiera preocuparnos por la dependencia estadounidense de la energía importada y destaco que si los estadounidenses desean la independencia energética, que tendrán que pagar un dineral por ella. Este principio queda demostrado por la defensa de Friedman de un precio mínimo para subsidiar la producción nacional de petróleo.
Ese precio mínimo y el impuesto, que reducirán ineficientemente las importaciones estadounidenses de petróleo, sólo harán descender el precio mundial del petróleo si el exceso de oferta del “petróleo de los petro-dictadores” no fuera absorbido por las crecientes importaciones de petróleo de las rugientes economías del mundo en desarrollo, incluyendo China e India.
Además, aunque algunos países que producen petróleo son dictaduras, varios no lo son—por ejemplo, México, Canadá, Gran Bretaña, Noruega y Brasil. Incluso la mayor parte de las dictaduras productoras de petróleo no brindan apoyo al terrorismo anti-estadounidense. En otras palabras, el habitualmente pregonado vinculo entre las ganancias petroleras y el terrorismo es una patraña.
El proteccionismo y el neo-mercantilismo, la subvención gubernamental de ciertas empresas privadas a expensas de los consumidores, son tan ineficientes en materia energética como lo son respecto de otros productos y «commodities”. Un subsidio encubierto para las empresas petroleras estadounidenses y los países extranjeros productores de petróleo que mi libro expone son los cientos de miles de millones de dólares que se gastan para “defender” los intereses petroleros estadounidenses en el exterior. Aun si acontecen guerras en el Medio Oriente, el petróleo es un producto básico valioso, y su exportación genera ganancias sustanciales. Por lo tanto, el petróleo a menudo es exportado en derredor y a veces, como en el ejemplo de la guerra Irán-Irak en la década de 1980, a lo largo de las guerras. La protección contra la rara interrupción del suministro de petróleo mediante el estacionamiento de vastas fuerzas militares de los Estados Unidos, cuyos gastos no son contingentes, en el Oriente Medio y otros lugares es innecesario para evitar los impactos del precio del petróleo sobre las economías desarrolladas, las cuales han demostrado ser resistentes a ellos. Incluso los proteccionistas y neo-mercantilistas petrolíferos, como Friedman, aparentemente no dan mucho crédito a la teoría de que los precios del petróleo altos perjudican a las economías desarrolladas. De hecho, suelen apoyar las guerras en el Medio Oriente y las sanciones económicas contra naciones productoras de petróleo—por ejemplo, contra el Irak de Saddam y en la actualidad contra Irán—que artificialmente impulsan el alza de los precios del petróleo.
De hecho, el estacionamiento de fuerzas estadounidenses en todo el Medio Oriente puede que se haga menos por razones económicas y más por razones imperiales. La razón puede ser menos la de proteger a los estadounidenses y las economías aliadas del perjuicio de un alza inducida del precio del petróleo, la cual es poco probable, y más para controlar los suministros de petróleo hacia los grandes países importadores, como China, India, Japón, Corea del Sur y Europa. Pero como explicaron los economistas de los siglos 18 y 19, el imperio no se justifica financieramente.
Traducido por Gabriel Gasave
El proteccionismo energético no es buena política
Los responsables de la política y expertos estadounidenses siguen tratando a la energía como un “commodity estratégico”, lo que es tan sólo una manera de justificar la ineficiente intromisión gubernamental en ese sector de la industria. Antes de la crisis petrolera de 1973 en el Medio Oriente, el gobierno federal trató de mantener altos los precios del petróleo a fin de subsidiar a la industria petrolera. Desde que los árabes le arrebataron el control de sus recursos petrolíferos al cártel petrolero internacional dominado por los Estados Unidos y formaron su propio cartel a imitación de aquel, el gobierno estadounidense ha denunciado los altos precios del petróleo y gastado cientos de miles de millones de dólares del dinero de los contribuyentes para “proteger” a Arabia Saudita y otros productores de Oriente Medio a cambio de sus esfuerzos por contener los precios del petróleo.
Sin embargo, en la actualidad rumores de que el gobierno tome medidas para mantener elevados los precios de la energía se encuentran nuevamente dando vueltas. Thomas Friedman, el decano de los expertos que abogan por un neo-mercantilismo protegido militarmente al tiempo que presiona a favor del proteccionismo energético, defiende un precio mínimo establecido por el gobierno para cualquier barril de petróleo o galón de gasolina vendido o importado en los Estados Unidos, gravando cualquier cuantía por debajo de ese nivel. Sostiene que un mayor precio del petróleo “beneficia a los Estados Unidos en la medida en que nos convertimos rápidamente en un mayor productor de petróleo”. Y concluye, “A medida que nuestros productores tengan éxito, nos tornaremos cada vez más autosuficientes en materia energética, conservaremos muchos más dólares en el país para nuestro Tesoro, estimularemos la innovación en energías renovables, y haremos bajar el precio del petróleo mundial que es la única fuente que sostiene a Irán y otros petro-dictadores”.
