Empatía es un término que denota la sensiblera noción de conectarse con los sentimientos o la perspectiva de alguien. Es lo que hacen los psicoterapeutas y trabajadores sociales. Es obvio que ello no tiene cabida en el arduo mundo de la política exterior y seguridad nacional. ¿O lo sí la tiene?
En la historia mundial, los mejores generales son expertos en empatía. Saben que para obtener una ventaja, usted debe ponerse en los zapatos de su adversario, ver las cosas desde la perspectiva percibida y tratar de predecir lo que él o ella haría en especificas circunstancias.
¿Por qué entonces los Estados Unidos tienen dificultades para exteriorizar empatía? Probablemente se deba a que los Estados Unidos han sido la nación más poderosa del mundo desde 1945 y son la potencia militar más dominante en la historia mundial, tanto en términos absolutos como relativos respecto de sus contemporáneos. En otras palabras, los imperios no necesitan empatía. La empatía es para los flojos o, al menos, las naciones más pequeñas.
En realidad, una falta de empatía hacia los potenciales adversarios es tan peligrosa para una superpotencia como lo es para cualquier otro país. Los Estados Unidos lo descubrieron durante Vietnam, pero no parecen recordar muy bien esa lección. Los norvietnamitas y el Viet Cong eran superados en una relación de 5 a 1 solamente por los estadounidenses (excluidos los vietnamitas del sur), pero combatieron tenazmente porque luchaban para reunificar a su dividida nación. Estimaban que los Estados Unidos renegarían de una promesa implícita de celebrar elecciones en un Vietnam reunificado, en las que habría triunfado el comunista Ho Chi Minh. El presidente estadounidense Lyndon B. Johnson tuvo la vaga idea de que los dominós comunistas debían ser detenidos, temiendo que podría verse involucrado en un atolladero en el cual fuese imposible ganar, pero no obstante prosiguió con la guerra para evitar ser acusado por la derecha republicana de «perder Vietnam», tal como Harry Truman fue acusado de «perder China». Pero LBJ sólo remontó la guerra después de que su agenda interna sobre la Gran Sociedad había sido aprobada. (Cualquier paralelo con la situación actual de Barack Obama en Afganistán es pura coincidencia).
LBJ ha sido criticado por no permitir que las fuerzas armadas de los EE.UU. ganasen la guerra—en otras palabras, poniéndoles demasiadas restricciones a sus operaciones. Sin embargo la microgestión que hizo LBJ de los militares cobra más sentido cuando sus verdaderos objetivos son desenterrados. No creía que la guerra fuese ganable; simplemente deseaba ejercer presión militar sobre los norvietnamitas para obtener una solución negociada y quería evitar provocar una intervención militar de China, tal como ocurrió en el conflicto coreano. Donde LBJ se equivocó fue en la falta de empatía con la persistencia norvietnamita de deshacerse de los invasores foráneos y reunificar a su país. Ellos negociaron, pero no seriamente, y meramente aguardaron hasta que la opinión popular estadounidense se hartó de la guerra. (Cualquier similitud con la tenacidad de la resistencia del Talibán en Afganistán y su voluntad de esperar pacientemente a la ya tenue determinación estadounidense es algo fortuito).
Los Estados Unidos también han carecido de empatía con Irán. Irán es un país teocrático y autoritario (pero no por completo, como hemos visto recientemente). Su presidente realiza inquietantes declaraciones negando el Holocausto, pero no tiene realmente mucho que decir en materia de cuestiones atinentes a la seguridad nacional. Pero incluso los países autocráticos tienen legítimas inquietudes respecto de su seguridad. Irán habita en un vecindario difícil de naciones hostiles: los Estados árabes sunitas e Israel. Es por eso que cualquier revolución democrática en Irán probablemente no atenuará el deseo de Irán de contar con un programa nuclear. Por lo tanto, la política de los Estados Unidos de procurar negociar las capacidades nucleares de Irán carece de empatía y es ingenua. Y dado que los iraníes son bastante sofisticados en su política exterior y saben que Israel o los Estados Unidos podrían intentar un ataque militar contra sus instalaciones nucleares, probablemente han fortalecido o enterrado a muchas de ellas (si es que existen instalaciones secretas). Por lo tanto, la política de los Estados Unidos debería cambiar para lidiar con un Irán nuclear en lugar de tratar de impedir lo que es probablemente inevitable.
Por muchas de las mismas razones, es no realista y carente de empatía intentar negociar la innegable capacidad nuclear de Corea del Norte. La política de los Estados Unidos debería adoptar el mismo enfoque con ese reino ermitaño.
