La Foundation for Individual Rights in Education (Fundación para los Derechos Individuales en la Educación) recientemente designó a la Stanford University como la peor institución de educación superior para la libertad de expresión en los Estados Unidos. Tristemente, este problema es apenas uno de los muchos que se encuentran erosionando la vida estudiantil en Stanford. En los últimos años, la activista administración de Stanford ha procurado transformar radicalmente casi todos los elementos de la vida estudiantil. La Oficina de Asuntos Estudiantiles, que contaba con menos de 50 empleados hace apenas tres décadas, emplea actualmente a más de 400 administradores que controlan meticulosamente a los estudiantes e infantilizan a los adultos que pagan por una educación en Stanford.
El actual ataque contra los estudiantes adultos se inició hace seis años con la adopción de lo que eufemísticamente se denominó los «Estándares de Excelencia» de Stanford. Con estos estándares llegaron los contratos sociales y los acuerdos de rendimiento que hoy se aplican a casi todas las organizaciones de Stanford. La falta de rendimiento puede ser evaluada y penalizada. Los «estudiantes clientes» de Stanford se han transformado en algo más parecido a marionetas.
La última novedad es un programa llamado ResX. Cada nuevo estudiante es asignado de manera obligatoria por la universidad durante su primer año a un «vecindario» al cual los estudiantes deben permanecer afiliados durante toda su carrera universitaria. Este acto de «volver a imaginar» la vida estudiantil determina actualmente -cuando los estudiantes viven en el campus- dónde comen, duermen y sociabilizan. De este modo, los administradores están planificando de manera centralizada lo que ellos estiman son culturas residenciales aceptables.
Desde las residencias de temática étnica para la «diáspora negra» y los estudiantes «chicanes/latinos» hasta los edificios de apartamentos que promueven «lo IDEAL (Inclusión, Diversidad, Equidad y Acceso en una Comunidad de Aprendizaje)», los estudiantes son clasificados por atributos singulares y protegidos de aquellos que lucen diferente y piensan distinto. No hace mucho tiempo, los progresistas habrían llamado «segregación» a este aislamiento y discriminación aprobados por la universidad.
Pero la vida residencial es tan sólo una de las áreas en las que los administradores de Stanford le han arrebatado la adultez a los estudiantes. Los administradores pretenden también dirigir su vida social.
En 2021, impusieron normas más estrictas sobre las actividades de los estudiantes fuera de las aulas. Ahora exigen que los estudiantes registren cualquier fiesta que organicen a la vez que prohíben las reuniones durante las «semanas de la muerte» que preceden a los exámenes finales. Los funcionarios han prohibido las bebidas alcohólicas de alta graduación y han convertido los juegos de beber en una infracción punible. Incluso los estudiantes mayores de 21 años deben cumplir estas restricciones.
Estas medidas son exageradas e incluso contraproducentes. Han suscitado una condena generalizada por parte de los estudiantes, incluida una iniciativa de salud y seguridad liderada por estudiantes que proporciona bocadillos y agua en las fiestas y acompaña a los estudiantes hasta su casa los fines de semana. Estos estudiantes afirman que los cambios en las normas han estimulado un incremento de las borracheras.
Este año, los administradores de Stanford establecieron nuevas políticas que exigen que las fraternidades y hermandades presionen para permanecer en sus casas en el campus después de tres años. Y las organizaciones que deseen regresar tras un paréntesis se enfrentan a grandes retos. Dado que Stanford exige a los estudiantes de primer año que vivan en los alojamientos universitarios, sólo quedan tres años en los que los estudiantes pueden elegir. A los miembros de las fraternidades se les prohíbe arbitrariamente ahora vivir más de dos de esos años en su fraternidad, lo que obliga a las organizaciones a apresurarse a conseguir un 50% más de miembros.
Stanford dedica recursos a diversas causas, actividades y organizaciones estudiantiles, pero encuentra pocos motivos para fortalecer la vida en las fraternidades. Sin embargo, numerosos estudios demuestran que los estudiantes que se unen a esas organizaciones se gradúan más a tiempo, están más comprometidos en clase, y son más proclives a participar en pasantías y proyectos de investigación generados por el cuerpo docente, mantienen niveles más altos de salud mental y se encuentran más propensos a tener interacciones y discusiones con personas diferentes a ellos.
Stanford matricula a jóvenes que pasaron gran parte de su juventud sacrificándose para lograr ser admitidos. Pero hoy en día, les dice a los estudiantes adultos dónde deben vivir, cómo pueden socializar y con quién pueden relacionarse. A estos estudiantes, que por fin se embarcan en la vida adulta y en un futuro que pueden diseñar por sí mismos, no les han dejado otra opción más que la de cumplir unas normas estrictas que no mejoran su educación ni los preparan para la vida después de la universidad.
Bochornosamente, el lema de Stanford es: «Soplan vientos de libertad». Sin embargo, Stanford, como tantas instituciones educativas de élite, ha pasado del estudio de las ideas sociales y las prácticas de comportamiento a poner en marcha experimentos utópicos coercitivos en el campus.
