For neither Man nor Angel can discern
Hypocrisy, the only evil that walks
Invisible, except to God alone,
By his permissive will, through Heaven and
Earth.
—John Milton
By liberalism I mean false liberty of thought, or the exercise of thought upon matters, in which, from the constitution of the human mind, cannot be brought to any successful issue, and therefore is out of place.
—Cardinal John Henry Newman
Dentro de las primeras veinticuatro horas la noticia sobre el ataque perpetrado por un sujeto armado en una base militar en Texas irrumpió, y con la debida reserva ante un acontecimiento de tamaña gravedad, en un principio los distintos medios de comunicación fueron reticentes a especular sobre la identidad y el origen étnico del agresor, no deseando fomentar temores y reacciones irracionales.
Sin embargo, lo que intrigaba fue la rapidez con que algunas organizaciones noticiosas comenzaron a propagar la historia de un soldado ridiculizado por su etnicidad, que en última instancia reaccionaba y arremetía con ira contra su persecución percibida. Poniendo las cosas más interesantes aún, se hablaba de la posibilidad de que los asesinatos fueron perpetrados debido al estrés post-traumático, una contingencia inusual por decir lo menos ya que según el informe más reciente, el atacante aún no había sido enviado al exterior y por lo tanto todavía no había experimentado el fuego del combate.
El misterio detrás de los motivos de la masacre todavía no queda claro. Lo que resulta peculiar es el motivo detrás de un aparente intento de encontrar razones más deseables para matar a una docena de personas y herir a docenas más de manera deliberada y con una intención determinada. Tal vez desconocidas para sus autores, las venas de este relato son profundas y guardan un paralelismo con los precedentes establecidos por diversas escuelas filosóficas en el siglo pasado. Es de capital importancia aquí la dicotómica cosmovisión torpemente establecida por Marx y que perennemente encuentra adeptos entre las élites culturales. El enfrentamiento dialéctico entre el proletariado y la burguesía es a menudo camaleónico, asumiendo el color y el tono convenientes a fin de ajustarse al contexto socio-político que le sea asignado.
En la teología de la liberación de Paulo Freire, el paradigma de los opresores y los oprimidos toma forma como la base para la destilación del diálogo socrático del brasileño en «la concientización». En este contexto tercermundista, los miembros de esta última clase son conscientes de sus estatus asignado y alentados a rebelarse, a veces violentamente, contra los primeros pues, como afirma Freire, la rebelión es un «acto de amor».
Parte integral de esta escuela de pensamiento es la creencia de que la pertenencia al grupo de la clase oprimida, incluso removida tanto por el tiempo como por las condiciones económicas actuales, permite interpretaciones más laxas de las normas morales, confiriéndole al grupo históricamente menos favorecido la licencia de «corregir» sus penurias por medios que únicamente se vena limitados por su creatividad. Un ejemplo ajeno al ámbito bélico tal vez sea útil aquí a los fines ilustrativos.
En 1990, un estudiante de pregrado en la Universidad de Hawai, dirigió una carta a una publicación universitaria utilizando la palabra «haole» tal como era y es utilizada en la jerga hawaiana pidgin. El término literalmente denotaba a un extranjero, pero como sabe la mayoría de aquellos que han visitado o vivido en Hawái, se refiere más específicamente a las personas de origen caucásico. El estudiante pasó a describir cómo había descubierto las muchas asociaciones negativas del término, en relación con sus propias experiencias dentro de la isla de Oahu, incluyendo el hecho de ser agredido y golpeado más de una vez simplemente por su origen étnico.
Uno esperaría tal vez que en la universidad alguien redactase una carta enérgica o un ensayo para salir al frente de dichas afirmaciones, aunque sólo fuese por el ejercicio académico que eso implicaría. Tales argumentos en contra nunca aparecieron. En cambio, lo que llegó como respuesta sorprendió a la mayoría de observadores. Una integrante del claustro de profesores del área de Estudios Hawaianos redactó una carta dirigida a la misma publicación, elaborando, si se lo puede llamar así, un argumento ya no en contra de la naturaleza de la palabra «haole», sino en contra del estudiante, un muchacho caucásico de Luisiana, que tuvo la osadía de sugerir que se convirtió en una víctima a causa de su raza.