La falta de empatía estadounidense en Afganistán ha sido tapada. En Iraq, la falta de comprensión de parte de los EE.UU. de que las lealtades etno-sectarias siempre derrotaran a las de un Estado central artificial no ha mejorado con el cambio de administración estadounidense. Reconocer la partición existente y devolverles más poder a los gobiernos locales y regionales, antes que perpetuar a un gobierno central inviable, es probablemente la única manera de evitar una guerra civil masiva.
La más flagrante negación de la realidad de los EE.UU. se produjo durante la reciente guerra ruso-georgiana. El gobierno y los medios de comunicación estadounidenses se centraron en las «infames» intenciones del autocrático gobierno ruso de mantener la seguridad en su esfera de influencia (después de que 25 millones de rusos murieron en una invasión de una potencia extranjera en la Segunda Guerra Mundial, esto difícilmente sea una sorpresa) e ignoraron el bombardeo georgiano de una población de Osetia del Sur (lo que muchos podrían denominar un crimen de guerra) para iniciar la guerra.
Sin embargo, el peor y más peligroso caso de ausencia de empatía, ha sido la falta de introspección de los EE.UU. tras los atroces ataques del 11 de septiembre. En vez de leer los claros escritos de Osama bin Laden para recabar sus razones para el ataque, el público estadounidense, poniendo en peligro su futuro, simplemente compró la demagogia de George w. Bush de que los Estados Unidos fueron atacados porque eran un país económica y políticamente libre. El hecho de que bin Laden negara específicamente esta acusación fue algo que se perdió en el frenesí por hacer exactamente más de aquello que enloquecía a bin Laden en primer lugar—fuerzas estadounidenses invadiendo y ocupando suelo musulmán, y de ese modo empeorando las cosas al ayudar al reclutamiento de islamistas anti-EE.UU. en todo el mundo.
Hay dictaduras y terroristas notorios en el mundo, pero su amenaza a los Estados Unidos ha sido exagerada como una excusa para cumplir con las agendas de política exterior de ciertos políticos, burocracias o grupos de interés. En su lugar, los Estados Unidos deberían darse cuenta de que incluso estos malhechores temen por su seguridad y que no son hostiles con los Estados Unidos simplemente porque se trata de un país relativamente libre.
Traducido por Gabriel Gasave
Empatía por los adversarios
Empatía es un término que denota la sensiblera noción de conectarse con los sentimientos o la perspectiva de alguien. Es lo que hacen los psicoterapeutas y trabajadores sociales. Es obvio que ello no tiene cabida en el arduo mundo de la política exterior y seguridad nacional. ¿O lo sí la tiene?
En la historia mundial, los mejores generales son expertos en empatía. Saben que para obtener una ventaja, usted debe ponerse en los zapatos de su adversario, ver las cosas desde la perspectiva percibida y tratar de predecir lo que él o ella haría en especificas circunstancias.
¿Por qué entonces los Estados Unidos tienen dificultades para exteriorizar empatía? Probablemente se deba a que los Estados Unidos han sido la nación más poderosa del mundo desde 1945 y son la potencia militar más dominante en la historia mundial, tanto en términos absolutos como relativos respecto de sus contemporáneos. En otras palabras, los imperios no necesitan empatía. La empatía es para los flojos o, al menos, las naciones más pequeñas.
En realidad, una falta de empatía hacia los potenciales adversarios es tan peligrosa para una superpotencia como lo es para cualquier otro país. Los Estados Unidos lo descubrieron durante Vietnam, pero no parecen recordar muy bien esa lección. Los norvietnamitas y el Viet Cong eran superados en una relación de 5 a 1 solamente por los estadounidenses (excluidos los vietnamitas del sur), pero combatieron tenazmente porque luchaban para reunificar a su dividida nación. Estimaban que los Estados Unidos renegarían de una promesa implícita de celebrar elecciones en un Vietnam reunificado, en las que habría triunfado el comunista Ho Chi Minh. El presidente estadounidense Lyndon B. Johnson tuvo la vaga idea de que los dominós comunistas debían ser detenidos, temiendo que podría verse involucrado en un atolladero en el cual fuese imposible ganar, pero no obstante prosiguió con la guerra para evitar ser acusado por la derecha republicana de «perder Vietnam», tal como Harry Truman fue acusado de «perder China». Pero LBJ sólo remontó la guerra después de que su agenda interna sobre la Gran Sociedad había sido aprobada. (Cualquier paralelo con la situación actual de Barack Obama en Afganistán es pura coincidencia).