Traducido por Gabriel Gasave
En Stanford, la nueva ciencia aplicada es la ingeniería social
La Foundation for Individual Rights in Education (Fundación para los Derechos Individuales en la Educación) recientemente designó a la Stanford University como la peor institución de educación superior para la libertad de expresión en los Estados Unidos. Tristemente, este problema es apenas uno de los muchos que se encuentran erosionando la vida estudiantil en Stanford. En los últimos años, la activista administración de Stanford ha procurado transformar radicalmente casi todos los elementos de la vida estudiantil. La Oficina de Asuntos Estudiantiles, que contaba con menos de 50 empleados hace apenas tres décadas, emplea actualmente a más de 400 administradores que controlan meticulosamente a los estudiantes e infantilizan a los adultos que pagan por una educación en Stanford.
El actual ataque contra los estudiantes adultos se inició hace seis años con la adopción de lo que eufemísticamente se denominó los «Estándares de Excelencia» de Stanford. Con estos estándares llegaron los contratos sociales y los acuerdos de rendimiento que hoy se aplican a casi todas las organizaciones de Stanford. La falta de rendimiento puede ser evaluada y penalizada. Los «estudiantes clientes» de Stanford se han transformado en algo más parecido a marionetas.
La última novedad es un programa llamado ResX. Cada nuevo estudiante es asignado de manera obligatoria por la universidad durante su primer año a un «vecindario» al cual los estudiantes deben permanecer afiliados durante toda su carrera universitaria. Este acto de «volver a imaginar» la vida estudiantil determina actualmente -cuando los estudiantes viven en el campus- dónde comen, duermen y sociabilizan. De este modo, los administradores están planificando de manera centralizada lo que ellos estiman son culturas residenciales aceptables.
Desde las residencias de temática étnica para la «diáspora negra» y los estudiantes «chicanes/latinos» hasta los edificios de apartamentos que promueven «lo IDEAL (Inclusión, Diversidad, Equidad y Acceso en una Comunidad de Aprendizaje)», los estudiantes son clasificados por atributos singulares y protegidos de aquellos que lucen diferente y piensan distinto. No hace mucho tiempo, los progresistas habrían llamado «segregación» a este aislamiento y discriminación aprobados por la universidad.
Pero la vida residencial es tan sólo una de las áreas en las que los administradores de Stanford le han arrebatado la adultez a los estudiantes. Los administradores pretenden también dirigir su vida social.
En 2021, impusieron normas más estrictas sobre las actividades de los estudiantes fuera de las aulas. Ahora exigen que los estudiantes registren cualquier fiesta que organicen a la vez que prohíben las reuniones durante las «semanas de la muerte» que preceden a los exámenes finales. Los funcionarios han prohibido las bebidas alcohólicas de alta graduación y han convertido los juegos de beber en una infracción punible. Incluso los estudiantes mayores de 21 años deben cumplir estas restricciones.
Estas medidas son exageradas e incluso contraproducentes. Han suscitado una condena generalizada por parte de los estudiantes, incluida una iniciativa de salud y seguridad liderada por estudiantes que proporciona bocadillos y agua en las fiestas y acompaña a los estudiantes hasta su casa los fines de semana. Estos estudiantes afirman que los cambios en las normas han estimulado un incremento de las borracheras.
Este año, los administradores de Stanford establecieron nuevas políticas que exigen que las fraternidades y hermandades presionen para permanecer en sus casas en el campus después de tres años. Y las organizaciones que deseen regresar tras un paréntesis se enfrentan a grandes retos. Dado que Stanford exige a los estudiantes de primer año que vivan en los alojamientos universitarios, sólo quedan tres años en los que los estudiantes pueden elegir. A los miembros de las fraternidades se les prohíbe arbitrariamente ahora vivir más de dos de esos años en su fraternidad, lo que obliga a las organizaciones a apresurarse a conseguir un 50% más de miembros.
Stanford dedica recursos a diversas causas, actividades y organizaciones estudiantiles, pero encuentra pocos motivos para fortalecer la vida en las fraternidades. Sin embargo, numerosos estudios demuestran que los estudiantes que se unen a esas organizaciones se gradúan más a tiempo, están más comprometidos en clase, y son más proclives a participar en pasantías y proyectos de investigación generados por el cuerpo docente, mantienen niveles más altos de salud mental y se encuentran más propensos a tener interacciones y discusiones con personas diferentes a ellos.
Stanford matricula a jóvenes que pasaron gran parte de su juventud sacrificándose para lograr ser admitidos. Pero hoy en día, les dice a los estudiantes adultos dónde deben vivir, cómo pueden socializar y con quién pueden relacionarse. A estos estudiantes, que por fin se embarcan en la vida adulta y en un futuro que pueden diseñar por sí mismos, no les han dejado otra opción más que la de cumplir unas normas estrictas que no mejoran su educación ni los preparan para la vida después de la universidad.
Bochornosamente, el lema de Stanford es: «Soplan vientos de libertad». Sin embargo, Stanford, como tantas instituciones educativas de élite, ha pasado del estudio de las ideas sociales y las prácticas de comportamiento a poner en marcha experimentos utópicos coercitivos en el campus.
Traducido por Gabriel Gasave
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