La docente manifestó que los progenitores del estudiante en cuestión habían atribulado de manera permanente a «su» patria con el racismo, la enfermedad y toda clase de opresión. En sus palabras él era un “haole”, y debería resignarse a padecer un trato negativo debido a ello. Y si encontrase que esa condición le resulta difícil de soportar, la docente le aconsejó que tomase uno de los muchos vuelos que parten de la isla y «se regrese a Louisiana». Poco se sabe del estudiante involucrado en este caso, aunque a los tres años, la profesora de Estudios Hawaianos fue premiada con un cátedra de tiempo completo en la universidad.
Hay dos errores que exhibe el razonamiento de la profesora en este caso que merecen destacarse. Por supuesto, ambos son ocasionados de manera previsible por la defectuosa cosmovisión dicotómica anteriormente mencionada.
En primer lugar, el celo con el que los estudiantes de esta escuela de pensamiento encasillan a los individuos en el compartimento estanco de los opresores y de los oprimidos, posibilita la siempre tentadora generalización tanto para el sociólogo como para el teólogo de la liberación. A saber, la suposición de que dado que el estudiante en cuestión «pertenecía» a una clase históricamente privilegiada, debe de haber disfrutado ontológicamente de su linaje y saboreado sus depredaciones.
Resulta sumamente irónico que esta perspectiva amplia sobre la raza y la cultura sea usualmente utilizada por aquellos que supuestamente educan contra esos prejuicios y estereotipos. Resumiendo, el estudiante en cuestión puede que sea un mal estudiante, quizás incluso también un ser humano deplorable. Sin embargo, la realidad demuestra que él no era culpable de los crímenes citados por la profesora. Apartándose de la ley retroactiva, actualmente era inocente de algo que hizo legalmente entonces. En cambio, era culpable en la actualidad de algo que algún otro hizo un siglo antes. Parecería ser que la profesora tenía ambiciones más elevadas que la cátedra, asumiendo la capacidad de Yavé de castigar a los hijos por los pecados de los padres.
Segundo, la aprobación implícita y la confirmación de los males atribuidos al estudiante por la docente era la extensión lógica de una forzada cosmovisión sobre la difícil situación de los oprimidos. Los insultos, el ostracismo y los golpes físicos eran repercusiones «esperadas» por ellos de parte de los grupos oprimidos, incluso si la opresión le ocurrió a algún otro hace más de un siglo. Es casi digna de compasión esta falta de exposición a las lecciones de San Agustín sobre el libre albedrío. No obstante, lo que está en juego aquí es algo más que la alegre ignorancia de la filosofía medieval.
Al permitirle a «los oprimidos» doblegarse, cuando no romper los estándares morales de conducta, la docente y los apologistas del tirador de Fort Hood escriben un capítulo común con la misma lapicera. Ellos escriben, «algunas personas, debido al grupo al que pertenecen, no puede ser culpados por actos malignos». Tal como lo ha demostrado la evidencia, el arma homicida de la matanza de Texas tenía las huellas sangrientas de tan sólo un hombre. En lugar de excusar tal comportamiento, que es el deseo último de tal transgresión, tiene lugar una contemporización más condescendiente. ¿A quiénes las sociedades consideran que no son responsables de sus acciones? Las respuestas son obvias, a los niños y los lunáticos. Al afirmar que ciertos segmentos de la población deberían ser absueltos de sus actos de violencia libremente adoptados, quienes escriben este relato infringen a «los oprimidos» un perjuicio mayor que la flagrante opresión: La práctica de una provechosa canibalización de los seres humanos a favor de la causa.