Friedman propicia la intervención del gobierno a efectos de imponer un piso al precio del petróleo en virtud de que el aumento de la producción petrolera de los pozos en alta mar y las fuentes no convencionales, así como los descubrimientos de gas natural en todo el territorio estadounidense, han convertido nuevamente a los Estados Unidos en un importante productor de petróleo y gas. También, predijo un menor consumo interno de petróleo debido a las subvenciones de George W. Bush al etanol—al establecer cantidades fijas de los biocombustibles que deben ser utilizados en la gasolina—y los niveles más altos de eficiencia de combustible recientemente comprometidos por la industria automotriz llevan a Friedman a prever la exportación de más crudo estadounidense. Así, Friedman implica que los Estados Unidos deberían unirse a la tarea de la OPEP y otros países exportadores de petróleo para mantener altos los precios.
Sin embargo, cuando Friedman afirma que un mayor precio del petróleo “beneficia a los Estados Unidos”, en realidad quiere decir a la industria petrolera estadounidense. Un piso a los precios del petróleo y más impuestos sobre el petróleo ciertamente no ayudan a los consumidores de petróleo—es decir, a la gran mayoría de los estadounidenses.
Friedman ha sido siempre un vociferante defensor de la “independencia energética”. Señala con regocijo que con todo esta nueva producción estadounidense de gas y petróleo y el consiguiente aumento de la independencia energética, la producción nacional representó el 81 por ciento de la demanda de energía de los EE.UU. durante los 10 primeros meses de 2011. En mi nuevo libro, No War for Oil: U.S. Dependency and the Middle East, refuto la necesidad de siquiera preocuparnos por la dependencia estadounidense de la energía importada y destaco que si los estadounidenses desean la independencia energética, que tendrán que pagar un dineral por ella. Este principio queda demostrado por la defensa de Friedman de un precio mínimo para subsidiar la producción nacional de petróleo.
Ese precio mínimo y el impuesto, que reducirán ineficientemente las importaciones estadounidenses de petróleo, sólo harán descender el precio mundial del petróleo si el exceso de oferta del “petróleo de los petro-dictadores” no fuera absorbido por las crecientes importaciones de petróleo de las rugientes economías del mundo en desarrollo, incluyendo China e India.
Además, aunque algunos países que producen petróleo son dictaduras, varios no lo son—por ejemplo, México, Canadá, Gran Bretaña, Noruega y Brasil. Incluso la mayor parte de las dictaduras productoras de petróleo no brindan apoyo al terrorismo anti-estadounidense. En otras palabras, el habitualmente pregonado vinculo entre las ganancias petroleras y el terrorismo es una patraña.
El proteccionismo y el neo-mercantilismo, la subvención gubernamental de ciertas empresas privadas a expensas de los consumidores, son tan ineficientes en materia energética como lo son respecto de otros productos y «commodities”. Un subsidio encubierto para las empresas petroleras estadounidenses y los países extranjeros productores de petróleo que mi libro expone son los cientos de miles de millones de dólares que se gastan para “defender” los intereses petroleros estadounidenses en el exterior. Aun si acontecen guerras en el Medio Oriente, el petróleo es un producto básico valioso, y su exportación genera ganancias sustanciales. Por lo tanto, el petróleo a menudo es exportado en derredor y a veces, como en el ejemplo de la guerra Irán-Irak en la década de 1980, a lo largo de las guerras. La protección contra la rara interrupción del suministro de petróleo mediante el estacionamiento de vastas fuerzas militares de los Estados Unidos, cuyos gastos no son contingentes, en el Oriente Medio y otros lugares es innecesario para evitar los impactos del precio del petróleo sobre las economías desarrolladas, las cuales han demostrado ser resistentes a ellos. Incluso los proteccionistas y neo-mercantilistas petrolíferos, como Friedman, aparentemente no dan mucho crédito a la teoría de que los precios del petróleo altos perjudican a las economías desarrolladas. De hecho, suelen apoyar las guerras en el Medio Oriente y las sanciones económicas contra naciones productoras de petróleo—por ejemplo, contra el Irak de Saddam y en la actualidad contra Irán—que artificialmente impulsan el alza de los precios del petróleo.
De hecho, el estacionamiento de fuerzas estadounidenses en todo el Medio Oriente puede que se haga menos por razones económicas y más por razones imperiales. La razón puede ser menos la de proteger a los estadounidenses y las economías aliadas del perjuicio de un alza inducida del precio del petróleo, la cual es poco probable, y más para controlar los suministros de petróleo hacia los grandes países importadores, como China, India, Japón, Corea del Sur y Europa. Pero como explicaron los economistas de los siglos 18 y 19, el imperio no se justifica financieramente.
Traducido por Gabriel Gasave
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