Universidades de todo el país están realizando un esfuerzo tendiente a asegurar que los productos que lleven su nombre, no sean confeccionados en las llamadas fábricas de explotación. Los sindicatos estadounidenses, tales como el UNITE (sigla en inglés para Union of Needletrades, Textiles and Industrial Employees), el sindicato de los trabajadores del vestido, presionan políticamente a fin de imponer estándares laborales para los países del tercer mundo. Desafortunadamente, estos esfuerzos en verdad perjudican a los trabajadores pobres en las naciones del tercer mundo, en lugar de ayudarlos.
Un incidente típico en la cruzada contra las fábricas de explotación tuvo lugar durante una reciente campaña denominada “Semana del Sudor” realizada en la Washburn University. Liana Foxvog, líder de las SweatFree Communities, una organización nacional que se opone a las fábricas de explotación tercermundistas, felicitó a la universidad porque, afirmó, “existen agrupaciones estudiantiles y personal docente universitario interesados en que la indumentaria que la Washburn University adquiere, no esté confeccionada en fábricas de explotación.” Pero el hecho de abstenerse de comprar sus productos, es un apolítica que lesiona a los trabajadores.
Economistas de todo el espectro político, desde Paul Krugman a la izquierda hasta Walter Williams a la derecha, han defendido las fábricas de explotación. El razonamiento económico es franco. La gente elige aquello que hace a sus mejores intereses percibidos. Si los trabajadores escogen voluntariamente trabajar en un taller de explotación, sin ser forzados físicamente a ello, debe ser en razón de que esa es su mejor opción en comparación con otras alternativas aún peores.
Es indudable, que las fábricas de explotación ofrecen salarios odiosamente bajos y pobres condiciones laborales, según los estándares occidentales. No obstante ello, los economistas puntualizan que las alternativas a trabajar en un taller de explotación son a menudo mucho peores; muchas veces el escarbar en la basura, la prostitución, el delito, o aún la hambruna, constituyen las otras alternativas que enfrentan los trabajadores.
Nuestro reciente trabajo de investigación, “Sweatshops and Third World Living Standards: Are the Jobs Worth the Sweat?”, de próxima aparición en el Journal of Labor Research, fue el primer estudio económico que examinó de manera sistemática a los salarios de las fábricas de explotación y los comparó con los estándares de vida en los países donde las mismas existían. Examinamos a la industria del vestido en países acusados a menudo de albergar a talleres de explotación y luego observamos 43 acusaciones específicas de salarios en este tipo de fábricas en 11 países a través de Asia y de América Latina.
Nuestros hallazgos pueden parecer sorprendentes. Los talleres de explotación no solamente que eran superiores a las horribles alternativas que mencionan usualmente los economistas, sino que por lo general le ofrecían a sus trabajadores un estándar de vida mejor que el del promedio en estos países.
La industria de la indumentaria, la cual es usualmente la más acusada de contar con condiciones laborales no seguras y con pobres remuneraciones, paga en realidad relativamente bien en comparación con la pobreza en los países donde se sitúa. Mientras que más de la mitad de la población en la mayoría de las naciones que estudiamos, vivían con menos de 2 dólares al día, en el 90 por ciento de los países en donde se trabaja una jornada laboral de 10 horas dentro de la industria del vestido, un trabajador llegaría a vivir por encima, y a menudo muy por encima, de ese estándar. Por ejemplo, en Honduras, el sitio del famoso escándalo de la fábrica de explotación de Kathy Lee Gifford, el trabajador promedio en la industria del vestido gana $13,10 diarios, aunque el 44% de la población del país vive con menos de $2 por día.
En casos específicos, en los cuales las empresas han sido acusadas de pagar salarios propios de los talleres de explotación, aún encontramos que esos empleos pagan bien comparados con las alternativas. En nueve de los once países, los salarios de las fábricas de explotación informados, equivalen o exceden a los ingresos promedios del país en el cual se ubican, en algunos casos por un gran margen. En Camboya, Haití, Nicaragua, y Honduras, el salario promedio abonado por una firma acusada de constituir un taller de explotación, es más del doble del ingreso promedio en la economía de ese país.
Nuestros descubrimientos no deberían ser interpretados como queriendo decir que los puestos laborales que los trabajadores poseen en los talleres de explotación del tercer mundo sean ideales según los estándares estadounidenses. El punto es que los mismos se encuentran ubicados en países en desarrollo, en los cuales estos empleos están proporcionando salarios más elevados que los de otras actividades. Los activistas en contra de los talleres de explotación, que sostienen que debemos abstenernos de adquirir productos fabricados en los mismos, están perjudicando a los trabajadores al privarlos de algunos de los mejores empleos dentro de su economía.
La adquisición de productos confeccionados en las fábricas de explotación haría más por ayudar a los trabajadores del tercer mundo que las protestas universitarias. Los salarios son determinados por la productividad del trabajador y la siguiente mejor alternativa laboral. Al adquirir más productos fabricados en los talleres de explotación, creamos más demanda por ellos e incrementamos el número de fábricas en estas economías pobres. Eso le brinda a los trabajadores más empleos entre los cuales escoger, eleva la productividad y los salarios y eventualmente mejora las condiciones laborales. Este es el mismo proceso de desarrollo económico por el que atravesaron los Estados Unidos y es, en última instancia, la manera mediante la cual los trabajadores del tercer mundo aumentarán su estándar y su calidad de vida.
Traducido por Gabriel Gasave
El trabajo tercermundista en la industria de la indumentaria: ¿Sin sudor?