Traducido por Gabriel Gasave
Falsas dicotomías: Fort Hood y el racismo al revés
For neither Man nor Angel can discern
Hypocrisy, the only evil that walks
Invisible, except to God alone,
By his permissive will, through Heaven and
Earth.
—John Milton
By liberalism I mean false liberty of thought, or the exercise of thought upon matters, in which, from the constitution of the human mind, cannot be brought to any successful issue, and therefore is out of place.
—Cardinal John Henry Newman
Dentro de las primeras veinticuatro horas la noticia sobre el ataque perpetrado por un sujeto armado en una base militar en Texas irrumpió, y con la debida reserva ante un acontecimiento de tamaña gravedad, en un principio los distintos medios de comunicación fueron reticentes a especular sobre la identidad y el origen étnico del agresor, no deseando fomentar temores y reacciones irracionales.
Sin embargo, lo que intrigaba fue la rapidez con que algunas organizaciones noticiosas comenzaron a propagar la historia de un soldado ridiculizado por su etnicidad, que en última instancia reaccionaba y arremetía con ira contra su persecución percibida. Poniendo las cosas más interesantes aún, se hablaba de la posibilidad de que los asesinatos fueron perpetrados debido al estrés post-traumático, una contingencia inusual por decir lo menos ya que según el informe más reciente, el atacante aún no había sido enviado al exterior y por lo tanto todavía no había experimentado el fuego del combate.
El misterio detrás de los motivos de la masacre todavía no queda claro. Lo que resulta peculiar es el motivo detrás de un aparente intento de encontrar razones más deseables para matar a una docena de personas y herir a docenas más de manera deliberada y con una intención determinada. Tal vez desconocidas para sus autores, las venas de este relato son profundas y guardan un paralelismo con los precedentes establecidos por diversas escuelas filosóficas en el siglo pasado. Es de capital importancia aquí la dicotómica cosmovisión torpemente establecida por Marx y que perennemente encuentra adeptos entre las élites culturales. El enfrentamiento dialéctico entre el proletariado y la burguesía es a menudo camaleónico, asumiendo el color y el tono convenientes a fin de ajustarse al contexto socio-político que le sea asignado.
En la teología de la liberación de Paulo Freire, el paradigma de los opresores y los oprimidos toma forma como la base para la destilación del diálogo socrático del brasileño en «la concientización». En este contexto tercermundista, los miembros de esta última clase son conscientes de sus estatus asignado y alentados a rebelarse, a veces violentamente, contra los primeros pues, como afirma Freire, la rebelión es un «acto de amor».
Parte integral de esta escuela de pensamiento es la creencia de que la pertenencia al grupo de la clase oprimida, incluso removida tanto por el tiempo como por las condiciones económicas actuales, permite interpretaciones más laxas de las normas morales, confiriéndole al grupo históricamente menos favorecido la licencia de «corregir» sus penurias por medios que únicamente se vena limitados por su creatividad. Un ejemplo ajeno al ámbito bélico tal vez sea útil aquí a los fines ilustrativos.
En 1990, un estudiante de pregrado en la Universidad de Hawai, dirigió una carta a una publicación universitaria utilizando la palabra «haole» tal como era y es utilizada en la jerga hawaiana pidgin. El término literalmente denotaba a un extranjero, pero como sabe la mayoría de aquellos que han visitado o vivido en Hawái, se refiere más específicamente a las personas de origen caucásico. El estudiante pasó a describir cómo había descubierto las muchas asociaciones negativas del término, en relación con sus propias experiencias dentro de la isla de Oahu, incluyendo el hecho de ser agredido y golpeado más de una vez simplemente por su origen étnico.
Uno esperaría tal vez que en la universidad alguien redactase una carta enérgica o un ensayo para salir al frente de dichas afirmaciones, aunque sólo fuese por el ejercicio académico que eso implicaría. Tales argumentos en contra nunca aparecieron. En cambio, lo que llegó como respuesta sorprendió a la mayoría de observadores. Una integrante del claustro de profesores del área de Estudios Hawaianos redactó una carta dirigida a la misma publicación, elaborando, si se lo puede llamar así, un argumento ya no en contra de la naturaleza de la palabra «haole», sino en contra del estudiante, un muchacho caucásico de Luisiana, que tuvo la osadía de sugerir que se convirtió en una víctima a causa de su raza.
