Washington, DC—Algunos de los comentarios sobre los agentes rusos recientemente capturados por el FBI en los Estados Unidos se han centrado en el hecho de que Moscú espiaba a Estados Unidos mientras Barack Obama y Dimitri Medvedev celebraban su sociedad nuclear y diplomática en Ray´s Hells Burger, o en la evolución de los servicios de inteligencia de Moscú, supuestamente más interesado hoy en el espionaje industrial que en el otro.
No extraña que Rusia espíe a Estados Unidos al mismo tiempo que existe cooperación en muchas áreas: el acuerdo nuclear, las sanciones contra Irán, la suspensión del escudo antimisiles en Europa Central. Todos los Estados espían, y los amigos lo hacen entre sí: incluso agentes israelíes, como Jonathan Pollard, han sido pescados espiando en Estados Unidos.
Tampoco sorprende que Moscú persiguiese objetivos no militares o políticos. El espionaje industrial de Rusia es tan antiguo como Lenin. Aun cuando la inteligencia comercial y tecnológica pasó a ser una prioridad tras la caída del Muro de Berlín, siempre fue parte clave del aparato de recopilación de información de los comunistas. Una de las misiones de la Stasi de Markus Wolf, el legendario servicio de inteligencia de Alemania Oriental, era robar secretos industriales de Alemania Occidental, como lo explica en sus memorias.
El problema con los “topos” de marras no es que colocaran fotografías en Facebook (Anna Chapman), fueran fanáticos de la tecnología futurista (Donald Heathfield), trabajaran en una agencia de viajes (Mikhail Semenko), vivieran en los suburbios acostumbrados a preparar barbacoas (Richard y Cynthia Murphy) o escribieran columnas izquierdistas en “El Diario La Prensa” de Nueva York (Vicky Peláez.) En realidad, estas parecen coberturas razonables. Pero resulta, según lo que se sabe, que ninguno de los espías hacía nada aparte de lo que parecía que estaban haciendo. Todo indica que ordeñaron el presupuesto de Rusia durante una década a cambio de nada, deliciosa ironía si se piensa en la venalidad generalizada de Rusia. Transparencia Internacional lo ubica a la par de Zimbabue en su Indice de Percepción de la Corrupción.
Todo en estos espías era cómicamente anticuado, incluida la tecnología: bolsos intercambiados en estaciones de tren, radios de onda corta, tinta invisible. Lo cual lleva a preguntarse: ¿por qué el FBI les cayó encima antes de que fueran capaces de hacer nada sustantivo? La noticia de que Estados Unidos y Moscú han intercambiado a estos espías por cuatro agentes occidentales encarcelados por Rusia sugiere que eran vistos como simples bazas negociables o que Washington quería enviar el mensaje de que ni siquiera los “amateurs” son tolerables en su territorio.
Que Moscú los haya mantenido denota lo disfuncional que es el Estado ruso. Estos patéticos agentes confirman el abismo entre las ilusiones de grandeza neo-zaristas y la realidad de un país derrotado en economía y tecnología por muchos competidores asiáticos. ¿Qué clase de burócrata permite que un agente de origen ruso que habla español con fuerte acento eslavo afirme que es uruguayo, como Juan Lazaro, uno de los hombres capturados por el FBI, hacía rutinariamente en EE.UU.?
En su libro “La segunda revolución china”, Eugenio Bregolat, ex embajador español en Pekín y Moscú, compara las exitosas reformas realizadas desde 1978 en China con la decadente secuencia que empezó con la Perestroika y el Glasnost de Mijaíl Gorbachov y acabó con el surgimiento de Putin en Rusia. Para él, la clave está en la calidad del liderazgo comunista. Mientras que Deng Xiaoping tuvo una clara visión del camino a seguir para lograr a mediano plazo una economía de mercado y postergar la libertad política hacia el distante futuro, así como la habilidad para derrotar a sus oponentes dentro del Estado, Gorbachov nunca quiso desmantelar el sistema y fue timorato en sus esfuerzos por suprimir la disidencia, como en última instancia lo demostró su derrota a manos de Yeltsin durante un intento de golpe de Estado por parte de comunistas retrógrados. En cuanto a Yeltsin, tuvo intuiciones acerca de una Rusia democrática y capitalista, pero ninguna comprensión de los fundamentos institucionales de una democracia de mercado. Putin, fue el resultado.
Uno puede diferir en parte con este análisis, pero hay algo cierto en la idea de que la Rusia actual surgió del fracaso de un proceso que se inició con Gorbachov y nunca encontró su rumbo.
En un reciente artículo en el periódico ABC de España, Alberto Sotillo escribió que “La URSS era un lugar muy chapucero. Pero las cosas que hacían bien… las hacían bien de verdad”. El espionaje soviético fue realmente capaz de penetrar círculos poderosos en los Estados Unidos, incluido el Grupo Perlo, una red de agentes en diversos departamentos del gobierno de Estados UNidos. Aún no está claro si Putin y compañía pueden hacer algo bien.