Universidades de todo el país están realizando un esfuerzo tendiente a asegurar que los productos que lleven su nombre, no sean confeccionados en las llamadas fábricas de explotación. Los sindicatos estadounidenses, tales como el UNITE (sigla en inglés para Union of Needletrades, Textiles and Industrial Employees), el sindicato de los trabajadores del vestido, presionan políticamente a fin de imponer estándares laborales para los países del tercer mundo. Desafortunadamente, estos esfuerzos en verdad perjudican a los trabajadores pobres en las naciones del tercer mundo, en lugar de ayudarlos.
Un incidente típico en la cruzada contra las fábricas de explotación tuvo lugar durante una reciente campaña denominada “Semana del Sudor” realizada en la Washburn University. Liana Foxvog, líder de las SweatFree Communities, una organización nacional que se opone a las fábricas de explotación tercermundistas, felicitó a la universidad porque, afirmó, “existen agrupaciones estudiantiles y personal docente universitario interesados en que la indumentaria que la Washburn University adquiere, no esté confeccionada en fábricas de explotación.” Pero el hecho de abstenerse de comprar sus productos, es un apolítica que lesiona a los trabajadores.
Economistas de todo el espectro político, desde Paul Krugman a la izquierda hasta Walter Williams a la derecha, han defendido las fábricas de explotación. El razonamiento económico es franco. La gente elige aquello que hace a sus mejores intereses percibidos. Si los trabajadores escogen voluntariamente trabajar en un taller de explotación, sin ser forzados físicamente a ello, debe ser en razón de que esa es su mejor opción en comparación con otras alternativas aún peores.
Es indudable, que las fábricas de explotación ofrecen salarios odiosamente bajos y pobres condiciones laborales, según los estándares occidentales. No obstante ello, los economistas puntualizan que las alternativas a trabajar en un taller de explotación son a menudo mucho peores; muchas veces el escarbar en la basura, la prostitución, el delito, o aún la hambruna, constituyen las otras alternativas que enfrentan los trabajadores.
Nuestro reciente trabajo de investigación, “Sweatshops and Third World Living Standards: Are the Jobs Worth the Sweat?”, de próxima aparición en el Journal of Labor Research, fue el primer estudio económico que examinó de manera sistemática a los salarios de las fábricas de explotación y los comparó con los estándares de vida en los países donde las mismas existían. Examinamos a la industria del vestido en países acusados a menudo de albergar a talleres de explotación y luego observamos 43 acusaciones específicas de salarios en este tipo de fábricas en 11 países a través de Asia y de América Latina.
Nuestros hallazgos pueden parecer sorprendentes. Los talleres de explotación no solamente que eran superiores a las horribles alternativas que mencionan usualmente los economistas, sino que por lo general le ofrecían a sus trabajadores un estándar de vida mejor que el del promedio en estos países.
La industria de la indumentaria, la cual es usualmente la más acusada de contar con condiciones laborales no seguras y con pobres remuneraciones, paga en realidad relativamente bien en comparación con la pobreza en los países donde se sitúa. Mientras que más de la mitad de la población en la mayoría de las naciones que estudiamos, vivían con menos de 2 dólares al día, en el 90 por ciento de los países en donde se trabaja una jornada laboral de 10 horas dentro de la industria del vestido, un trabajador llegaría a vivir por encima, y a menudo muy por encima, de ese estándar. Por ejemplo, en Honduras, el sitio del famoso escándalo de la fábrica de explotación de Kathy Lee Gifford, el trabajador promedio en la industria del vestido gana $13,10 diarios, aunque el 44% de la población del país vive con menos de $2 por día.
En casos específicos, en los cuales las empresas han sido acusadas de pagar salarios propios de los talleres de explotación, aún encontramos que esos empleos pagan bien comparados con las alternativas. En nueve de los once países, los salarios de las fábricas de explotación informados, equivalen o exceden a los ingresos promedios del país en el cual se ubican, en algunos casos por un gran margen. En Camboya, Haití, Nicaragua, y Honduras, el salario promedio abonado por una firma acusada de constituir un taller de explotación, es más del doble del ingreso promedio en la economía de ese país.
Nuestros descubrimientos no deberían ser interpretados como queriendo decir que los puestos laborales que los trabajadores poseen en los talleres de explotación del tercer mundo sean ideales según los estándares estadounidenses. El punto es que los mismos se encuentran ubicados en países en desarrollo, en los cuales estos empleos están proporcionando salarios más elevados que los de otras actividades. Los activistas en contra de los talleres de explotación, que sostienen que debemos abstenernos de adquirir productos fabricados en los mismos, están perjudicando a los trabajadores al privarlos de algunos de los mejores empleos dentro de su economía.
La adquisición de productos confeccionados en las fábricas de explotación haría más por ayudar a los trabajadores del tercer mundo que las protestas universitarias. Los salarios son determinados por la productividad del trabajador y la siguiente mejor alternativa laboral. Al adquirir más productos fabricados en los talleres de explotación, creamos más demanda por ellos e incrementamos el número de fábricas en estas economías pobres. Eso le brinda a los trabajadores más empleos entre los cuales escoger, eleva la productividad y los salarios y eventualmente mejora las condiciones laborales. Este es el mismo proceso de desarrollo económico por el que atravesaron los Estados Unidos y es, en última instancia, la manera mediante la cual los trabajadores del tercer mundo aumentarán su estándar y su calidad de vida.
Traducido por Gabriel Gasave
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