La docente manifestó que los progenitores del estudiante en cuestión habían atribulado de manera permanente a «su» patria con el racismo, la enfermedad y toda clase de opresión. En sus palabras él era un “haole”, y debería resignarse a padecer un trato negativo debido a ello. Y si encontrase que esa condición le resulta difícil de soportar, la docente le aconsejó que tomase uno de los muchos vuelos que parten de la isla y «se regrese a Louisiana». Poco se sabe del estudiante involucrado en este caso, aunque a los tres años, la profesora de Estudios Hawaianos fue premiada con un cátedra de tiempo completo en la universidad.
Hay dos errores que exhibe el razonamiento de la profesora en este caso que merecen destacarse. Por supuesto, ambos son ocasionados de manera previsible por la defectuosa cosmovisión dicotómica anteriormente mencionada.
En primer lugar, el celo con el que los estudiantes de esta escuela de pensamiento encasillan a los individuos en el compartimento estanco de los opresores y de los oprimidos, posibilita la siempre tentadora generalización tanto para el sociólogo como para el teólogo de la liberación. A saber, la suposición de que dado que el estudiante en cuestión «pertenecía» a una clase históricamente privilegiada, debe de haber disfrutado ontológicamente de su linaje y saboreado sus depredaciones.
Resulta sumamente irónico que esta perspectiva amplia sobre la raza y la cultura sea usualmente utilizada por aquellos que supuestamente educan contra esos prejuicios y estereotipos. Resumiendo, el estudiante en cuestión puede que sea un mal estudiante, quizás incluso también un ser humano deplorable. Sin embargo, la realidad demuestra que él no era culpable de los crímenes citados por la profesora. Apartándose de la ley retroactiva, actualmente era inocente de algo que hizo legalmente entonces. En cambio, era culpable en la actualidad de algo que algún otro hizo un siglo antes. Parecería ser que la profesora tenía ambiciones más elevadas que la cátedra, asumiendo la capacidad de Yavé de castigar a los hijos por los pecados de los padres.
Segundo, la aprobación implícita y la confirmación de los males atribuidos al estudiante por la docente era la extensión lógica de una forzada cosmovisión sobre la difícil situación de los oprimidos. Los insultos, el ostracismo y los golpes físicos eran repercusiones «esperadas» por ellos de parte de los grupos oprimidos, incluso si la opresión le ocurrió a algún otro hace más de un siglo. Es casi digna de compasión esta falta de exposición a las lecciones de San Agustín sobre el libre albedrío. No obstante, lo que está en juego aquí es algo más que la alegre ignorancia de la filosofía medieval.
Al permitirle a «los oprimidos» doblegarse, cuando no romper los estándares morales de conducta, la docente y los apologistas del tirador de Fort Hood escriben un capítulo común con la misma lapicera. Ellos escriben, «algunas personas, debido al grupo al que pertenecen, no puede ser culpados por actos malignos». Tal como lo ha demostrado la evidencia, el arma homicida de la matanza de Texas tenía las huellas sangrientas de tan sólo un hombre. En lugar de excusar tal comportamiento, que es el deseo último de tal transgresión, tiene lugar una contemporización más condescendiente. ¿A quiénes las sociedades consideran que no son responsables de sus acciones? Las respuestas son obvias, a los niños y los lunáticos. Al afirmar que ciertos segmentos de la población deberían ser absueltos de sus actos de violencia libremente adoptados, quienes escriben este relato infringen a «los oprimidos» un perjuicio mayor que la flagrante opresión: La práctica de una provechosa canibalización de los seres humanos a favor de la causa.
Traducido por Gabriel Gasave
Cuestiones racialesCultura y sociedad
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