(c) 2010, The Washington Post Writers Group
Espías patéticos
Washington, DC—Algunos de los comentarios sobre los agentes rusos recientemente capturados por el FBI en los Estados Unidos se han centrado en el hecho de que Moscú espiaba a Estados Unidos mientras Barack Obama y Dimitri Medvedev celebraban su sociedad nuclear y diplomática en Ray´s Hells Burger, o en la evolución de los servicios de inteligencia de Moscú, supuestamente más interesado hoy en el espionaje industrial que en el otro.
No extraña que Rusia espíe a Estados Unidos al mismo tiempo que existe cooperación en muchas áreas: el acuerdo nuclear, las sanciones contra Irán, la suspensión del escudo antimisiles en Europa Central. Todos los Estados espían, y los amigos lo hacen entre sí: incluso agentes israelíes, como Jonathan Pollard, han sido pescados espiando en Estados Unidos.
Tampoco sorprende que Moscú persiguiese objetivos no militares o políticos. El espionaje industrial de Rusia es tan antiguo como Lenin. Aun cuando la inteligencia comercial y tecnológica pasó a ser una prioridad tras la caída del Muro de Berlín, siempre fue parte clave del aparato de recopilación de información de los comunistas. Una de las misiones de la Stasi de Markus Wolf, el legendario servicio de inteligencia de Alemania Oriental, era robar secretos industriales de Alemania Occidental, como lo explica en sus memorias.
El problema con los “topos” de marras no es que colocaran fotografías en Facebook (Anna Chapman), fueran fanáticos de la tecnología futurista (Donald Heathfield), trabajaran en una agencia de viajes (Mikhail Semenko), vivieran en los suburbios acostumbrados a preparar barbacoas (Richard y Cynthia Murphy) o escribieran columnas izquierdistas en “El Diario La Prensa” de Nueva York (Vicky Peláez.) En realidad, estas parecen coberturas razonables. Pero resulta, según lo que se sabe, que ninguno de los espías hacía nada aparte de lo que parecía que estaban haciendo. Todo indica que ordeñaron el presupuesto de Rusia durante una década a cambio de nada, deliciosa ironía si se piensa en la venalidad generalizada de Rusia. Transparencia Internacional lo ubica a la par de Zimbabue en su Indice de Percepción de la Corrupción.
Todo en estos espías era cómicamente anticuado, incluida la tecnología: bolsos intercambiados en estaciones de tren, radios de onda corta, tinta invisible. Lo cual lleva a preguntarse: ¿por qué el FBI les cayó encima antes de que fueran capaces de hacer nada sustantivo? La noticia de que Estados Unidos y Moscú han intercambiado a estos espías por cuatro agentes occidentales encarcelados por Rusia sugiere que eran vistos como simples bazas negociables o que Washington quería enviar el mensaje de que ni siquiera los “amateurs” son tolerables en su territorio.
Que Moscú los haya mantenido denota lo disfuncional que es el Estado ruso. Estos patéticos agentes confirman el abismo entre las ilusiones de grandeza neo-zaristas y la realidad de un país derrotado en economía y tecnología por muchos competidores asiáticos. ¿Qué clase de burócrata permite que un agente de origen ruso que habla español con fuerte acento eslavo afirme que es uruguayo, como Juan Lazaro, uno de los hombres capturados por el FBI, hacía rutinariamente en EE.UU.?
En su libro “La segunda revolución china”, Eugenio Bregolat, ex embajador español en Pekín y Moscú, compara las exitosas reformas realizadas desde 1978 en China con la decadente secuencia que empezó con la Perestroika y el Glasnost de Mijaíl Gorbachov y acabó con el surgimiento de Putin en Rusia. Para él, la clave está en la calidad del liderazgo comunista. Mientras que Deng Xiaoping tuvo una clara visión del camino a seguir para lograr a mediano plazo una economía de mercado y postergar la libertad política hacia el distante futuro, así como la habilidad para derrotar a sus oponentes dentro del Estado, Gorbachov nunca quiso desmantelar el sistema y fue timorato en sus esfuerzos por suprimir la disidencia, como en última instancia lo demostró su derrota a manos de Yeltsin durante un intento de golpe de Estado por parte de comunistas retrógrados. En cuanto a Yeltsin, tuvo intuiciones acerca de una Rusia democrática y capitalista, pero ninguna comprensión de los fundamentos institucionales de una democracia de mercado. Putin, fue el resultado.
Uno puede diferir en parte con este análisis, pero hay algo cierto en la idea de que la Rusia actual surgió del fracaso de un proceso que se inició con Gorbachov y nunca encontró su rumbo.
En un reciente artículo en el periódico ABC de España, Alberto Sotillo escribió que “La URSS era un lugar muy chapucero. Pero las cosas que hacían bien… las hacían bien de verdad”. El espionaje soviético fue realmente capaz de penetrar círculos poderosos en los Estados Unidos, incluido el Grupo Perlo, una red de agentes en diversos departamentos del gobierno de Estados UNidos. Aún no está claro si Putin y compañía pueden hacer algo bien.
(c) 2010, The Washington Post Writers Group
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