La opinión generalmente aceptada para lidiar con Irán está exigiendo reiteradamente que los iraníes pongan fin a su programa de enriquecimiento de uranio, y asestando nuevas sanciones. A pesar de que en diciembre de 2006 el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aceptó que probablemente fuese prudente prohibir a los países que exporten a Irán materiales y tecnología nuclear y misiles, la extensión de las sanciones fuera de las áreas nuclear y misilística es un error.
La ampliación de las sanciones modifica su propósito principal de ser instrumentales a ser meramente punitivas. Pese a que cualquier clase de sanción es propensa a la evasión, un embargo instrumental que intente negar a Irán los materiales y la tecnología necesaria para construir un arma nuclear y enviarla a largas distancias mediante un misil podría al menos retardar la adquisición iraní de tales ingredientes, o elevar el precio para hacerlo. Una prohibición integral sobre la venta de armas, la interrupción de los créditos al gobierno iraní y el congelamiento de los activos de importantes individuos e instituciones iraníes tienen poco que ver con impedir que Irán consiga materiales y tecnología nuclear y misilística. Así, la ampliación de las medidas más allá de este estrecho propósito convierte a las sanciones en un simbolismo punitivo.
Dicho castigo parece equivocado cuando ninguna prueba concluyente existe aún de que Irán posea un programa de armas nucleares ilegal. Bajo el Tratado de No Proliferación Nuclear, Irán tiene derecho a enriquecer uranio para fines pacíficos. A pesar de que existen razones para sospechar que Irán tiene un programa de armas nucleares ilegal, ello no ha sido probado.
Desafortunadamente, los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU—sus propios cuantiosos arsenales nucleares son su principal requisito para pertenecer al organismo—perecen a los ojos de muchas naciones ser hipócritas por buscar negar a Irán una capacidad nuclear. La credibilidad de los Estados Unidos fue adicionalmente reducida cuando tranzó un acuerdo para proveer combustible y tecnología nuclear a India, un estado con armas nucleares que se ha negado a suscribir el Tratado de No Proliferación Nuclear. También, los Estados Unidos suministran miles de millones en concepto de asistencia a sus aliados Israel y Pakistán, ambos estados con armas nucleares que también han rechazado el tratado.
Por estos motivos, el liderazgo estadounidense en el Consejo de Seguridad de la ONU para castigar a los iraníes por las actividades ostensiblemente legales crea un efecto de “marcha alrededor de la bandera” en Irán. Pese a no ser tan pronunciadas como sería sí los Estados Unidos efectuasen ataques aéreos contra Irán, las sanciones permiten al régimen iraní crear un enemigo externo a fin de ganar más apoyo de la población inquieta y joven de Irán, que está descontenta con la austera conducción islámica del gobierno iraní. Además, cualquier medida más amplia propuesta para aislar comercialmente a Irán del mundo sería una maniobra que suprimiría a las mismas ideas que podrían eventualmente derribar al régimen despótico. Las ideas subversivas a la conservación del poder del régimen acompañan a los productos y tecnologías occidentales en Irán.
Incluso muchos de quienes se oponen a la acción militar estadounidense contra Irán aprueban la ampliación de las sanciones como un sustituto aparente para la guerra. Sin embargo, la historia demuestra que las sanciones pueden en cambio llevar a la guerra. Una vez que el camino punitivo es seleccionado, cuando las sanciones fracasen—como por lo general lo hacen—a fin de tener el efecto deseado sobre el país elegido como blanco, la presión a favor de la acción militar puede intensificarse. Dos ejemplos vienen inmediatamente a la mente. Cuando las estrictas sanciones financieras contra el régimen panameño de Manuel Noriega fracasaron vergonzosamente en deponerlo, el Presidente George H.W. Bush sintió luego la abrumadora presión para expulsarlo militarmente—lo que hizo, mediante una invasión de Panamá en 1989. Ese mismo presidente fue a la guerra con Saddam Hussein en 1991, cuando las sanciones más extensas y desbastadoras en la historia mundial fallaron para compeler a Saddam a retirar las tropas iraquíes de Kuwait. Así, iniciar el camino de sanciones punitivas más amplias puede conducir finalmente a la guerra con Irán.
En cambio, se deberían dar a Irán incentivos positivos para renunciar a su programa de armas nucleares. Sí los iraníes abjuran de sus esfuerzos de enriquecimiento de uranio, los Estados Unidos deberían ofrecer reintegrar a Irán al mundo, económica y políticamente, y firmar un pacto prometiendo no atacar a esa nación. Dado que Irán vive en la vecindad de un Israel nuclear, y tiene otros vecinos potencialmente hostiles, incluso esta oferta puede no lograr que los iraníes decidan abandonar su programa nuclear.
Así como los Estados Unidos aceptaron y disuadieron a una China nuclear en los años 60, cuando el radical Mao Zedong estaba a cargo de su timón, pueden tener en definitiva que aceptar y disuadir, con el arsenal nuclear más potente del mundo, a un Irán nuclear. La historia demuestra que cuando los países obtienen armas nucleares por lo general moderan su comportamiento—por ejemplo, China, India y Pakistán se han vuelto más responsables internacionalmente después de tornarse nucleares. Al igual que los gobiernos en estos otros países, el primer objetivo del régimen iraní es sobrevivir y permanecer en el poder. Amenazar a una superpotencia con miles de ojivas nucleares pondría en riesgo a ese importante objetivo.
Resumiendo, una estrategia de negociación con incentivos positivos, y disuasión si eso falla, es superior a las sanciones amplias y punitivas que solamente hacen más fuerte al autocrático régimen iraní.