LBJ ha sido criticado por no permitir que las fuerzas armadas de los EE.UU. ganasen la guerra—en otras palabras, poniéndoles demasiadas restricciones a sus operaciones. Sin embargo la microgestión que hizo LBJ de los militares cobra más sentido cuando sus verdaderos objetivos son desenterrados. No creía que la guerra fuese ganable; simplemente deseaba ejercer presión militar sobre los norvietnamitas para obtener una solución negociada y quería evitar provocar una intervención militar de China, tal como ocurrió en el conflicto coreano. Donde LBJ se equivocó fue en la falta de empatía con la persistencia norvietnamita de deshacerse de los invasores foráneos y reunificar a su país. Ellos negociaron, pero no seriamente, y meramente aguardaron hasta que la opinión popular estadounidense se hartó de la guerra. (Cualquier similitud con la tenacidad de la resistencia del Talibán en Afganistán y su voluntad de esperar pacientemente a la ya tenue determinación estadounidense es algo fortuito).
Los Estados Unidos también han carecido de empatía con Irán. Irán es un país teocrático y autoritario (pero no por completo, como hemos visto recientemente). Su presidente realiza inquietantes declaraciones negando el Holocausto, pero no tiene realmente mucho que decir en materia de cuestiones atinentes a la seguridad nacional. Pero incluso los países autocráticos tienen legítimas inquietudes respecto de su seguridad. Irán habita en un vecindario difícil de naciones hostiles: los Estados árabes sunitas e Israel. Es por eso que cualquier revolución democrática en Irán probablemente no atenuará el deseo de Irán de contar con un programa nuclear. Por lo tanto, la política de los Estados Unidos de procurar negociar las capacidades nucleares de Irán carece de empatía y es ingenua. Y dado que los iraníes son bastante sofisticados en su política exterior y saben que Israel o los Estados Unidos podrían intentar un ataque militar contra sus instalaciones nucleares, probablemente han fortalecido o enterrado a muchas de ellas (si es que existen instalaciones secretas). Por lo tanto, la política de los Estados Unidos debería cambiar para lidiar con un Irán nuclear en lugar de tratar de impedir lo que es probablemente inevitable.
Por muchas de las mismas razones, es no realista y carente de empatía intentar negociar la innegable capacidad nuclear de Corea del Norte. La política de los Estados Unidos debería adoptar el mismo enfoque con ese reino ermitaño.
La falta de empatía estadounidense en Afganistán ha sido tapada. En Iraq, la falta de comprensión de parte de los EE.UU. de que las lealtades etno-sectarias siempre derrotaran a las de un Estado central artificial no ha mejorado con el cambio de administración estadounidense. Reconocer la partición existente y devolverles más poder a los gobiernos locales y regionales, antes que perpetuar a un gobierno central inviable, es probablemente la única manera de evitar una guerra civil masiva.
La más flagrante negación de la realidad de los EE.UU. se produjo durante la reciente guerra ruso-georgiana. El gobierno y los medios de comunicación estadounidenses se centraron en las «infames» intenciones del autocrático gobierno ruso de mantener la seguridad en su esfera de influencia (después de que 25 millones de rusos murieron en una invasión de una potencia extranjera en la Segunda Guerra Mundial, esto difícilmente sea una sorpresa) e ignoraron el bombardeo georgiano de una población de Osetia del Sur (lo que muchos podrían denominar un crimen de guerra) para iniciar la guerra.
Sin embargo, el peor y más peligroso caso de ausencia de empatía, ha sido la falta de introspección de los EE.UU. tras los atroces ataques del 11 de septiembre. En vez de leer los claros escritos de Osama bin Laden para recabar sus razones para el ataque, el público estadounidense, poniendo en peligro su futuro, simplemente compró la demagogia de George w. Bush de que los Estados Unidos fueron atacados porque eran un país económica y políticamente libre. El hecho de que bin Laden negara específicamente esta acusación fue algo que se perdió en el frenesí por hacer exactamente más de aquello que enloquecía a bin Laden en primer lugar—fuerzas estadounidenses invadiendo y ocupando suelo musulmán, y de ese modo empeorando las cosas al ayudar al reclutamiento de islamistas anti-EE.UU. en todo el mundo.
Hay dictaduras y terroristas notorios en el mundo, pero su amenaza a los Estados Unidos ha sido exagerada como una excusa para cumplir con las agendas de política exterior de ciertos políticos, burocracias o grupos de interés. En su lugar, los Estados Unidos deberían darse cuenta de que incluso estos malhechores temen por su seguridad y que no son hostiles con los Estados Unidos simplemente porque se trata de un país relativamente libre.
Traducido por Gabriel Gasave
Defensa y política exteriorDerecho y libertadLibertades civiles y derechos humanosTerrorismo y seguridad nacional
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