Traducido por Gabriel Gasave
Endurecer las sanciones contra Irán es la estrategia equivocada
La opinión generalmente aceptada para lidiar con Irán está exigiendo reiteradamente que los iraníes pongan fin a su programa de enriquecimiento de uranio, y asestando nuevas sanciones. A pesar de que en diciembre de 2006 el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aceptó que probablemente fuese prudente prohibir a los países que exporten a Irán materiales y tecnología nuclear y misiles, la extensión de las sanciones fuera de las áreas nuclear y misilística es un error.
La ampliación de las sanciones modifica su propósito principal de ser instrumentales a ser meramente punitivas. Pese a que cualquier clase de sanción es propensa a la evasión, un embargo instrumental que intente negar a Irán los materiales y la tecnología necesaria para construir un arma nuclear y enviarla a largas distancias mediante un misil podría al menos retardar la adquisición iraní de tales ingredientes, o elevar el precio para hacerlo. Una prohibición integral sobre la venta de armas, la interrupción de los créditos al gobierno iraní y el congelamiento de los activos de importantes individuos e instituciones iraníes tienen poco que ver con impedir que Irán consiga materiales y tecnología nuclear y misilística. Así, la ampliación de las medidas más allá de este estrecho propósito convierte a las sanciones en un simbolismo punitivo.
Dicho castigo parece equivocado cuando ninguna prueba concluyente existe aún de que Irán posea un programa de armas nucleares ilegal. Bajo el Tratado de No Proliferación Nuclear, Irán tiene derecho a enriquecer uranio para fines pacíficos. A pesar de que existen razones para sospechar que Irán tiene un programa de armas nucleares ilegal, ello no ha sido probado.
Desafortunadamente, los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU—sus propios cuantiosos arsenales nucleares son su principal requisito para pertenecer al organismo—perecen a los ojos de muchas naciones ser hipócritas por buscar negar a Irán una capacidad nuclear. La credibilidad de los Estados Unidos fue adicionalmente reducida cuando tranzó un acuerdo para proveer combustible y tecnología nuclear a India, un estado con armas nucleares que se ha negado a suscribir el Tratado de No Proliferación Nuclear. También, los Estados Unidos suministran miles de millones en concepto de asistencia a sus aliados Israel y Pakistán, ambos estados con armas nucleares que también han rechazado el tratado.
Por estos motivos, el liderazgo estadounidense en el Consejo de Seguridad de la ONU para castigar a los iraníes por las actividades ostensiblemente legales crea un efecto de “marcha alrededor de la bandera” en Irán. Pese a no ser tan pronunciadas como sería sí los Estados Unidos efectuasen ataques aéreos contra Irán, las sanciones permiten al régimen iraní crear un enemigo externo a fin de ganar más apoyo de la población inquieta y joven de Irán, que está descontenta con la austera conducción islámica del gobierno iraní. Además, cualquier medida más amplia propuesta para aislar comercialmente a Irán del mundo sería una maniobra que suprimiría a las mismas ideas que podrían eventualmente derribar al régimen despótico. Las ideas subversivas a la conservación del poder del régimen acompañan a los productos y tecnologías occidentales en Irán.
Incluso muchos de quienes se oponen a la acción militar estadounidense contra Irán aprueban la ampliación de las sanciones como un sustituto aparente para la guerra. Sin embargo, la historia demuestra que las sanciones pueden en cambio llevar a la guerra. Una vez que el camino punitivo es seleccionado, cuando las sanciones fracasen—como por lo general lo hacen—a fin de tener el efecto deseado sobre el país elegido como blanco, la presión a favor de la acción militar puede intensificarse. Dos ejemplos vienen inmediatamente a la mente. Cuando las estrictas sanciones financieras contra el régimen panameño de Manuel Noriega fracasaron vergonzosamente en deponerlo, el Presidente George H.W. Bush sintió luego la abrumadora presión para expulsarlo militarmente—lo que hizo, mediante una invasión de Panamá en 1989. Ese mismo presidente fue a la guerra con Saddam Hussein en 1991, cuando las sanciones más extensas y desbastadoras en la historia mundial fallaron para compeler a Saddam a retirar las tropas iraquíes de Kuwait. Así, iniciar el camino de sanciones punitivas más amplias puede conducir finalmente a la guerra con Irán.
En cambio, se deberían dar a Irán incentivos positivos para renunciar a su programa de armas nucleares. Sí los iraníes abjuran de sus esfuerzos de enriquecimiento de uranio, los Estados Unidos deberían ofrecer reintegrar a Irán al mundo, económica y políticamente, y firmar un pacto prometiendo no atacar a esa nación. Dado que Irán vive en la vecindad de un Israel nuclear, y tiene otros vecinos potencialmente hostiles, incluso esta oferta puede no lograr que los iraníes decidan abandonar su programa nuclear.
Así como los Estados Unidos aceptaron y disuadieron a una China nuclear en los años 60, cuando el radical Mao Zedong estaba a cargo de su timón, pueden tener en definitiva que aceptar y disuadir, con el arsenal nuclear más potente del mundo, a un Irán nuclear. La historia demuestra que cuando los países obtienen armas nucleares por lo general moderan su comportamiento—por ejemplo, China, India y Pakistán se han vuelto más responsables internacionalmente después de tornarse nucleares. Al igual que los gobiernos en estos otros países, el primer objetivo del régimen iraní es sobrevivir y permanecer en el poder. Amenazar a una superpotencia con miles de ojivas nucleares pondría en riesgo a ese importante objetivo.
Resumiendo, una estrategia de negociación con incentivos positivos, y disuasión si eso falla, es superior a las sanciones amplias y punitivas que solamente hacen más fuerte al autocrático régimen iraní.
Traducido por Gabriel Gasave
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